Capítulo 29: Despedirme

Max

Ursa me enseñó su casa. Decía que no era grande como solían ser, pero era porque ella no tenía un compañero todavía. Cuando se uniera, la iban a ampliar.

A mí me parecía grande ya de por sí. Los humanos vivíamos en ratoneras prácticamente. Un departamento amplio costaba una fortuna, sin mencionar una casa.

El departamento con mi hermano era pequeño y felizmente no tan costoso solo porque estaba en una zona de mierda. Además de que las fuerzas armadas tenían descuentos por todo lado, incluso en algunos restaurantes.

—Pienso comprar algunos pollitos para tener huevos. O los puedo intercambiar por algún animal a los apicultores.

Me mostraba un jardín. Decía que la casa se podía ampliar a otro jardín más. Conservando a los árboles que ya estaban en el lugar, claro.

Sus viviendas eran bastante similares a esas casonas coloniales de los siglos pasados, con grandes jardines y habitaciones dispuestas alrededor.

Me hubiera encantado poder vivir en un lugar así, pero ahora solo podía verme con ella, en donde fuera, no importaba. No me fue difícil imaginarme con ella en esta casa tampoco. Oh, todas las cosas que haría.

—Muy bonito todo, pero así se va a quedar porque igual vas a venir conmigo —quise tentar a mi suerte.

Ella suspiró y volteó a verme.

—No te ilusiones. Solo somos amigos.

Nop. "Inténtelo de nuevo más tarde."

—Vi el video, por cierto. —Le sonreí, dejando los juegos un momento, mirándola y sintiéndome orgulloso, aunque me había preocupado—. Está genial, pero creí que no querías mostrar tu rostro.

—No quería. Ellos no lo cortaron. Quizá creyeron que todo lo que mandé estaba a su disposición. Fui una tonta. De todas formas, no importa. Hoy tuve un evento y vendí todo. Marien me ayudó.

Oh vaya. Sentía que se me inflaba el pecho. No podía perder a esta mujer. Ya bastante tiempo había desperdiciado.

El problema era que... ugh. Era un idiota.

—Bueno. Debo irme —me disculpé—. Quedé en terminar contrato con el señor del departamento.

—¿Van a ir a vivir a otro?

—Mi hermano va a estudiar. Finalmente. Al menos él va a lograr ser mejor que yo.

—¿Por qué dices eso? Tú eres... —Bajó la vista un segundo—. Tú eres grandioso. Y la verdad, él también. ¿La universidad te mejora?

Sentí que el calor subía a mi rostro. Sonreí y negué. Nadie nunca creyó que yo era grandioso. Era el mejor halago que había recibido en mi vida.

—B-bueno. —Sacudí la cabeza. Me había ruborizado un poco. Vaya—. Quizá no te cambia como persona o tu calidad de persona, pero aprendes cosas. Ya sabes. Un oficio. Como en tu pueblo, pero avanzado. —Arqueó una ceja y me apresuré a aclarar—. No digo que ustedes sean brutos, me refiero a que en la universidad mi hermano va a aprender sobre esas tecnologías. Como las que nos ayudan a hacer que llueva.

Sonrió.

—Vaya. Eso sí suena interesante. Entonces, ¿todavía no se va a unir a nadie?

Reí entre dientes.

—No. No. Espero que No. Ya sabes que nosotros no hacemos eso.

—¿No conoce a alguna chica para que sea su novia al menos?

Pensé en la evolucionada con la que lo vi claramente coqueteando, pero igual negué. Era imposible que ella le hiciera caso. Además, ya estaba de regreso en su pueblo. No iba a verla nunca más, probablemente.

Y la verdad, esperaba que no se distrajera con eso del amor, aunque él fuera un romántico sensible.

—No. Felizmente. El romance puede distraerte si estás intentando aprender cosas complejas. —Suspiré—. También espero que no embarace a nadie o lo voy a asesinar —mascullé.

—¿Embarace? —preguntó ladeando el rostro—. ¿Como así?

—Eh, nada. Un percance, sin duda.

—No. Dime. Eres mi amigo de nuevo y yo tengo preguntas. Quiero saber.

Resoplé. Amigo. Ugh. Maldición.

—Embarazar es... o sea que tenga un hijo.

—¿No sería eso algo bueno?

—No si no lo planeas.

—Ya, pero...

—¿Seguimos caminando? —pedí ya incómodo.

