Especial 3: Nace mi estrella

Ursa

Cuando supe que tenía a una criatura en mi interior, había sido mágico. Tenía casi cuatro semanas. Fui extrañamente feliz. Un sentimiento que vino por sí solo, para luego ser seguido por mucho miedo.

Miedo porque había estado en peligro. Luego, miedo porque no sabía qué más iba a pasar.

¿iría bien? ¿Qué había que hacer? No tenía ni idea. No sabía si Citrina iba a poder explicarme.

Cuando pudimos volver al departamento, Max se detuvo a mirarme, palpó mi vientre, aunque no hubiera cambios, y suspiró. Luego me abrazó y acarició mi cabello, apretándome contra su cuerpo.

Él había tenido mucha paciencia conmigo. Desde que había empezado a quedarme con él. Siempre iba a recordar cuando llegó de su primer día como Mayor general y yo había estado todo el día, distraída haciendo brazaletes.

Mi madre y Citrina siempre me dijeron que iba a tener que "atender" a mi compañero, si él no podía por estar cumpliendo alguna función en el pueblo. Yo había rodado los ojos, pero esto era diferente.

Ya casi iba a ser la hora en la que me dijo que volvería. Revisé el teléfono y tenía su mensaje de que ya estaba en camino. Oh, y más una carita extraña con un corazón al lado.

Cuando llegó, lo recibí con un beso. Lo había echado de menos como siempre, además, darle besos era de mis actividades favoritas. Abrazarlo y sentir su aroma, su cuerpo. Recordar cómo se sentían sus labios, entre los míos, o cuando recorrían mi piel, incluso su lengua cuando...

Reaccioné, sonriendo, y me aparté. Lo hice sentarse a la mesa y le puse un plato con arroz y un huevo frito.

Él quedó mirando y yo crucé los brazos.

—Lo siento —dije, sin embargo—. Olvidé que probablemente vienes agotado. Me perdí en el tiempo...

—Bah, tranquila. No esperaba que cocinaras la cena. —Arqueó una ceja, sonriente—. Aunque... —Jaló el plato más cerca—. No hay nada más rico para el alma que el arroz con su huevito frito, créeme.

Sonreí ampliamente.

—Eh, pero... Si no esperabas que cocinara, entones...

—Ahí tengo esa caja que viene con los ingredientes todo listo para hacer. Pensaba preparar eso.

Recordé la caja rara que había llegado congelada.

—Oh.

Él dio una breve risa y me invitó a acompañarle, así que también comí mi arroz con huevo mientras conversábamos sobre el día y, sí, a veces eso era lo único que el alma necesitaba para ser feliz.

Me alegraba que las cosas no cambiaron cuando supimos lo del bebé en camino. Él seguía dándome todo su amor, y yo a él. Aunque extrañaba algunas comidas.

Por recomendación, no podía comer ni beber ciertos alimentos. Sobre todo, alcohol. Aunque con ese no tenía reclamos.

La primera vez que lo probé, no me pareció mal.

—Este es un Moscato con fresa. —Max presentó la botella a nuestros amigos. El líquido translúcido tenía un atractivo color entre rojo y rosa—. Ya que es el día de la uva en el pueblo.

—Excusas —se burló Jorge.

—Además, estos gatos ya cumplieron veintiuno —nos señaló a mí y a Sirio.

—Max —reprochó Marien.

Oh, pero ella fue de los primeros en poner su vaso cerca para que le sirviera. Lo probó y arqueó las cejas. Así que no tardé en querer probar también.

Era suave al gusto, dulce, y sabía muy bien. Ese fue el problema. Me había agradado tanto, que, mientras todos estaban distraídos, yo también, distraídamente, me serví más vasos, tomando de a poco mientras conversaba y reía.

Empecé a abanicarme porque de repente hacía mucho calor. Me miré en el espejo de la sala y mis mejillas estaban rojas. Por algún motivo, eso se me hizo gracioso.

—Uf —dije, echándome aire con la mano—. Hace calor aquí.

