Capítulo 32: Ni aunque me muera
Max
Había hecho el amor por primera vez. La había besado tanto, demasiado. Sus hermosos pezones estaban sonrosados de tantos besos, sus labios igual. Lo sabía porque había revisado la hora en mi teléfono y su luz me ayudó a ver de paso el cuerpo de mi Ursa. Yo por mi parte, sentía algunos rasguños por mi espalda y mis costados, pero no era nada grave.
No fui recatado ni distante, ni quise serlo ni por el más mínimo segundo. Fui a ello con todo mi ser. Le hice el amor con toda la intensidad que me nacía con ella, y solo ella.
Ahora la tenía contra mi cuerpo, todavía acalorada, pero agotada. Podía seguir, su cuerpo seguía sensible, pero quería que descansara. Habría tiempo para "practicar" resistencia. También estaba agotado, la verdad, había hecho un viaje largo, pero valía la pena. Todas las distancias valían la pena por esta chica.
Mis manos recorrían sus curvas mientras ella repartía lentos besos por mis mejillas y mis labios, deteniéndose más tiempo ahí. Le gustaba. No lo decía, pero lo demostraba con sus acciones. Yo estaba más que satisfecho, no existía sensación de vacío, al contrario, mi corazón estaba inflado de felicidad, mi ego por las nubes. Y vaya que había disfrutado como nunca.
—Tengo preguntas —murmuró.
Su mano jugueteaba sobre mi pectoral. Sonreí.
—Sí, dime.
—Al terminar... ¿Es eso lo que produce un hijo?
—¿Lo sentiste?
—Creo.
Sonreí con suficiencia. Era normal el sentirme realizado y satisfecho por haberme venido en una mujer tan hermosa, al menos eso dijo un profesor pervertido alguna vez. Por instinto animal solo quería embarazarla, pero por amor... quería hacerla gozar.
—Aunque siempre hay "nuevo", la pastilla lo inutiliza.
—Entonces, tu cuerpo siempre lo produce.
—Sí. A veces mi cuerpo lo reabsorbe o yo me encargo solo de deshacerme de eso...
—¿Y cómo te deshaces tú mismo de eso?
—Eh, pues, ya sabes. Lo... —hice sin querer algo de la mímica de la masturbación—, l-lo incentivo y, ¿sabes? Hablemos de ti —cambié el tema, reaccionando con algo de vergüenza. Hacía tiempo que no tenía mi "hora feliz", y, con ella, dudaba que volviera a necesitarlo—. ¿Hay algo que quieras saber sobre ti?
Encogió el hombro.
—No. Tú eres el que me causa curiosidad.
—Ah, por supuesto —dije rodando los ojos.
Levantó un poco la cabeza.
—Ya no está erguido como estaba antes.
Reí y tiré de la manta para cubrirnos a ambos.
—Puede estarlo en un rato, si es que quieres —tenté.
—No me desagrada la idea.
Se acomodó sobre mi pecho de nuevo y dio un hondo suspiro. Empecé a acariciar su cabello, que, aunque estuviera enredado en algunas partes, estaba perfecto.
Abrí los ojos tras sentir movimiento. Era Ursa, se levantaba y miraba a su alrededor. El intenso calor de su cuerpo me había dejado y el aire del ambiente se sentía frío en comparación.
—Debo irme.
—¿Qué? —Revisé el teléfono y su luz me cegó el par de segundos que me tomó ver la hora. Cinco de la mañana. ¿Acaso la gatita tenía un reloj interno?— ¿Te quedaste dormida? —bromeé.
—Debo ir a revisar mis trampas.
—Okey. Ya me levanto.
Volteó a verme. Sonreía levemente.
—¿Vas conmigo?
—Nena. Me ejército en las mañanas. ¿Crees que no voy a seguirte el paso?
—Ya lo veremos. Corre. Hay otro cuarto de baño por el jardín.
Sonreí al verla salir de la cama, y aunque el sol todavía no salía, ya estaba bajo el horizonte, dejando que la leve luz entrara por la gran ventana al jardín. Verla desnuda era un espectáculo. Sus pechos, esa cintura, sus caderas, los muslos. Todo en ella me provocaba agarrar, apretar, besar y morder. Y repetir. Sobre todo, repetir.