—La decendencia es lo que garantiza que tu especie siga existiendo.

—Igual ya somos muchos. Ustedes mismos lo dicen.

Se encogió de hombros.

—Pues sí. Pero las especies suelen ser egoístas en cuanto a eso. Es decir. Mientras más, mejor. ¿No querías hijos tú?

—Ya entramos en terreno peligroso —lamenté, negando.

—Si has hecho lo que se hace para tenerlos, es porque...

Le puse un dedo sobre los labios.

—No. No.

—¿No querías tener hijos con ellas y por eso...?

La volví a callar.

—No. Ursa. No. —Frunció el ceño ante mi molestia, pero eso no cambió nada—. Hay métodos para evitar a los hijos. Y los usé bien. —La pastilla y el condón. Si no los tenía, nunca cedí, aunque la chica dijera que también tomaba pastilla, por más caliente que estuviera. Ese truco no me lo iban a hacer a mí—. No quiero ni enfermedades, ni hijos. Solo quería pasar un rato y ya.

—¿Y conmigo? ¿Querías pasar el rato y ya? ¿Sin hijo?

Rodé los ojos. No podía ser. No otra vez.

—Si solo hubiera querido eso, no me habría contenido para esperar el momento. Hubiera sido directo el primer día y si no querías, adiós. No te habría dicho que quería casarme contigo. No me habría planteado pelear contra ese evolucionado psicópata. No habría manejado hasta aquí tantas veces, solo por verte un rato, aunque no pudiera tocarte o besarte. Por último, ni siquiera estaría aquí ahora, intentando convencerte. ¡No estaría hablando más de lo que he hablado en toda mi vida, creo! —renegué.

Tragó saliva.

—¿Cuántas veces lo has hecho?

—Ursa. No.

—Quiero saber todo de ti. Todo. Incluso eso.

—Saberlo no va a mejorar nada. No te sirve de nada.

—A mí me importa saber.

Bufé y la miré con molestia.

—¿Quieres hacer que me ponga a reflexionar toda mi vida? Porque la verdad ni siquiera me acuerdo, han pasado años.

Respiró hondo y cruzó los brazos, manteniendo su ceño fruncido.

—Así puedo darle otra razón a mi corazón para pensar en las cosas con más frialdad.

Abrí la boca, ofendido.

—¡Entonces con menos razón te lo voy a decir!

—¡Dime! —reclamó—. O asumiré lo peor.

Me llevé las manos a la cara y gruñí. Tiré de mi cabello y quedé desaliñado. Lo que hacía por amor.

—¡Bien...! —renegué—. Pero no me acuerdo, así que vas a tener que contentarte con lo que hay. —Ella esperó y vi el cielo con reproche, esperando que el tal Dios estuviera contento ya, al quitármela a ella también—. En la escuela. Tenía quince en mi primera vez. No la recuerdo, pero no fue la gran cosa tampoco. Era torpe. De ahí, unas veces más. —Crucé los brazos, incómodo. Iba a perderla, sin duda. Mierda—. Luego de que pasó lo de mamá, tardé un buen tiempo en recuperarme a lo que se pudo, pero, aun así, ya nada fue lo mismo. Ni siquiera eso. Cuando era recluta... Bueno, algunas pocas veces más. —Retiré la vista. Odiaba todo. Ella creía que yo era grandioso, pero estaba seguro de que ahora ya no más. Y así de corto había sido mi momento de gracia—. La verdad, el sentimiento de vacío que quedaba después iba haciéndose más insistente cada vez. Es sabido que te puedes perder en eso, así que no me dejé arrastrar tampoco. Siempre fue más importante cuidar de mi hermano. Si surgía algo, pues nos veíamos, alguna conversación trivial, y ya. Como dije, nadie me conoce como tú. No he besado como te besé a ti. Tampoco me tocaron como lo hiciste tú. Y bueno, tampoco es que hubiéramos estado completamente desnudos la mayoría de las veces. —Negué rodando los ojos.

Ya estaba. Ya había cavado mi tumba.

Ella apretaba los labios, manteniendo la vista baja.

—Lo tendré en cuenta durante mis cavilaciones —dijo de forma fría.

Respiré hondo, volviendo a negar.

—Claro. Ya no importa. Igual, todavía no te he dicho por qué termino el contrato de mi departamento.

Pareció confundirse y luego preocuparse apenas, expresión que borró enseguida.

—¿Por qué?