Los demás conversaban, había música. El ritmo era bueno y era una de las de mi lista de canciones.

Empecé a moverme al ritmo y fui al centro a girar y reír.

—¿Ursa?

Al escuchar a mi chico, fui a él.

—Baila conmigo.

—Eh... —Volteó a ver la botella casi vacía—. Ay no.

Reí y tiré de él. Suspiré al tenerlo tan junto a mí. Mordí mi labio inferior, recordando la noche anterior. Lo había visto venir sin nada encima, luego de salir de la ducha.

—Sabes que me encanta que te tengas tanta confianza como para seducirme desnudo... —Me puso un dedo sobre los labios y lo aparté, riendo—. ¿Qué? ¿Ahora sí te da vergüenza?

—Ursa. Bebiste mucho —dijo sonriente, aunque con las mejillas algo rojas por lo que dije—. Nos están escuchando.

Pero escuché a Jorge hablar más alto cuando yo había empezado a decir mis cosas. Fruncí el ceño con extrañeza.

—Oh. Bueno. —Me encogí de hombros y puse los brazos alrededor de su cuello para bailar lento.

Max suspiró.

—No vuelvo a darle alcohol a un gato.

—¿Vuelves?

Sentí sus caricias por mi espalda.

—Hace un tiempo le hice tomar a Ácrux. Ya sabes, el que está con Rosy.

—Oh. La que se metió con Pradera.

Max rio al ver mi cambio de expresión.

—Heeey. Ahora ella es feliz. ¿Tú no eres feliz?

Asentí entusiasmada y lo besé.

—Lección aprendida —susurró y volvió a besarme.

—¿Está mejor? —preguntó Jorge. Estaba a nuestro lado.

—Sí. Solo tomó un poquito demás.

—Solo Sirio no ha tomado mucho.

Lo miramos y él sonrió con culpa.

—Es que recuerdo que Orión se ponía raro cada que era el día de la uva y bebía esto.

Luego de eso, era confuso, aunque sí recordaba. Recordaba haber seguido así un rato hasta que Max me guio al sofá y me quedé abrazada a él, sintiéndome muy relajada de pronto.

Luego desperté ya en cama con él. Me había cambiado de ropa a un pijama cómodo y se había dormido así conmigo. Fue una de las pocas veces que me dolió la cabeza en toda mi vida.


Siempre, recordar esos buenos momentos despejaba mi mente si empezaba a tener dudas, pero, como ahora se trataba de otra vida, necesitaba más.

Cuando fui a ver a Citrina, pocos días después de asegurarme de que Max ya estaba mejor luego de lo que pasó con su padre, y decirle sobre mi estado, me hizo pasar a su sala privada en donde daba charlas a las jóvenes.

—Felicidades —dijo, girando a verme y tomando mis manos entre las suyas. Su piel se sentía un poco como papel, pero eran cálidas—. Mi niña. ¿Es de ese chico humano? —Casi no podía ocultar su sonrisa. Parecía que a muchos les iba a complacer saber que venía más descendencia—. Creímos que no era posible.

—¿Creen que pueden saber si está bien?

Aunque ya tenía cita en el hospital de humanos. Ni siquiera me habían preguntado. Al saber de mi estado, me habían registrado y habían programado una serie de citas para hacerle "seguimiento".

Al parecer, para los humanos era un asunto demasiado importante o algo así. No era difícil concebir a un bebé. De hecho... era de lo más placentero...

No. Debía enfocarme.

—Sí. Hablaré con las matronas, pero, mientras tanto, debo decirte las reglas.

—¿Reglas? —Había olvidado que en mi pueblo había reglas para casi todo. Era obvio que las habría para esto.

—Primero, lo más importante. Cuando tu vientre empiece a ser notorio, no puedes salir.

—¿Qué? ¿Por qué? —Era por eso que nunca había visto a alguna del pueblo en ese estado. Desaparecían un tiempo. ¿Era porque el vientre crecía? Tenía muchas preguntas—. Si no salgo ni a cazar, me voy a estresar.

