Capítulo 3: Como gatos
Max
Rojo, azul, amarillo, rojo, azul... Las luces de los anuncios de los edificios cercanos a mi horrorosa habitación, y las del mismo.
Respiraba hondo mirando el techo. Resoplé entre los dientes frunciendo el ceño, volando en placer. Jadeé y la vi venir a gatas para llegar a mi boca. Era la ninfa del bosque. Sus enormes ojos felinos reflejaban las luces.
Sonreí, pero al instante me di cuenta de que estaba solo.
Rojo, azul, verde... El ruido de los autos, el movimiento de la ciudad. Volví a mirar al techo luego de que el aparato de mi costado me dijera que mi cerebro estaba muy activo. De seguro eran efectos de la anestesia. Maldición. Con razón alucinaba estupideces.
Respiré hondo, cerrando los ojos y tratando de relajarme, de sacarme el malestar.
—¡Max!
Reaccioné de golpe al reconocer la voz de mamá. Como pude me saqué la manta de encima y salí de la cama. Por alguna razón ya no reconocía el lugar en el que estaba, solo sabía que era mi casa.
Vi a mi mamá al final del salón y una figura negra detrás de ella. Unos ojos rojos brillaron y quise correr para ayudarla...
Volví a reaccionar y quedé mirando el techo blanco con ojos muy abiertos. Ya era de día y la música sonaba, subiendo su volumen paulatinamente.
Mamá... Detestaba tener sueños en los que, nuevamente, no podía salvarla de aquel evolucionado que la atacó. Lo odiaba.
Toqué mi teléfono para detener la estúpida alarma y me senté. De joven siempre posponía las alarmas, pero luego de entrar a Seguridad Ciudadana, durante el entrenamiento, nos hacían brincar de la cama a la primera alerta.
Planchas, abdominales, saltar la cuerda y demás, todo de prisa para darme energía y mantenerme en forma a la vez.
Me quejé apenas por el dolor en el brazo y me lo toqué. Estaba vendando y su curación había sido en tiempo récord, pero todavía debía dejarlo descansar.
Me saqué las vendas y vi la muy leve marca que había quedado.
Me había mordido un evolucionado. El dolor había sido atroz. Aunque, sorpresivamente, pude seguir peleando. La adrenalina, supongo.
Ah, sí, porque había distintos tipos de ellos. Los controlados por el gobierno, cosa que no sabía hasta hacía poco. Los civilizados, con los cuales yo trabajaba en secreto para que la sede no se los llevara. Los desterrados que andaban por el bosque y solían volverse controlados, y los que no tenían contacto con nosotros, manteniéndose a salvo en sus pueblos.
Había ido a ver a un amigo de la sociedad de protectores de evolucionados, porque yo tenía la buena o mala costumbre de hacer amigos en donde fuera, y porque en este mundo uno no llegaba a ningún lado sin contactos, sin hacer el "networking" de mierda y esas cosas.
Gracias al olfato de Sirio, el evolucionado al que había reclutado en secreto, nos habíamos escabullido en un edificio de seguridad nacional, en una zona privada, y logré grabar cómo, para pesar, los adolescentes de aquella vez habían tenido razón.
Estaban usando evolucionados en entrenamientos despiadados. Eso era algo nuevo, pero no solo fue eso. Al querer mostrarle la grabación a mi amigo, terminamos siendo encontrados por alguien del gobierno que mandó a tres evolucionados controlados a atacarnos. Felizmente Sirio pudo darles más pelea que yo, al ser su igual.
—Lo sentimos, nos tenían controlados —había dicho el evolucionado que hacía solo un rato gruñía y atacaba como una bestia salvaje bota espuma—. Soy Ácrux, ellos son Alpha y Centauri —señaló a sus compañeros. Sí, los evolucionados tenían nombres raros—, supongo que... gracias por no matarnos.
—Ni que lo digas —murmuré en respuesta, todavía perplejo.
—Nos desharemos del hombre y nos iremos, nadie nos verá.
—No. Les esperamos, los llevaremos al hospital —dijo Marcos, y lo miré con sorpresa, casi quejándome en susurro—, los atenderemos ahí. Así heridos, los otros evolucionados los van a rastrear y encontrar más rápido y fácil.
Y así había terminado en el hospital con todos ellos.
