Capítulo 28: Corazón intranquilo

Ursa

Marien insistió en que celebraríamos en su casa por mi primera participación en una feria. Ella dijo que eran habituales, y vendí todo, lo que significaba que, si lo hacía seguido, iba a ser un éxito.

Solo que el cuero era limitado. Iba a tener que usar el natural en las pocas ocasiones en las que estaba disponible, comprándole a los ganaderos, y la otra mitad del tiempo o, mejor dicho, la mayoría de las veces, usar el cuero falso que hacían los humanos.

Quizá eso era mejor. Había visto que no todos estaban de acuerdo con el cuero real, a pesar de que sabían que los animales no eran terminados solo para usar su piel, y a pesar de que yo sabía de las crueldades humanas del pasado para con esos animales. Algunos humanos eran unos llorones en serio.


En casa de Marien estaban los gemelos. Me recibieron felices. Dijeron que habían ayudado a Sirio con la cena, así para que acabara más pronto y de paso practicar. Ya iban a formar sus núcleos familiares y había que turnarse para cocinar.

Nadie quería parecer un inútil. En nuestro pueblo, los niños de dos años ya caminaban, hablaban y hasta corrían. Éramos autosuficientes desde muy, muy pequeños, o los depredadores del bosque se aprovecharían.

Marien los hizo ir al jardín posterior por huevos, y cuando me di cuenta, incluso ella y Sirio no estaban. La había escuchado responder el teléfono e irse hacia la cocina, luego Sirio la siguió y ya. ¿Qué había pasado?

Caminé hacia el jardín y vi por el ventanal, pero no estaban. Arqueé las cejas. ¿Había otra salida o qué? Luego me pareció escucharlos incluso más atrás en la casa, quizá a las espaldas de esta.

El sonido bajo de un motor hizo que mi corazón brincara. Volteé, pero nada. Quizá me había parecido. De todas formas, estaba sufriendo un desbalance en mi presión sanguínea solo por eso.

Regresé al salón principal y me congelé al ver a Max entrar.

Él se quedó de piedra al verme, pero reaccionó, parpadeando. Yo, en cambio, lo miré sin parpadear. Estaba igual, no sabía por qué había pensado que lo vería diferente de todos modos. Mi corazón estaba loco.

Luego de lo que pareció una eternidad, entreabrió los labios y...

—¡Max! —los gemelos pasaron por mi lado y fueron a él.

Mi corazón bombeaba demasiado fuerte. Me puse la mano al pecho y di media vuelta, respirando con dificultad.

Di un hondo respiro cerrando los ojos.

—¿Y Marien?

—Por aquí...

Pasaron por mi lado y no pude evitar mirarlo. Él me vio de forma fugaz sobre su hombro y siguió con ellos.

Apreté los labios. Su aroma me estaba causando otro arremolinamiento en el pecho.

¿Qué había sido de él? ¿Ya tenía nueva novia? ¿Que no estaba en otra ciudad?

Avancé y se habían reunido en el comedor. Los gemelos mantenían distraído a Max con alguna conversación tonta de ellos. Marien me sonrió y me señaló para que me sentara, pero no lo hice. Sirio no estaba. Algo raro pasaba.

—No has venido a vernos —decía Rigel.

—¿Te olvidaste de nosotros? —agregó Deneb.

Max dio una corta risa que se arremolinó en mi estómago.

—Ustedes y sus rarezas son imposibles de olvidar.

—¿Tienes asuntos importantes en esa otra ciudad?

—Sí. Antes lo tenía aquí. —Me miró de forma fugaz—. Pero así es la vida, todo acaba.

Sentí una punzada en el corazón y fruncí más el ceño.

—Claro —murmuré y todos me miraron—. El asunto aquí seguramente no era lo suficientemente importante como para que te molestaras en mantenerlo. Los humanos tienden a hacer eso.

Max me clavó la mirada sin gracia.

—Puede ser, aunque el asunto de aquí no se compara a los otros. Ese asunto era único.

—Lo dudo. De seguro era igualito a los demás —dije apretando mi agarre entre mis brazos cruzados—. Puedes ir a hacer otro asunto y va a ser lo mismo.