—Es que los jóvenes del pueblo no están listos para saber esto. Eso debes haberlo deducido.

—Sí, pero...

—Tu compañero debería hacerse cargo de todo mientras tanto. Son entre siete y ocho meses para nosotros, pero, siendo un posible híbrido... —Negó—. Eso ya lo dirán las matronas. Primero enfocarnos en eso.


Cuando le dije a Max que no iba a poder salir, se rio, pero al ver que yo no lo hacía, frunció el ceño.

—Entonces vamos a instalarnos en la ciudad —sugirió—. No quiero que te me enfurruñes estresada en casa.

Y reí yo.


***

—Ah, sí. Van a ser entre siete u ocho meses —dijo la anciana matrona—. Con la humana pasó así, a pesar de que su hijo es un mestizo. No duró los nueve meses humanos. —Se refería a Marien—. Por ahora, aunque pegue el oído, no podré escuchar nada. Voy a necesitar verte luego.


Sin embargo, cuando fui con los humanos, ellos y sus máquinas raras, hicieron realidad lo impensable.

Cuando pude ver a mi bebé, quedé con los labios entreabiertos, mi corazón se disparó. Max, que estaba conmigo, apretó mi mano y pronto sus labios dejaron un beso en mi mejilla, haciéndome reaccionar.

Lo miré, sin contener mi amplia sonrisa, y él estaba igual. Me dio un beso más, esta vez en los labios, y volvimos a ver a la pantalla.

—¿Está sano? —fue lo primero que quise saber.

—Pues sí —dijo la doctora—. Aunque ahora no se puede saber con certeza, he visto muchos bebés, créeme, y puedo asegurar que, por ahora, todo va bien.

Eso me alivió, pero no del todo.

Cuando salimos, Max me rodeó en brazos, dándome más besos. Sonreí. A él no lo dejaban pasar las matronas en el pueblo, pero aquí los humanos no tenían problemas, incluso lo preferían así.

—Me alegra que estuvieras.

—Por supuesto.

Casi lo había cargado las ancianas cuando él quiso colarse a verme cuando hablé con la matrona.

—Estaba preocupada porque... —Apreté los labios—. Pregunté qué pasaba si había un problema con el bebé.

—¿...Y?

—Dijo que, cuando un bebé tiene un problema, si es incapaz de desarrollarse con normalidad... ellos... —Tragué saliva con dificultad—. Lo matarían.

Me soltó, por lo pasmado que había quedado.

—¿Qué?

—Dijo que no pasaba, que recordaba que su tutora contó que le pasó cuando era joven. Que el noventa y nueve por ciento de los evolucionados nacen perfectos, pero... Siempre hay ese miedo.

—¿Por qué matarlos? —Seguía sorprendido.

—Porque dicen que, si no va a servir al pueblo y más bien ser una "carga" para los padres, no sirve. Que es mejor acabar con una existencia miserable.

Respiró hondo y bajó la vista unos instantes.

—Okey. Vas a dar a luz aquí. Y tranquila. Todo va a estar bien.

—¿Lo crees?

—Bah, por supuesto. Ahora vamos a que comas, ya no hay que pensar en cosas feas.

Asentí.

Fuimos paseando por las calles concurridas de la ciudad, tomados de la mano. Me distraía viendo los coloridos afiches. Ellos sabían cómo llamar la atención, aunque no me provocara comprar todo, como se decía que les pasaba a algunas personas.

Vi que muchos carteles repetían al mismo tipo musculoso.

—¿Por qué les gusta tanto ese? —quise saber.

Max resopló.

—Es un actor conocido. Supongo que, si lo ponen, venden más.

—¿Lo veneran por no parecer otro humano genérico?

Soltó una carcajada.

—Vaya. ¿No te parece un humano genérico? ¿Y yo? ¿Te parecí un humano genérico?

Sonreí.

—Uhmmm...

