Capítulo 13: Como en la peli de los monos azules

Max

Caminaba siguiéndolos por su pueblo. Era pequeño, seguía como lo recordaba. Los árboles en abundancia dificultaban la visión desde los aires. Olía a tierra fresca y humedad, oxígeno puro, a árboles, a cocinas de carbón. Un par de gallinas caminaban por ahí.

Si nos cruzábamos con alguien, ellos saludaban de inmediato. No me era extraño si se conocían, pero me sorprendía que todos se saludaban con un formal "buenos días". Aunque, claro, algunos evolucionados me quedaban mirando y no se molestaban en disimularlo.

—Aquí están construyendo una casa —enseñó Ursa.

Nos acercamos y algunos estaban trabajando. Preparaban unos bloques de barro y paja.

—Buenos días, joven Ursa —saludó un chico que había estado en la fiesta, al parecer, colega de Sirio.

Apenas iban empezando, ya que solo había unos pocos muros de pie. Pasamos por lo que iba a ser la cocina.

—Ya han dejado la madera cortada para los estantes —me indicó ella.

—Wow —toqué una pieza—. Es madera real.

—¿Ustedes no tienen?

—¿Y esto va a ser la mesada? —pregunté sorprendido al ver una pieza de piedra perfectamente cortada o tallada en forma rectangular.

—Sí.

—Wow. —Arqueé las cejas con sorpresa—. Un counter de piedra y estantes de madera cuestan una fortuna en mi ciudad.

—¿De qué los hacen entonces?

—La mayoría son plástico. —Me miró de forma acusatoria y levanté las manos—. Es reciclado. Reciclado del reciclado, del reciclado del reciclado del reciclado...

—Bien, ya entendí.

Reí.

—Creo que es la ventaja de que ustedes son pocos, en cambio nosotros no podríamos cubrir la demanda de esos materiales para todos porque somos muchos.

—Es por eso por lo que dicen los ancianos que ustedes perdieron el control hace siglos.

Suspiré.

—Sí, supongo.

Además, por sus reglas, ellos no tenían más hijos luego del primero. Ya era cuestión de suerte que salieran gemelos o más. Al parecer era porque los jóvenes no podían saber cómo y de dónde venían los bebés, y eso incluía no ver a una mujer embarazada, para que no hubiera preguntas.

Eran muy, muy estrictos... O ya de plano estaban locos.

—Esperen —Ursa se detuvo, mirando la línea de polvo en el suelo que indicaba, al parecer, la distribución de la casa—. ¿Solo una habitación?

—Son ordenes de Lázuli —habló el chico que la había saludado—. La podemos expandir después, si es que encuentras un compañero.

Reaccioné y la miré.

—¿Están haciéndote una casa?

—Ursa —vino Rigel, emocionado—. ¡Los panaderos han hecho pasteles!

Ella estaba obviamente frustrada, pero respiró hondo y asintió. ¿Así que en verdad estaba buscando un compañero para unirse? Solo tenía veinte años, era absurdo.


Pasamos por un mercadillo en el centro del pueblo y los chicos quisieron agarrar un pastel cada uno, pero el viejo que estaba cuidando el puesto se los negó.

—Traigan su cuota de carne primero.

—Nunca nos han pedido eso como condición —interpuso Ursa.

—Es que Ciclón ha ordenado eso como castigo.

¿Ciclón? ¿Qué mierda...?

—¿Por qué? No han hecho nada malo.

—Alguien los vio muy cerca de una mujer que no era ninguna de sus futuras compañeras.

Fruncí el ceño y Ursa resopló y los miró con reproche.

—Se los dije. Ahora vamos.

—Esperen —los seguí—. ¿Soy el único aquí que no le encuentra sentido a castigarlos por eso?

Los gemelos iban cabizbajos, y sentí cierta impotencia porque se quedaron con esa explicación y aceptaron el castigo sin reclamar más.

—Uno le pertenece a su futura unión. Ellos saben bien eso —explicó ella.

Me quedé pasmado un segundo, pero sacudí la cabeza y avancé. Sí estaban locos.


***

Los seguí a paso ligero por una trocha en el bosque, que subía por una pequeña montaña. Había árboles por doquier, así que, aunque tuviera un mal balance, no caería al abismo.