—Nunca podría llamarlo "lo mismo".

—Bueno, te puedes olvidar del asunto, así como olvidaste los anteriores de todas formas.

—Preferiría no olvidarlo.

—Pues quizá lo que te hacía sentir ese asunto ya no existe tampoco. Y viceversa.

—No pareciera que no existe —se atrevió a asegurar, mirándome a los ojos. Una leve sonrisa se hizo presente.

—Ya no existe —aseguré.

—Ursa, no sabes a qué cosa se refiere, no le bajes las esperanzas —comentó Deneb, ignorante de la situación.

Suspiré.

—Rigel, Deneb —les habló Marien, sonriéndoles—. ¿Pueden venir conmigo?

Ellos se pusieron de pie, entusiasmados, y la siguieron.

Di un hondo respiro y volteé a ver a Max, quien se cruzaba de brazos también, mirándome con molestia, apretando la mandíbula.

Mi corazón iba a romperse de nuevo, estaba muy adolorido de pronto. Quería que él hiciera alguna broma, o que pudiera hablarle como si nunca hubiera pasado nada y seguir así, borrar todo. Quería escuchar su risa, ver que se acercara a mí con esa sonrisa perversa que a veces ponía.

Pero luego recordé lo que me dijo, lo que le dije. Quizá iba a decirme que me había olvidado. Era ese miedo el que me impidió tratar de buscarlo antes. Mi estomago se hizo de piedra de nuevo.

Ya que no dijo nada, y sentía que me moría, solo se me ocurrió caminar, terminando en la cocina. Respiré hondo y cerré los ojos.

Tenía que escaparme. Sí...

Miré a mi alrededor y encontré la ventana alta que servía de ventilación para la cocina. Había otra más grande y accesible, pero daba al jardín interior. Iba a pedir que en mi casa hicieran una grande hacia el bosque, solo por si acaso.

Me estiré para agarrar el borde y escuché un bajo silbido.

Me congelé.

—¿Qué haces? —preguntó Max.

Volví a mi posición normal. Estaba recostado contra el marco de la puerta, mirándome con una sonrisa de lado.

—Buscaba.... —Me giré y traté de palpar con la mano a ver si había algo, pero bien sabía que no había nada.

—¿Necesitas ayuda?

—No.

—Bueno, desde aquí no veo que haya algo ahí. Parece que solo quieres mostrarme tu bonito cuerpo.

Regresé de nuevo a mi posición normal y lo enfrenté con la mirada.

—No me mires —gruñí.

Pero mi enojo no le afectaba.

—Es curioso como Marien me dijo que era su cumpleaños y que viniera o iba a ofenderse —empezó a hablar con despreocupación, acercándose a mí—. Pero Marcos me confirmó que ella cumplió años hace meses. —Resopló—. Meses. ¿Quién diría que ella me engañaría?

Quedó muy cerca, casi acorralándome contra la mesada.

—Le dijiste a Sirio que me lastimó de algún modo, ¿no es así?

—No realmente. Él me dijo primero que habías llorado. Se me vino a hacer el ofendido como si...

—¡¿Te dijo eso?! Voy a romperlo —amenacé con frialdad.

—¡Wow! —rio de forma leve—. No a la violencia.

—¡No es cierto que haya llorado! Me las va a pagar, hablo muy en serio.

Arqueó una ceja.

—Mira, debemos trabajar en tu agresividad, pero sí te entiendo. Marien acaba de mentirme. Los dos andan queriendo meterse en problemas. —Pensó con cierta diversión—. Podemos robar esos chocolates que tanto les gustan y comérnoslos a solas —tentó, sonriendo de repente con maldad.

Sonreí con malicia.

—Sí —dije levantando un puño. Él sonreía y mi corazón estaba acelerado. Reaccioné—. ¿Y tú por qué me hablas? Te dije que no me hablaras. Ya te he olvidado, además.

—Ah, sí se nota —se burló—. Aunque entiendo tu reacción. Estás viendo a tu exnovio y eso puede afectarte.

—¿Mi qué?