—Heeeeyyy. —Me rodeó y besó.

Reí entre dientes.

—No.

—¿Lo dices para contentarme?

—No. —Jugué con el botón de su camisa.

Arqueó una ceja.

—Okey. Vamos a comer y luego a casa a que sigas jugando con estos —señaló el resto de los botones.


Y así, entre consultas con la matrona y la doctora del hospital humano, empecé a sufrir cambios. Mi cuerpo estaba raro. Antojos sin sentido, cambios de humor. Sobre todo, eso, al menos por un tiempo.

Al principio, me puse contenta cuando supe que no iba a tener el odioso periodo en lo que durara todo, pero luego, cuando los malestares aparecieron, me preocupé.

Cuando quise darme cuenta, mi vientre estaba más grande. El terror me invadió de repente al verme en el espejo. El espejo, mi eterno enemigo. Nuestra relación mejoró un tiempo, pero ahora con esa panza, se había vuelto una pesadilla.

¿Y si crecía más? ¿Cuánto más iba a crecer?

El nudo en mi garganta se hizo insoportable. Miré a mis costados y, angustiada, fui a nuestra habitación para echarme de costado en la cama y ahogar mi malestar. Me puse a revisar el teléfono y solo fue para peor.

Cuando Max volvió, me encontró con lágrimas en los ojos. Me las limpié enseguida, pero él ya estaba preocupado.

—¿Qué pasa? Tranquila, por favor. —Acarició mis mejillas.

Yo no lloraba casi, pero últimamente había estado así. El solo pensar en que tal vez iba a quedarme así de mal, que iba a estar triste o enojada el resto de mi vida, me hizo sentir más angustia.

—No sabía que tenían tanta información en internet —dije con la voz entrecortada—. Decía que, si la madre había sufrido algún desmayo o falta de oxígeno o algo, el bebé...

Suspiró.

—Debí poner control parental —susurró.

—¿Qué? ¿Me estás oyendo?

—Sí. —Tomó mi rostro en sus manos—. Ya te han asegurado que todo va a estar bien. Tranquila.

—Mi vientre está enorme —seguí—. ¿Y si me quedo así? Mis senos están creciendo también y...

Él se quedó mirándolos como lo hacía cuando estábamos en intimidad.

—Mmmm. Sí, lo he notado.

—¡Max!

Rio.

—Tranquila. —Me acarició y me dio un beso—. ¿Has visto el cuerpo de Marien?

Fruncí el ceño, cruzando los brazos.

—No. ¿Tú?

Rodó los ojos, sonriente, y negó.

—Me refiero a que ya no tiene panza, y ella ya tiene a Leo.

Eso me hizo reaccionar.

—Ah... —Era cierto. ¿Cómo no me acordé de eso?—. También los gemelos tuvieron a sus hijos. Sus compañeras, ahora que lo recuerdo, las he visto igual que antes.

Mi mente había estado dispuesta a hundirme sin razón.

—Mi chica lista y celosa —dijo entre risas y volvió a besarme, esta vez un poco más intenso—. Todo va a estar bien. Ya casi viene. Estoy demasiado ansioso por conocerlo.

Sonreí sintiéndome más aliviada.

—Sí. Yo también.


Por supuesto que fui a ver a Marien. Max me dejó con ella porque en el pueblo no querían que nadie viera mi panza. Ella me tranquilizó.

Me ayudaba a hacer algunos brazaletes. Estábamos en su mesa y de la cocina venía el aroma de leche con cacao en polvo. Leo estaba por ahí, jugando. Armaba algunos rompecabezas.

Sin duda era ella una gran mamá. Quería aprender.

—Te va a nacer por instinto cuando tengas a tu pequeño —aseguró.

—Pero soy evolucionada. Mi madre no me trató como veo que tú tratas a tu hijo. ¿Y si soy así también?

—La madre de Sirio lo cuidó bien. Es evolucionada. —Sonrió—. Tranquila, quizá sus normas hicieron que tu mamá no mostrara mucho cuando fuiste creciendo, pero estoy segura de que te cuidó con mucho amor de bebé.

