Capítulo 38: Inesperado

Max

—Es solo un momento —dijo Marien—. Gracias.

Me dejó a su bebé en brazos y apreté los dientes en una mueca extraña porque estaba casi seguro de que rompería a llorar.

—Pero... —Ella salió y me dejó con las palaras—. Pero no sé nada de niños —susurré. Suspiré. El bebé rechoncho me miraba sin parpadear. Tenía los ojos de gato característicos de los evolucionados. Parecía un gatito, literalmente. Apreté los labios—. Okey.

Siempre lo veía en las pocas reuniones que habíamos tenido con ellos. Poco a poco, nos habíamos vuelto como una gran familia. Siempre estábamos en contacto, siempre nos veíamos y hasta habíamos llegado a salir en grupo.

Sin darme cuenta, me acostumbré a poner mi confianza en más personas que no eran ni Jorge, ni Tania. Ursa era mi chica, mi novia, mi esposa, pero los demás también eran mi familia, y habían empezado a ser muy importantes para mí. Marien, Sirio, Rosy, Ácrux, incluso Marcos, que ahora era pareja de Tania.

Por supuesto que Ursa ya era mi esposa en su pueblo y en mi ciudad. Era Ursa Turner desde que nos casamos en el registro civil. Lo que faltaba era la ceremonia, que Tania estaba ayudando a organizar.

Iba a casarme con ella todas las veces que fueran posibles. No me importaba. Iba a hacer todas esas cursilerías de las que alguna vez me burlé.

Había comprado el primer anillo, el de compromiso, poco tiempo después de empezar a salir con ella. Con solo verla había sabido que era de esas mujeres a las que no se les debía dejar ir. Era lo que el abuelo siempre decía.

Aun así, ella sabía que era libre. Me elegía cada día y yo a ella, eso era lo que importaba. Nos amábamos y deseábamos estar juntos, a pesar de que a veces teníamos peleas estúpidas, más que todo porque yo era un pesado terco y ella una obstinada mandona, pero nada que no se solucionara enseguida.

—Tío Max —balbuceó el bebé.

Quedé en piedra.

—¿Ya puedes hablar? No tienes ni dos años todavía —dije espantado. Tomé el teléfono y llamé—. Hey, cielo, ¿puedes venir a la casa de Sirio?

Ursa quedó en silencio unos segundos.

—¿No te has ido todavía?

Iba a regresar a la ciudad para una reunión, pero tenía tiempo felizmente.

—Marien me atajó diciendo que necesitaba ayuda urgente.


Ursa, apenas entró por la puerta, vio al bebé, quien extendió los brazos hacia ella. Mi chica se acercó y lo cargó. Suspiré aliviado.

—Gracias.

—Es solo un bebé, exagerado —se burló

—Sí, pero no sé nada sobre bebés, y mucho menos evolucionados. Incluso sabe mi nombre.

—Pues, siempre nos ve. No es raro.

—Lo que es raro es que sepa hablar.

Ella dio una corta risa y jugó un poco con las manitos del bebé.

—Claro que no. ¿A qué edad hablan los bebés humanos?

Suspiré.

—No lo sé.

—Nosotros los evolucionados desarrollamos rápido. A los dos años ya podemos valernos casi bien, por nosotros mismos. Los bebés todavía son vulnerables, pero ya pueden andar de prisa y esconderse si es necesario. Incluso morder.

—Wow... Como cualquier otro animal del mundo salvaje...

Ella frunció el ceño.

—Sí. Y no somos salvajes.

Reí entre dientes y me incliné hacia ella.

—Tú sí. Soy consciente de ello.

Arqueó una ceja, divertida.

—Solo contigo.

—¿Segura que quieres quedarte con tus padres esta noche? Siempre la pasas muy bien conmigo.

Negó.

—Pero Jorge nos podría escuchar. Lo que sospecho que a ti te gustaría.

—No realmente —me excusé.

—Porque me besas ciertas partes más de la cuenta, sabiendo lo que me causa.

—Es por eso mismo que lo hago, porque sé que te gusta.

—Entonces sí lo sabes.

—¿Cómo no notarlo? —ronroneé. Terminé la distancia y besé sus bonitos labios. El bebé rio y me separé de golpe—. Perdón, Leo. No deberías ver eso.

Mi hermosa esposa rio entre dientes y empezó a mecer al bebé. Me detuve un momento a observarlos. Aunque habíamos pasado dos años juntos, desde que nos conocimos, y todo había sido maravilloso, con sus altos y bajos, todavía no me planteaba la idea de intentar tener un hijo.

Tenía tanto miedo de convertirme en mi padre, de algún modo, que alejaba esos pensamientos enseguida. Además, aunque hubieran pasado dos años, seguía siendo insuficiente para mí. Quería más tiempo con ella.

—Tía Ursa —murmuró el bebé y recostó la cabecita contra su pecho.

Empezó a buscar uno de sus senos y lo tomé para mecerlo yo.

—No, no, no —le dije con cariño—. Espera a que llegue tu mamá, ¿está bien?

Ursa rio entre dientes.