Fuimos corriendo por los senderos que ya había conocido. Llevaba mi arma, por si acaso. Ningún psicópata iba a molestar a Ursa solo por querer estar conmigo. El bosque en la mañana olía a gloria. El aire era muy fresco.
Ursa se detuvo y caminó atravesando algunos arbustos hasta que llegamos a una de las trampas. Tenía a un ave rechoncha.
—Ah, pobre bicho —lamenté en tono falso.
La vi sacarla de la trampa, agarrándola del cuello. Sacó el cuchillo del cinturón e hice una mueca cuando se lo clavó sin atisbo de duda. Debía tener cuidado con ella.
Sonreí de lado. Me encantaba.
—Luego de esto —comenté, acercándome—. ¿Vamos a tener ya nuestra cita?
Volteó a verme, confundida. Pude ver su sonrisa antes de que me diera la espalda de nuevo.
—La ciudad ya no es divertida.
—¿Entonces aquí?
—Ursa. —Uno de los gemelos vino—. Ya casi es hora, quieren que traigamos a los conejos.
—Conejos fuimos nosotros anoche—murmuré con una sonrisa, casi de forma inconsciente.
Reaccioné y ambos me miraban confundidos. Ursa rodó los ojos y negó.
—No le hagas caso. Dice tonterías a veces. Lleven ya los que tienen. Está bien.
—Sí. —Se fue emocionado.
—¿En qué nos quedamos? Ah, sí. —La tomé de la cintura. Ella jadeó al sentir mi cuerpo contra el de ella. Los recuerdos de la noche—. Una cita.
Tenía la fuerza suficiente para alejarme, pero no lo hacía. Sus enormes ojos felinos estaban plantados en los míos. Podría vivir mirándolos. Eran mágicos. El enorme iris celeste cristalino con ese reborde negro, sus pupilas estaban dilatadas, en forma de almendras. Quería creer que era porque le gustaba lo que veía.
—Si te digo que sí, ¿dejas de insistir?
—Esa es la idea.
Sonrió, asintió y me puso la mano sobre el pecho para apartarme.
***
Al final, sí terminamos yendo a la ciudad. No sabía por qué ella estaba renuente en ir al principio. Quise insistir en que me dijera qué pasaba, pero no lo hizo. Empezaba a sospechar que había aceptado venir conmigo solo para que no indagara en eso.
Tal vez estaba siendo paranoico, pero la conocía lo suficiente como para saber que había algo. Le sugerí pasar por comida en la camioneta, como la vez pasada, sin bajar de esta, y aceptó más tranquila.
—Hoy hay un festival. Te va a gustar —dijo.
Estaba estacionado en el borde de una carretera en la montaña, con vista a la ciudad.
—Te creo.
—Esto estuvo muy bueno. —La vi relamerse el labio superior luego de terminar el milkshake. Otras cosas vinieron a mi mente y reí en silencio—. ¿Qué?
—Nada. ¿Por qué te enamoraste de mí? Soy un pervertido.
Se encogió de hombros.
—Ni siquiera yo lo sé. ¿Y qué es pervertido?
La miré, recostando la cabeza contra el respaldo del asiento y sonriendo a labios cerrados.
—Creo que pervertidos son muchos de los comentarios que te he dicho antes. Como que te quería levantar, o que quería tus piernas sobre mis hombros.
Parpadeó un par de veces. Lo pensó, mirando al costado y entrecerrando los ojos, y luego los abrió mucho. Empecé a reír.
—¡¿Te referías al sexo?! ¡¿Querías hacerlo...?!
—Sí y no —me defendí, levantando las manos levemente en señal de rendición.
—Max —gruñó.
—Solo me gustaba ver cómo reaccionabas a comentarios a los que otras mujeres hubieran reaccionado de forma muy distinta. Solo jugaba. Lo siento.
—Entonces... —sus hombros decayeron—. No querías estar conmigo en realidad.
—¿Qué? ¡Claro que sí!
Apretó los labios.
—Pervertido entonces.