Miraba de reojo a Marien, la joven doctora, amiga de mi amigo Marcos. Ella le daba sus cuidados a ese Sirio salvaje y no a mí. Junté las cejas levemente y retiré la vista rodando los ojos. Me habían dejado con Marcos, quien se estaba poniendo unos guantes de látex.
Me quejé cuando movió mi brazo sin previo aviso.
—¡Au, despacio!
—Es una mordida impresionante —dijo sin importarle, frunciendo las cejas negras mientras observaba.
—Esto no se curará nunca, ¡rayos! Tendré un hueco en el brazo de por vida, ¡maldita sea! —Marien rio bajo desde donde estaba—. Claro, ríete.
—Lo siento.
—No hagas drama —dijo Marcos—. Vamos al quirófano, te lo regeneraré con células madre.
—¿Y cuánto me costará eso?
—Nada, ustedes tienen seguro, ¿no? Tacaño.
—Ah —negué—, verdad.
Por algo lo pagaba.
Ya en el consultorio él explicó que era un procedimiento rápido, que solo me dormiría un rato. La anestesia era así de eficaz, aunque ya sabía que significaba posibles pesadillas porque el seguro cubría la barata.
Me saqué la camisa con cuidado y me senté en una silla de esas que se hacían camilla.
Él me miró y quedó en silencio unos segundos. Cuatro garras estaban marcadas en mi pecho. La cicatriz llevaba años ahí, casi siete para ser exactos, así que ya era bastante tenue.
—Puedo hacerla desaparecer también —dijo con cautela.
Negué.
—Está bien así. Me hace recordar la realidad.
Se encogió de hombros.
—Los evolucionados no son todos unas bestias.
—Yo no estaría tan seguro.
Esos tres evolucionados a los que "despertamos" del control, para mi sorpresa, luego me atajaron pidiendo que los reclutara como había reclutado a Sirio. Querían descubrir por qué los controlaban y, a decir verdad, yo también.
Recordé la misma mirada tan distinta de la bestia que asesinó a mamá. Sin duda ese había sido un controlado también. No era estúpido como para no darme cuenta.
Era por eso que acepté reclutar a Sirio. Era un chico evolucionado de veinte años, pero muy hábil, debía admitir...
Al principio no había querido, víctima de la amargura y el rencor. Tenía mis reservas para con esa especie todavía, pero, aun así, quería saber sobre ellos.
—¿No crees que es de utilidad tener uno cerca para estudiar su psicología? —habían sido mis palabras aquella vez, después de que el evolucionado se presentara ante nosotros con Marcos y su amiga Marien. Tenían más acceso a ellos por ser científicos y doctores—. Si lo reportamos, se lo van a llevar a la sede y no sabremos más. Yo quiero saber sobre ellos, quizá sobre sus asentamientos, qué es lo que los trae por aquí y tantas cosas más.
Me había enojado con Jorge por haber sido el primero en sugerir tenerlo en nuestro grupo, pero luego lo había pensado mejor mientras ellos se debatían.
Él suspiró.
—Puede ser. —Me miró de reojo con sospecha—. ¿No será que sigues pensando en la gata que dices que viste? —se burló.
Reaccioné.
—¡¿Qué?! No.
Regresamos entre risas al cuartel.
—Si cuando regresaste te dio fiebre y te volviste completamente furro, a hablar sobre la ninfa del bosque, cómo te la alucinabas y no sé qué.
Reí.
—Oye, ¿cómo que furro? ¡No discrimines a las minorías! —Nos solíamos molestar para divertirnos—. Además, no es mi culpa, hace siglos que no cojo.
—Esa no es excusa en ninguna circunstancia.
—Como sea.
Luego de programar la reunión con todo mi equipo no pude evitar volver a pensar en aquella evolucionada. ¿Cómo estaría...?
Sacudí la cabeza. Ya no importaba. Pensé en Marien, la amiga de Marcos. Estaba guapa, aunque a ella no le gustara que me burlara de sus preciados evolucionados. Marcos me había hablado tanto de ella, que era obvio que le gustaba, pero también logró que me llamara la atención.
Mi hermano me sacó de mi mente dándome una tableta.
—¿Qué?
—Es un libro de romance, deberías leerlo a ver si aprendes a ser romántico y cojes y dejas la furrada.
