Capítulo 25: Nuevo rumbo
Max
Veía el papel frente a mí, en la mesa, pero era incapaz de leer un solo renglón sin volverme a perder. Resoplé y me enderecé, frotando mi cara con las manos. Si concentrarme ya de por sí, era difícil, ahora estaba siendo imposible.
Había iniciado el día de mal humor, llamándoles la atención a mis hombres por ser lentos al lanzar cuchillos o correr por el circuito. Tania me había mirado, pero muy lista, no me había dicho nada. Sabía cuándo molestar al perro y cuándo no.
—Deberías...
—No —interrumpí a Jorge, estando seguro de que se refería a Ursa.
Él levantó las manos en señal de rendición y se fue a una de las oficinas. Escuché unos neumáticos frenando. Alcé la vista y vi un auto negro de los que le di a... Ay, no.
El auto retrocedió de forma torpe y se estacionó un poco torcido.
Sirio bajó y entró de prisa, así que me puse de pie para ir hacia la entrada, pero él fue más rápido.
—¿Qué le hiciste? —preguntó.
—¿Sabes? Podías haberte ahorrado el conducir si solo llamabas.
Su mirada seria no cambió.
—¿Qué le hiciste a Ursa?
—¡¿Y a ti qué te importa?!
Jorge salía de la oficina, pero al vernos, retrocedió despacio hasta desaparecer.
—Ursa es mi amiga. La conozco desde que tengo memoria.
—¿Por qué crees que le he hecho algo? Ni siquiera me has visto cerca de ella.
No le tenía miedo, a pesar de que sabía que, siendo evolucionado, tenía la ventaja. Aunque debía admitir que él mantenía bien su lado salvaje bajo control.
—Te he olfateado en ella. También la olfateé en tu camioneta. La vi llorar, muy afectada. Si quisiste aprovecharte...
—¿Qué? ¿Qué vas a hacer? —Abrió un poco más los ojos—. Mira cómo eres de buen amigo —dije con rabia—. Vienes a decir que estuvo llorando. ¡Tan poco la conoces que no sabes que le molestaría saber que acabas de delatarla así!
Entreabrió los labios.
—¿Qué le has hecho? ¿La has herido?
—Mira, exagerado, aquí el del corazón roto soy yo. Y no tienes nada que reclamar, que tú no te portaste mejor con ella. ¡También le rompiste el corazón...! —Reaccioné y apreté los labios.
Ah, no debí decir eso...
Él parpadeó confundido y volvió a fruncir el ceño.
—¿Qué quieres decir?
—Nada. Ya lárgate. ¿Has venido desde allá solo para reclamar como falso justiciero?
—Marien vino a ver a Rosy.
—Ah.
Dio un hondo respiro y se cruzó de brazos.
—Entonces... ¿No le has hecho daño?
—No. Solo no pudimos funcionar. Eso es todo. Jamás la lastimaría o usaría como ustedes creen que hacemos todos los humanos.
Apretó los labios y asintió. Guardamos silencio unos instantes hasta que dio un paso atrás. Me miró de nuevo.
—Aunque no estemos de acuerdo en muchas cosas, todavía planeo seguir siendo tu amigo.
—Bien. Como quieras.
—Bien.
—¡Bien!
Dio la vuelta y se fue.
Resoplé negando y di un gruñido, pero cuando creí que la pesadilla había acabado, vi entrar a las otras dos locas. Marien y Rosy. Marien se encontraba con Sirio y Rosy venía a mí.
Ugh. Ese grupito iba a matarme.
—¿Puedes tratar de localizar a Ácrux? —preguntó preocupada—. Hace como siete días o más que no ha dado señales de vida.
Puse los ojos en blanco. Tanto, que me dolieron.
***
Iba a irme de la ciudad con mi equipo, aunque Jorge iba a partir antes para preparar nuestra estancia en el cuartel.
Tenía que hablar con mi tío y ya les había avisado a los agentes policiales lo que sabía sobre los evolucionados siendo maltratados. Les pasé grabaciones antiguas que tenía.
