Capítulo 9: Podemos ser amigos
Max
—Okey —dije luego de cerrar mi camioneta. Había dejado la chaqueta y la caja reluciente de la consola de juegos. Ya el evento había acabado y la gente se estaba yendo—. ¿Hay algo a lo que quieran jugar antes de irnos también?
Los gemelos señalaron hacia la montaña rusa y arqueé una ceja. Estos gatos iban con todo.
Cuando estuvimos ya en el lugar, Ursa se cruzó de brazos.
—No, gracias. Me quedo aquí.
—Pero, Ursaaa —reclamó uno con decepción.
—Ustedes pueden ir. Yo me quedo acompañándola —les alenté.
Ambos sonrieron y se fueron a la fila. Noté que Ursa bajó los brazos y cubrió su brazalete.
—Deberías intentar venderlos aquí —comenté, señalándolo fugazmente—. Yo podría ayudarte.
—¿Venderlos?
—Sí, si es que gustas. Verás, tengo la buena o mala costumbre, depende de cómo lo veas, de buscar formas de ganar algún dinero extra. —Me rasqué la nuca con algo de vergüenza.
—No había pensado en eso. Ya sabes, porque ustedes no nos quieren cerca.
—No es eso.
Como la gente empezaba a venir, alguien le dio un leve empujón, aunque ella, estable como un roble, solo volteó a ver con enojo.
—Uy, no vayas a gruñir de nuevo ¿eh? —bromeé. Tomé su mano y la puse en mi brazo, haciendo duro el bíceps para que de paso lo notara—. Así no te me pierdes de nuevo.
Ella fruncía el ceño levemente, palpando mi músculo. Los lentes de sol no me dejaban leer mejor su expresión, y entonces reaccioné.
¡Les iban a hacer quitar los lentes de sol a los gemelos!
Le toqué la mano a Ursa, que la tenía todavía sobre mi brazo, dándole a entender que me diera un momento, y avancé hacia la fila, en donde ya estaban mirando a los gemelos. Algunas personas se alejaban.
—¿Qué sucede? —me interpuse enseguida.
—¿Tienen los lentes de contacto prohibidos, o son evolucionados? —preguntó el tipo que controlaba el juego.
Sí recordaba que algunas personas conseguían lentes de contacto que simulaban los ojos de los evolucionados. Aunque era difícil que hubiera unos tan precisos, sobre todo porque el iris de ellos era bastante más grande que el nuestro.
—¿Qué edad tienen? —les pregunté a los chicos.
—Cumplimos diecinueve hace poco —respondió uno.
—¿Crees que estos críos inocentes hubieran atacado? —me burlé del sujeto—. Aunque entiendo. Míralos. Son malévolos.
Pero ellos solo miraban con sus enormes ojos, sin parpadear.
—¿Tú los trajiste?
Si alguien decidía reportarlos, iba a estar en problemas. Puse la cara más seria que pude, la que asustaba a mis hombres.
—Soy capitán en Seguridad Nacional —hablé a los demás—. Ya hemos visto que los evolucionados son como nosotros. Entiendo que algunos los odien, créanme, lo entiendo bien, yo también he estado ahí, pero en ambos bandos hay buenos y hay malos. Como humanidad, nuestras manos no están limpias. Estos son solo dos niños queriendo jugar, y les aseguro que no van a ser los últimos en querer conocernos también. Hay que aprender a aceptarnos.
—Es el que salió en la TV —dijo alguien.
Luego de que Orión quiso vengarse y no le salió el plan, unos reporteros me hicieron preguntas, por eso había salido en las noticias diciendo que no todos los evolucionados eran peligrosos, y que muchos estaban siendo controlados.
Algunas personas se les acercaron a los chicos. Ellos saludaron con leves sonrisas. Me di cuenta de que Ursa estaba cerca y además también la estaban mirando, sobre todo los dos tipos que quisieron molestarla antes.
—Esto es genial, hermano —dijo el que manejaba el juego.
—Sí. Pon a andar esta cosa, ya tengo que llevarlos a guardar —bromeé palmeándole el hombro y yendo al lado de Ursa.
Le clavé mi mirada a los sujetos cuando llegué a ella, dejando en claro que la acompañaba y sabía de sus intenciones. Yo no era alguien con quien quisieran pelear. Tenía experiencia en eso desde la escuela. Quizá mis habilidades no superaban a las de un evolucionado, pero yo era el humano al que otros humanos difícilmente superaban.
Se alejaron, así que la vi a ella, cambiando de expresión a una más amigable, y ella sonrió muy apenas. Vaya que eran duros para sonreír o reír.
—Así que, capitán.
Ah, me encantó cómo sonó eso viniendo de ella.
