Capítulo 6: Hay que seguir

Ursa

Cuando encontramos a Sirio, el alivio me recorrió, finalmente, pero fuimos atacados de nuevo antes de entrar a buscarlo al lugar. Columbus y Tornado, segundo y tercero al mando luego de Orión. Guerreros sanguinarios y salvajes.

Yo gruñía, aunque no sonara tan amenazante como los hombres evolucionados, tenía lo mío. Le di un golpe a Columbus, que me había atrapado, Tornado fue hacia los humanos y Rigel fue a detenerlo. Deneb y yo quedamos con el otro, pero por distraída, terminé en el suelo de un fuerte golpe.

El dolor se disparó en mi pómulo y no pude evitar quejarme poniendo las manos contra la tierra para levantarme. Me escurrí y me puse de pie antes de que se me lanzara, pero el golpe en la cabeza me había desorientado, así que logró agarrarme y me mordió por el brazo.

El dolor lo convertí en más furia. Deneb logró hacer que me soltara, así que aproveché para patear también y cortarle la piel con mis garras, envuelta en rabia. Aun así, los guerreros sabían enfocar mejor su agresividad, nosotros solo éramos cazadores.

—¡Ursa, sepárenlo de ustedes! —avisó Marien.

Rigel venía ayudar, y los humanos alistaban armas. Sinfonía también se lanzó al ataque, que ya era hora porque la inútil no había hecho más que estar lamentándose, y logramos apartar Columbus, quien recibió la electricidad de una de las armas.

Respirábamos agitados, los gemelos tenían heridas, y mi pómulo latía en dolor, pero los apresuré para entrar al fuerte, ya que olfateábamos a Sirio.


Entramos corriendo y lo encontramos. Quedé con la boca entreabierta. Noté enseguida su torso desnudo y bajé la vista. Ya lo había visto antes, fugazmente, cuando lo espié mientras entrenaba con los guerreros, pero no era digno de una dama decente el ver eso. Peor si no estaba unida a él.

Sin embargo, la situación nos sobrepasaba, y a los gemelos no les importó, ni a Sinfonía. Había que ayudar a Sirio, luego nos preocuparíamos por lo que vimos.

Estaba atado y parecía estar soñando algo muy feo. Una máquina estaba conectada a él.

—¿Sirio? Despierta...

—Sirio —dijo Marien, entrando.

Él no escuchaba, solo seguía sufriendo. Los gemelos se acercaron a la máquina junto con el humano. Marien solo se unió a la pedidera de que detuvieran esa cosa.

—¡Sirio, estás soñando, despierta! —quise hacerlo reaccionar, pero nada—. ¡Lo cortaré! —Tomé la vía que estaba conectada a él.

—¡NO! ¡Eso podría matarlo!

—Es una antigüedad que usábamos nosotros los humanos —dijo Max—. ¡No puedo creer que la hayan hecho funcionar! Tienen que haberla modificado o algo...

Pareció pensar por un segundo y salió de prisa. No tardó en regresar con Columbus, que estaba amarrado con el cable todavía. Le dio un empujón y una patada en las piernas haciéndolo caer de rodillas.

Parpadeé un par de veces, con sorpresa, ya que se requería fuerza para lograr eso.

—Habla, ¡cómo se desactiva eso! —exigió saber—. Fueron desactivadas de forma permanente, ¡¿cómo la han hecho funcionar?!

La imponencia con la que habló me sorprendió, pero no sabía con quién estaba tratando. Quizá los humanos como él podían ser duros, pero los guerreros evolucionados lo eran aún más.

Columbus sonrió burlonamente, seguro pensando lo mismo que yo, pero Max presionó un botón del arma y la electricidad lo sacudió, haciéndolo caer por completo al suelo.

—¡Habla! —Volvió a electrocutarlo—. Estaremos así todo el día si gustas.

Pero el sufrimiento de Sirio no podía durar más. Columbus empezó a reír bajo, así que, ya que estaba atado y mi desesperación y furia me dominaron, saqué uno de los pequeños cuchillos de hueso de mi cinturón y se lo clavé con fuerza en la pierna, haciéndolo gritar.

—¡No les diré...!

Gruñí y saqué el cuchillo para volverlo a clavar. Esto era también por el golpe que me dio, por las veces que me descubrió espiando a Sirio o me siguió sin motivos.

