Capítulo 10: Asunto superado

Ursa

Cuando había regresado a casa, luego de ese festival humano, mi cerebro no dejaba de rememorar tanta información. Era un mundo completamente distinto. ¿Así se había sentido Sirio al verlo?

Eran...libres.

Cuando me saqué la ropa, me observé las bandas que cubrían y apretaban mis pechos para que no se notaran tanto. Había visto a mujeres vestidas con prendas similares y solo eso, sin una camiseta encima.

Corrí por el único y pequeño espejo que tenía, que lo compré a un artesano, y traté de verme. Casi nunca me había visto en él, así que fue raro ser consciente de cómo lucía, luego de tanto tiempo sin ver mi reflejo.

Me puse la amplia camiseta y me saqué la banda. Era bastante más cómodo no usarla. ¿Por qué nos hacían enconderlas? ¿Solo por los chicos? No era su asunto.

Me di cuenta de que, en realidad, no era asunto de nadie. Me vino el pensamiento de que, a pesar de que eran mis formas, mi cuerpo, de algún modo, los ancianos se habían atribuido el derecho de decidir sobre ello.


Regresé al presente luego de volver a pensar en esa idea. Estaba de cacería.

Había llovido y los animales, al haber sabido eso desde antes de que el agua cayera, habían vuelto, buscándola.

Estaba completamente agazapada y escondida, aferrada a una gruesa rama llena de hojas. El venado mediano miraba a su alrededor y bajaba la guardia unos segundos para comer.

No pude evitar respirar hondo, un tanto ansiosa porque ya quería llevarlo al pueblo, que lo repartieran, y poderlo cocinar y comer.

Me relamí el labio superior, todavía sin perder de vista al animal, sin parpadear. Me agazapé un poco más, dejando de producir ese muy bajo ronroneo que se me escapó.

Lo comería con papas hervidas... aunque...

Las fritas eran...


—Debo admitir que están buenas —le había dicho a Max luego de probarlas—. ¿Hay más así? Digo, cosas buenas para probar.

—Oh, muñeca, hay mucho más —contestó con un tono que prometía muchas cosas.


Y cuando juntó sus labios al dorso de mi mano... la sensación tibia se quedó en mi piel y...


La rama en la que estaba crujió y reaccioné. El venado me miraba, y no tardó en salir corriendo.

Gruñí y me lancé, persiguiéndolo a toda velocidad. Lo alcancé y salté para clavarle mis uñas en punta, tras un grito de rabia, y rodamos levantando polvo y hojas, golpeando raíces de árboles.

Me quejé, pero no dejé que el animal se pusiera de pie. Lo agarré gruñendo de nuevo.

—Aquí está. Está cazando —escuché a Deneb.

Volteé a mirarlo, jadeando, y vi a los gemelos de pie con la tablet, mirándola atentos.

—¡¿Soy la única a la que le preocupa cazar ahora?! —renegué.

El venado dio un fuerte brinco para escapar de mi agarre, pero me aferré, apretándolo contra el suelo y volviendo a gruñirle.

—Yo lo pongo a dormir —ofreció Rigel, viniendo con su leve sonrisa—. Max está ahí, quiere hablarte.

Mi estómago se puso extraño. Fruncí el ceño mientras Rigel se ponía en posición, aprisionando al venado para que yo pudiera soltarlo e ir.

Los dejé a que él lo pusiera a "descansar", y me acerqué a Deneb, que sostenía la tablet.

—Ah, ahí estás, gatita —dijo Max.

Parecía estar sentado en algún lugar en exterior. Vio hacia el frente a lo que parecía ser otra de esas máquinas de humanos. Una "computadora portátil". Tenía la ropa de militar como cuando lo vimos por primera vez.

Volteó a vernos, sonriendo a labios cerrados.

—¿Has rodado por el suelo? Tienes un par de hojas en el cabello. Yo quería hacer eso, no es justo.

Fruncí el ceño.

—¿De qué hablas? —reclamé y busqué las hojas.

Me desaté el cabello para tener más facilidad de retirarlas. Sacudí mi cabeza un poco para que mi cabello se soltara y él me quedó mirando un par de segundos más de lo usual. Se aclaró la garganta, volviendo a ver al frente y frunciendo el ceño apenas.

—Estoy aquí en su pueblo porque vine a coordinar algo. —Eso nos sorprendió—. ¿Quieres ir a ver cómo es un centro comercial?