Pensó unos segundos y sonrió de lado.

—Viéndolo bien, sí acabamos en una relación eterna, como querías, preciosa —habló en tono de suficiencia.

—No sé de qué hablas. Los humanos no dan eternidad.

—Quizá los novios no son para siempre, pero los ex son eternos, cariño —dijo inclinándose, arqueando una ceja.

Quería borrarle esa sonrisita de superioridad que se traía.

—Tú no eres mi "ex" —gruñí—. Eres...

—¿Qué? ¿Qué soy? —exigió, frunciendo el ceño.

—Eres... ¡Nada! ¡Eres nada!

—¡Ooooh! —se burló, haciéndose hacia atrás. Se carcajeó. ¡Ahora en serio quería romperlo!—. Lo siento, pero ese no es un argumento.

—¡Lo es para mí!

Sonreía de lado, mirándome hacia abajo con suspicacia. Sin embargo, su sonrisa se esfumó y solo quedó con su intensa mirada sobre mí.

—Te he echado de menos, gatita —soltó así sin más, rompiendo mis barreras.

Me tomó unos segundos recomponerme y, aun así, no pude hacerlo del todo.

—¿Creíste que encontrándome iba a volver a entablar alguna relación contigo? —Quiso responder, pero seguí—. Ibas a usarme, para tener se... Para hacer eso conmigo y luego dejarme como a las otras.

Bufó.

—¿En serio crees eso de mí? —Su aparente buen humor se había esfumado. Fruncía el ceño, y terminó acorralándome contra la mesada—. No planeaba "usarte" como dices. Contigo, si se daba la oportunidad, iba a querer repetir. Una y otra, y otra, y otra vez. —Mi corazón latía frenético—. Deja de pensar que es lo mismo. Ya te he dicho. Tú no te comparas a nadie. Si te hubiera visto desnuda a ti... —Tragó saliva y fijó su vista en mis labios unos segundos—. Hubiera caído de rodillas, estoy seguro. —Me clavó su mirada intensa—. Pero ya no importa ahora, porque solo piensas en el pasado, algo que ya está enterrado, que ya ni me acuerdo, que ni siquiera importa ni influye en lo que estaba dispuesto a darte.

Se apartó, dando un respiro. Había estado muy molesto de pronto, hablando demasiado serio y tajante, así que no entendía por qué mi corazón golpeaba en mi garganta.

Que hablara en pasado, como algo que iba a hacer, pero que obviamente ya no, me había dolido.

—Mentira. —Me abracé a mí misma.

Él volteó, molesto.

—¿Qué?

—Si te importaba tanto demostrarme eso, ¿por qué no volviste? —solté dolida. Era tarde para retirar lo dicho. Ahora él sabía que sí me importaba todavía—. Y ahora... Si Marien no te hubiera hecho venir, estarías en otra ciudad, buscándote a otras.

—Vaya. —Tenía el ceño más fruncido. Me enfurruñé, correspondiéndole el gesto—. Para que sepas, supe que Marien mentía incluso antes de venir. Preguntó cuándo volvía, y cuando le respondí, ella dijo de prisa que justo era su cumpleaños. Y el mensaje de Marcos es de antes de que viniera al pueblo. Lo puedes ver si todavía dudas.

Pero no había respondido a lo otro. Estaba harta. Mis ojos me ardían, querían soltar lágrimas, pero no lo haría. No los dejaría.

—No quiero ya nada. Solo es lo mismo de siempre. No soy suficiente. Todos siempre prefirieren a otras mujeres antes que a mí. Sirio prefirió a Marien. Y tú... Preferiste estar con otras en lugar de esperar a tu futura unión.

Dio un hondo respiro, pero no de arrepentimiento, sino de hartazgo. Apreté los labios.