—Porque firmé para quedarme en Areq. —Encogí los hombros, formando una línea con los labios.

—A-ah... —Parpadeó un par de veces, volviendo a bajar la vista—. Entonces de nada sirve que piense. Tú ya has decidido.

—Ursa...

—No. Está bien. Ya dije que somos amigos y solo eso. Es mejor así. —Mierda. Mierda, mierda...—. No voy a dejar a mi gente de todas formas. Y escuché que el amigo de Marien dijo que es mejor si las especies ponen una línea de separación.

Era hora de arrojarme a la tumba que cavé.

—Bueno. —Aparté los brazos de mi cuerpo y los dejé caer en un gesto de cansancio y rendición—. Como dices, aún soy tu amigo. Cualquier cosa, no dudes en llamarme. —Sonreí a labios cerrados, aunque no estuviera contento. Igual no era la primera vez que fingía en mi vida—. Incluso si tienes dudas sobre cosas de hombres y eso —agregué—. Ya sabes, si te unes a ese tal Solar.

—Sol.

—Lo que sea.

Quedamos en silencio. Pareció eterno, pero finalmente ella habló.

—Adiós.

Asentí, aceptando mi realidad. Ella tenía razón. Todos, de hecho. Había sido una locura. Pertenecíamos a mundos muy distintos que no podían mezclarse de forma tan fácil. Yo no podía dejar lo que hacía, al menos no pronto, y ella no podía dejar su mundo. No por mí, sobre todo.

—Adiós, muñeca.


De camino a mi camioneta, me topé con los gemelos que salían de la casa de Marien para seguramente ir a la suya.

Me sonrieron, pero quizá al notar mi expresión seria, dejaron de hacerlo.

—Hola y hasta luego —les dije.

—¿No que eran amigos? —preguntó Deneb. Parecía decepcionado.

—¿Entonces sí hubo algo entre ustedes? —quiso saber Rigel—. ¿Como lo de Sirio con Marien?

Los miré arqueando una ceja.

—Okey. —Suspiré—. Sí. Debo hablar con ustedes, supongo. Vengan.

Continué mi camino hacia la camioneta, dispuesto a explicarles. Quedé apoyado de espaldas contra la puerta mientras ellos me miraban confundidos.

—¿Se han dado besos en la boca? —quiso saber Rigel.

Por instinto, me llevé la mano al labio inferior, que ardía apenas. Seguramente tenía algún enrojecimiento. El beso que le di no había sido el más inocente.

—Eh. No. Bueno, sí, pero...

—Su futura unión no la va a querer.

—Chiiicos, a ver —dije con algo más de severidad—. Nosotros los humanos tenemos otras reglas, ¿bien? Una persona no deja de valer solo porque besara a alguien. —Encogí los hombros—. Es algo íntimo y hasta dulce si se lo das a quien quieres. —Uh, ¿y decía que mi hermano era el romántico?

—¿Quieres a Ursa? —continuó Rigel.

Suspiré.

—Sí. La quiero.

—¿Entonces por qué pelearon? —cuestionó Deneb, entristeciendo.

—Porque soy un humano tonto, y porque ustedes tienen esas reglas que les impiden ver más allá. Y está bien. Es su cultura y la respeto, pero no pueden estar enojados con ella. Ni conmigo —me defendí—. Lo que pasa entre los dos no es su asunto. No quiero sonar rudo, pero así son las cosas. Ella los quiere a ustedes, bastante, yo también los quiero. Lo que pase entre nosotros no ha afectado nada de eso, ¿sí?

Ambos tenían los labios inferiores contra el superior. Parecían contrariados, apenados, tratando de no lucir tristes, pero no lo lograban.

De pronto voltearon y yo vi hacia el frente. Marien se asomaba por la puerta de su casa. Dijo algo que, por la distancia, no escuché, y Rigel se giró.

—Voy a ayudarla. Max —me miró y sonrió levemente—. Está bien. No estoy molesto. ¿Nos vas a visitar al menos?

—Por supuesto. Solo carguen esa tableta.

Asintió, pegó su frente a la mía y se fue. Me quedé pasmado un rato y luego recordé que ellos hacían eso como su máxima expresión de afecto. Como gatos grandes.

—¿Qué vas a hacer ahora? —preguntó Deneb.

—Ah. —Me rasqué la nuca—. Voy a volver a la otra ciudad en unos días. Tengo cosas que arreglar aquí. Al menos ya arreglé esto. Creo. ¿Y ustedes?