Me sentí más tranquila. Iba a ir a visitar a mis padres también.

—Deberíamos salir —comenté—. Tú, tu amiga, Tania y yo.

Hizo una mueca cuando mencioné a Tania.

—Eh, quizá.

—¿Por qué no te agrada? —Ya sabía que algo había.

Tania también se había referido de forma extraña a ella y a su amiga Rosy.

—No es que no me agrade, simplemente —encogió los hombros—. Bueno. Es que no sabía respetar ciertas cosas, pero supongo que ya no es para tanto.

—Es buena. Y está con tu amigo. Van a tener que verse de forma regular. Deberíamos salir.

Marien suspiró y sonrió.

—Sí.

Me sentía como Max, queriendo que todos se llevaran bien.

El tiempo siguió pasando. Hacía ejercicios que las mujeres humanas recomendaban. Max puso unas clases virtuales en el televisor y yo los ponía a diario para hacer. Supuestamente ayudaba para cuando llegara el momento.


Cuando salimos, fue en la ciudad. Decidimos primero hacerlo en grupo y ya luego seríamos solo nosotras.

Me gustaba caminar, aunque fuera un poco más lenta que antes. Hacía tiempo que no veía mis pies si miraba hacia abajo. Me habían salido unas cuantas pecas tenues por los pómulos, además. La matrona dijo que iban a desaparecer, la doctora humana decía que no lo hacían en las humanas. Habría que ver. No me molestaban, así que no importaba.

—No puede haber ángeles como se los imaginan los humanos, así con alas en la espalda —iba contando Jorge—, porque nuestros esqueletos no tienen dos extremidades más. Tooodos los vertebrados tenemos el mismo esqueleto base. Todos tienen los mismos huesos, incluso las ballenas, sus aletas tienen todos los huesos que tenemos nosotros en los brazos.

—Okey, okey —dijo Max—. Lo que yo digo es que los humanos alucinan más con aliens pulpo que con ángeles.

Reí. Sus conversaciones siempre eran raras e hilarantes. Me hacían disfrutar.

—Los murciélagos y las aves usan sus brazos como alas. Huesos y falanges alargadas. —siguió Jorge—. ¿Ves? Mismo esqueleto. Todo indica que venimos de un mismo ancestro vertebrado. Incluso los evolucionados.

Marcos los miraba, intrigado.

—¿Y qué me dices de los peces? Sabelotodo.

—Sus huesos no son como los de los vertebrados. Vienen de otro lado.

Se quedaron mirando, cruzados de brazos. Tania rió y le palmeó la espalda a su compañero. Sirio comentaba algo sobre eso a Marien...

Cuando un dolor agudo en el vientre me hizo poner una mano sobre este y encogerme un poco como acto reflejo. Max, que me tenía del brazo, se dio cuenta enseguida.

—¿Estás bien?

Empecé a respirar con dificultad por el miedo. Marien se acercó y miró a Max.

—Es hora.


El camino al hospital estaba borroso en mi mente. Las contracciones habían empezado a ser más seguidas. Max y su hermano me llevaron en la camioneta y me ayudaron a bajar. Los del hospital salieron enseguida y así de pronto, terminé en una camilla rodeada de gente.

Max se quedó a mi lado. En el pueblo, él también iba a poder estar presente, pero ya estaba aquí, y, la verdad, lo prefería todo así.

Recordaba las órdenes que daba la doctora, el personal yendo de un lado a otro, yo sufriendo como nunca lo había hecho, sintiendo el agudo dolor en mis caderas.

Me quejé, con lágrimas en los ojos, apretando los puños.

—Tranquila, tranquila mi amor —pidió Max.

Acariciaba mi cabello y me di cuenta de que le estaba apretando una de sus manos.

Lo solté.

—¡Lo siento!

—Está bien, tranquila. —Aunque sacudió su mano porque seguramente sí le había dolido—. Recuerda lo que te dijo Marien. Déjalo ser.

