Sept
Su sangre era hielo mientras sus fanales de chocolate leían incrédulo las letras que estaban anotadas en aqueja tarjeta.
Bertholdt le miraba algo confundido desde la distancia, le había preguntando varias veces si se sentía cómodo con ir a recoger dichas cajas, a lo que Marco respondió con que estaba realmente bien, aunque su rostro mostrara una expresión retorcida.
El pecoso abandonó el establecimiento con rumbo a donde debía ir, llevaba su maleta con la correa cruzada sobre su pecho, sus manos se movían temblorosas producto de la ansiedad que le producía la idea de estar cerca de aquel desgraciado.
No entendía por qué, pero dentro de su pecho hervía una sensación que no había conocido antes, estaba totalmente inquieto, como si los ojos de la muerte le estuvieran vigilando constantemente. Tenía demonios danzando y luchando dentro de su cabeza, gritando y pateando por salir y causar desgracias y desesperación. Lamentablemente, lo estaban logrando, aunque él creía poder hacerlos callar y desaparecer, ellos simplemente seguían ahí, a veces apagados y en otras ocasiones ardientes cuales brasas den una, hoguera.
Pese a que se había enamorado, y ese castaño era todo lo que había en su vida, él sentía que debía hacer algo más, quizás alguna venganza..., pero, sólo eran cosas que pasaban en su mente...
Él no mataría ni a una mosca.
Sacudió su cabeza de aquellos absurdos pensamientos, soltando un largo suspiro un poco después. Deseaba llegar a casa y está con Jean.
Jean era su único amigo.
Entre sus pensamientos, las calles de Marcella le llevaron hasta una casa de apariencia vetusta, con paredes pintadas de un impecable blanco, adornadas con enredaderas de apariencia artificial, puesto que eran de un brillante verde esmeralda y lucían unas pequeñas flores violetas.
No podía creer que allí podía vivir una persona tan cruel e infeliz, porque sí, él creía que aquel hombre no podía tener la conciencia tranquila.
—Bonjour, monsieur!—exclamó el pecoso mientras estrellaba sus nudillos en la puerta de madera de ébano.
Pero, no obtuvo respuesta alguna, por lo que nuevamente insistió en el llamado hasta que escuchó una voz ronca que desde dentro le hizo callar sus palabras.
—¡Ya voy!—bramó aquel desconocido—. ¡No tiene que ser tan escandaloso!
Entonces una silueta madura y algo amargada se hizo ver en el umbral de la puerta, ese era el demonio; el demonio de la tinta. Un hombre dw cabellos azabaches peinados perfectamente hacia atrás, orbes oscuras casi negras, y una piel totalmente blanquecina casi como nieve; en retrospectiva, era muy apuesto. Justo como Jean le describía en su poesía, Bodt se sintió realmente celoso.
—Vengo del anticuario...—comunicó Marco clavando su mirada de café en aquellos ojos negros. Sentía unas inmensas ganas de caerle a golpes, pero no debía sacar conclusiones tan a la ligera.
—Oh ya veo..., pasa adelante—dijo el mayor mientras le daba la espalda al pecoso.
Por dentro aquella casa era realmente desordenada, habían cientos de cosas que parecían no pertenecer a nadie, habían un par de guitarras recostadas en una esquina, libros apilados sobre una mesa. La parte interna desentonaba horriblemente con el exterior, y es que eran polos totalmente opuestos.
Era extraño hasta para él mismo.
—Estas son las cajas — indicó el anfitrión mientras se hacía llegar cargando dichos paquetes.
Rápidamente Bodt se hizo de aquella carga llevándola entre sus brazos.
—Gracias, es todo...—susurró el de mejillas estrelladas, quien hasta el momento no podía dejar de mirar los alrededores.
Todo era tan misterioso.
—¿Gustas llevarte algo más?— preguntó aquel caballero con un gentil ademán—. ¿Tienes alguna pregunta?
Preguntas miles, sin embargo, tenía algo de miedo por comprobar su hipotética idea.
—Sí señor, sólo tengo una pregunta.
—A ver soy todo oídos, muchacho—expresó con un deje de alcurnia, parecía que ese hombre era bastante excéntrico y soberbio.
Raudamente el Marco dejó aquel par de cajas sobre el suelo con una pequeña pizca de cuidado, tomó su maleta y la abrió para revisar con ímpetu cada recoveco en busca de aquello que le ponía de los nervios en algunas ocasiones; aquel pequeño cuaderno algo gastado que contenía palabras maravillosas y mágicas.
—Le démon de l'encre...—habló el de fanales terrosos mientras le mostraba al mayor la agenda de Jean-Pierre—. ¿Es suyo?
A todo esto aquel caballero estaba totalmente estupefacto observando con horror las acciones del pecoso.
—No sé de qué hablas...— musitó recuperando de a poco la compostura—. Eso no tiene nada que ver conmigo.
Y las manos de Marco picaban por estrellarse contra el rostro de aquel hombre de actitud prepotente, soltó un suspiro y miró nuevamente al mayor. Revisó entre las páginas buscando aquel indicio que había leído, eso que describía fijamente al perpetrador de la vida de aquel bello castaño.