—Nos vamos a unir a nuestras compañeras.

—¿Qué? ¿Ya?

—Y... —pareció avergonzado—. Quisiera algún concejo, si no es raro. Ursa se veía contenta cuando estabas tú, aunque luego...

—Hey —sonreí—. Por supuesto que puedes preguntarme. Que lo de Ursa no te despiste, en realidad soy bueno dando consejos.

No. Era hasta pésimo, pero iba a tratar de ayudar ahora sí en serio.

—¿Sí? —preguntó entusiasmado—. ¡Gracias!

Pareció dudar un segundo. ¿Quería preguntar alguna cosa relacionada al cuerpo de una chica?

Avanzó hacia mí y di un respingo cuando sus labios se posaron sobre los míos. Quedé absorto.

¡Pero bueno! Vine con la intención de reconciliarme con la gatita y recibir, aunque sea, un beso, y al final había terminado reconciliándome con dos gatos, al parecer... O algo así.

Deneb se apartó y yo seguía con los ojos muy abiertos. Pareció preocuparse y hasta avergonzarse.

—Ay. ¡L-lo siento! Solo quería saber cómo era y...

—Bah, no, no, tranquilo —traté de restarle importancia.

—¡Deneb!

Volteamos y Ursa venía furiosa. En segundos estuvo frente a él, gruñendo bajo.

—¡Solo tenía curiosidad! —se excusó él.

—Deshaz tu curiosidad con tu compañera, no con mi Max —siseó ella.

Quedé con la boca abierta y pronto sonreí ampliamente, mirando a ambos. Me crucé de brazos.

—Pero ella se molestaría si le doy un beso.

—¡Entonces te esperas a unirte a ella!

—A ver, gatita —dije con suficiencia, sonriendo de lado—. Tú y yo somos amigos. Eso no me hace de tu propiedad, puedo ir a buscar a otra chica ahora mismo si así lo quiero. Y ya les expliqué que un beso no tiene nada de malo.

—No les digas eso. —Puso el dedo índice contra mi pecho, dejándome sentir la punta de su uña—. Tú no vas a meterles tus ideas. —Apretó los labios, frunciendo más el ceño—. Y dijiste que ibas a respetar el luto.

Solté una carcajada.

—Sí, claro. Lo que tú digas, preciosa. —Negué—. Nos vemos luego, se me hace tarde. —Abrí la puerta de la camioneta—. Ah, y, ustedes —señalé a Deneb, refiriéndome a él y a su hermano—. Deberían esperar un poco más para unirse, la verdad.

A Rigel le gustaba Ursa, y a Deneb le había gustado todo el mundo. Sirio, Ursa, Marien, Tania. En realidad, ambos estaban llenos de amor para dar. Eran unos niños que todavía estaban descubriendo lo que era el mundo. Que los obligaran a casarse tan chicos se me hacía inaudito.

—No les metas ideas —refunfuñó Ursa.

Le sonreí y cerré la puerta.

—Hasta luego.


***

Cuando vi las cosas que teníamos en el departamento, resoplé. Iba a tomar una eternidad empacar todo.

Cuando empecé a sacar algunos platos, me encontré con una pila de palillos chinos y cubiertos de plástico todavía en sus paquetes, de tanta comida que pedimos y comimos con cubiertos normales, guardando lo demás para "tener" por si algún día se necesitaba.

Iba a tener que botar muchas cosas. Fui juntando basura en una bolsa, que se convirtió en tres, pronto. Lo que valía la pena a las cajas, y lo que no, a la basura.

Bajé algunas cosas del armario y encontré una bolsa de papel de una de las tiendas de ropa.

Recordé que era de Ursa. Apreté los labios y desdoblé el paquete para ver qué tenía. Sabía que era la blusa que dejaba sus hermosos hombros descubiertos. Cuánto había querido besarlos...

—¿Max? —Jorge entraba—. Traje más cajas.

—Ah. ¡Genial!

Ya se lo iría a devolver en algún momento, junto con otras cosas. Puse la bolsa en una pequeña caja en donde pondría lo demás.

—Me las dio el señor de la paquetería —entró mi hermano a mi habitación, comentando—. Los clientes suelen ir a dejar cajas ahí para mandarlas a reciclaje, así que salieron gratis.

—¡Música para mis oídos!

Reímos.


Bajamos el sofá por las escaleras, uno sosteniendo a cada lado.

