Capítulo 30: Él es mi hogar
Ursa
—Entonces, ¿no tienes unión pactada todavía? —había preguntado.
—No. Por eso, mis padres han pensado en ti nuevamente. Ya que mi abuela es tu mentora y les ha hablado bien de ti —dijo Sol.
Su familia se dedicaba a cavar. No lo hacían mucho, pero cada vez que lo hacían, solían encontrar cristales. En la zona abundaban al parecer.
El objetivo real era encontrar cosas de humanos, que hubieran quedado enterradas y perdidas, dinero, metales. Descubrían antiguos basureros y demás. A veces, si encontraban un asentamiento mineral, se entretenían en él un par de años, dependiendo del tamaño y hasta donde pudieran llegar sin depredar el bosque.
Eso, de pronto, me había dado una idea.
—¿Podría ser que me den algunos de esos cristales que suelen encontrar? Los puedo usar en... —Me detuve.
—¿En qué?
—Unas cosas que hago.
Él me miró confundido.
—¿Haces...? ¿Cómo los artesanos?
Suspiré y, aunque dudé, respondí.
—Sí. Hago algunas cosas en el poco tiempo libre que tengo. Suelo juntar cuero, y como los brazaletes son pequeños, de una sola vaca pueden salir...
—Pero eres cazadora —interrumpió, más confundido.
Apreté los labios, sintiendo un nudo por la boca del estómago. Había olvidado de pronto que ni siquiera mi madre me preguntaba sobre eso. Todos siempre solo querían saber sobre lo que se suponía que era mi única función.
—¿Acaso no puedo hacer las dos cosas?
Lo pensó unos segundos y encogió los hombros.
—Bueno... Es que es trabajo de los artesanos hacer las cosas, ya sabes.
Suspiré.
—Supongo.
El único que incluso me animó a hablar más de lo que me gustaba hacer, fue Max.
—Por cierto —pensó unos segundos y me miró con sospecha—. Columbus me dijo que estaba cometiendo un error. Que has estado muy... "cerca" de uno de esos humanos inmorales.
Mi sangre se enfrió lentamente. Tragué saliva.
—Soy amiga de un par —solté y me aclaré la garganta—. Si eso es un problema...
—No. —Parpadeó, pensando otro par de segundos—. Si no has estado cerca de forma comprometedora.
Apreté los labios.
Eso había pasado antes de que viera a Max de nuevo, antes de ese beso... Antes de que volviera a perderlo.
Intentaba hacer un grabado, pero no me salía bien. Resoplé y quedé mirando la pieza con tristeza y frustración.
Al menos la casa estaba silenciosa, pero extrañaba a alguien.
"Firmé para quedarme en Areq..."
Gruñí. Mi corazón se estrujó y apreté los puños. Mis ojos quemaban queriendo soltar lágrimas, pero ya no iba a llorar por él. ¡Era un tonto!
Estaba enojadísima con mi corazón por insistir tanto. Mi mente se quería ir de su lado cada vez que bajaba la guardia y me ponía a recordarlo. Él me había preferido, había tenido la paciencia de decirme cosas sobre su vida, aunque eso había sido otra puñalada en la herida ya existente.
Pero yo quería estar con él...
Gruñí de nuevo. ¡No!
Si antes me hubiera pedido irme con él, probablemente hubiera aceptado ciegamente. Vaya locura. Jamás me habría creído tan imprudente.
Me congelé al escuchar el ruido de un motor... pero respiré de nuevo al detectar que no era esa camioneta.
Una sensación de decepción se apoderó de mí, pero luego esta fue de preocupación. ¿Quién sería entonces?
Fui a abrir la puerta y vi a Tania bajando de su auto.
Oh.
—¡Holaaa! —saludó entusiasmada. Me abrazó, dejándome pasmada y entró sin que siquiera le dijera que podía—. Me enteré de que tenías una casa así que tuve que pedirle a Marien indicaciones. No estás lejos de ellos. Estas casas son una pasada. —Se alejó mirando alrededor—. Están dispersas, en desorden, pero al mismo tiempo, mantiene algo orgánico. Algo mágico. ¿Y esos dos árboles del jardín? ¡Son enormes! ¿Han construido la casa rodeándolos?
—Eh, sí, eso solemos hacer.
—¡Vaya!