Sabía que probablemente buscaban cansarme. Mis capacidades no eran superiores a las de ellos aun con entrenamiento, pero no sabían qué tan duro era yo.

Los vi cruzar un tronco que servía como puente de un extremo a otro y quedé plantado, respirando hondo. Ursa y los gemelos llegaron al otro lado sin perder el equilibrio, aunque estuvieran trotando.

Sonreí ante el desafío y respiré hondo.

—Bien, ahí voy.

Corrí y lo crucé así, ya que la propia velocidad me ayudaría con el balance, y logré llegar con ellos. Ursa sonrió satisfecha y continuaron.

Oh, vaya.

No dejaba de mirar los alrededores. Los árboles eran altísimos, el aire estaba fresco, no había más ruido que el de mis respiraciones y el viento moviendo las hojas. Era... grandioso. En mis entrenamientos a veces habíamos salido al bosque, pero nunca nos adentramos tanto, ya que era territorio de los roñosos.

Crucé una telaraña y renegué, sacudiéndome. ¿Por qué demonios esos animales no se iban más alto? Aunque también era mi culpa por haber desviado apenas del angosto sendero.

Volví a ver hacia el frente y mis ojos de mierda se quedaron plantados en el cuerpo de Ursa. Su cabello en una cola alta, agitándose, su camiseta blanca y sencilla, pero que se levantaba muy apenas, revelando el cinturón con cuchillos de hueso que había tallado ella misma, una cuerda, y parte de sus caderas.

Tropecé con una raíz levantada y caí de cara contra las hojas.

Me quejé, apoyando las manos contra la tierra húmeda, escupí un pedazo de hoja y maldije por lo bajo. Alcé la vista y los tres me miraban con los ojos bien abiertos.

—Ah, sigan, sigan, no se distraigan —les dije y me puse a tantear el suelo—. Se me ha caído mi dignidad por aquí, voy a buscarla...

—Vamos, amigo. —Rigel me levantó sin esfuerzo.

—N-no. ¡Nooo, mi dignidad...!


Llegamos a territorio de venados, según lo que dijeron, y me enseñaron a andar despacio para no hacer ruido. Claro que yo hablaba porque tenía boca.

—¿Y cuando le van a hincar el diente, le piden perdón por tener que matarlo o algo así? Ya saben, para no enojar a la naturaleza y esas cosas.

—Eh... No. Es el ciclo de la vida —respondió Ursa, haciendo unas ramas a un lado—. Cuando un oso se llevó a un bebé, no le pidió perdón a la madre.

Hice una mueca.

—¿Okeeey...?

—¡Shh! —pidió y los tres se agazaparon enseguida.

Por un segundo, no supe qué hacer, así que solo reaccioné y también me oculté con ellos.

No lograba ver lo que ellos, pero cuando detecté un muy leve movimiento, vi finalmente a los cuatro venados. Eran hembras. Los miré de reojo y ellos no parpadeaban. Podían ver muy fijamente, eran depredadores después de todo.

—No vayan a arruinarlo —susurró Ursa—. Deneb, mira bien las ramas en el suelo.

—Tengo un arma eléctrica —sugerí.

—No. El animal debe tener la oportunidad de defenderse y luchar por su derecho a seguir aquí —explicó ella. Pensé y moví la cabeza aceptando esa premisa—. Ahora, observa y aprende. —Sonreía levemente, pero su mirada enfocada de cazadora era de temer.

Sonreí también. La gatita estaba lista.

Se hicieron señales y avanzaron en total silencio. Se notaba su conocimiento del terreno. Los tres se ocultaban cuando los animales vigilaban, sin embargo, a veces se turnaban, así que una no tardó en notarlos y alejarse, siendo seguida por las otras dos.

Los tres salieron disparados, tan rápido, que di un respingo de la impresión. Eran veloces. Un humano regular no podía escapar de un evolucionado. Eso me hizo pensar en la estupenda arma que suponía uno bajo el control humano.


—Ellos me usaron —me había comentado Ácrux una vez—. Me doblegaron, me electrocutaban, experimentaban conmigo, y me usaron para acabar con personas. Yo no recuerdo todo, pero... —Bajó la vista—. A veces oigo gritos en mis sueños...

