Capítulo 34: Soñar con una vida juntos

Max

Cerré los ojos y apreté el entrecejo con los dedos. Estaba agotado. Había conducido las diez horas, estresado, preocupado por Ursa, y ahora conduje casi cuarenta minutos hasta la capital. Tenía el GPS de Patricia apagado, no quería que la rastrearan en todo caso. Por lo tanto, yo la había dirigido durante todo el camino.

Me detuve en un hotel que había reservado, ya en la capital, luego de entrar. Era pitero, pero era lo único que hubo disponible.

Ursa seguía con los brazos cruzados. Le abrí la puerta de la camioneta y ella me miró de reojo.

—¿Vas a hacer que te cargue también? Vamos a parecer una pareja de recién casados —jugué—. Incluyendo tu carita de enojada.

Ella bajó y reí entre dientes. Me retiró la vista y avanzó altiva como una gata.


Al entrar a la habitación, cerré bien, poniendo el seguro. Quizá estaba paranoico, pero era mejor prevenir que lamentar. Jorge estaba bien, ya le había avisado. No iban a buscarlo en un lugar lleno de gente como era la universidad y las habitaciones de todas formas.

Me saqué la camisa y escondí el revólver debajo de la almohada. Sonreí de lado al darme cuenta de que Ursa me miraba.

—Me vas a disculpar si me duermo —murmuré—, pero Patricia no ha estado en conducción automática.

Apagué la luz de la única lámpara que iluminaba la pequeña habitación y me tumbé en la cama luego de mover las mantas. Me acomodé de costado y cerré los ojos.

La escuché mover algunas cosas. Ver en las bolsas con sus ropas, probablemente. Luego de no mucho, se recostó a mi lado en silencio y dio un respiro hondo.

Sí me dolía que ella estuviera molesta. La entendía también, pero no podía hacer nada con eso. Me sentía mejor al saberla a salvo.

Sin embargo, cuando sentí las puntas de sus dedos deslizarse despacio por mi espalda, sonreí.

—¿Quién te golpeó? —preguntó en voz baja.

Giré para mirarla. Sus ojos reflejaban apenas la luz que entraba por una ventana alta. Acaricié su rostro.

—Los que te buscan, pero estoy bien.

Ella podía ver bien mi cara, eso era seguro. Se acercó y terminó acurrucándose contra mí, así que la rodeé y besé su frente.


***

—Te debo una —agradecí a mi hermano y le di un abrazo—. Bueno, te debo toda mi vida, pero qué importa.

Él rió y se apartó. Volteamos a ver a Ursa, que inspeccionaba la habitación como una gata curiosa. Estábamos en el edificio de habitaciones de la universidad.

—¿Qué vas a hacer ahora?

—Buscar un departamento, supongo. —Volví a ver a mi chica, quien se sentó en la cama, junto a la ventana, y apoyó la frente en el vidrio, mirando hacia abajo a la calle. Apreté los puños. Me sentía horrible por haberla sacado así de su casa, pero debía ser más rápido que ellos—. Voy a hacer que paren de una vez. Lo juro.

—Vi que el cuartel cerró.

—Sí. Mis hombres ahora están siendo dispersos por todo el país.

—Por cierto —se acercó, luego de darle un vistazo a Ursa y ver que estaba distraída—. Ella estuvo en un evento.

—Sí lo supe.

—Bueno. Vi las fotos del evento y...

Me enseñó su teléfono y mi respiración se alteró al ver a mi padre frente a Ursa en su puesto. Hablándole, ofreciéndole su mano.

No podía ser. Sí la había encontrado. Mi tío probablemente le había dicho, y como el video fue público y ella solo me seguía a mí en la aplicación, no era difícil de deducir.

—Ursa. —Ella volteó a verme con molestia—. ¿Por qué no me dijiste que conociste a mi padre?

—No pensé que fuera importante. Además, tú no me hablabas en ese momento.