Estaba vestida como civil, como de costumbre, con un jean y camiseta apretados a su cuerpo. Su cabello negro en una cola alta y un bolso pequeño al hombro. Pero ya no me sorprendía, y de hecho, sí se veía bien. La libertad que ellos tenían para usar lo que quisieran era de envidiar.
—¿Cómo has estado? —preguntó.
—Bien.
—¿Quieres ir por algo a la ciudad? —Solo pensé en Max y no pude contestar. Iba a querer ir a verlo y...—. No te preocupes por el tonto de Max. Hasta donde sé, firmó para quedarse en otra ciudad, así que no nos lo vamos a encontrar —trató de calmarme. Pero fue peor. Mi estómago pesaba como el plomo—. Igual, la ciudad es enorme.
—Prefiero no ir de todos modos —logré responder.
—Bueno. —Se encogió de hombros—. Hablemos aquí entonces.
—¿Hablar?
—Necesitas hablar. Es obvio. Para eso estamos las amigas. Debo darte mi veredicto de la situación.
¿Amigas?
Parpadeé un par de veces. Luego recordé que, para ellos, el término "amigos" era algo muy impersonal. De todas formas, ella no me desagradaba, así que al final no importaba.
Puse unos panes que habían repartido en la mañana los panaderos, y le di una taza con leche de soya. Ella lo olió y quiso arrugar la cara, pero se contuvo. No muy bien, claro, por eso me di cuenta. ¿A los humanos no les gustaba eso?
La probó. Saboreó e hizo un gesto como diciendo que no estaba tan mal después de todo.
—Entonces no lo quieres ni ver porque descubriste que no es un santo —murmuró con un tono un tanto burlón.
Yo había tenido algo de duda en decirle la razón, para que viniera con eso. Fruncí el ceño.
—No es tan a la ligera.
—Es su pasado —insistió—. Ya sé que ustedes deben quedarse virgencitos hasta el matrimonio, pero es que es diferente. Nosotros hemos crecido siendo bombardeados con esa información desde jóvenes. Además, es una forma de conectarte con tu pareja.
—Sí, eso ya me lo han dicho.
—Nosotros hemos aceptado su cultura.
—Es que creo que tiene menos imperfecciones que la de ustedes.
Apretó los labios, arqueando las cejas.
—Seh, puede ser. Pero ninguna es perfecta. En fin. Me parece que te estás perdiendo de algo muy bueno, y solo por el gusto de hacer drama, porque su discusión a lo mucho debió durar solo hasta ese momento en el que te lo dijo.
Bajé la vista.
—Tal vez con una humana.
—¿Tú quieres estar con él? —Iba a responder que sí de inmediato, pero me contuve—. ¿Crees que ya no vale como persona solo por eso? —Cruzó los brazos, arqueando una ceja—. Yo también lo he hecho, Ursa. —Eso me sorprendió—. ¿Crees que soy mala persona?
Entreabrí los labios y negué.
—No. Es solo que...
—Tu buen amigo Sirio también lo ha hecho —agregó, inclinándose sobre la mesa y apoyando el rostro en su mano—. ¿Crees que es malo ahora? ¿Crees que ha cambiado en algo?
Sirio... Era verdad. Le había preguntado a Marien sobre el sexo y ella se había quedado pasmada, seguramente creyendo que me refería a ellos. Si eran una pareja, entonces...
Iugh.
Sin embargo, Sirio seguía siendo el mismo. Seguía sonriendo igual. Su mirada era la misma. Aunque, aun así, según nuestras normas...
Las normas.
Apreté los puños, pensando en las normas. Las normas de porquería. Si no hubiera sido por ellas, probablemente hubiera sido más feliz con Max. Más libre. Hubiera entendido ese pasado, que era parte de él, aunque no me gustara, y no me hubiera importado. No hubiera crecido creyendo que una persona era de mi propiedad incluso desde antes de conocerlo.
¿Qué importaba ya todo eso? Yo quería al chico que era él en el ahora. Yo también quería disfrutar de estar con él, olvidarme de esas tonterías y disfrutar sin sentir que estaba actuando mal, porque la realidad no era esa.
Probar la libertad sí era peligroso. Peligroso para los líderes que les gustaba tanto mantener el control. Y les entendía, pero a veces yo también sentía que exageraban un poco.
—Lo siento —murmuré—. Yo quiero estar con él, pero ahora es tarde.