Me miró de forma extraña y sonrió. No era una sonrisa como la de Sirio o los gemelos, era muy diferente, hasta perturbadora. No era la primera vez que le veía ese gesto hacia mí.

Mis ojos, sin pensarlo, se fueron a los de humano, quién asintió, incitándome a que siguiera. Fue una interacción de quizá un segundo, pero bastó. No era tan débil si verme apuñalar a alguien no le había afectado en lo más mínimo.

Gruñí y clavé el arma de nuevo, pero Columbus empezó a reír. Era la risa que me decía "no eres tan fuerte como crees".

—¡Calla!

—¡Listo! —anunció uno de los gemelos.

Reaccioné y volteé a mirar con alivio.

—Bien, ¡qué inteligente! —Max dejó a Columbus inconsciente tras presionar otro botón.

Quedé mirándolo un rato. Sangraba, aunque no mucho, pues mi cuchillo no era grande y probablemente no le llegó a ninguna arteria. Marien hizo que Sirio despertara, y tras tratar de hacerle entender que ya no estaba soñando, nos pidió dejarlos a solas.

Me ofendí.

—¿Qué?

—Muévanse —ordenó Max.

Los gemelos sacaron a Sinfonía y Max quiso hacerme dar la vuelta, pero me alejé antes de que me tocara el hombro, y Rigel me apuró.

Lo último que vi fue a esa mujer acercándose a Sirio, hablándole de forma suave, diciéndole algo como "mi amor", con una calidez que nunca había escuchado.

¿Qué era eso?

Nunca pensé que llegaría a ver tantos sentimientos en ojos humanos, sin duda ser tan expresiva había hecho que Sirio se interesara en ella, quizá. Ella no dudaba en acercarse e incluso tocarlo, cosas prohibidas para nosotros.

Quedé afuera, con los brazos cruzados. Llevé mi mano a mi mejilla, que todavía se sentía caliente por el golpe, y hasta algo entumecida o hinchada. Me dolía, me punzaba. Había sido más duro que la bofetada que me dio mi madre cuando se enteraron de que Sirio no iba a cumplir con nuestra unión.

—¿Estás bien? —preguntó Max, sacándome de mi mente. Resoplé y le retiré la vista—. Tengo algo para ese golpe.

—No necesito nada —renegué alejándome.


***

Luego de que Sirio reaccionara, fuimos a dejarlos a su casa. Marien se quedaría con él.

Quedé mirándolo unos segundos y él lo hizo igual. Sentí que era el hasta luego definitivo. Él nos agradeció. Enif, quien se veía aliviada y recobrada al haber recuperado a su hijo, nos quiso servir la cena, pero todos recordamos que nuestros padres estaban esperando, y nos fuimos.

Antes de partir le había dicho a mi madre lo que haríamos, y ella, por supuesto, se disgustó.

—Que ellos hagan eso. ¿Qué tienes que estarte metiendo todavía en asuntos de ese muchacho? —había dicho—. Vas a meterte en problemas.

Y era verdad. Había herido a varios guerreros que solo hacían lo que Orión les había ordenado.

Había hecho todo eso por él...

Mi casa estaba cerca, pero no quería ir. Iba a ser regañada. Mientras tanto Sirio al menos estaba bien, de regreso y, probablemente, si no lo habían matado desde un inicio, significaba que los ancianos no habían aprobado ese castigo.

Quedé contra uno de los tantos árboles que había.

Ya. Ahí quedaba. Él estaba bien, con la humana, y yo volvía a recordar que todavía tenía que buscar un compañero, que debía soportar los reproches de mis padres, y probablemente un castigo por haber atacado guerreros valiosos para el pueblo.

Me dejé caer y abracé mis rodillas tras suspirar. Apreté los labios pensando en Sirio. Había dicho una vez que no le interesaba unirse, que no le encontraba lógica... Sin embargo, con ella no lo dudó...

Sentí un nudo en la garganta al volver a tener ese pensamiento venenoso de que yo no era suficiente para nadie. Y peor, iban a castigarme por todo lo que hice.

El ruido de un motor detenerse muy cerca me hizo alzar la vista.