Asentí de prisa. Me concentré en eso. Yo era fuerte. Cacé, peleé, aguanté heridas, golpes de algún animal. La matrona me había dicho que nuestros cuerpos estaban hechos para esto. Iba a pasar.

Así, ayudándome con los ejercicios de respiración, pude concentrarme y retomar fuerza para sacar al bebé. Dejé de lado el hecho de no estar muy cómoda con medio mundo mirándome ahí, a la espera de que el bebé saliera, y empujé. Incluso gruñí un poco, pero empezó a funcionar.

Mientras más pronto, mejor.


El llanto de un bebé rompió en el ambiente y pude respirar. Quedé jadeando, pero satisfecha.

—Esa es mi chica —susurró Max, y besó mi frente.

Vi que limpiaban a mi bebé y yo ya no aguantaba las ansias. Lo pusieron de prisa sobre mi pecho y sonreí, sosteniéndolo contra mí con una mano, sintiendo su pequeñito cuerpo, su calor.

Reí entre dientes, extrañamente sintiendo lágrimas en los ojos. Me limpié una y Max se adelantó a limpiar la otra.

—Es perfecto. ¿Ves?

—Sí —dije con la voz quebrada.

—Es hermoso. Nuestro hermoso hijo...

El bebé me olfateaba suavemente. Cerré los ojos, sonriendo, ahogándome en felicidad.


Para la noche, yo descansaba, aunque no dormía. Miraba a Max andar de un lado a otro, despacio, meciendo al bebé en sus brazos.

—¿Quién es mi gatito? —le susurraba y le tocaba la nariz—. Eres mi campeón... —Besó su frentecita.

Quizá no había visto algo más tierno que eso en mi vida. Max a veces no quería admitir que también era adorable, no solo gracioso.

Sonreí y cerré los ojos, respirando hondo. Palpé mi vientre. La doctora dijo que ya iba a volver a la normalidad muy, muy pronto. Moría por poder agacharme, hacer ejercicio de forma normal, dormir boca abajo. Ver mis pies incluso.

Me acaricié el vientre. Estaba agotada, así que, sin darme cuenta, me dormí finalmente.


Cuando volvimos a casa con nuestro Alioth, supe que una nueva etapa de mi vida había empezado. Para mi alivio, Max pudo tomar unos meses de descanso. No sabía que los humanos también les daban descanso a los hombres. En el pueblo no era así.

De hecho, sabía que algunas mujeres eran "cuidadoras", mientras los padres volvían a sus labores para el pueblo. Cuando el bebé empezaba a desarrollarse, que era al poco tiempo, los empezaban a llevar a los lugares de labor de los padres para que empezaran a familiarizarse.

Era por eso que yo adoraba el bosque y siempre lo vería como parte de mi hogar. Formaba parte de mis primeras memorias.

Mis padres vinieron a conocer a Alioth y enseguida los vi encantados. Lo mimaron también y dijeron que eso lo habían tenido que hacer poco conmigo, que más bien la abuela me dio sus mimos antes de irse con las estrellas.

Me alegré de que mi Alioth iba a crecer con todo el amor y mimos, no solo de los abuelos, sino también de nosotros sus padres. Lo adoraba con todo mi ser. Y él y Max, eran mis tesoros. Me sentí como una leona, muy protectora.

Max, entre besos, la noche anterior, me había dicho que éramos sus tesoros, que no nos iba a fallar, que no iba a dejar que "los genes malévolos" tomaran control.

Reí. Sabía que ya a esas alturas lo decía más de broma, para hacerme reír, porque él sabía que definitivamente no era como su padre.

—Sabes que bromeo. —Me dio otro beso—. Te amo.

Nuestro Alioth se había dormido en medio de los dos, prácticamente. Yo lo tenía contra mi cuerpo y Max estaba a mi lado, con su brazo suavemente sobre ambos.

Así, juntos, era perfecto.


***

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