Ya me había distraído demasiado. Tenía que avanzar.
Detestaba sentirme tan mal. Si eso era a lo que llamaban tener el corazón roto, era de lo peor. No sabía cómo superar eso todavía. Nunca antes me había enamorado, pero ahí había ido como el pendejo que era, sabiendo que estar con una evolucionada era una locura.
Mi equipo tuvo que aguantar mi mal humor. Si bien antes era gritón y mandón, porque al ser militar, tenía que estar gritando órdenes siempre, ahora lo era aún más.
***
Partimos hacia la otra ciudad. Ya con algunos de mi equipo y los evolucionados que trabajaban conmigo, Ácrux, Alpha y Centauri. Excepto Sirio, ya que él ya estaba establecido en su pueblo.
Había estado molesto porque no había querido alejarme de Ursa. Todo mi ser todavía quería buscarla, hacer lo que sea por recuperarla, pero luego de pensarlo, aunque en contra de mi voluntad, llegué a la conclusión de que era mejor. Yo no la merecía.
Mi humor no iba a mejorar rápido, pero estando lejos iba a poder olvidarla.
Apreté el volante solo al pensar de forma fugaz que la habían querido unir con ese psicópata. Bufé y volví a plantearme el regresar pronto...
No. No.
Yo le daba asco. Mi mundo le daba asco, pero no ese tipo loco. Bien. Ya no importaba.
Miré al espejo retrovisor y arrugué la cara. La Rosy iba sentada en el regazo de Ácrux porque la muy pesada había querido venir, por acompañarlo, e iba muy cariñosa.
Apreté los labios, frunciendo el ceño, volviendo a ver al frente. Di un hondo respiro. ¡¿Cómo se atrevían a comer pan en frente de los pobres?! No iba a haber romances estúpidos en mi presencia.
Vi una roca en la carretera. Frustrado, noté que todos estaban distraídos, así que avancé hasta estar lo suficientemente cerca y di un frenazo de golpe, quemando neumáticos y haciendo que todos se exaltaran.
Rosy había regado agua en Ácrux y Tania me reclamaba, pero yo solo sonreí de lado, satisfecho, como el buen perro desgraciado que era, un segundo antes de responderle a Tania e iniciar una breve discusión.
***
Cerca de Areq, recogimos a dos evolucionados más, conocidos de Alpha y Centauri, que iban a unirse al equipo. Era perfecto. Cinco evolucionados eran una gran ayuda.
Cuando llegamos, luego de casi dos días de viaje, no había querido perder tiempo, así que ya estábamos de camino a irrumpir en un fuerte durante la madrugada. No quería darles tiempo para prepararse en caso de que sospecharan que podrían ser atacados o que los agentes de la policía irían a revisar las instalaciones.
Quería encontrar a ese evolucionado que atacó a mamá y liberarlo del control, de su letargo, de ser posible, y hacerle preguntas. Aunque cualquier información que hubiera en el lugar me iba a ser útil.
—No esperaba ninguna inspección —dijo el capitán del lugar.
Dos hombres en traje se acercaron también. Yo tenía mi casco con visor puesto.
—Debemos ver sus almacenes —hablé—. Tenemos orden del gobierno.
—No me diga —respondió en tono de burla—. El gobierno no manda aquí.
Se dijeron unas pocas palabras en voz baja, y, apenas vi la intención de jalar sus armas que estaban en sus cinturones, saqué la mía y disparé sin reparo. No a muerte, pero sí para inutilizar temporalmente, y corrí.
—¡Avancen! ¡Avancen! —ordené.
Mi pelotón ingresó de golpe y empezó el caos. Me había vuelto menos recatado, menos prudente, pero no importaba. Estaba desesperado por encontrar información.
Corrimos. Mis hombres sedaban a todo el que podían, aunque escuché a un par caer. Tenían los chalecos protectores, pero las extremidades seguían libres. No me detuve, lo haría luego. Rogando que solo les hubieran disparado sedantes, entré a una de las oficinas con Jorge y pusimos todo patas arriba.
—Sí. —Mi hermano imprimía unas hojas.