—Mira, no sé cómo hacerte entender. Uno. No crecí con tus reglas. Si pudiera volver al tiempo, no haría nada con otras chicas para "esperarte" como dices. Pero es imposible volver al pasado, créeme que lo he deseado incontables veces. —Hablaba con mucha amargura—. Para nosotros, el sexo es algo cotidiano. No sé de qué otra forma explicarlo. No quería herirte con eso. Ni siquiera pensé que te encontraría un día. Veía a mis padres discutir y lo único que sabía era que no quería el dichoso amor que te arruinaba la vida. —Volvía a acercarse a mí, peligrosamente—. Dos. Ni siquiera debería decirte esto, pero lo hago para que te ayude a sentirte más segura. Si es lo que quieres. Y grábatelo bien. —Volvió a acorralarme—. Eres suficiente. Eres más de lo que un fracasado como yo merece, por eso no quise volver, en parte, porque soy un cobarde de mierda. Y —me puso en dedo índice contra la frente—. Yo. Sí. Te. Preferí. —Enfatizó picándome con el dedo en cada palabra—. A ver si así se te queda. Terca.

Mi corazón se había tibiado de pronto. Empezó a bombear un poco más feliz, y mi estómago se aligeró.

En parte era verdad. Marien ya me había explicado eso. Que sí, que el haberlo hecho antes no afectaba a tu valor como persona y que no significaba que quedaba menos de ti para darle a alguien, a tu verdadero amor. Y que no podía compararse.

—¿Me preferiste? —solté.

De lo que estaba con su cara de amargado, su expresión se suavizó, y las comisuras de sus labios se elevaron apenas.

—Desde que te vi.

—Qué mentira. —Entrecerré los ojos.

Levantó las manos, excusándose.

—Cuando los llevé a la siembra de nubes, una amiga me había escrito para que fuera a verla, pero le dije que no.

Abrí la boca, sumamente ofendida y su sonrisa burlona apareció.

—¿Y te han escrito más "amigas"? —dije esa palabra entre dientes.

—Hey. No he hecho nada. —Y pareció hasta aliviado de decirme eso—. No lo habría hecho. He mantenido el luto por ti. —Se encogió de hombros.

—¿Cómo así?

—Ya sabes, ese tiempo sin ver a otras personas, por respeto a tu relación muerta.

Fruncí de nuevo el ceño. Quería borrarle esa sonrisa... Y también besarla...

Ah, pero...

—¿Y ese tiempo cuánto dura?

—No lo sé... A veces no mucho, hasta que la relación reviva, y si no... pues supongo que hasta que se olviden.

—Podemos ser amigos y así ya no tienes que irte a buscar a otras.

Sus hombros decayeron.

—¿Qué...? La amistad no te restringe. Además, ¿no vas a volver conmigo?

—¿Se puede hacer eso?

Su sonrisa maliciosa apareció y su mano se aferró a mi cintura, disparando la corriente de golpe por todo mi cuerpo.

—Vas a volver conmigo —aseguró como si hubiera visto el futuro.

Tragué saliva, frunciendo el ceño.

—No. Me hiciste pasar vergüenza.

—Sirio y Marien lo van a olvidar, créeme.

—Rigel y Deneb te odian en secreto. Y también a mí porque creen que me peleé contigo y por eso te fuiste.

—Hablaré con ellos.

—Voy a unirme a alguien.

Y su sonrisa se borró.

—Mientes.

—No miento. Yo no miento como tú.

—Me rompes el corazón por segunda vez. Ya queda en tu conciencia.

—Pero ya dije que podemos seguir siendo amigos.

—No quiero ser tu amigo.

—Pero dijiste que no te merezco.

—Ya, pero la idea era que... —Sonrió, negando—. Sí. Tienes razón. Pero no importa. No vas a unirte a él. Y aunque lo hagas, no vas a olvidarme.

Se inclinaba peligrosamente sobre mí, pero no iba a intimidarme.

—¿Cómo puedes estar tan seguro? —me burlé.

—Porque no voy a dejar que eso pase, así que puedes irle diciendo que no se haga ilusiones.

—No le haría eso. Nosotros no... —Sus labios cubriendo lo míos no me dejaron seguir.

Mi corazón estalló, se contrajo y luego se disparó de nuevo. Succionó los labios como nunca lo había hecho, como si antes se hubiera contenido. Me quejé bajo, llevando mis antebrazos a sus hombros, rodeando su cuello. Mis manos se enredaron en su cabello, mientras lo mordía de forma suave para no lastimarlo.