***

La reunión con los dirigentes de otros estados, las sociedades protectoras, fue relativamente normal. Se conversaba sobre alguna cosa que hicieran los evolucionados en otros estados, en otros continentes. Cómo solucionarlo. Yo conocía bastante su cultura, así que solían preguntarme más a mí si el asunto era algo complejo.

Algunos evolucionados querían que les dejaran algunos electrodomésticos, sobre todo congeladores. Por supuesto que se armó una campaña para darles algún electrodoméstico útil a quien lo buscara. Eso, por su parte, les conseguía problemas con sus líderes, que despreciaban la tecnología.

Era ahí en donde entraba yo y había tenido que reunirme un par de veces con líderes para hablares y tratar de llegar a algo. Que, si necesitaban algo, podían pedirlo, que eso no era una baja a su honor.

Era difícil convencerlos, pero al final se lograba, sobre todo luego de ver ejemplos de otros pueblos que habían resurgido gracias a alguna que otra ayuda de parte nuestra.


***

—¿Puedes venir? —preguntó Ursa por teléfono.

Me preocupó porque sonó levemente alterada, algo que luego pasó. Pero ya la conocía lo suficiente como para saber que algo tenía y que su extraño tono no había sido solo mi imaginación.

Salía del edificio.

—Voy enseguida. Tranquila.

La llamada se cortó y me dejó en ascuas. Suspiré y partí de frente para allá, sin pasar por el departamento.


Cuando llegué, ella abrió la puerta de su casa, ya habiéndome escuchado llegar, como de costumbre. Quise abrazarla y preguntarle qué pasaba, pero se apoderó de mis labios.

Cerró la puerta y tiró de mí. Abrió mi camisa con urgencia, así que solo la dejé. Sus manos me agarraron, me apretaron, y gruñí por el gusto que eso me causaba. Me empujó y caí al amplio sofá.

Jadeé cuando la tuve encima. Me robó el aliento con otro beso y fue bajando. Llevé el rostro levemente hacia atrás al ser víctima de su arrebato, sus besos, su lengua traviesa, sus caricias posesivas. Levanté la cabeza al notar que desabrochaba mi pantalón con una intensión nueva.

—Ursa... —Jadeé y cerré los ojos cuando me liberó. Sentí su aliento justo en mi parte más sensible, luego sus besos, y casi perdí la cordura de golpe—. Ursa, espera... —Volví a verla.

Ella me observaba con una expresión contrariada.

—¿Por qué nunca me dijiste de esto?

—¿Qué? —Se alejó y me incorporé de prisa, abrochando mi pantalón, tratando de poner todo en su sitio—. ¿Qué pasa? Dime.

Ella se giró y pude ver lágrimas en sus ojos, queriendo salir.

—Si no tuviera colmillos, podría darte eso.

—¿Qué? ¿Te refieres al sexo oral?

—¡Como se llame!

—¿Crees que me importa?

Un par de lágrimas cayeron por sus ojos, pero las limpió enseguida, antes de que pudiera ayudarla.

—Vete.

—¿Qué? Ursa, no me importa...

—No. Sí importa. ¡Importa sobre todo si otras sí pudieron hacértelo y yo no!

No. No otra vez. ¿Y de dónde había sacado eso?

—¡No me importa a mí!

—Vete. —Me empujó—. ¡No te quiero volver a ver!

—¿Qué? ¿Te estás escuchando siquiera? —Me estampó la camisa y la sostuve—. Ursa, habla conmigo, ¿de dónde sacaste eso?

—No importa. ¡No te quiero volver a ver! —Abrió la puerta y terminó de empujarme.

Bufé.

—¡Bien! ¡Me voy, pero sí vas a tener que verme de nuevo porque estamos casados!

—¡Adiós!

Cerró la puerta de golpe y gruñí. Me llevé los dedos a la cien.

—¿Y ahora de dónde mierda sacó eso? —Suspiré. Me di cuenta de que dos chicas evolucionadas me miraban con los ojos muy abiertos—. ¿Qué tanto miran? —renegué. Ambas se fueron dando gritos.

—¡Está desnudo!

Puse los ojos en blanco.

—No lo estoy. Bah. —Negué—. ¡Sí, vayan, acúsenme! ¡Les va a salir un grano en el ojo por haber visto el pecho sin gracia de un hombre! Ugh.

Subí, cerré la puerta de Patricia con molestia y arranqué.


***

Entré y empecé a buscar algunas cosas. Jorge me miró con extrañeza y dejó el libro gordo de física sobre el escritorio.

—Eh, ¿y ahora qué?

—Nada. Ya sabes —murmuré—. Eso voy a tratar de averiguar.


Luego de darme una ducha y alistar un par de cosas, me dispuse a irme. Iba a regresar con Ursa, porque podía dejarla sola a que se le pasara el enojo, pero no toda la noche a que siguiera llorando como lo estaba haciendo.

—Revisé el correo.

—Gracias.

Me acerqué a los sobres en la mesa. Uno era de un escaneo de salud. Cada que el escáner hacía una lectura, ellos, gustosos en gastar dinero por nada, mandaban un informe detallado con las lecturas.