—¿Qué? No.

—Los gemelos ya dijeron que sí. Solo faltas tú. Y ya sé que tú estás a su cargo. Así que, si dices que no, pues no.

Me di cuenta de que ambos me miraban con esperanza de que aceptara. Estaban rogándome con sus enormes ojos de distinto color.

Resoplé.

—Solo por ustedes —gruñí.


***

Max respondió a una "llamada" con video y vi a una mujer de cabello oscuro en la mitad de la pantalla. La otra mitad todavía mostraba la ruta. Íbamos de camino a la ciudad.

—Ah. Entonces sí van a hacer la fiesta —dijo.

Max sonrió.

—Sep. Rosy tenía razón, uno de esos ancianos sí parece buena gente.

—Ugh. Esa mujercita no tiene nada que hacer, que te manda a perder tiempo.

—¿Rosy? —pregunté. ¿Y qué tenían que ver con Max y mi pueblo?

—Es amiga de Marien —explicó ella, y fruncí más el ceño al escuchar su nombre—. Ese par de tontas se hacen las santas, pero yo sé que no lo son. Y la tal Rosy es peor.

—Pues es que ¿qué intentaste tú con el Ácrux? —la acusó Max.

—¿Y qué le importa? Ella se cree que puede juzgarme por mi vida sex...

—Tania, Tania —la interrumpió—. ¿Qué te dije acerca de eso?

Ella rió y suspiró.

—Capitán Turner. ¿Qué le dije yo? —Me miró de reojo y luego a él—. Vas a tener que comprarle algo.

—¡Shh! Solo quiero mostrarles las tiendas.

Los miré a ambos, confundida. No sabía de qué hablaban. Aunque esa tal Tania me había agradado, pues no parecía empatizar tampoco con Marien y su amiga, que no la conocía, pero tampoco me agradaba.

Max la despidió apurado y resopló. Lo miré de reojo y él lo notó, sonriendo a labios cerrados.

—Puedes poner música si gustas —me dijo, tocando un ícono en la pantalla del tablero—. Si una no te agrada, solo la cambias, tocando esta flecha, ¿ves? —Nos miramos, pero volví a ver a la pantalla—. Mi Patricia es tu Patricia.

Parpadeé confundida, pero ya no pregunté qué quería decir con eso. Total, ya iba viendo que me era difícil entenderlo.

—¿La camioneta se llama así? —preguntó Rigel.

—Así es. La P es por pick-up, su modelo. Ah, ¿a qué es muy creativo? —tentó, pero al ver que solo lo mirábamos sin entender todavía, dejó de sonreír—. ¿No? ... Okey. No. —Rodó los ojos volviendo a ver al frente.

Una suave música sonaba, así que sonreí apenas porque al menos era agradable y similar a lo que tocaban los músicos en mi pueblo. Me recosté contra el asiento y di un hondo respiro.

Todavía olía un poco a venado. Solo había corrido a casa a ponerme otra camiseta, dejar mi cinturón con cuchillos y lavar mis manos y rostro, pero al parecer algo de la peste estaba en mí. Felizmente Max con su olfato precario no parecía notarlo.


***

Luego de que ingresáramos bajo tierra, a un lugar en donde dejar la camioneta, subimos por unas escalinatas que, por supuesto, se subían solas porque quizá algunos humanos se negaban a usar rampas, y llegamos a un lugar bastante concurrido, también similar al mercadillo de mi pueblo, pero mil veces más llamativo y tecnológico.

Los humanos no podían vivir sin su tecnología, pero empezaba a entenderlos. Empezaba a querer saber todo. A ver todas esas cosas de muchos colores que llamaban demasiado mi atención y curiosidad.

—¡Hey! —llamó alguien y volteamos. Era la chica con la que había hablado por video al venir.

Vino contenta y yo solo pude ver su ropa toda pegada a su cuerpo.

—Ahí estabas —la saludó Max.

Me miré a mí misma y por un segundo me sentí extraña. Mi ropa era completamente sencilla y holgada.

—Esperen, esperen —Max detuvo a los gemelos, que ya se estaban adelantando—, paciencia. No olviden esto —les dio los lentes oscuros. Me dio los míos y se puso unos también—. Si nos vamos a ver como un montón de famosos, que sea bien.

—¿Famoso, tú? —preguntó Tania.