—Oye, no encuentro el camino para salir del pueblo —preguntó el odioso amigo de la humana mientras bajaba de esa máquina bulliciosa. Frunció un poco el ceño y se acercó—. Hey, ¿qué sucede?

—Estoy bien, ¿qué es lo que quieres? —le pregunté sin expresión alguna.

Suspiró y se sentó a mi lado.

—No tienes motivo para estar triste.

—Tú qué sabes. Y ya te dije que estoy bien. Vete.

—Lo haría, pero, como dije, no encuentro el camino.

—Ve hacia el sur.

Se puso de pie y extendió su mano.

—Puedes guiarme desde mi camioneta. Ven.

Me puse de pie sin su ayuda y me alejé un par de pasos.

—No voy a ir contigo. Las ancianas siempre nos dicen que no debemos estar solas con un chico.

Mostró una sonrisa incrédula. ¿Todos los humanos eran tan exageradamente expresivos?

—¿Qué? ¿Por qué? ¿Es que acaso quieren proteger la integridad de sus... doncellas en flor? —dijo eso último con un tono distinto y exagerado, moviendo una mano.

Fruncí más el ceño.

—No sé de qué hablas. Y eres humano, eso es peor.

—Puedes confiar en mí. No soy humano de malas intenciones, créeme.

—Eso diría un humano malo.

Dio una corta risa.

—Okey, no confíes, pero ven conmigo. En serio, ¿qué podría intentar de lo que no te libres con facilidad?

—No lo sé. Tú dime.

—Oooh —se rio y asintió—. Ven. No voy a dejar que te carcomas la cabeza pensando en lo que sea que pienses. Además, recuerda que tenemos una apuesta pendiente.

—No hay nada que demostrar. Nosotros somos mejores, mientras que ustedes andan de regordetes esclavos de sus tecnologías inútiles.

Soltó aire por la boca mientras arqueaba una ceja. Creí que al fin había logrado ofender su orgullo de especie, pero negó y sonrió.

—Nena...

—No insultes.

—Muñeca —continuó como si nada—, he soportado climas extremos y condiciones casi inhumanas durante mis entrenamientos para convertirme en lo que soy —contó mientras se acercaba—. No estoy en mala forma, así que no generalices. Puedes comprobarlo si gustas.

Quedamos mirándonos a los ojos de nuevo como había pasado la noche anterior. Sus irises eran entre marrón y gris, pequeños. Los ojos humanos eran muy poco atractivos y simples, pero debía admitir que este tenía una mirada intensa.

—¿Si te guío a la salida, te vas a largar?

Sonrió satisfecho.

—Y bien lejos, por usted, mi doncella.

Arrugué las cejas y me aparté para ir hacia su vehículo. Me sostuvo la puerta luego de que yo la abriera y subiera. Era una máquina alta de todas formas, y esas puertas mal hechas se cerraban solas antes de que uno se pudiera sentar siquiera bien.

Él subió y tocó un botón, encendiendo el motor e iniciando una bulla tremenda, haciéndome dar un respingo.

Apagó la música escandalosa de humanos enseguida y me miró con una rara sonrisa.

—Perdón. Se conectó la radio.

¿Qué clase de canción tenía una frase como "te la voy a lamer"? ¿Lamer qué?

Me crucé de brazos.

—Avanza por esta calle —murmuré—. Solo no aplastes los árboles jóvenes que están creciendo.

—Entendido. —Avanzó. Miré de reojo cómo manejaba esa cosa, mediante un círculo de plástico o algo así, con un símbolo en medio.

En el tablero además había una pantalla como la que Sol una vez recogió del basurero de humanos. De esas en donde ellos se pasaban horas mirándose a sí mismos. Solo que en esta pantalla aparecía una figurita del vehículo y cosas a su alrededor.

—No creas que me pierdo fácilmente —dijo él—, Lo que pasa es que esto no está en el mapa, y no hay huellas para seguir porque la tierra está muy seca.

Suspiré.

—Sí. Hace tiempo que no llueve.

—Lo sé. —Me miró y volvió a ver al frente—. Necesito que tú y los gemelos me esperen este fin de semana. Si quieren ir a un lugar genial y convencerse de que mi mundo es mejor.

—Por si no sabes, cazamos todos los días. Estamos ocupados.

—Bueno, cacen temprano.