—Bueno, tal vez. ¿Sabes? Tuvimos que aguantar su humor horrible cuando lo botaste como al perro que es —se burló y tomó otro sorbo de leche. Sonrió a labios cerrados.
—Nuestros líderes y las ancianas que nos enseñan a nosotras las mujeres siempre dijeron que no debíamos quedarnos a solas mucho tiempo con un chico. Imagino que no quieren que pasen estas cosas, aunque no tengamos idea.
—Es que a veces el instinto es más poderoso —dijo Tania con una sonrisa traviesa—. Cuando te tocan en ciertos puntos, puedes perder la cabeza. Ya te lo he dicho. Oh. Y viceversa, claro. —Volvió a sonreír—. No culpo a tus líderes. Al privarles de esa información se han ahorrado una infinidad de problemas, créeme.
—Entonces, sí es malo.
—El problema es que hay que ser responsables, y ustedes seguramente no lo serían. No al inicio. Por eso la humanidad, y su falta de control, hizo un desmadre en sus primeras épocas. En todo. No solo en cuanto al sexo. Y hasta el día de hoy, hay cosas algo oscuras. —Torció el gesto—. Pero no significa que por eso te vas a privar tú. —Rió pensativa—. Siempre digo que me dan pena. No me imagino lo urgidos que están todos estos jóvenes, y sin saberlo. Vaya frustración.
***
—No voy a unirme a ti. Lo siento.
Sol quedó perplejo.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Porque no me conoces.
—Pero si siempre nos hemos visto por el pueblo.
—No me refiero a eso.
—Bueno. Podemos conocernos luego.
—No puedo. —Respiré hondo.
—Bueno. —Parecía molesto de pronto—. Dudo que pueda guardar cristales para ti. Mi padre no lo va a permitir luego de este desplante.
Se alejó y se fue con su grupo sin volver a mirarme. Quedé perpleja.
Ugh. Vaya. Solo esperaba que no le hubieran dicho a los líderes para que luego no reclamaran.
Removí el arroz y saqué los huevos del agua hirviendo. Había terminado con la cacería algo tarde, así que ya me había aseado para eliminar la tierra y el olor a animales. Quería ponerme cómoda, pero no podía estarlo desde que había vuelto a ver a Max.
El beso que nos dimos. Su sonrisa tan atractiva... Cuánto lo había extrañado. Y ese poco rato que lo vi no había apagado el fuego, al contrario, solo me había dejado ardiendo más.
Todo mi ser seguía pidiendo que lo buscara. Que olvidara todo. Quería liberar el peso de mi corazón. Ni siquiera seguía molesta con él, solo lo quería de vuelta, pero no iba a buscarlo.
Él no iba a buscarme. Había firmado sin más, el quedarse lejos de mí. Así de mucho me quería.
Aunque sí logré escuchar cuando les dijo a los gemelos que me quería...
Mi corazón palpitaba muy rápido. No me lo había dicho, pero no importaba. Lo había dicho.
Los del pueblo habían comentado que había decidido quedarme sola. Algo que iba a impacientar a los ancianos. Que algo así pasara era en extremo raro. Iban a querer unirme a alguien más joven después, seguramente.
¿Acaso no entendían que por mí misma podía valerme? No necesitaba unirme a alguien, ya me había unido a un hombre de alguna forma especial sin siquiera darme cuenta y no iba a poder cambiar eso.
Quería conocer aún más a ese humano. Qué importaba si había hecho cosas en el pasado. Bueno, importaba, pero él era especial para mí, y yo lo era para él. Eso era lo que borraba todo lo demás.
Era el amor. El amor no se iba, y de seguro él no la estaba pasando bien por mi culpa. Ya bastante lo había rebajado. Lo había juzgado de forma cruel por algo que él no podía cambiar.
Quería que volviera, pero ya se había ido.
No.
Terminé de cepillar mi cabello. Iba a ver a Marien y preguntarle cómo llegar a esa ciudad. Aunque estuviera lejos, iba a tratar de ir. O quizá si lo llamaba...
El sonido de un motor aceleró mi corazón. Ese sí lo reconocía. Lo reconocería en cualquier lugar.
Cuando me dirigí a la entrada, había silencio, pero sí escuché un portazo. Abrí, con mi corazón todavía golpeando fuerte, temiendo que me hubiera parecido, o que en realidad no fuera él, y lo vi.