—¿Que yo no te...? —Apreté los labios para contener mi frustración y bufé, dando la vuelta y caminando un par de pasos de un lado a otro—. No puedo creerlo.

Él mandó a sus matones a que me amenazaran.

—¿Quieres que te acompañe a ver qué pasa? —preguntó mi hermano.

—No. Quédate con ella, por favor.

—Yo voy a ir contigo —dijo Ursa.

Nos miraba con brazos cruzados. Resoplé.

—No. Te quedas.

—No soy tan inofensiva como crees, Max.

Jorge sonrió y me hizo la señal característica de "estaré afuera".

Suspiré y me acerqué a mi gata enfurruñada.

—Ya sé que no eres inofensiva. Eso lo sé bien. —Tomé su mentón y me incliné para besar esos rojos labios—. Pero no me voy a arriesgar a que te pongan las manos encima.

—Puedo morder.

Sonreí.

—Si voy solo voy a poder defenderme. Si algo sale mal, al menos tengo la tranquilidad de que no estás ahí conmigo corriendo peligro.

—¡¿Y crees que yo voy a estar tranquila si...?! —La silencié con un intenso beso.

Sentí sus manos en mis hombros, aferrándose a la tela de mi camisa. Gruñó bajo como un gato a punto de arañar, pero no dejé de devorarme esos labios.

Sus brazos pasaron a rodear mi cuello y la presioné contra mí, sintiendo todas sus formas. Sonreí de forma fugaz.

Le di un último beso y me aparté.

—Te veo luego.

—Max. Voy a molestarme mucho si te vas...

—Ya lo sé, y me tiene sin cuidado.

Frunció más el ceño y le guiñé un ojo antes de salir.


Luego de que me habían dejado inconsciente esa vez, desperté en la enfermería del cuartel en el que estaba. Me dijeron que me habían encontrado tirado en el estacionamiento.

También recibí la noticia de que la sede ordenó cerrarlo, así que todos estaban juntando sus cosas. Fue así que no perdí más tiempo y partí.


***

Marqué los números y llamé. Iba al cuartel. Mientras tanto, hacía llamadas.

—Sí. Necesito saber si tiene algún departamento disponible —hablé cuando respondieron.

Esperé a que revisara.

—¿Cuándo planea ocuparlo?

—De inmediato.

La camioneta desaceleraba. Ya estaba por estacionarse afuera del cuartel.

—Tenemos ocupados hasta el siguiente mes.

—Gracias. —Colgué sin dejar que explicara más.

Ugh. Era imposible.

Bajé y fui recibido por Tania.

—Miren quién se digna a visitar.


Me senté en mi antigua oficina y miré alrededor.

—Qué vacío.

—Sí, bueno, ahora es mi oficina y la tengo ordenada —dijo Tania.

—¿Qué? ¿No supiste?

—¿Qué?

—Regreso aquí.

Arrugó la cara.

—Ugh. No puede ser.

Me puse de pie y salí a ver las armas. Me hice con un revolver. Revisé las municiones. Lo recargué y lo aseguré.

—¿Qué haces? —quiso saber ella mientras preparaba otra arma.

—Me las voy a llevar prestadas.

Recibí una llamada de uno de los números a los que había llamado y respondí enseguida.

—Tenemos disponible un "Studio". Setecientos mensual, sin contrato. Si desea contrato, es menos, a seiscientos cincuenta por un mínimo de trece meses.

—No. Sin contrato está bien. Podría quedarme unos meses o solo uno.

—Okey. El precio incluye el agua, pero no la luz. Si viene a firmar los papeles hoy, puede recibir la llave.

—Perfecto. Gracias.


Un departamento en modalidad "studio" era como una habitación grande. Con un baño, un armario, una pequeña lavandería y una cocina abierta que daba al espacio más grande en donde se suponía iba un mueble y una cama.

Era temporal. Mi hermano quería aplicar para un departamento de dos habitaciones, para volver a estar juntos hasta que acabara la universidad. Yo no tenía problema con eso.