Ursa lo había agarrado con curiosidad hacía unos días y al parecer se había hecho una lectura sin querer. Estaba bien. No estaba molesto por eso ni de lejos. Lo que fuera que le había pasado ahora era un asunto muy aparte.

Abrí el sobre y le di una ojeada.

Tragué saliva con dificultad cuando vi el resultado de una de las lecturas.

No. No podía ser...

El teléfono vibró, haciéndome dar un brinco. No era Ursa, aun así, lo respondí enseguida.

—Max Turner. Soy la agente de la policía. No sé si estás enterado de que tu padre salió de prisión hace unas semanas.

La respiración ya me estaba flanqueando. Me había quedado frío luego de ver el papel.

—¿Cómo? ¿Por qué?

—Su defensa pidió el indulto por la enfermedad terminal que tiene.

Mi labio inferior tembló.

Ese hijo de perra...

—Creemos que tiene que ver con el video amenaza que nos mandaron para manchar tu honor.

—¿Qué video?

—Nos mandó un video en el que sales... Eh... Bueno. Sales en una situación comprometedora con una de las generales de admisión de Seguridad Nacional. Dice que entraste gracias a eso y no por tus propios méritos.

Parpadeé un par de veces. Estaba horrorizado.

Esa mujer... No estuve con ella porque yo quisiera. ¡Ella me había coaccionado...!

Pero nadie creería eso... ¡Mierda!

Me hizo sexo oral. ¡¿Eso lo habían mandado a Ursa también?!

—Max. Estás pálido —murmuró Jorge, espantado.

—Por favor... —Me aclaré la garganta—. Ese video no puede salir a la luz. No es lo que parece. Ella me dijo que, si no lo hacía, no me admitiría, y estaba desesperado. ¡Tiene que creerme!

—Max. Le creo, pero vamos a tener que interrogarla.

Me llevé una mano a la cabeza con desesperación.

—Bueno. Pero que no salga a la luz.

—Descuida. Nuestro hacker rastreó la fuente y eliminó el video de ahí, pero no descarta la posibilidad de alguna copia en una memoria externa. Así descubrimos la localización también. Estamos en eso.

—Max. Patricia no está.

Reaccioné y me acerqué a la ventana, de prisa. Era verdad, no estaba. ¿En qué momento se había ido?

... No. Ursa...

—Necesito esa dirección —ordené, entrando en mi papel de militar, volviendo a ser frío. Esto ya no era un juego—. Se han llevado a mi esposa.

—Un equipo ya fue, pero no encontraron a nadie en la vivienda.


***

Entré al cuartel y me armé hasta los dientes con armas de electrochoque y de balas reales. No iba a dejar nada a la suerte esta vez.

Haciendo los cálculos, Patricia podía haberse ido apenas llegué, así que ellos ya tenían a Ursa. Si ella había salido al escuchar el motor al que reconocía desde lejos, la habían atrapado.


Apenas mi tío abrió la puerta, la sonrisa se le borró cuando le apunté con el arma y avancé, entrando casi con violencia. Una mujer se asustó.

—¡Atrás! —le ordené y ella se fue a un rincón más adelante. No era la tía Gloria, era una joven con vestido muy corto. Eso ni siquiera me sorprendió. Clavé mi mirada en mi tío, que cayó sentado en el sofá—. En dónde está —gruñí.

—¿Qué haces? ¿Enloqueciste?

Este hombre tonto, ahora que lo veía, solo era patético. Sí, era mi "familia", había ayudado a mamá, cuidándonos, cuando ella tenía que trabajar, pero lo que me hizo ver, esas películas, esas cosas... Su voz en burla diciendo "así te harás hombre y no vas a torcerte en el camino".

Apreté los dientes, frunciendo más el ceño.

—¡¿En dónde está Rafael?!

—Oye, hijo —trató de calmarme, levantando las manos—. Somos familia, ¿no? No puede importarte más una de esas...

Le disparé en la mano y su grito y el de la mujer inundaron la habitación, luego de ese sonido seco y estruendoso del arma. Lo agarré del cuello de la camisa y le pegué el cañón del arma en la sien mientras lloriqueaba como un cobarde.

—En dónde está —seseé.


***

Estaba sudando frio y el corazón me iba a mil de solo saberla en manos de ellos, pero debía mantener la compostura.

Había mandado a Jorge a que pidiera ayuda, de ser posible, a Sirio y a Ácrux. Los iba a necesitar si mi padre tenía a los evolucionados que yo sospechaba que no habían llegado a liberar nunca.

Puse las armas en el cinturón, detrás por mi cintura, y otra en la bota militar.

No iba a esperar a que los policías se organizaran, tampoco esperaría a Jorge con los otros. Subí a una de las camionetas para patrullas de Seguridad Nacional y arranqué a toda velocidad.


***

Nos vemos el lunes jeje. Hoy les subí el capítulo 37 y 38. Ya se viene el final xD Gracias *-* a ver si tienen teoríasxD

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