—Ah, ahí estás —dijo molesto. Entró también sin pedir permiso y me miró, clavando su enojo en mí—. Ya soy un adulto. No puedes decirme qué hacer. Si quiero insistir, si quiero verte. ¡Ni si quiera Marcos puede decirme que no puedo salir contigo! A él le pueden dar por el culo. ¡No me importa!
—¿Que le den el qué por dónde?
Cerré la puerta y me acerqué.
Estaba con una camisa y jeans. El cabello castaño alborotado. Y así impasible, se le veía tan...
—Siento que te doliera, ¿sí? Pero también me dolió. Has sido muy injusta conmigo y...
Tomé su rostro y lo besé.
Me correspondió con esa intensidad que necesitaba, que extrañaba. Mi corazón se estrujó y mis cejas se juntaron en un gesto de tristeza, ansiedad, porque podía sentir sus labios de nuevo. Estaba feliz de verlo.
Su aroma me reconfortó enseguida. Eso era lo que me hacía tanta falta. No era la casa vacía y silenciosa. No era el haber dejado la casa de mis padres, y no era que hubiera cambiado mi forma de ser para pasar a ser adulta aburrida o algo así. Era él lo que me hacía falta. Él era mi hogar.
—También te quiero —susurré.
Quedó de piedra un momento.
—¿Tú qué?
—No voy a repetirlo —renegué bajo.
Su sonrisa amplia se hizo presente.
—Ah. —Se apartó—. Crees que te voy a perdonar toda la humillación solo con un "te quiero", ¿es eso? —se burló de pronto—. Vas a necesitar más.
Arqueé una ceja.
—Estás tentando a tu suerte.
—Siempre lo hago. Siempre vale la pena. Además, sí que me lo debes.
—No. —Me crucé de brazos—. Tú me lo debes. —Mantenía su sonrisa traviesa. Suspiré cansada—. Perdóname. —Bajé la vista con frustración—. Te quiero tanto, que solo te quiero pensar conmigo y con nadie más. Quiero que solo me busques a mí, que me quieras, que seas mi amigo, mi compañero.
Me rodeó en brazos y me pegó a su cuerpo, avanzando y haciéndome retroceder con eso. Alcé la vista. Lucía satisfecho. Su mirada brillaba.
—¿Significa que vuelves conmigo?
Parpadeé un par de veces.
—¿No deberías estar en otra ciudad?
—Estaba de camino, pero recorrí todo de regreso hasta aquí.
—¿Cómo voy a ser tu novia si no vas a estar?
—Siempre hay la manera. Además, son solo unos meses. Quería hacer drama. —Se encogió de hombros y abrí la boca, ofendida—. Vendré a visitar. No te vas a librar de mí. —Su sonrisa cambió a una peligrosa—. Ahora, creo que ambos ya hemos machacado nuestras dignidades lo suficiente.
—¿Qué dignidad? Creí que la tuya se cayó en el bosque esa vez.
Se inclinó, todavía manteniéndome contra su cuerpo, cosa que hizo que me sostuviera de sus hombros mientras me estampaba un beso en los labios.
—Te quiero —susurró muy bajo y rápido antes de volver a besarme, esta vez volviendo a ser intenso.
Sonreí de forma fugaz y continué correspondiéndole. Mi mano derecha fue a enredarse en su cabello mientras la otra se deslizaba en su pecho.
Me fascinaba besarlo. Quería descubrir el calor de su cuerpo, encenderme con él. Saber por qué la corriente me recorría solo con su roce. Por qué quería darle muchos besos y por qué mi corazón terminaba loco, como siempre, al verlo.
Mordió mi labio inferior, disparando la corriente. Mi mano bajó a encontrarse con la otra en el primer botón de su camisa. Levanté el rostro solo un poco para desviarlo y besó mi mentón. Jadeé y sonreí. Sí. Quería más. Todo. Y solo con él.
Sus labios fueron a mi cuello. Sentí levemente la punta de su lengua antes que sus labios calientes y ahogué un bajo quejido. Pareció percatarse recién de mis manos en su tercer botón y se detuvo, apartándose para mirarme.
—¿Qué?
Me miraba con sospecha.
—¿Vas a abusar de mí ahora?
Parpadeé confundida. No entendí, así que solo encogí los hombros y llevé mis manos al borde de mi camiseta para levantarla.