—Lo soy. ¿No me crees? —Tomé la medalla de mi collar militar en donde estaba mi nombre y el rango, y la moví tentativamente.
—¿Eres como el jefe de los guerreros humanos o algo así?
—Neh. Algo así. —Me encogí de hombros.
Mantenía esa muy leve sonrisa, quizá no lo era, quizá era solo su rostro natural y relajado, sin ceños fruncidos o labios tensos. Sus felinos ojos me recorrieron por un fugaz segundo, para luego voltear hacia el juego y ahogar una muy corta risa al ver a los gemelos gritando en la caída de la montaña rusa.
Por un segundo, sentí que yo era el que caía.
Sacudí la cabeza y también volteé a ver cómo los pobres chicos se debatían entre demostrar que se divertían o que estaban aterrados.
***
—Oye —le dije a mi hermano por teléfono—. ¡Agárrate de tu calzón porque te tengo una noticia!
—¿Qué? Okey, okey —rió.
—¿Ya estás bien agarrado?
—Sí, sí, sí.
—¿Bien, bien, pero bien? Okey. ¡A que no sabes quién consiguió la Play quince!
—¡Nooo!
—¡Sííí! —Noté que Ursa me miraba extrañada y me aclaré la garganta, frunciendo el ceño—. Sí, este... Estamos yendo para allá, para instalarla y darle una probadita, así que quiero que limpies ese baño.
—¡¿Qué?! Ni siquiera me toca esta semana hacerlo.
—¡Ya sé, pero...! —Volví a ver a Ursa—. Oye. Puede que nos estén escuchando. Solo hazlo. Por favor.
—Espera. ¿Qué pasó con la regla de no mujeres en el depa?
Miré de reojo a la gata.
—Ya sabes que no es para eso. Y bota ese sofá —cambié de tema—. Lleva siglos con nosotros y lo detesto.
—¡¿Qué?! ¡¿Y dónde...?!
Colgué.
***
Cuando llegamos, encontré el sofá todavía en el departamento. Sí había sido limpiado con el pasar se los años, pero si los gatos estos tenían tan buen olfato, no me iba a extrañar si olían la sopa que alguna vez regué por ahí, o la leche, o la gaseosa, o los chips, o...
—¿Dónde pensabas sentarte? —se excusó Jorge al leer mi mirada.
—¡En el piso! —dije como si no fuera obvio.
Al menos el baño sí estaba limpio.
Instalamos la consola rápido, no era algo que tardase y, con emoción, puse el juego de las carreras que tenía de la anterior consola que tuvimos que vender.
Les enseñé a los gemelos y aprendieron de forma rápida. Ursa, sin embargo, se frustraba, aunque no lo demostrara tanto, cuando quedaba última de últimos.
Lo sabía porque apretaba la mandíbula y daba un respiro hondo.
Llegó al punto en el que los gemelos dejaron de jugar solo para alentarla a que me ganara.
—Vamos, Ursa. Es fácil —la alentó uno de ellos—. Si los humanos lo hacen, nosotros también podemos.
—¿Ya admites que no puedes contra mí? —la tenté arqueando las cejas de forma juguetona.
Ella volvió a respirar hondo. Estaba furiosa.
—Esto no significa nada. Si gano o no, no importa. Es un juego.
Sonreí y empezamos una nueva partida.
Ella se inclinó parcialmente hacia adelante, daba curvas cerradas y agarraba objetos que me los lanzaba. Reclamé y los gemelos se empezaban a emocionar.
En la recta final, todo se volvió gritillos de ellos, una mezcla de ¡acelera, acelera! ¡Correeee! Y ¡Ya, ya, ya!
Ursa me pasó al final, aunque en parte porque me distraje con la desesperación de los tres y eso me desvió, pero solo eso bastó.
Quedé con la boca abierta y Ursa ahogó un grito.
—¡Sí! —Me dio un golpe por el brazo y me quejé—. ¡Te lo dije! ¡Sí!
Se puso a celebrar con los gemelos y no pude más que negar con una sonrisa.
***
—¿Y bien? ¿Quedamos en que mi mundo fue mejor? —les dije a los gemelos.
Los había dejado en donde los recogí temprano, y ellos ya habían bajado de Patricia.
—Eso no. No creas que te libras. Igual te vamos a enseñar parte de nuestro mundo.
Reí.
—Mucho te ríes —comentó Ursa.
Me llevé una mano al pecho.
—Ayyy, perdón que mi felicidad la moleste, su eminencia.
Ella sonrió a labios cerrados y negó.
—No es eso.
—Y no intento librarme de ustedes. Solo para aclarar. Lleven esa tablet que les di. Así nos podemos comunicar.
Rigel sonrió y la tomó del asiento.
—Gracias.
