Six

Él descansaba plácidamente entre las sábanas de la cama, sus pies apenas rozaban los ajenos, jugando con sus dedos a tocar los contrarios, las manos del castaño rodeaban su cintura con gentileza desde atrás, él acariciaba el dorso de aquellas manos, con parsimonia y gentileza, rozando con la yema de sus dedos la textura de esa piel de miel.

Habían estado pintando la casa durante la tarde, ahora Marco estaba acostado y Jean le abrazaba por la espalda, lentamente el pecoso se dio vuelta entre los brazos de su amado, al parecer el castaño sí estaba dormido, el pecoso se dedicó a observable con devoción y detenimiento, veía como en sueños aquel poeta frunció el entrecejo, parecía que estaba teniendo una pesadilla.

Suavemente hizo bailar sus dedos por aquel cabello color castaña, jugando coqueto con el fleco que caía por parte de su frente.

— ¿Qué estás soñando...? — susurró para si mismo el de orbes terrosos, aún se mantenía jugando con aquellas hebras.

— Marco... — musitó Kirschtein.

— Aquí estoy, Jeanbo — habló Bodt con notable dulzura. Suavemente le repartió besos tiernos por las mejillas.

Poco a poco Jean encendió sus faroles ambarinos, para observar la maravilla con pecas que yacía frente a él.

— Si todas mis pesadillas acaban así; quiero tenerlas más a menudo — dijo coqueto. Con suavidad tomó a Marco de la cintura, le atrajo hacia él y le dio un casto beso en la puntita de los labios.

Aquel contacto se tornó más profundo, el moreno estaba sobre su amado, con sus labios danzando junto a los ajenos, las manos del poeta volaban sobre la espalda de su numen, trazando líneas imaginarias y totalmente abstractas, dibujando árboles de ramas enredadas, sobre lo omóplatos del contrario. Para él, aquel chico era arte viviente, la mejor obra que la naturaleza pudo haber creado, para él era el verso más hemroso que haya podido existir.

— Eres poesía viva, Marco... — susurró contra los belfos del contrario.

El pecoso sólo sonrió de manera especial, dejando ver unos pequeños hoyuelos en sus mejillas, con total parsimonia se incorporó para quedar sentado a horcajadas sobre el regazo de Jean —. Entonces, quiero que me escribas, que me borres y me reescribas nuevamente.

Sí, lo haré...

Las manos de Jean eran plumas que escribían con tinta indeleble, aquella piel de lienzo blanco, dibujaba sobre el pecho ajeno, miles de letras dedicadas a su belleza, la clavícula del pecoso, eran rocas en donde los besos quedaban encallado, los hombros esparcidos de pequeñas estrellas, eran el punto de concentración de osculos coquetos, sus caderas como pequeñas olas se movían a la par de su amante; le encantaba hacer el amor con él, eran el uno para el otro, sólo ellos dos y nadie más...

— Marco...

— Jean~.

Su toque era ardiente, hacía erizar cada poro de su cuerpo, Kirschtein era el amante coqueto que arrancaba suspiros, que llenaba cada recoveco de él, de su esencia.

El momento era tan especial que creía que iba a llorar, y precisamente lo estaba haciendo, sus orbes castañas derramaban pequeñas gotas saladas.

— No llores, amor.

Jean.

— Marco.

Marco....., Marco..., Mar..., Ma...

¡Marcus! —llamó el castaño con desespero, le movía bruscamente mientras trataba de despertarlo.

No era normal que alguien llore al dormir, que cierre sus manos en un puño hasta hacerle notar las venas de sus brazos; que suelte sollozos mientras se aferraba a nada..., sólo al aire entre sus brazos.

Efectivamentez el pecoso abrió sus ojos sintiendo una gran decepción, y es que los succinos de Jean nuevamente eran dos orbes flotantes, seguía siendo el mismo de siempre; aquello había sido una utopía, un hemroso mal sueño. Solo una quimera efímera y fugaz, algo que sólo sucedió en lo más profundo de su mente. Realmente estaba llorando a mares, miraba aquellos luceros ambarinos que parecían volar sobre el aire, esas orbitales casi vacías y trasparentes que le veían con cierto deje de horror.