—¡Pfff...! —Reí con más ganas—. No son animales, son humanos, ¿sí?
—Ay, si tú mismo buscaste "zoofilia" en internet apenas pudiste.
—Pendejo —le di un palmazo detrás de la cabeza—. Solo necesito reinstalar esa app de citas y ya.
***
Pude recién revisar el correo, encontrando los cobros que se realizaban automáticamente a la cuenta bancaria, y resoplando porque el clima había hecho que la ventilación y el purificador de aire corrieran más seguido, costando más luz.
—Por dejarte herir, idiota —renegué.
También debí haber apagado todo mientras estaba fuera. Era un tonto. Tenía que dejar ese lugar y mudarme de forma permanente a mi cuartel, aunque esas habitaciones fueran del asco. Total, al final pasaba más tiempo allá. Había mucho que hacer.
Al menos el seguro de mierda había cubierto el noventa por ciento de los gastos.
—Buenos días —saludé al señor de la tienda del primer piso del edificio en donde teníamos el departamento y hermano y yo.
—¿Has escuchado las noticias? —decía mientras ponía el jabón en una bolsa de papel, porque ahora todos reciclaban.
—¿De qué?
Miré de reojo a un gatito negro que tenían. Estaba sentado en el mostrador. Quise tocarlo, pero se alejó de inmediato luego de bufar, así que le dediqué una mueca.
—Parece que las sociedades protectoras de evolucionados están diciendo que maltratan a los evolucionados. Justamente ustedes los de Seguridad nacional. ¿Sabes algo?
A veces la gente asumía que, por estar en Seguridad Nacional, yo sabía todo lo que ocurría, pero no era así. Sonreí a labios cerrados y negué.
***
Suspiré con pesadez, acercándome a mi hermano. Observaba a los hombres trotando alrededor del campo de entrenamiento.
—¿Sucede algo? —preguntó.
Bebía un batido con proteína.
—La renta. Fue mucho gasto todo este mes.
—Pero este mes recibimos tres pagos.
Abrí la boca al recordar. Como pagaban cada dos semanas, a veces caían tres pagos en un mes. Respiré hondo y el alma me regresó al cuerpo.
—¡Ah, sí cierto! Mierda, qué feliz soy. —Jorge reía—. Por cierto, ese libro furro de hombres lobo que me diste... Qué porquería.
—Pero si está de moda. Hay incluso un libro en donde salen evolucionados. Y es erótico.
—¡Ay por Dios! Es que lo que escriben. ¿Se creen que los hombres pensamos en sexo todo el día? ¡O sea sí, pero no! —Mi hermano seguía carcajeándose—. Tampoco hablamos tanto.
Me di cuenta de que algunos habían alentado el paso mientras hacían su recorrido y salí al campo, dando fuertes palmadas
—¡Qué demonios creen que hacen, soldados! —Apenas reclamé, algunos empezaron a acelerar—. ¡¿Creen que los evolucionados ahí afuera los van a esperar y echar airecito para que se refresquen?! ¡Corran! ¡Corran! —Los vi avanzar, más asustados por mí que por lo que dije, así que miré a uno de los evolucionados de los que recién había reclutado—. Oye, grandote. —El joven de felinos ojos casi azules me miró—. Trota detrás de ellos, ¿sí? Y si los alcanzas, trata de arañarlos. —Le di un par de palmazos en el hombro, pasando por su lado—. Pero no en la cara. Ya están bien feos.
El salvaje fue tras ellos y sonreí cerrando los ojos, como si sus gritillos de miedo fueran música. Después de todo, literalmente un demonio los perseguía.
—Estás de buen humor —dijo Tania.
La leve sonrisa se fue al carajo. La capitana del pequeño grupo de mujeres reclutas. Porque sí, las mujeres también se metían a estas cosas. De todas formas, algunas ya eran más locas y aguerridas que muchos hombres.
—Tenemos nuevos evolucionados —comenté.
Su sonrisa desapareció y miró sobre mi hombro. Abrió la boca apenas y volvió a verme.
—Pero bueno. Creí que tenías que consultarme.
—No ibas a decir que no, ¿o sí?
—Capitán —habló uno de mis chicos.
—¿Qué haces aquí? Anda a correr —dije sin mirarlo y le continué hablando a Tania—. Vamos a usarlos para averiguar un par de cosas.