—Lo dices como si fuera simple.

—¿No lo es? ¿Para una gatita tan habilidosa y temeraria? Además, me suena a que crees que tu mundo va a perder contra el mío.

Arqueé una ceja y crucé los brazos.

—Claro. Está bien, humano, cazaré de madrugada. Vas a ver.

Pareció satisfecho.

—Así me gusta.

Sonreía. Todos los humanos lo hacían al parecer. Nosotros no lo hacíamos en general, solo bajo mucha, mucha confianza, pero yo a este recién lo conocía.

Volví a ver al frente y le indiqué que volteara para encontrar la salida. A mi mente volvieron las sonrisas que le daba Sirio a esa mujer. Las caricias que ella le dio en el rostro cuando llegamos a su casa. ¿Tan bien se sentía todo eso? No lo sabía. Se suponía que debía sentirse mal por romper las reglas.


Al llegar cerca a la salida, dio media vuelta.

—¿Qué haces?

—Ya guardé el camino —señaló la pantalla de en medio en donde aparecía la figurita de la camioneta—, así que ahora la dejaré en su casa, jovencita.

—Puedo caminar sola. —Crucé los brazos—. No soy una inútil que se pierde fácil, si eso crees.

Suspiró con cansancio.

—No. Es una chica muy terca y obstinada.

—No sé a quién tratas de engañar. Sé que no eres bueno. Eres uno de los guerreros humanos. Todos ellos nos odian.

Su mirada se tornó más seria mientras avanzaba para girar y tomar el camino de regreso al interior del pueblo.

—No es así. Bueno. No en parte.

—¿Por qué otra razón te harías guerrero? —Bufé porque todavía intentaba seguir mintiendo.

—Soldado. Somos soldados, prácticamente, y pues, tuve otras razones.

—Gira por aquí a la derecha. Pero déjame aquí. Caminaré. No quiero que mis padres escuchen esta máquina, ya bastantes problemas voy a tener por haberme ido.

Detuvo el aparato y volteó a verme. Abrió un compartimento y sacó un tubito.

—Ponte esto. Es para ese golpe.

—Va a oler a algo de los humanos, estoy segura.

—¿Y? Solo diles que es para el golpe. ¿Acaso eso es malo?

Mantuve silencio mirándolo fijo. No iba a entender de todos modos. Su cultura era diferente. Él negó y abrió el tubito extraño, sacando un ungüento.

—También tenemos de eso. Cremas naturales.

—Esta va a ser mucho más rápida.

Extendió la mano y me alejé un poco de forma instintiva, pero logró alcanzar mi mejilla.

Di un muy leve respingo que posiblemente no notó. Esparció de forma suave la crema y no supe qué hacer ante lo que me causaba que me tocara alguien más que no fuese yo.

Quedé con la sensación de las puntas de sus dedos sobre mi piel. Su pulgar dando una última caricia, esparciendo lo último de la crema. Quedé completamente pasmada.

—Listo. ¿Y? ¿Te moriste por la crema? No. ¿Te prendiste en fuego? No —se burlaba mientras guardaba el tubito. Fruncí el ceño y él suspiró poniendo las manos sobre ese círculo con el que manejaba el aparato "camioneta"—. En parte me hice soldado por evolucionados como ese que te golpeó.

Sus ojos se posaron en los míos y, por alguna razón, esta vez bajé la vista y miré a mis manos que estaban juntas sobre mis muslos.

—El fin de semana te esperamos luego del medio día. Nos toca hacer burla de tu mundo.

Bajé del vehículo, que era muy alto.

—Por supuesto que vendré. No tienes que rogarme.

—¡No te estoy rogando!

Rio y arrancó.


Esa noche, por algún motivo no me importaron los reproches de mis padres por no haber cazado como se me exigía.

El agua fría de la bañera no redujo el calor en mi mejilla, pero sentí que no fue por el golpe de Columbus, sino por el suave toque de ese humano, que puso la crema, tan concentrado en mi mejilla, para luego posar sus ojos en los míos un instante.

—Qué irrespetuoso —susurré frunciendo el ceño.


Sin embargo, aparte del alivio que sentía porque Sirio seguía vivo y ya estaba a salvo, sonreí apenas cuando me recosté en mi cama, y eso se me hizo raro.


***

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