— Y-yo no..., tú e-estabas hace un rato.... — dijo entre sollozo el de faroles se chocolate. Estaba hecho un desastre, hipaba mientras su corazón en una danza macabra, se estrellaba contra su pecho, queriendo escapar escalando su garganta.

— ¡Mírame, Marcus! — exclamó el de cabellos castaños, rápidamente le tomó de las mejillas —. Estoy aquí.

Las manos temblorosas de Marco se acercaron vacilantes, para palpar las mejillas ajenas; eran frías, un par de témpanos de hielo. ¿Qué pasó con aquella calidez que juraba haber sentido anteriormente?

¿Acaso se estaba volviendo loco?

Se levantó rápidamente de la cama, caminó a un paso raudo, haciendo resonar sus pies a través del pasillo de la parte alta de la casa, quería vomitar, era un choque de realidad, un golpe directo a la cara, el reflujo se había apoderado de su esófago, con un sabor ácido totalmente asqueroso. Se lanzó de rodillas frente al inodoro, daba fuertes arcadas tratando de sacar algo de su estómago, un raro objeto metafóricamente punzante que le hacía sangrar desde adentro de su pecho. Pero nada salía, solo aquella sensación de vacío se apoderaba de él.

— Marco, ¿estás bien? — espetó un rubio que llegó corriendo desde la planta baja —, escuché ruidos — habló preocupado, suavemente se acercó, se posicionó de cuclillas quedando junto al pecoso.

¡No lo toques! — murmuró Jean, haciéndose llega con un aura tétrica y amenazante, sus ojos eran fuego, su cabello castaño flotaba espolvoreado, crispado como un gato enojado —. Te mataré su si le tocas aunque sea una peca...

Pero, los seres abstractos son algo que alguna mentes no pueden percibir, algo que unos ojos ordinarios no pueden ver, Reiner no podía notar que detrás de él, habían unos succinos amenazantes, unas manos tratando de sacarle el corazón, tratando de ahorcarlo hasta morir.

— Parece que te sentaron mal las bebidas — supuso el fornido.

Y a todo esto, Bodt se encontraba con su cabeza clavada dentro de la taza del inodoro, temía levantar la cabeza y que notaran sus lágrimas, ya había oído los alaridos de Kirschtein, sabía que si lo veía, iba a notar esa transparencia y sus ojos flotar como un par de mágicas esferas de luz, sabía que le iba a llamar por ese nombre erróneo y despreciable.

— E-estoy bien, Reiner — habló bajito, aún no le miraba —, sólo me siento un poco mal, es todo...

— ¿Seguro que puedes quedarte aquí solo?

— Sí.

Él no está solo, yo estoy aquí; idiota — gruñó el de fanales ambarinos, lentamente se acercó por la espalda del rubio, le atravesó y se posicionó ente ambos —. Deja en paz a mi Marcus...

Ugh.., sentí un escalofrío— murmuró Braun —. Bueno no importa, sólo venía a agradecerte por lo de ayer — expresó sincero —, de no ser por ti habría metido la pata con Bertholdt.

— No hay de que — susurró Marco volteando para regalarle una sonrisa —. Ve por él y dile que lo amas.

— Si, eso haré — dijo antes de salir de allí, de verdad llevaba mucha prisa.

Rápidamente Jean se lanzó al suelo frente al moreno, le tomó de las mejillas para ver esos granos de café que tenía por ojos, aún mojados le parecían sumamente hermosos.

Mírame, cielo — masculló el de luceros de miel —. No dejes que nadie te toque, sólo yo. No dejes que nadie te bese, sólo yo..., ¿entendido?

Sí...

Ahora quédate muy quieto y cierra tus bellos ojos.