Solté una carcajada tirando el rostro hacia atrás. Nada era bueno para la gatita.
Di un largo respiro de alivio, dejándome deslizar en el asiento. La ciudad no se veía tan bien como se vería de noche, de hecho, estaba algo gris.
—¿A qué hora debes partir? —preguntó.
Miraba con cierta tristeza hacia el frente.
—Bueno, volvemos al pueblo, vemos un poco del festival que dices, y me voy.
Suspiré y presioné el botón del motor para que se activara. Retrocedí para volver al camino y puse rumbo al pueblo de nuevo.
Pasamos la salida de la ciudad, que había estado cerca. Noté que ella iba pensativa. Puse mi mano sobre su muslo y apreté un poco para reconfortarla.
—¿Todo bien?
—Si ya te vas, no vas a estar en intimidad conmigo de nuevo. —Se encogió de hombros.
Quedé con los labios entreabiertos. ¿Había escuchado lo que escuché? ¿Quería estar conmigo?
Mordí mi labio inferior tratando de contener la sonrisa perversa que se me había formado, pero fue casi inútil. Puse a Patricia en modo automático y las ventanas se tornaron completamente negras.
—Quítate la ropa —dije.
Ursa me miró sorprendida. Sus mejillas tornándose rojas. Giré el asiento y la tomé de la cintura. Sonrió y se agarró de mis hombros.
—Ehm, pero nunca has descuidado el volante...
Negué.
—¿Ya no recuerdas que nos dio alcance sola en la playa? Incluso una vez se fue hasta la sede. —La observé—. ¿Puedo soltarte el cabello?
—Sí, pero ¿por qué?
—Me gustas salvaje —ronroneé al tiempo en el que liberaba esos cabellos dorados.
Se lo sacudió con elegancia, apenas, sonriendo.
—¿Me quito toda la ropa? —dudó—. ¿No necesitas solo lo de abajo?
—No solo quiero cogerte y ya. Quiero más —susurré y acabé la distancia entre su boca y la mía.
Me la llevé al amplio asiento trasero e hice muchas barbaridades. Nunca quise ensuciar a Patricia, pero Ursa era la mujer de mi vida. Teniéndola sobre mí, nuevamente dejé sus pechos enrojecidos. Era que al verlos tan cerca de mi cara, en plena luz, me era imposible no dejarlos en paz.
Le dejé la libertad de hacerme como más le gustara, que fuera conociendo su cuerpo en ese aspecto. Tenía fuerza en esas caderas hermosas y, mierda, me empezó a llevar peligrosamente a la cima.
Pero fue un bache que provocó un leve brinco de la camioneta, un maldito bache del camino de tierra, y no yo, lo que hizo que ella llegara a su máximo.
Abrí la ventana del techo de la camioneta y puse la ventilación, ya que las lunas se habían empañado un poco. Llegamos y dejamos el vehículo. Ella tomó mi mano para guiarme hasta el centro del pueblo, frente al lago con la fogata.
Cuando el festival empezó, los músicos del pueblo empezaron a tocar una danza con tambores y otros pocos instrumentos. Pude ver a unas pocas niñas sentadas en el suelo en círculo, moviendo los hombros y haciendo movimientos de brazos. Luego los niños entraron, trotando alrededor de ellas, y también empezaron a mover los hombros y los brazos, un par de saltos y a continuar.
Sonreí.
—Son todos los niños del pueblo —comentó Ursa—. Le bailan a las abejas.
—¿Todos los niños? Vaya. No son muchos.
Eran quizá unos veinte en total. Aunque había algunos por ahí más grandes y otros más pequeños. El pueblo solo tenía una escuela en donde les enseñaban las cosas básicas para su vida. Y su cultura, por supuesto.
Me crucé de brazos y suspiré. Los humanos no podían intervenir en esto, era verdad. Vi a hacia el otro lado del cúmulo de gente y logré ver a Marien con Sirio. Ella sonreía encantada y recostaba la cabeza contra el pecho de él, sin dejar de mirar el baile. Había aceptado su cultura.
Yo tampoco iba a intentar cambiar nada en Ursa. No iba a hacerle eso. No iba a arrebatarle nada. Tampoco iba a dejar que los humanos vinieran a querer cambiarles las cosas.