Ambos se despidieron con una leve inclinación de la cabeza. Deneb le dio una mirada a Ursa, que seguía a mi lado, y ella hizo un leve movimiento indicando que siguieran.
Arqueé una ceja a la espera. Ella volteó a verme, manteniendo sus grandes ojos en mí, reflejando apenas la luz de los astros, como los ojos de un gato.
—Está bien, humano.
—¿Está bien qué?
—Podemos ser amigos si eso es lo que quieres.
Sonreí ampliamente.
—Oh, vaya. Me honra, mi doncella.
—Sin burlas.
—No me burlo.
—Para nosotros, los amigos son gente muy cercana y nos cuidamos. Los gemelos son como mis hermanos. Los cuido, al menos hasta que se unan a sus compañeras eternas.
—¿Hasta eso?
—Sí, probablemente este año, que ellas acaben la escuela. Ya cumplieron dieciocho.
—¿Qué? Pero si son unos niños. —Eso me había tomado por sorpresa, aunque ya iba enterándome que se casaban jóvenes, pero no tenía idea de qué tanto.
—La mayoría de nosotros tiene pactada una unión desde jóvenes. Es lo que hay que hacer. Es lo que le da fuerza a nuestra sociedad, el buen trabajo en equipo. Nosotros sabemos que le vamos a pertenecer a alguien en un futuro, así que lo esperamos.
Asentí y respiré hondo, volviendo a mirar esos ojos grandes.
—Respeto y entiendo todo. Tranquila.
Me mantuvo la mirada un par de segundos más y volvió a ver al frente, bajando a sus manos, tocando su brazalete.
—Y gracias por hacerme sentir mejor acerca de esto. Sería interesante ver si a los humanos les gusta.
—A mí me gusta. —Recordé algo y reaccioné, tomando el objeto del contenedor de en medio—. Esto es para ti.
Era un peluche. Habían sobrado algunos puntos luego de canjear la consola. Ella lo recibió, mirándolo confundida.
—¿Qué es?
—Eh... ¿Un oso? —Hice una mueca porque era obvio—. Es un oso polar, como Ursa.
El animal ya no existía, pero nos gustaba recordarlo.
—Así no son los osos. Este tiene cara tierna.
Resoplé.
—Bueno. Es que los humanos suelen imaginar a los animales más lindos. —Y ni hablar de lo que escribían los furros sobre los evolucionados.
Apretó los labios, no supe si para no reír por eso, o porque quería ocultar una sonrisa.
—En fin. —Retomó su seriedad y me clavó la vista de nuevo—. Si rompes nuestra confianza, te romperé a ti —afirmó con tal frialdad, que me pasó corriente por la espalda.
—Me parece bien —dije con una sonrisa de seguridad.
No era la primera vez que me amenazaban de muerte. De hecho, Sirio dijo algo similar al darse cuenta de mi fugaz interés por Marien. Aunque yo solo quería molestarlo en broma, preguntando si ella saldría con un humano, él pareció molestarse en serio. Estos gatos eran unos tóxicos intensos.
Ursa asintió, al parecer complacida por mi actitud ante su amenaza. Quizá era su cultura.
—Buenas noches.
Abrió la puerta, pero la detuve tomando su mano. La atraje a mí y besé su dorso.
—Buenas noches, muñeca.
Ella retiró su mano y golpeó la mía, haciéndome reír.
—¡No toques!
—¿Por qué la agresividad? —seguí riendo—. Mira, no le voy al sado, pero a ti te perdono todo.
—Ugh. No sé ni qué estoy haciendo —murmuró y se fue, cerrando la puerta.
Me revisé y noté el leve enrojecimiento a causa del roce con sus uñas en punta. La gatita rasguñaba. Seguí riendo y suspiré.
Negué y arranqué el motor.
Al llegar al departamento de nuevo, ya era bastante tarde. Vi al gatito del señor de la tienda del primer piso sentado cerca de la entrada.
—Hey, amigo. Ve a casa, te vayan a robar o algo.
Se acercó levantando la cola, y yo entendía que eso significaba que estaba feliz o que estaba en modo amistoso. Ronroneó y se sobó por mi pierna.
—Sí, sí. Hola para ti también. —Se dejó caer, dejando su panza a mi vista—. Aw. —Me incliné para tocarlo—. Ustedes los gatos no son tan malos, ¿eh? —Sin embargo, al segundo, me mordió y se fue.
Ahogué un quejido y sacudí la mano. Escuché una risa. Era el dueño.
—Caíste en su trampa —se burló.
—Sí. Ya lo noté. —Me sobé mi mano doblemente herida—. Buenas noches. —Fui hacia las escaleras.
Estaba cayendo en todas las trampas.
***
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