—Eh, espera, espera —me detuvo—. Ursa. —Su mirada se había tornado seria, pero mantenía ese brillo distinto—. Sabes que no hay vuelta atrás si decides seguir con esto... —Sacudió la cabeza—. No digo que no pueda detenerme. Me refiero a que, si quieres hacerlo...
—Quiero que todo sea contigo. —El color había volado a mis mejillas. Él procesaba mis palabras y parecía ser víctima de los nervios aunque no lo demostrara—. Pero si no me gusta, olvídate de hacerlo de nuevo.
Entreabrió los labios.
—Oye, eso no es justo.
Apreté los labios y tomé la cadena de su collar militar que se asomaba por su camisa algo abierta.
—¿Ahora dudas, capitán? —reté.
Fruncí el ceño, pero su amplia sonrisa traviesa y maliciosa me complació.
—Ya sabía que tu gusto en canciones pervertidas no era casualidad —ronroneó tomándome.
—¿Canciones pervertidas?
—Bien. Tú lo pediste, así que no me voy a contener.
Sonreí y recibí sus impasibles labios. Sus manos subieron a mi cintura, por debajo de mi camiseta y gemí, sintiendo la fuerte corriente recorrerme y arremolinarse entre mis piernas por alguna razón.
—¿Vamos a un lugar cómodo? —preguntó en susurro.
Asentí y me aparté para tomar su mano y guiarlo a mi habitación. Sentía mi corazón golpear mi pecho y mi garganta. Volteé y lo vi aventarse algo a la boca, que había sacado de un paquetito que parecían medicinas.
—¿Necesitas agua?
—No. —Su sonrisa traviesa volvió al tiempo en el que cerraba la puerta detrás.
Se devoró mis labios. Nuestras respiraciones eran profundas y al mismo tiempo alteradas. Continué con los botones de su camisa, sus labios me hacían volar y escuchaba sus latidos tan rápidos como los míos. Calor, eso también sentía.
No pude terminar con los botones porque levantó mi camiseta y terminó quitándomela. Quedé con la banda que cubría mis senos. Sus ojos me recorrieron mientras respiraba con los labios entreabiertos. Su mirada ya se había oscurecido de esa forma que ya sabía qué significaba.
Le estaba gustando mucho y a mí también, así que la leve vergüenza porque fuera a ver mi cuerpo, se esfumó.
Sus manos se aferraron a mi cintura.
—Voy a desnudarte —murmuró con la voz algo entrecortada—. ¿Está bien?
Asentí y volvió a besarme.
Jadeé tirando el rostro hacia atrás cuando bajó a mi mentón. Sus manos deslizaron la banda, descubriendo mis pechos. Esta se aflojó y terminó cayendo. Se apartó para mirar.
—Madre santa —dijo con esa sonrisa—. Que Dios se apiade de mi alma si me muero ahorita —agregó y me dio un beso, pegándome a su cuerpo—. Eres una belleza.
—Hablas mucho —reclamé, tratando de no sonreír por los halagos—. Creí haberte escuchado decir que si me veías desnuda un día ibas a... —Enmudecí cuando lo vi caer de rodillas frente a mí sin dejar de mirarme de esa forma intensa y penetrante.
Sonrió de lado y me tomó de las caderas. Puse mis manos sobre sus hombros y jadeé al sentir sus calientes labios en mi vientre. La corriente se arremolinó de forma violenta al sentir su lengua recorrerme.
Aspiré más aire al sentir sus dedos a cada lado de mis caderas, entre los bordes de mi pantalón y mi piel, dispuestos a bajarlo.
Mi labio inferior tembló. La corriente me envolvió. Iba bajando la prenda despacio. Sus dedos se cerraron en los bordes y mi cerebro recién procesó lo que era "totalmente desnuda".
—Max... —jadeé cuando la sentí a mitad de mis caderas.
Se detuvo.
—¿Estás bien? —quiso saber, alzando la vista.
—Sí —dije con un hilo de voz. Se puso de pie, arqueando una ceja—. Sigue. No te detengas —insistí, tomándolo del cuello de su camisa—, me gusta.
Sonrió. Llevó mis brazos a rodear su cuello y tomó mis muslos, levantándome en un rápido movimiento. Di un gritillo al caer con él a la cama, y reí unos segundos antes de recibir sus labios. Esos carnosos y calientes labios. Lo mordí sin poder evitarlo, enredando su cabello con mis dedos.