Ciegamente, el azabache apagó sus fanales de chocolate, mientras sentía los dedos del contrario jugar sobre sus pómulos, aquellas yemas traviesas exploraban cada recoveco de su rostro.

Eres poesía viva, encarnación de la pasión; cada vez que te veo mi corazón late con batiente fervor. Tus labios como dos pétalos de rosa, vuelven a mi boca anhelosa, por besarlos a cada momento hasta el fin de los tiempos.

Sin decir nada, Marco rompió en llanto, sentía que ese castaño era un hombre de verdad especial, que tenía un corazón inmenso y dulce, un corazón que necesitaba amar y se amado por igual. En cierto punto eso le dolía, precisamente por que Jean le veía como a otra persona, como a ese idiota que tuvo la suerte de estar con él, pero que luego le abandonó sin mirar atas.

No llores, amor — susurró el de fanales de azafrán, suavemente empezó a beberse esas lágrimas, estampando sus belfos contra esas mejillas estrelladas.

— J-Jean..., ¿me besas? — preguntó aún con la voz hecha un hilo.

Y Kirschtein acató sin chistar, lentamente empezó a devorar aquellos pétalos de rosa, comiéndose esas penas y dolores, barriendo con todo aquello que gritaba tristeza, haciendo que esa gotitas saladas se vuelvan pequeños caminos secos, sobre los pómulos ajenos.

¿Cuánto más podía durar esta enfermiza relación?

Aquel fin de semana fue relativamente corto, el pecoso aún no olvidaba ese hemroso mal sueño, deseaba fervientemente que fuera así, que las mejillas de Jean fueran cálidas, quería despertar antes que él y hacerle un delicioso desayuno. Pero simplemente eso no se podía, no podía traerle a la vida, no podía hacerle real; no había manera de tenerle concretamente.

— Me voy al trabajo... — musitó el de ojos cafés, llevaba unas tostadas con mantequilla en la mano derecha, y un vaso térmico repleto de té de canela en la izquierda.

Adiós, mon amour— el castaño le despidió con un hermoso gesto, le lanzó un beso desde su ubicación, parece que aquel chico estaba entendiendo que Bodt siempre regresaría.

Marco salió de su casa, caminando por las calle hasta la parada de autobuses, una vez allí, se sentó en las bancas para terminar su desayuno, decidió comer en ese lugar, porque era inquietante tener los succinos de Jean mirándole sin descanso, devoró con rapidez aquellas tostadas, bebió con euforia esa deliciosa infusión de canela, sabían tan bien; fue su primer desayuno en paz desde que se mudó a Marsella.

Llegar a su trabajo fue tarea fácil, el autobus había llegado a la hora adecuada, el tráfico no era tan pesado, ese día parecía estar encaminado a ser perfecto. Entró en el establecimiento encontrando a Bertholdt sentado sobre el mostrador, observando totalmente embobado como Braun limpiaba unas estanterías; con que así se veía una pareja real....

— Buenos días, Marco — mencionó el de ojos verdes.

— Hola Berth — respondió animado el de mejillas estrelladas —. ¿Cómo vas Reiner?

— De maravilla — habló el rubio desde lo alto de una escalera.

Las horas pasaron en el trabajo, no habían momentos taciturnos, sin embargo habían risas juegos amistosos, el ambiente de aquella tienda de antigüedades era sumamente reconfortante, a Marco le encantaba su trabajo.

— Tenemos que recoger unas cajas llenas de casetes y vinilos — anunció el más alto —, ¿puedes ir tú, Marco?

— Claro.

Después de unos minutos, Hoover volvió con una pequeña tarjeta, en donde tenía adornada una dirección. Debía ir allí, "casa O-310, Marcus D'Angelo"

Aquello le congeló la sangre dentro de las venas del pecoso, sintió una descarga de adrenalina que corrió aglutinada por sus venas.

— Marco..., ¿estás bien?

— Sí, claro.

Gracias por leer, disculpen si hay fallas ortográficas.

Los quiero mucho. Bye, bye. ❤️

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