Para la tarde, estuvimos moviendo las cosas al pequeño departamento. Era sencillo. Piso de alfombra porque era menos costosa que la madera falsa. Una cocina abierta con su mesada. Todo tal y como ya lo esperaba.

Ursa miró el colchón en el piso alfombrado mientras yo dejaba una mesa de noche en su sitio.

—¿Solo eso queda? —quiso saber mi hermano.

—Seh. Como iba a quedarme en una de las habitaciones asquientas del cuartel, me deshice de muchas cosas.

Ursa se sentó, o se dejó caer, mejor dicho, en el colchón.

—Bueno. Vengo mañana —susurró mi hermano—. Ya sabes.

—Sí.

—Esos golpes en tu cara están más feos que tú.

Reí en silencio.

—No exageres. No es nada.

Se despidió de Ursa y se fue. Quedé mirándola y apreté los labios. Ahora empezaba a cuestionarme si había hecho bien. La había hecho dormir en un hotel pitero, y ahora dormiría en un colchón sobre el suelo.

—Lo lamento. —Me acerqué y también me dejé caer sentado sobre el colchón—. Deberías poder descansar tranquila, en tu casa, en tu cama...

—En realidad, tu colchón es mucho más cómodo. El mío es relleno de paja y algo de lana.

—Eso es más ergonómico.

Suspiró y guardó silencio por casi un minuto. Sabía que quería decir algo, así que solo esperé.

—¿No vas a preguntar qué hice para que Seguridad Nacional me encontrara?

Probablemente sabía que yo sabía que había ido a ese gimnasio.

—No en realidad, ya estoy de tu lado. Además, ellos son los paranoicos. —Sonreí de lado—. Reportar a una evolucionada inofensiva es estúpido.

—No soy inofensiva. Fui a... No sé ni por qué fui.

Reí en silencio.

—Está bien. Eres mi gatita tóxica y celosa.

—No soy eso —reclamó. La miré arqueando una ceja y ella pareció extrañada y hasta quizá decepcionada—. Entonces... ¿No estás molesto? ¿Ni porque no te dije lo de tu padre?

—Entiendo que probablemente no le diste importancia. No crees que alguien cercano a mí, como lo es mi propio padre, quisiera hacerme daño en realidad. O a ti. Ustedes respetan a los mayores y entiendo eso, pero debes recordar que en el mundo humano no siempre es así. Hay familiares que se enfrentan entre ellos como si no fueran de la misma sangre.

—Es algo inimaginable.

—Lo sé. Mi mundo puede ser un asco a veces, pero no voy a dejar que nada de eso te alcance.

Guardó silencio de nuevo por un momento.

—Los que te golpearon, ¿por qué lo hicieron?

—Para ver si les decía en dónde encontrarte, pero jamás iba a decir nada.

—Solo quieren un poco de mi sangre para hacer unos estudios.

Traté de contener mi cara de enojado.

—¿Qué? No. No van a tener nada de ti.

—Pero dijo que era importante por nuestras capacidades...

—No. Ellos no quieren solo un poco. Lo sé porque lo he visto. Cuando rescaté a tu amiga, la chica de pelo negro, le estaban por drenar mucha, demasiada sangre.

Ella abrió un poco más los ojos, pareció asustada por un instante.

—Pero él dijo... No pude detectar que mentía.

—Hombres como él mienten muy bien. Lleva años de práctica. —Bajó la vista así que resoplé—. Hey, ven... —Me puse de pie y le extendí la mano—. Hacen falta algunas cosas. ¿Me acompañas?

Eso la animó.


Fuimos al centro comercial cercano a conseguir víveres. Eso la distraía bastante. Le gustaba curiosear, viendo etiquetas, diciendo que algunas cosas, sobre todo nombres de químicos, no los entendía.

—¿Quieres algo en particular? Hay almuerzos que solo los metes al microondas o al horno y queda listo para comer.