***
Luego de pasar saludando a mi hermano, regresé a Areq. Llegué de madrugada. Caí rendido en la cama estrecha y quedé dormido enseguida.
Esa misma mañana, tuve que despejarme el sueño como fuera. Debía bajar al campo de entrenamiento a mover a esos ociosos. Sin embargo, cuando revisé el teléfono, tenía un aviso. La sede en esa ciudad me quería en la oficina. Resoplé.
Cuando llegué, me di cuenta de que el edificio parecía algo silencioso. No había muchos autos en el estacionamiento.
Me aseguré de que tenía el arma. Sin embargo, sentí el pinchazo antes de siquiera escuchar el disparo.
Reaccioné de golpe, sacando el dardo de mi brazo. Lo observé en mi mano y se me nubló la vista.
—Mierda —renegué y enseguida todo se volvió negro.
***
Respiraba hondo. Tenía una bolsa en la cabeza. Un clásico. Me removí, pero estaba atado con los brazos hacia atrás en una silla. Tenía que pensar rápido. Había escuchado pasos. Eran dos personas conmigo, pero seguramente habían más afuera de donde estuviera.
—Buenos días, señor Turner —dijo uno—. Solo queremos saber un par de cosas.
—Te puedes ir yendo a conseguir otra silla porque vas a tener que esperar sentado —me burlé.
Me sacaron la bolsa y recibí un golpe del duro metal de una pistola. Gruñí.
—En la cara no —bufé.
Ambos estaban con el uniforme de Seguridad Nacional, y los cascos. No podía saber quiénes eran.
—¿En qué zona está la HE?
Quedé en silencio, ya ni siquiera hice ruido al respirar. ¿Cómo se atrevía a referirse a ella como "H.E."?
—No sé de qué hablas, imbécil.
—¿De qué zona es?
—Ya te dije que no sé de qué hablas —siseé.
Otro golpe con el metal del arma. Apreté los dientes y sentí la gota de sangre caer por mi costado.
Sacó un papel doblado de su bolsillo y me lo mostró. Era ella, sin los lentes oscuros. Era la imagen de una cámara de vigilancia, y parecía ser el gimnasio ese...
Ugh.
—No la conozco.
Me puso el arma bajo el mentón, obligándome a mirarlo.
—¿En qué zona?
—En donde se cogieron a tu madre, hijo de perra —gruñí.
Otro golpe, esta vez por el pómulo. Las heridas empezaban a latir, agregado a un intenso dolor perenne.
—Vamos a tener que prescindir de usted. Si no colabora, iremos por su hermano. Necesitamos la ubicación de esa evolucionada. Podríamos ir quemando los otros pueblos, pero eso no es civilizado. La prensa acabaría con nosotros.
—Hagan lo que quieran. No la conozco. No sé de qué hablan.
—¿Y qué me dice de esto?
Otra imagen, la que me mostró mi tío ese día, en la que ella estaba con sus lentes oscuros junto a mí.
—Esa era una humana.
El hombre le echó una mirada al otro, quien le asintió. El tipo entonces puso el cañón del arma contra mi frente.
Ursa...
Podía respirar tranquilo sabiendo que ella iba a saber ponerse a salvo. Ella no iba a caer en trampas. Era una chica lista. Yo no iba a hablar ni aunque me cortaran en pedazos.
Ellos lo sabían, por eso iban por el camino rápido y menos sucio.
—Última oportunidad. —Le sacó el seguro a la pistola—. ¿En qué zona está la evolucionada?
Cerré los ojos.
Uno... Dos... Tres...
Apretó el gatillo y di un respingo ante el chasquido vacío.
El hombre se alejó, resoplando. Quedé mirándolos con odio a ambos mientras decían un par de cosas. Uno tocó su comunicador.
—Ya lo oyó, señor...
Otro golpe me sacó del juego.
***
Aviso. Quizá mañana tarde en subir cap, o quizá no pueda hasta el día siguiente, porque voy a un procedimiento y regreso tarde :/ igual, nos acercamos a la recta final jejeje. Imagen para que se distraigan...
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