—¿Lo encontraste?
—Aquí hay información sobre el ataque de aquel día. No lo he leído, pero lo haremos luego, hay que apurarnos.
—Sí.
—El evolucionado que buscamos —dijo dando clic a un nombre. Apareció su imagen y su número de identificación—. Estuvo aquí. Caramba. Hemos llegado tarde.
Decepción. Bufé y di un par de pasos, pero ya no había nada que hacer.
—Está bien, hay que buscarlo en donde lo hayan enviado. Esto no se va a acabar.
—Capitán —Ramírez se asomó—. Encontramos algunos evolucionados.
Corrimos hasta el lugar.
—Los agentes necesitan ver esto —dijo Jorge.
Empezó a grabar y yo moví a los hombres que estaban ahí.
—¡Rápido, libérenlos!
Miré alrededor para asegurarme de que los del cuartel estuvieran ya todos dormidos. Habían evolucionados sedados también, ya que seguramente los lanzaron a mis hombres para defender el lugar, pero éramos más y los evolucionados que tenía yo no estaban en un letargo. Sabían lo que hacían.
—Max, ayúdame —Jorge llamó.
Corrí a él y me di cuenta de que quería abrir la celda de una chica. Abrí mucho los ojos, pero luego me di cuenta de que era evolucionada.
Nuevamente la mala espina se plantó en mí. Las evolucionadas no les servían como armas. ¿Para qué las querían?
Busqué algo con lo que pudiera cortar metal.
—A un lado.
Quemé la cerradura y él abrió la puerta.
La chica nos veía con espanto. Era como una gata muy, muy asustada. Sus ojos eran felinos y verdes. cabello oscuro, y estaba delgada.
No pude evitar pensar en Ursa. Obviamente, ver a otra chica evolucionada me había hecho recordarla. Si ella llegaba a caer en las manos de esta gente... No. Ella estaba segura. No iba a buscarme ni arriesgarse.
—Ven —le habló Jorge, extendiendo la mano despacio—. Tranquila. Dormimos a los hombres malos. Vamos a sacarte —trató de calmarla.
Los evolucionados de mi equipo ya estaban guiando a los pocos de su especie irse a sus pueblos por la puerta que daba al exterior de la ciudad.
***
Revisé los papeles y resoplé. El ataque en mi ciudad había sido ordenado por unos generales, y la firma de mi padre estaba entre ellos.
Leí el nombre dos veces solo para asegurarme de que mi vista no me estaba engañando, y, aun así, creí que quizá lo habían puesto así para que yo me fuera por el camino equivocado, como si quizá supieran lo que estaba buscando...
—Señor, lo buscan.
Alcé la vista y vi a Ramírez retirándose, dejando a la agente de policía.
—Ah —sonreí—. ¿Qué la trajo de esa ciudad a esta?
Ella se sentó.
—Si bien investigamos el abuso a evolucionados, nos hemos dado cuenta de que, ahora que sucedió ese nuevo ataque aquí al cuartel, da la casualidad de que usted está aquí también. Mientras tanto, las cosas en la capital se han calmado al parecer.
—¿Me está investigando?
Ella sonrió con suficiencia.
—Los evolucionados fueron liberados, como en los ataques en la capital, y tenemos grabaciones del lugar. El grupo de personas parece tener a los mismos integrantes de los de las grabaciones de los otros lugares.
—Tendría que saberse bien las formas de nuestros cuerpos como para asegurar eso. ¿Quiere descartar el mío?
Ella me recorrió con la vista y dio un profundo respiro.
—Mire. Héctor Orlandini, uno de los generales, tiene muy buen historial. Incluso ha hecho que Seguridad Nacional de generosas donaciones a la sociedad de protectores de evolucionados. Las personas se están contentando con él. Si deciden hacer pública su denuncia de que alguien los "sabotea", van a voltear la situación.
Me crucé de brazos y dejé de querer jugar. De todas formas, no estaba de humor.
—Ya. Bueno. No tengo nada que ver con todo eso. Deberían hacer su trabajo bien y dejar de perder tiempo. Ahí tienen las pruebas, las grabaciones.