—Seh, es que desde que hablé un poco para ese reportero, de algún modo me han empezado a seguir más personas en las redes. Quizá es bueno, porque si me sucede algo, no va a pasar desapercibido.

Ella se burlaba y reían. ¿Qué le pasara algo? ¿Qué podía pasarle?

Caminamos por el lugar. Era techado, pero parecía tener otro nivel. Las personas caminaban por ahí arriba, tenían barandas para que no se cayeran. Y vaya que eran ruidosos.

Por un segundo me imaginé que, por su falta de balance, se caerían como hormiguitas por el borde y apreté los labios tratando de no sonreír.

—¿Te gusta? —preguntó Max y reaccioné.

—Ahp. Eh. S-sí. No está mal. —Crucé los brazos.

Él sonrió ampliamente y tragué saliva. Miré a otro lado con molestia. Era raro ver una sonrisa, y más si no tenía los tan acostumbrados colmillos que nosotros teníamos. Solo era eso, por eso me causaba sensaciones raras. Era la falta de costumbre. Sí.

—¿Quieren probar? —un humano nos atajó el camino con una bandeja.

Había pancitos, así que los gemelos probaron. Quise hablar y detenerlos, ya que todavía no debíamos confiar tanto en los humanos, pero estaban masticando. Deneb me animó a probar, así que lo hice. Total, si algo les pasaba, me desterrarían del pueblo, mejor que nos pasara a los tres ya de paso.

Sin embargo, no pasó nada. Al contrario, estaban muy buenos, a pesar de que tenían ingredientes desconocidos para nosotros. Quizá artificiales, quizá no.

Seguimos andando y los gemelos se distraían con el maíz que lo hacían reventar y le echaban polvos para cambiarle el color y el sabor. Jugos de colores con esferitas extrañas adentro, juguetes humanos muy llamativos, que botaban lucecitas y ruidos.

Vi los contenedores enormes llenos de dulces de todo tipo, incluso algunos que no conocía. Yo muy rara vez había probado un dulce de niña.

Max me mostró una pequeña bolsa con dulces en la mano. Lo miré y me insistió con su leve sonrisa, llevándose uno a la boca. Me animé a probar. Olía a cacao, ese que a veces se usaba para beber durante el frío, pero cuando lo mordí, me di cuenta de que era mucho más dulce y cubría otro dulce masticable que soltó un intenso sabor frutal.

Le sonreí apenas y me alejé para seguir viendo las cosas que había. Unas prendas de vestir brillantes llamaron mi atención. Me acerqué y toqué la tela, esta cambiaba de tonalidad de acuerdo con como le diera la luz.

Quedé viendo un muñeco que imitaba a una humana usando la camiseta con una falda demasiado corta para ser funcional.

—¿Te gusta? —Tania estaba a mi lado.

—No podría usarlo.

—Pero ¿te gusta?

Hice una mueca con los labios, pensando.

—Tal vez.

Ella tenía unos pantalones ceñidos a todas sus curvas y una camiseta negra, también pegada a su cuerpo, mostrando mucho con un escote. Traté de no mirar tanto. Además, su rostro también tenía colores. Sus parpados, sus labios.

Me miró de arriba abajo y sonrió. Estaba mascando algo que también soltaba un aroma frutal.

—Deberíamos salir un día de estos, sin los hombres, ya sabes. —Los miramos y los gemelos estaban probándose unos sombreros mientras Max bromeaba con ellos también tomando algunos—. Tranquila, yo vigilo a esos gatitos, puedes seguir viendo. Deberías ver vestidos.

—¿Para qué?

—Pues la fiesta. ¿No vas a ir?

—¿Fiesta? ¿Es como un festival?

—Sé que ustedes tienen esos festivales, pero no bailan.

—Lo hacemos, pero... Solo con nuestras futuras uniones.

—En las fiestas de humanos puedes bailar con quien gustes. —Señaló con la mirada hacia los chicos y no supe a quién se refería en específico—. Deberías invitarlo a él.

—Pero ¿la van a hacer en mi pueblo?

—Sí. Rosy quiere celebrar. —Rodó los ojos—. Que su amiga se unió a Sirio, como ya sabrás, y que los humanos estamos viendo a los evolucionados con otros ojos y todo eso.

Se me borró la sonrisa sin que me diera cuenta. Tragué saliva con dificultad. Asentí y retrocedí. Di la vuelta y empecé a caminar sin fijarme un rumbo. Solo quería pensar.