—Esto va a ocupar bastante espacio en la camioneta, ¿no crees? —se quejó.

—Por eso lo vamos a dejar en el basurero de una vez.

—¿Qué? Pero...

—Está bien. Compraré otro. A este lo sigo odiando de todas formas.

Era el sillón viejo de la oficina de papá, que nos dio como su supuesta aportación cuando nos mudamos al primer departamento que tenía una sola habitación y era horrible.

Además... Había estado con una chica ahí, hacía unos años. Estuvo pésimo, y lo peor fue que luego no quería irse. Había tenido que decirle que mi "hermanita" estaba en la habitación, enferma. Aunque solo fuera Jorge, borracho, cuando estuvo en sus épocas de perdido.

Fue por eso que puse la regla de no mujeres en el departamento, así podía irme. Nunca me quedé con alguien a pasar la noche. Nunca quise repetir tampoco. Así no me "acostumbraba" a nadie.


Pude sentir la punta del dedo índice de Ursa posándose de forma suave sobre mi nariz... Yo sonriéndole levemente, viéndola echada de costado frente a mí. Su recatada sonrisa. Sus enormes ojos felinos, cristalinos e inocentes. Su figura perfecta. Mi mano atreviéndose a irse a su cintura, mis dedos repiqueteando en ella.

La paz de saberla mía. El silencio. Sus dedos traviesos bajando a delinear las cuatro garras marcadas en mi pecho. Cómo jugueteaba con los dedos de mi mano. La forma en la que me estudió. La forma en la que me acerqué solo para besar su frente...


Dejamos caer el sofá al contenedor de basura y suspiré. ¿Por qué no creía que yo había tenido más intimidad con ella que con nadie más?

—Hemos llenado el contenedor casi —dijo Jorge, sacándome de mis recuerdos—. ¿Cómo puede caber tanto en un departamento tan enano?

Reí entre dientes. Nos dirigimos de regreso a las escaleras.

—¿Verdad? Somos unos acumuladores. Por eso vivimos en ratoneras. Somos como esos animales.

—Los ratones no acumulan cosas, ¿o sí?

Me encogí de hombros.

—Ya no sé.


Luego de un par de días, ya estaba todo listo. Sí que tardó. Además de que nos dimos descansos. Laaargos descansos como buenos ociosos.

Firmé el contrato de salida.

—¿Y la güerita? —preguntó el señor.

—¿Eh...?

—La chica rubia. La guapa. Era evolucionada, ¿verdad? Le vi los ojos. Tremenda facha. Ustedes los de Seguridad Nacional están a otro nivel.

Sonreí a labios cerrados.


Dejé a Jorge en el edificio de habitaciones para los universitarios. Bajamos y sacó su caja con cosas de la parte trasera.

—Y no se te ocurra meterte drogas y porquerías —iba ya renegando como buen paranoico—. No fiestas. Vas a estudiar. Y cuidado embaraces a alguna chica porque te asesino.

Rio.

—Oye, como si no me conocieras.

—Porque te conozco...

Me dio un fuerte abrazo que correspondí con un par de palmadas en su espalda. Luego de que se apartó, le di otro par en el hombro y despeiné su cabello.

—Oye, podemos visitarnos. No te pongas sentimental.

Había vivido con él toda mi vida, literalmente. Separarnos era bastante raro. Él era mi otra mitad. La persona por la que me di fuerzas para seguir cuando todo se fue a la mierda. Mi hermano... Pero ambos sabíamos que en algún momento iba a pasar, ya fuese porque alguno se casara, o pasara algo, o, claro, la universidad...

—Voy a estar bien. Tú no te pongas sentimental —me burlé—. Y te voy a seguir mandando memes —advertí.

Lo vi entrar y desaparecer tras la puerta.

Quedé ahí un par de minutos y me giré hacia mi camioneta. Tenía las cajas, algunas cosas como la mesa y el colchón, en la parte trasera. Lo demás había sido arrojado a la basura o lo pasamos dejando en una de las casas de donaciones, dependiendo del estado.

Era hora de volver a la otra ciudad. Aunque fuera a anochecer pronto.

Subí y encendí la radio, pero luego vi las listas de reproducción y sonreí al ver la de Ursa. La gatita. Puse una y reí entre dientes por su gusto en canciones pervertidas.

Negué en silencio y partí.


***

https://youtu.be/KjK5jiw60yE

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