Yo había escuchado atento, y eso me afectó. No supe qué decirle. Los humanos éramos, sin duda, autodestructivos. Él sentía la culpa de haber matado a personas inocentes, bajo órdenes de humanos a quienes no les importó que esas personas fueran hijos, hermanos, padres o... O madres de alguien...


Respiré hondo y sonreí levemente al ver a Ursa y los gemelos regresar con tres de los venados. Estaban felices. Ellos vivían en paz lejos de nosotros. Sí, quizá estaban locos y tenían reglas estúpidas, pero estaban demostrando estar algo mejor que nosotros.

Ursa le hizo a Rigel cargar al venado que ella llevaba. Eran pequeños, pero asumí que cubría su cuota.

Limpió uno de sus cuchillos. Me los había enseñado y me parecían estupendos. Unos eran de hueso y un par, de plástico. Lo habían fundido y dado forma. No era tan afilado, no cortaba, pero sí que podía enterrarse en la carne.

—Vamos.

Miró hacia el horizonte, cosa que yo también hice, notando una formación nubosa extraña que se extendía en el cielo.

—Esa nube parece toda una pared o algo así... —Era una comparación tonta ya que eran cosas muy diferentes.

—Es un frente frío —dijo ella.

—Oh. Vaya, no sabía que se veía así.

Entonces la vi sonreír levemente.

—Es mentira. Es una formación de nubes y ya. ¿Nunca has visto una nube?

Se alejó negando y manteniendo su sonrisa. Arqueé una ceja con diversión.

—Oooh, chica lista —le di alcance—. Te atreves a usar mis propios hechizos contra mí.

Soltó una muy corta risa, haciéndome sonreír ampliamente. Era la segunda vez que reía conmigo.

—¿Y tú qué? ¿Chico divertido?

Llevé mi mano a mi pecho.

—Aw. Ya nos ponemos sobrenombres ¿eh?

—Ya quiero probar esos pastelillos —dijo Rigel con emoción.

Se puso a comentar con su hermano y ambos voltearon a vernos.

—Nos vamos a adelantar para reclamar nuestro pastel antes de que se acaben.

Ursa asintió y ellos aceleraron el paso, corriendo, aunque cargaran con los pobres animales.

—Sospecho que les gusta el pastel —bromeé.

Ursa pareció recordar algo.

—Hice más brazaletes.

Sonreí.

—Oh, eso es bueno.

—Hice unos con un relieve de mariposa, que creo que siempre me ha salido mejor —empezó a contar, tratando de no hacer evidente su entusiasmo, y me di cuenta de que esa era ella, hablando de su pasión oculta—. Las de hojas son muy complejas, pero podrían ser más llamativas. Aunque las de aves me gustan más porque... —Apretó los labios—. Bueno. Nada de eso es de importancia de todas formas. Ya veré qué hago con ellos.

—¿Qué? ¿Por qué? Suena a que están geniales. Puedes contarme todos los detalles.

Me miró con algo de sorpresa.

—Bueno, igual no sé por qué los hice. No tienen función conmigo. No los van a querer en el mercadillo.

—Dámelos. Puedo crear un perfil en el mercado online y se venden. Créeme, algunos humanos valoran demasiado el trabajo hecho a mano, es muy escaso.

Arqueó una ceja.

—¿Así de fácil?

—Es simple. Basta con que diga que eres una evolucionada, para que la humanidad vaya descubriendo que ustedes no son lo que ellos creen, lo que nuestro gobierno ha hecho creer. Va a ir bien, te lo aseguro.

Sonrió levemente.

—¿Tanto confías en que eso funciona? Aquí no puedo hacer mucho porque, como dije, soy cazadora, no artesana.

—Por eso voy a ayudarte, verás que sí funciona. Ya sabes lo que dicen. Apunta a la luna, y aunque no llegues, quedarás entre las estrellas.

Ella ladeó el rostro apenas, pensando.

—Pero las estrellas están más lejos que la luna. No entiendo.

—Es que... —Fruncí el ceño, pensando también, mirando a la nada—. Eh... Es que la idea es que, si ves el cielo, pues la luna está en lo alto y las estrellas como que en medio... ¿no?

Ella parpadeaba confundida, mirando también al cielo.

—Ya, pero... Las estrellas están más lejos.

Resoplé.

—¿Sabes? Sí, olvídalo, no tiene sentido.