Sirio se había unido a esa humana. Eso ya lo sabía, pero no pensé que confirmarlo así iba a dejarme con una leve sensación amarga. No sabía que había estado en negación. Ya no me importaba, simplemente...

—¿Ursa? —me llamó Max, pero él podía seguir con ellos, total ya eran grandes amigos.

Yo era la que no encajaba en ningún lugar, ni con nadie.

Lo escuché venir, así que solo me apresuré a ingresar a una habitación en la tienda. Unos hombres dieron exclamaciones de sorpresa, pero yo solo veía al suelo, así que se salieron de prisa del lugar.

Cerré los ojos y me abracé a mí misma. Max entró, ya que esa puerta no se cerraba, se movía libre, y bufé, alejándome y entrando a un cubículo.

—Estoy bien —renegué.

Parpadeé con sorpresa al ver un inodoro frente a mí y arrugué la cara.

—Ursa, estamos en el baño de hombres. —Sonó comprensivo—. ¿Qué sucede? ¿Es por lo que dijo Tania sobre la fiesta?

—No. No importa. No pienso ir de todas formas.

—Okey. —Suspiró y al parecer se apoyó contra la puerta metálica del cubículo—. Entonces... ¿sigues enamorada de él?

Me sorprendí.

—¡No! —Aunque mi reacción podía hacer pensar que sí. Respiré hondo—. En realidad, no sé qué siento. Mi mentora me advertía que no debía sentir nada porque la unión es trabajo en equipo. De eso a lo que ustedes llaman "amor", no se saca nada útil.

—Tal vez no. Tal vez sí.

—¿Cómo pudo unirse a ella? Los humanos no sienten.

—¿Eso es lo que dicen tus líderes?

—Sí.

—¿Les crees?

—¿Por qué no creerles? Son ancianos. Saben demasiadas cosas.

—Y no lo dudo, pero por más viejos que estén, aunque se estén cayendo en pedazos de lo amargados que son, no van a saberlo todo. —Sonreí al pensar en que eran amargados. Tal vez lo eran—. Muchos humanos quieren para siempre también. Sí, se da rara vez, pero pasa. A diferencia de ustedes, que esperan a su futura unión y se quedan aguantándose toda su vida, nosotros no, pero sé que Marien ama a ese roñoso. Créeme, no le va a romper el corazón, puedes despreocuparte.

Por eso los ancianos decían que los humanos eran muy desapegados, para ellos nada era eterno. Ahora iba viendo que no todos eran así.

Sí, tal vez mi idea sobre ellos, de lo malos que eran, me tenía molesta y asustada. Quizá no por sentir algo por Sirio todavía, sino porque era mi amigo y me aterraba pensarlo con los despiadados humanos. Al parecer había conocido a los correctos, y eso me hizo sentir cierto alivio.

Al principio, cuando vi a la humana con él, no tardé en ser víctima de mi rabia y envidia, y decirle que no era buena para Sirio... porque ella era diferente y libre, no tenía prohibiciones para demostrar sus sentimientos, no era como yo.

Yo había reflejado mis inseguridades, la molestia y frustración que tenía conmigo misma por mis circunstancias, en mi enojo y mis celos hacia ella.

Sentí el nudo en la garganta. Estaba perdiendo el tiempo. Quizá los humanos eran libres y no importaba si nunca se unían a nadie, su sociedad no estaba detrás de ellos exigiéndoselos, pero era otra mi realidad. Yo sí debía dejar el asunto de Sirio atrás y cumplir con mi gente.

—¿Van a ir otros evolucionados a esa fiesta? —quise saber, deshaciendo la molestia en mi garganta.

—Eh, sí, creo.

—Bueno. Entonces sí voy. —Si alguien iba, significaba que no tenía unión y tal vez iba a mirarme, porque si la tenía, o iba con ella o no iba.

Salí del cubículo y lo vi apoyado de espaldas en la pared de metal del siguiente. Estaba cruzado de brazos. Me sonrió a labios cerrados, recorriendo fugazmente sus ojos sobre mí.

—¿Nos vamos o qué? —renegué dando la vuelta—. Apesta terrible aquí.

Salí y él me siguió luego de reír en silencio.

—Yo no huelo nada fuera de lo común, pero te creo.


***

https://youtu.be/jiAs2JjHfYY

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