Bajó, su caliente aliento golpeó mi piel antes que el calor y la humedad de su boca. Se me cortó la respiración y gemí echando el rostro hacia atrás. Le hice espacio entre mis piernas sin darme cuenta. Me curvé contra él una vez más, incapaz de ser silenciosa mientras se devoraba mis formas.
Sí. Qué bien se sentía. No. No solo bien. Era delicioso.
Su temblorosa respiración golpeaba mi piel antes de cada intenso y caliente beso. ¿Estaba nervioso? ¿Ansioso? Igual que yo... Pero no de una mala forma. Eran ansias por más. Estaba hambrienta de él.
Se irguió y desabrochó los últimos botones de su camisa. Se la sacó con esa gracia que él tenía. Lo observaba sin parpadear, tendida, con el pecho subiendo y bajando, mi corazón golpeando, mi respiración entrecortada.
Su piel levemente bronceada, el collar militar, la medalla colgando entre sus dos pectorales. La cicatriz, ese abdomen tonificado al que mis manos fueron a recorrer.
Arrojó la prenda, sin alejar los ojos de mi cuerpo. Su mirada me hizo entender que sabía que a mí me gustaba mucho lo que estaba viendo, y a él también. Se inclinó, sus dedos volvieron al borde de mi pantalón, incluyendo la ropa interior, y me miró a los ojos. Jadeé ante la expectativa.
—¿Ursa?
Reaccioné de golpe ante la voz de Rigel. Junté las piernas y me senté, tomando mi manta para cubrirme.
—¿Qué sucede...? —preguntó Max.
—Los gemelos están afuera.
—Ah. Bueno. La puerta tiene seguro, ¿verdad?
—¿Seguro para qué?
Los escuchamos adentro. Abrió mucho los ojos y ambos corrimos a recoger nuestra ropa.
—¡Es que Patricia hace mucho ruido! —le reclamé en voz baja.
—Bueno, siento que esos chicos no tengan sentido de lo que significa la privacidad.
—Han de estar conversando —dijo Deneb—. Quizá se amistan de nuevo.
Me puse la camiseta como pude, aunque sintiera que toda mi ropa estaba demás, me estorbaba. Volteé y vi que Max tenía un bulto ahí abajo.
—¿Tienes algo ahí?
Él se miró. Tomó un cojín y se cubrió, pero luego lo pensó.
—Espera. Creí que sabías sobre esto.
—¿Qué cosa?
Abrió la boca para decir algo.
—¿Ursa? —preguntó Deneb del otro lado de la puerta—. ¿Está todo bien?
—¡Sí! —respondí enseguida.
Me aclaré la garganta porque mi voz había salido rara.
—Max. Vimos tu consola de juegos en una caja en la camioneta.
Él sonrió.
—Enseguida salgo y se las presto, ¿bien? Debo terminar una conversación aquí.
—¡Sí!
Se alejaron. Bufé. No podía ser. Iba a castigar a esos chicos.
—Bueno. En parte, mejor que vinieran —comentó en voz baja y resopló—. Nos dejamos llevar. Quiero que estés cien por ciento segura de esto. No así.
Se me hizo un nudo en la garganta de pronto.
—¿Qué? ¿N-no quieres...?
—¡Por supuesto que sí! —Sonrió y negó—. Pero ya tendremos tiempo.
Se revisó y arrojó el cojín a un lado, poniéndose de pie. Ya no había nada. Al menos no tan evidente. La camisa cubría hasta la mitad de sus caderas. Se me acercó. Estaba con el cabello alborotado y todavía con algo de calor.
—Entonces... Eso...
—Te explicaré luego —dijo en voz muy baja. Me dio un beso corto en los labios—. Eso tiene que ver con el sexo, pero yo no quiero solo sexo y ya. Quiero hacerte el amor. —Sonrió de lado—. Aprovecha la oferta, porque nunca lo he hecho —tentó.
—Tania me dijo que era estar desnudos o semidesnudos y tener intimidad.
Su sonrisa se amplió.
—Ya. ¿Y crees que solo con eso te podía venir un hijo? —Encogí los hombros, algo que hizo que soltara una corta risa y me diera otro beso—. No hay apuro. No te sientas presionada.
—No me siento así.
—Bueno, piénsalo de todas formas. Puedo esperar todo lo que tú gustes.
Asentí. Respiró hondo y fue a abrir la puerta para salir a ver a los chicos.
***
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