En ese momento, ella se tensó y se detuvo, mirando al frente. Lo hice también y vi a un evolucionado cerca del borde. Había cruzado el tronco que llevaba al otro lado, al pueblo, y ahora se interponía en nuestro camino. Era el tipo al que electrocuté y que ella clavó su cuchillo repetidas veces.

—Ah, creí que estarías sola. —Dirigió sus ojos hacia mí y sentí que me miró como a poca cosa—. Bueno, es como si lo estuvieras —agregó.

Fruncí más el ceño y me moví más cerca de ella, logrando notar que a ella no se le movía ni un solo músculo, pero parecía estar juntando esa energía explosiva para escapar por su vida.

—No me subestimes —amenacé de forma severa—. Te recuerdo que ella y yo te torturamos juntos.

Pareció recordar, y el odio con el que me miró hubiera congelado a cualquiera, pero no a mí.

—Esto no es tu asunto, humano. Vete.

—No. —No iba a dejarla. No iba a volver a dejar sola a alguien tan importante para mí. Ya no—. Mira, no sé qué quieres o qué querías hacerle, pero desde ya, no me gusta nada. No voy a permitirlo.

—Ella no debió pelear con nosotros. Ha sido una falta de respeto. Traición por ayudar a un traidor.

—Ugh. Bájale a tu drama. Sirio fue absuelto por tus líderes.

—Eso no cambia lo que yo pienso de él. —Gruñó bajo. El sonido venía de su pecho y quedaba en su garganta. Lo sentí vibrar en el aire y llegar hasta mí. Era un tipo fuerte y grande. Obviamente era mucho más fuerte que yo y podía matarme de un solo golpe bien dado. Quise llevar mi mano al arma eléctrica que tenía atrás—. Los líderes pensarán que un oso atacó a esos dos gemelos.

Me preocupé, pero reaccioné al ver a Ursa querer lanzarse a él.

—¡Ursa!

Me aferré de su cintura y casi me arrastró con ella, pero logré retenerla. Nunca pensé que tendría que usar toda mi fuerza para retener a una chica, pero ella era evolucionada, así vi que sus niveles de fuerza se comparaban a las de un hombre humano.

Ella jadeó y nos aparté al notar que el tipo se nos había lanzado al ataque. Aun así, recibí el golpe y mi piel fue apenas rasgada por las puntas de sus uñas. Me quejé, pero al verlo ir contra Ursa, mi primera reacción instintiva fue lanzarme sobre ella.

Entonces, ese milisegundo que quedó, solo pude ver su puño.

Ay, Max, pero ¿qué acabas de hacer...?

Me cubrí como pude, pero, por fortuna, no me morí tras un solo golpe. Sentí movimiento y volví a reaccionar de prisa al darme cuenta de que Ursa nos había movido de su alcance. Había rodado.

Apoyé las manos contra la tierra para incorporarme y la vi debajo de mí, con sus ojos muy abiertos. Volteó a mirar, me arrojó a un lado sin dificultad y se lanzó contra el tipo, gruñendo como una fiera.

—Ursa...

Tomé el arma que tenía detrás en mi cinturón al tiempo en el que me ponía de pie e intenté apuntar, pero se movían demasiado rápido. Se repetía la situación de cuando los vi pelear y no podía apuntar, aumentando mi impotencia.

Lo vi aferrarla contra sí, y mi poco autocontrol que me quedaba se esfumó al verlo aprovecharse de eso para bajar una de sus manos y tocarla mientras ella forcejaba y gruñía, la otra se acercaba a uno de sus senos.

Herví en rabia y corrí.

—¡Suéltala!

Ella lo mordió en el brazo y él la sacó como si no fuera nada.

Aceleré para atajarla. Sin embargo, la había lanzado con tanta fuerza, que me llevó de encuentro y sentí el peso del vacío en mi estómago.

Caímos.

Vi el borde del acantilado alejarse y me aferré a Ursa, procurando dar yo contra el agua que nos esperaba al fondo. En segundos mi mente se llenó de pensamientos. Podía ahora sí morir, o romperme las costillas, como mínimo, y morir...


Vi a mamá con su dulce sonrisa.

Abrí mucho los ojos, dejando de respirar.

"Te dejé sola, mamá, perdóname..."


Pero ya no pude pensar más. Todo se volvió oscuro.


***

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