—Pero puedo cocinar. —Veía un pimiento que era perfectamente rojo—. Es muy perfecto.

—Lo sé, es crecido aquí.

—Y esta fruta luce muy bien.

Sonreí al verla escogiendo frutas y verduras. Las olfateaba. Las que aprobaba las ponía en el carrito de compras. Pegó el oído a una sandía, le dio un golpecito, y pasó a la siguiente, hasta que una le gustó, la olió, y la puso en el carrito.

Formé una línea con los labios en una media sonrisa de excusa para una señora que notó a mi chica escogiendo las cosas con destreza. La mujer sonrió con ternura.

—¿Por qué tienen la carne así? —preguntó Ursa cuando pasamos por los congeladores con los cortes de carne de res. Más allá estaba el cerdo, el pollo, y otros.

—Las de este lado son falsas, pero lucen y saben igual. Al menos las hacen lucir igual. ¿Ves el precio? Así es como te das cuenta.

—Oooh. —Miró a ambos lados—. Bueno. La descomposición empieza apenas el animal muere. Puede que el frío la ralentice, pero esta carne ya se está descomponiendo. Lo puedo oler.

Hice una mueca. Agradecía no haber sabido eso durante todos estos años.

—Okey, gatita, pero no nos hace daño todavía.

—Puedo cazar. Mientras más fresco, mejor.

Reí y la atraje hacia mí para besar su frente.

—Ardillas flacuchas y aves chuscas, claro está, porque eso es lo único que vas a encontrar en una ciudad.

Quise darle otro beso, pero me esquivó como una gata y se escurrió de mi agarre con la misma facilidad. Escuché risillas de otras señoras y suspiré.

Se acercó a unas sartenes y ollas.

—Dice que no se pega —comentó cuando me tuvo cerca. Tocaba la superficie de una olla—. Las ollas de barro son bastante desechables porque llegan a absorber y se quiebran con el tiempo. No usamos metales porque le dan otro sabor a la comida, pero una con esta cubierta...

—¿Quieres llevar una?

Sonrió y la puso en el carrito. Negué con una sonrisa y la seguí a donde iba.


Salió un mundo de dinero, pero no importaba, necesitaba todo porque el departamento sí estaba muy vacío, y confiaba en el criterio de mi chica para las cosas que había olido y le gustaron. Había escogido cosas orgánicas sin necesidad de ver las etiquetas, solo con su olfato.

El departamento al menos tenía el congelador, cocina, horno, microondas y la lavadora y secadora. Lo básico, como la mayoría de los departamentos, pero nada de todo lo demás, obviamente.


Al regresar al departamento, cerré la puerta bien nuevamente y aseguré. Ella ponía algunas cosas en donde creía que debían ir.

Calentamos la cena, que, aunque era de la que ya estaba lista, era orgánica también. También había conseguido la carne falsa, pues, según ella, no olía a descompuesto todavía. Agradecía no tener su olfato.

La ignorancia era felicidad.

—Estamos acostumbrados a un mundo lleno de sonidos olores y colores. —Comentó cuando le pregunté, mientras cenábamos en la mesada de la cocina—. Ustedes también, es solo que probablemente si tuvieran nuestros oídos y olfato unos segundos, sería impactante, pero se acostumbrarían también con el tiempo. Al menos eso dicen los viejos. Ustedes verían diferente este mundo, quizá.

—Sí, quizá. O ya nos habríamos acostumbrado e igual lo habríamos arruinado —bromeé.

Se sabía que los evolucionados también veían un espectro más en la gama de colores o algo así. Yo no era el científico.

Tomé su plato vacío y lo eché a la recicladora.

—¿Te gustó?

—Sí. Gracias.

Iba a decirle mi broma de "ponte en cuatro", pero me la ahorré y ahogué una risa.

La vi poner su material de trabajo en el cajón del pequeño mueble que pretendía ser un escritorio incorporado en la pared.