—Sí vamos a realizar arrestos, pero no podemos llevarnos a Héctor todavía. Los medios se van a entrometer. También necesitamos una confesión suya. —Rodé los ojos y ella volvió a sonreír—. No diré que sospecho de ti, para lo de esos ataques a los cuarteles.
—Bien. Sigan entonces.
—Tengo entendido que uno de los hombres de esta imagen —mostró la foto antigua de los generales—, es su padre. Rafael Carrasco. Ahora el Mayor general.
Tragué saliva.
—Sí.
—¿Tienes algo que decir acerca de él?
—No. —Bajé la vista. No podía decir algo de lo que acababa de sacar de ese cuartel.
—Tiene una demanda que fue cerrada hace seis años. —Eso se me hizo extraño. ¿Una demanda de qué y de parte de quién? Ella suspiró y se puso de pie—. Bueno. Me retiro. Te informaré en cuanto sepa más de eso.
Pasé por los pasillos, revisando de nuevo los papeles. Revisando el nombre de mi padre otra vez, por si había estado muy distraído. Pasé por una de las habitaciones y vi a Jorge con la chica evolucionada.
Me detuve en seco y retrocedí hasta quedar en la puerta.
Él le comentaba algo. Sí, estaba ahí porque había estado muy débil como para dejarla ir a su pueblo así.
—Entonces, solo mueves esta fila —le explicaba el funcionamiento de un cubo de Rubik—. Yyy... Mira. —Le mostró—. Todos los lados son del mismo color ahora.
Ella veía el objeto, sin parpadear, como una gata curiosa, como mi Ursa...
Sacudí la cabeza.
—Jorge.
Él me vio y le pidió un segundo para venir. Caminamos un par de pasos lejos de la habitación y lo miré incrédulo.
Resoplé.
—En el papel dice que papá fue uno de los que ordenaron el ataque.
Se le escapó el aire.
—¿Crees que haya sabido? Quizá... Quizá solo lo pusieron por ser un general, sin que él supiera en qué papeles iba su nombre, o qué iba a pasar...
—No lo sé. —Negué en silencio—. No te atormentes pensando en eso ahora. Yo la verdad, no me sorprendería si él sabía lo que iba a pasar, pero quizá creyó que no estaríamos, ni siquiera ella. Ya no sé.
—Bueno.
Di la vuelta.
—Ah, y... —Lo miré y luego a la habitación de la chica—. Aléjate de ella. Las evolucionadas son toxicas.
***
Esa noche, incapaz de dejar de pensar en Ursa, en cómo estaría, en lo mucho que había querido traerla conmigo, aunque probablemente hubiera dicho que no, llamé. Aunque, no a ella, sino a los dos gatos.
Uno de ellos apareció en la pantalla y sonrió.
—¡Max!
—Heeey. —Me enderecé de lo que había estado recostado en la cama. Sonreí ampliamente—. ¿Y tu hermano?
—Hola —apareció también en la pantalla.
Ambos sonreían levemente, pero noté la diferencia.
Suspiré.
—Oigan...
—¿Qué pasó con Ursa? —quiso saber Rigel.
Apreté los labios. El chico se había vuelto serio.
—Ya sé. Está triste. No ha sido mi intención.
Bajó la vista y encogió los hombros.
—No es que nos haya dicho algo, pero... Bueno.
—Ah. Y... ¿cómo está?
—Bien.
—Sí —dijo Deneb—. Ya se movió a su casa.
—Oh, wow. —Sonreí—. Me alegra escuchar eso.
—Y va a unirse a Sol —agregó Rigel.
La sonrisa se me esfumó, pero traté de fingir otra, apretando los labios de nuevo. Mi corazón se había estrujado.
—Ah. —No sabía quién era, pero lo odié.
Ella me dejó por la última cosa por la que creí que me dejaría una chica. Aunque no era una "chica normal" técnicamente. Era una evolucionada. Al final, Marcos había tenido razón.
Ugh. Científicos.
***
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