—"Soy como un pequeño pajaro herido al pie de tu ventana..."— empezó por citar — ", tus manos son...
—¡Te he dicho que no sé de que hablas!— exclamó interrumpiendo las palabras del contrario, mientras movía las manos de manera frenética.
—Disculpen las molestias, señor— y sin más se marchó, llevándose todos demonios revueltos en su cabeza.
A pasos pausados volvió a su trabajo , dejó los paquetes en manos de Bertholdt y le comunicó que no se sentía muy bien. A lo que él más alto respondió que le había visto el semblante al salir hace un rato, y que podía tomarse el resto de la tarde libre...
—¿Cómo es París?—cuestionó Jean mientras miraba embobado la espalda pecosa de Marco.
Resulta que después de aquella tarde que el azabache había pasado, Kirschtein sabía que algo no andaba muy bien, por lo que decidió mimar al moreno.
—No recuerdo muy bien, viví allí cuando era muy pequeño....—respondió sin más, suavemente tomó asiento en el borde de la cama.
Instantáneamente las manos traviesas de aquel castaño danzaron sobre la espalda ajena, contando todos y cada uno de aquellos pequeños puntos oscuros.
—Vamos a París...—comento el de orbes ambarinos
—Claro...
—¡Marcus!—gritó Jean.
—¿Qué sucede?— cuestionó aquel hombre desde la distancia, suavemente se hizo llegar desde su posición.
Kirschtein estaba acostado en el sofá con su cabeza colgando por sobre el apoya brazos, el castaño miró hacia arriba recibiendo una vista inversa de aquel caballero.
—Desde aquí parece que caminas en el techo...— susurró riendo un poco. Su cara se estaba tornando algo roja por la posición en que estaba.
—Jean-Pierre....— le llamó a manera de regaño—. Sabes que no me gusta que estés en esa posición, es peligroso.
—Pero, así mis ideas surgen a flote.
—Patrañas— murmuró el pelinegro—. Las ideas llegan cuando menos lo esperas, no necesariamente tienes que ponerte de cabeza o voltear el mundo al revés.
—Marcus..., tú pusiste mi mundo al revés—habló Kirschtein totalmente embobado.
Suavemente se incorporó quedando de rodillas sobre el sofá, mirando aquellos ojos pardos, le tomó de las mejillas totalmente dispuesto a comerse esos labios rosas...
Pero, Marcus volteó hacia un lado mostrándole su mejilla derecha. Eso era un rechazo, un gran, gran rechazo.
—Debo irme Jean, y no sé cuándo volveré—comunicó con voz calma.
—¿¡Cuántas veces vas a irte!?—de inmediato Jean exclamó en cuestión.
—Ya hablamos de esto, tengo asuntos que atender...—habló el mayor presionando el puente de su nariz.
Asuntos y más asuntos no entendía por qué Marcus era tan misterioso, simple y sencillamente no podía entender por qué ese hombre parecía ocultarle cosas.
—¡Siempre es lo mismo!—gritó eufórico mientras se llevaba las manos a la cabeza —. Cuando pienso que por fin estarás sólo para mí, tú vas y desapareces por supuestos "asuntos"—expresó haciendo comillas aéreas en la última palabra—. ¿Cuál es el maldito problema?
—¡No quiero discutir contigo, Jean! — exclamó mientras tomaba asiento en la mesa ratona frente al sofá.
—¿¡Por qué nunca aceptas un beso o una caricia!? —cuestionó el de ojos mieles, estaba totalmente destrozado.
—¡¿Qué quieres que te diga, que tengo una familia que me espera en París?!—bramó el de cabello azabache.
—E-espera... —musitó totalmente atónito —. Marcus...., tú estás mintiendo, ¿verdad? — habló al borde del desquicio.
—No Jean, no te estoy mintiendo—reveló sin más.
Entonces aquel castaño rápidamente se levantó del sofá, caminó a paso firme hasta la cocina estaba más que dispuesto a romper todos los platos que habían allí, pero, cuando menos lo espero, estaba siendo abrazado por la espalda.
—¡Sueltame! — gritó furioso —. ¡Maldita sea que me dejes en paz!
—No lo haré —expresó neutral.
—¿Por qué de pronto te importa lo que siento?
—Porque te adoro, Jean— suavemente empezó a dejarle besos en el cuello y la nuca.
Esa clase de mimos eran la debilidad del castaño... Entre besos y caricias terminaron en la cama, amando las migajas que el otro tenía para dar, recogiendo lo pesados asilados de un envase rojo que una vez fue su corazón, desapareciendo cualquier rastro de dignidad con toxicidad en cada toque acción y palabras.
Después de esa noche, todo fue realmente confuso para Jean, todo giró a un punto crítico en que ni él mismo entendía lo que pasaba, donde veía las cosas desde otro plano.
Él había muerto a manos de ese hombre, él murió de amor...
Gracias por leer, disculpen si hay una que otra falla ortográfica.
Los quiero mucho ❤️
Tomen awita.
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