Sus manos apretaron mis caderas, haciéndome jadear, y de un momento a otro, me alzó, sentándome en la mesada. Pude ver su sonrisa, esa sonrisa maliciosa y esplendida antes de sentir esos labios carnosos entre los míos de nuevo.

—¿Ursa...? —los gemelos volvían.

Reaccioné de golpe, apartando a Max.

—Ya voy —dije con la voz entrecortada.

Me faltaba el aire. Escuché que Marien les pedía esperar.

¡Qué vergüenza!

—No voy a seguir faltándole el respeto a la casa de mi amiga —dijo Max—. Me enteré de que tu casa ya está lista —agregó en un tono que sugería algo, pero no sabía qué.

—¿Falta de respeto? ¿El beso...?

—Más irrespetuosas que el beso son las cosas que quisiera hacerte, la verdad.

Mi corazón dio un brinco.

—No voy a ir contigo.

—Solo quiero conocerla. ¿Tiene algo de malo?

Pero esa sonrisa, esa mirada oscurecida, las había visto antes. Algo en mí estaba expectante.

—Bueno, pero...

Di un leve chillido cuando sentí que me levantaba de un modo extraño y terminé sobre su hombro, mirando hacia atrás, de cabeza, a su espalda.

Pataleé mientras él me llevaba fuera de la cocina.

—¡Max...!

Apoyé las manos contra su espalda para levantar mi torso un poco y ver.

—Ya somos amigos de nuevo —le dijo a los presentes—. No se preocupen.

Pude ver a Marien y a los gemelos con las bocas abiertas, y yo estaba tan pasmada, que tardé en reaccionar.

—¡Estás tentando a tu suerte, Max! —chillé roja de la vergüenza y la furia—. ¡Te voy a rasguñar...!

Sentí otro movimiento y pisé suelo. Ya habíamos salido de la casa. Lo miré furiosa. Él, sin embargo, mantenía su sonrisa de suficiencia.

—¿Cómo pudiste cargarme? Peso más que una chica humana. Mis huesos son...

—Vamos, no es mucha diferencia.

—Voy a mostrarte mi casa, pero no te me vas a acercar. Todavía no he vuelto contigo.

Rodó los ojos.

—Está bien.

—Dijiste que ibas a hablar con los gemelos, y después de esto, más te vale que les expliques.

Asintió.

—Bien, sí lo haré. —Se encogió de hombros, sonriendo de lado—. Pero valió la pena.

Estaba enrojecida todavía. Mis labios latían, y él, a pesar de que traté de evitarlo, tenía una muy fina línea roja desde la mitad de su mentón hasta la base de su labio inferior. El rastro de la punta de mi pequeño colmillo.

Ugh. Eso sin duda lo habían tenido que notar...

Pero me fascinaba besarlo todavía. Y se había sentido como si no lo hubiera hecho hacía años. Quería más, quería muchísimo más. Olvidar pronto y volver a sus brazos.

Tragué saliva con dificultad.

—Todavía me duele lo tuyo —dije casi en susurro.

—Ursa. —Me hizo mirarle a los ojos—. Está bien. Tómate tu tiempo. Solo quiero que recuerdes que yo ya soy tuyo. Me conoces mejor que nadie. En serio. Conoces el origen de mi cicatriz, mi pasado, mi forma de pensar. Y lo mejor es que me soportas. Eres la que más tiempo ha soportado a mi verdadero yo, después de mi mamá —finalizó con una leve sonrisa.

Entrecerré los ojos.

—Parecías muy insistente hace un rato. Peligrosamente insistente.

Su sonrisa se amplió.

—No iba a hacer nada que no quisieras. —Movió la cabeza, como reflexionando—. Tal vez un par de besos, pero nada más. —Rio entre dientes ante mi mirada acusatoria—. Es que eres mi tentación.

Negué. No tenía remedio este chico.

—Vamos. Te mostraré la casa. Como que seguimos hablando, porque esto no ha acabado.

Volvió a suspirar con cansancio.


***

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