—A pesar de estar en un lugar nuevo y de que no llevamos ni un día aquí, parece que te adaptaste enseguida —comenté con curiosidad.

—¿Tengo otra opción? —preguntó.

Apreté los labios.

—Ya sé. Lo siento. Solo hago lo único que sé hacer bien. Que es proteger.

Ella suspiró y se acercó, mostrando una muy leve sonrisa. Rodeó mi cuello con los brazos, así que mis manos fueron a su cintura enseguida.

—Sabes hacer muchas cosas más.

Negué.

—Había olvidado que eres la única chica que cree que soy algo más que esto.

Ladeó el rostro y negó.

—Puede que esté en un lugar nuevo, pero lo que me mantiene fuera del pánico por estar lejos de mi pueblo es que estoy contigo.

Junté mi frente a la suya, cerrando los ojos, y quedamos así, en silencio y tranquilidad. Los silencios así con ella no eran incómodos para nada.

Podía pasar mis días así, para siempre, y no tendría la más mínima queja. Había algo hermoso en la simpleza de la vida cotidiana.

Ella me consideraba su hogar. Eso me lo había hecho entender en esas pocas palabras. Nunca pensé que algo así iba a pasarme a mí. Me era todo un honor. Otro halago insuperable por parte de ella.

Puse la mano en su mejilla y la llevé hacia la parte posterior de su cuello para atraerla y besarla. Solo quería hacer eso. Si mi yo de hacía unos meses me veía así, sin duda se hubiera reído

Disfruté de esos deliciosos labios rojos hasta que sentí que sus traviesas manos ya desabrochaban el segundo botón de mi camisa.

—Hey —susurré con una maliciosa sonrisa. Ella volvió a besarme sin dejar de querer desvestirme—. Ah. Sin duda eres como una gata manipuladora —dije con diversión—. Me acabas de decir algo lindo solo para llevarme a la cama. Vaya.

—¿Qué? No. —Y continuó.

No iba a negarme, pero sonreí.

—Ya te está gustando, ¿eh? —tenté.

Ahora ella sonreía.

—No sé de qué hablas.

—Hhmm —ahogué una risa corta contra sus labios—. Te está gustando.

Sus manos se colaron por mis hombros, deslizando la camisa para que callera.

Ella no iba a admitir nada, y tampoco iba a detenerla por eso. Me lo demostraba y eso bastaba. Ella no era de palabras, sino de acciones.


Al final, sí la escuche susurrar, o, mejor dicho, jadear, que le encantaba, mientras la tenía debajo de mí, curvándose y entregándose, correspondiendo a mis movimientos lentos.

Ver su piel suavemente iluminada por la cálida luz baja de la lámpara, tan hermosa y desnuda como en mi sueño, pero mil veces mejor, fue la imagen más gloriosa y excitante de toda mi vida.


***

—Te voy a escribir en un rato —le dije a Jorge en voz baja.

Él asintió. Volteamos a ver y Tania conversaba con Ursa, muy animada. Ella me dio una mirada y le sonreí para calmarla. Estaba muy seria.

—¿Seguro que no quieres respaldo? —preguntó Tania.

—No se preocupen. Solo voy a hablar con él. Ya hace falta una reunión con el viejo.

La verdad era que ya me había citado, pero no les había dicho nada. Además, sabía bien que probablemente no iba a ser una conversación simple, solo no quería preocupar a Ursa. Lamentablemente, a veces yo también podía mentir igual que ese hombre.

Luego de partir, le escribí a mi hermano.

"Si no regreso hasta más tardar en la noche, llévatela. Sé que sabrás qué hacer."


***

Hoy celebro que mi novela Eva: el proyecto, salió en una mención honorífica en un video de un concurso de un canal de Youtube que me gusta, que es nada más y nada menos que Arcade's books. ToT

Gracias también por su apoyo en este libro. Si no fuera por sus comentarios y sus lecturas, wattpad no vería que mi librito crece aunque sea un poco. Además, que me lean es el motivo para subir mis novelas.

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