—Cap...
—Vuelve a interrumpirme —le dije al otro, volteando a mirarlo con tanta frialdad, que empalideció— y le digo a Sirio que te persiga a ti nomás.
—E-s que... —Señaló.
Alpha había dejado de perseguirlos porque algunas mujeres del equipo de Tania estaban hablándole, intentando tocarlo, y él, como todo un gato, se retorcía esquivando sus manos. Las otras estaban mirando a los demás.
Apreté la mandíbula. Una notó mi mirada y le dio un palmazo a su amiga, quien también volteó. Se asustaron.
—Contrólalas —le dije a Tania, disponiéndome a irme—. O lo haré yo, y no te va a gustar.
***
Asentía apenas, con los brazos cruzados, viendo cómo los evolucionados se debatían en duelos amistosos, aunque su fuerza y agresividad eran palpables. Eran los dos hermanos de cabello negro contra el rubio de ojos color miel.
Este último era un tanto más ágil. Logró inmovilizar a uno, pero pronto fue embestido por el otro y chocaron con un mueble de metal. Gruñeron y los vi morderse.
—Oye, ¡sin morder! ¡No se muerdan! —Tenían que quitarse esa costumbre, al menos aquí.
Me toqué el brazo en un acto reflejo al recordar el dolor de esos cuatro colmillos incrustados y hasta posiblemente rozando el hueso.
—Perdón, me dejé llevar —dijo el grandote.
Ácrux se alejó con molestia.
Era interesante observar bien a estos roñosos, sus comportamientos, qué tan salvajes podían ser y si se les salía de control. No parecía pasar con los civilizados como Sirio, aun así, esos tres nuevos evolucionados tenían chips en el cerebro, así que, si el gobierno los agarraba, podían controlarlos otra vez.
Salí de una oficina luego de buscar algunos archivos. El hombre al que vi controlando a esos tres evolucionados parecía del gobierno, pero era del mismo Seguridad Nacional, según la computadora.
Si eran de mi propia fuerza armada, pude haber estado muy cerca, sin saberlo, de quien mandó a atacar mi ciudad aquella vez...
Me detuve al ver a Ácrux observando uno de los escudos conmemorativos que tenía de decoración en una de las paredes. Honor, fidelidad, valentía. Esos eran los lemas de Seguridad Nacional.
Lo vi tantear la superficie. Le pasó las uñas en punta y, como al parecer el material le causó gracia, o le agradó o sabe Dios, empezó a arañar con ambas manos.
Reaccioné.
—¡Oye, oye, oye...! —lo espanté y se alejó luego de darme una mirada de enojo y un bajo gruñido de gato enfurruñado.
Entonces me di cuenta de algo... Arqueé una ceja y sonreí.
Luego de que habían entrenado un poco y estaban reunidos en el comedor, saqué un puntero láser. Empecé a moverlo sobre el piso, logrando captar la atención de los hermanos enseguida. Uno brincó desde el otro lado de la mesa para mirarlo más de cerca en el suelo, siguiéndolo con los ojos sin parpadear siquiera.
—Basta —dijo Sirio, estaba cruzado de brazos sentado en la otra mesa—. No caemos en esos trucos como si fuéramos gatos.
Moví el puntero a la superficie de la mesa muy cerca de él. Lo miró de reojo un segundo y lo cubrió con un rápido manotazo al siguiente.
Reí.
De pronto alguno me quitó el aparatito de la mano y se fueron corriendo, dejándome con el amargado de Sirio que empezaba a comer lo que se había servido. Sacudí mis dedos resoplando por lo rápidos y bruscos que eran y me alejé.
—Roñosos.
Conclusión. La mayoría eran salvajes, pero juguetones por naturaleza. Los controlados eran cosa de Seguridad Nacional. Quizá por eso era que dejaron de usar armas letales, ya que trabajar en ellos era una inversión y no podían perderlos.
Significaba que aquel evolucionado de mis pesadillas... Podía seguir vivo, pero ¿dónde?
Tenía que encontrar esas respuestas. Iba a indagar en otros cuarteles de Seguridad Nacional.
***
—El Mayor general le espera.
Me puse de pie y fui hacia su oficina. Mi padre esperaba con su mirada tan severa, que cualquier otro hubiera sentido cómo le arrugaba el alma, pero yo no.
—¿Cómo has estado? —preguntó sin pizca de expresión alguna en su rostro mientras revisaba unos papeles.
—Bastante bien.
—Me comunicaron que te vieron cerca de una oficina de protectores de evolucionados.
—¿Cómo sabes eso?
Aunque no tenía que indagar mucho para asumir que tenía gente vigilando a los evolucionados controlados y sus jefes.
—Esas criaturas son salvajes por naturaleza. Uno mató a tu madre y, hasta donde sé, no la pasaron muy bien después. No pensé que podrías estar a su favor. ¿No te uniste a Seguridad nacional para eliminarlos? ¿Para seguirme?
—Para eliminarlos, tal vez. Para seguirte, jamás. Nos dejaste a la deriva. ¿Crees que te admiro? Si lo pasamos mal después, fue por ti, porque no nos ayudaste. ¡Y no iba a aceptar tus ayudas tampoco!
—Bah. —Soltó un suspiro poniendo los papeles en una pila del costado—. Yo que había estado dispuesto.
—¿Dispuesto? Ni siquiera quisiste pagar lo de mamá...
—¿Otra vez con eso? ¿Ya ves cómo eres? —Iba a responder, pero siguió—. Como padre hice lo que pude, pero no iba a dejar que esa mujer me jodiera más. Cremación, entierro, ¿qué importa la diferencia? No iba a pagar un entierro carísimo. Lo que era gratis era lo que importaba. La cremación.
—¡Importa por respeto a lo que ella creía!
—Cuando no hay dinero, no hay dinero.
—No sé por qué vine. No se puede hablar contigo, siempre fue así. Por eso soy lo que soy.
—Vaya, creí que habías madurado, pero vienes a seguir echando la culpa a otros por cómo eres.
—¡No empieces con eso!
—Tú no empieces. ¿Ya ves cómo te pones? Crees que por haberte independizado ya lo sabes todo.
—¡No me independicé porque quise, mamá murió!
—Claro, porque eres un inútil.
—¡Calla!
—¡Has hecho muy poco como para creer que ya eres mejor que yo! ¡Solo estás en Seguridad Ciudadana porque no sirves para nada más!
—¿Ves? ¡Ese es tu problema! ¡Minimizas lo poco que he logrado, me haces sentir que, aunque me he esforzado, he derramado sudor y sangre, no es nada y nunca va a ser nada!
—Qué malagradecido que eres. Y me vienes a reclamar. —Di media vuelta, no pensaba seguir escuchando—. Ojalá no tengas hijos igual de malagradecidos. Cuidado porque hay muchas mujerzuelas buscando embarazarse para obtener los beneficios.
Bufé y giré.
—¡La única razón por la que no pienso tener familia ni hijos eres tú! ¡Esta familia se rompió hace mucho por tu culpa! ¡No voy a repetir eso!
—Con hijos como tú, ¿para qué enemigos? Dios, qué horror.
—Está demás. Solo sabes hacerte la victima —negué decepcionado, como siempre.
Nunca iba a dar su brazo a torcer.
—Madura —le escuché.
Aceleré, saliendo del edificio con el nudo en la garganta y la dificultad para respirar, hasta que llegué a mi camioneta en el estacionamiento y me metí, cerrando la puerta de golpe.
Me aferré al timón y pegué la frente a este, cerrando los ojos con fuerza. A pesar de que sabía que papá solo decía cosas hirientes porque esa era su naturaleza, la de disminuirnos y atacarnos como si no fuésemos sus hijos, sino sus enemigos, me hizo sentir que sí, que era un inútil. No había logrado nada a pesar de todo, mis esfuerzos nunca iban a ser suficientes.
Era el inútil fracasado que él siempre vio.
Cuando era niño le contaba mis cosas, y él parecía orgulloso, pero luego daba a entender que no era lo suficiente. Me comparaba con hijos de sus amistades y me hacía sentir peor.
Yo no era bueno en matemáticas como los otros, no era aplicado como otros, no entré a la universidad como otros...
Me había esforzado en sobremanera, a veces aguantando entrenamientos ya rozando lo inhumano, por lograr algo, y en un segundo sentí que todo eso fue pisoteado.
***
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