Capítulo 1: Vida de evolucionado
Ursa
Corría por el bosque, el viento fresco de la mañana me daba en la cara. La tierra seguía húmeda, pero no tenía tanta prisa por nada. Era una competencia.
El senderito de tierra subía por el bosque montañoso. Teníamos buen balance, así que no nos preocupábamos por la creciente altura del vacío al costado, además había suficientes árboles por si algo pasaba.
—Los olfateo cerca —avisé.
—Vamos a atrapar al macho, es el más grande —dijo uno de los hermanos de ojos de diferente color. Verde y celeste.
Rigel y Deneb, hermanos "repetidos", como les decíamos. Se suponía que las estrellas te daban un solo hijo, pero había casos en los que te favorecían con dos o más al mismo tiempo, aunque lo más común fueran dos. Eso era bueno, pues había mucho en lo que trabajar, como ahora que debíamos cazar.
—¡Ursa! —Deneb me alertó, pero apenas pude reaccionar a la embestida del gran felino.
Rodamos y arrojé el puma a un lado luego de un buen zarpazo. Se puso de pie y bufó, a lo que le respondí con un feroz siseo.
Las evolucionadas, sobre todo las cazadoras, éramos unas fieras. Una sola era la pesadilla de cualquier animal del bosque. El animal no era muy grande, así que fue inteligente y se retiró.
—¡De prisa! —ordené continuar, y seguimos corriendo, aunque la herida que me hizo el puma por el brazo ardía bastante.
Cuando era pequeña, pronto fui consciente de mi realidad, de que era una evolucionada, hija de cazadores del pueblo, por lo que yo también iba a serlo. De nosotros dependía que todos comieran.
Aunque casi todos aprendían a cazar, los ancianos ya no lo hacían, y quitaba mucho tiempo del día que podía ser usado en otras tareas. Por eso nosotros éramos muy importantes.
Nuestra pequeña ciudad estaba entre las montañas, y más allá estaban los "otros humanos". Criaturas ruines y problemáticas, peligrosos y testarudos.
Siempre nuestros líderes ancianos nos advertían de ellos y nos decían lo malvados que eran. Nuestros guerreros se preparaban para protegernos de ellos y de otras amenazas, y otros, como yo, teníamos que dar lo mejor en cada una de nuestras funciones para nuestra gente.
Así que tenía que ser una excelente cazadora para llenar a mi familia de honor y reconocimiento.
Olfateamos a los venados cada vez más cerca, así que bajamos la velocidad, no queríamos espantarlos con nuestras pisadas. El viento en contra nos ayudaba con el aroma.
—¿Necesitan ayuda? —preguntó una voz familiar.
Nos paramos en seco y los hermanos sonrieron mirando hacia una de las ramas de un árbol.
—Sirio —dijeron emocionados.
El chico de felinos ojos verdes nos miraba manteniendo su sonrisa de suficiencia. Crucé los brazos y bufé.
—Estamos bien. Tú ya no eres un cazador. —Me volví a los hermanos—. ¡Vamos, nos pueden ganar!
Continuamos corriendo, pero Sirio se nos unió de todas formas. Mi estómago molestaba y eso me ponía muy intranquila. Siempre pasó desde aquel día... Cuando era una niña débil.
Empezó cuando aprendía a armar trampas para animales pequeños, tenía que tensar una cuerda, pero era muy dura y yo muy pequeña.
La cuerda se rompió y caí. Pronto un intenso dolor se hizo presente en mi rostro y comencé a llorar.
—¿Qué pasó? —vino mamá a revisar, casi con indiferencia.
Yo sentía cómo la cuerda había dejado toda una marca roja en mi mejilla, empezaba a quemar y doler.
—Le falta fuerza —comentó papá con algo de molestia.
Mamá suspiró y se alejó a seguir preparando otras trampas.
—De pie, Ursa, eso no es nada. Vas a tener heridas peores si no tienes cuidado.
Apoyé la palma de mi mano contra mi mejilla dolida y cerré los ojos, dejando que las últimas lágrimas cayeran.
Ellos estaban molestos porque no era fuerte. Me sentía una decepción. Me puse de pie y me alejé hasta quedar contra una roca grande. Podía ver el horizonte, humo saliendo de algunas chimeneas de las casas entre los árboles, los evolucionados que se dedicaban a la agricultura...
Quizá esa era una opción, aunque se veía igual de trabajoso. Papá también cuidaba algo de ganado y otros animales, aunque no me dejaba estar cerca.
—¿Por qué lloras? —preguntó alguien y me espanté.
Volteé a ver y había un niño de ojos verdes observando desde la cima de la roca. Lo había visto antes, era hijo de otra mujer cazadora del pueblo.
—No lloro. No es tu asunto —renegué limpiando rápido mi rostro.
Él bajó de un salto.
—Está bien, a veces la cuerda es muy dura —comentó.
Resoplé.
—Solo me falta fuerza, eso es todo. —Fruncí el ceño al recordar algo y entristecí—. Papá una vez dijo que había querido un niño, no una niña. Supongo que porque son algo más fuertes y eso es mejor. Hubiera querido ser un niño para que él se sintiera orgulloso. Las estrellas se equivocaron conmigo.
Me miró con algo de sorpresa, pero luego sonrió apenas, algo que no se solía ver, mucho menos entre desconocidos. Sin embargo, él lo hizo, él me sonrió, transmitiéndome una sensación tibia.
—Las mujeres son muy importantes. Siempre nos dicen que les debemos la vida, que son la base de nuestra existencia y que debemos cuidarlas y tratarlas con respeto. —Quedé mirándolo a los ojos—. No llores. Papá dice que las mujeres cazan mejor que los hombres. Vas a ver qué vas a ser la mejor y tu padre va a estar honrado.
—Sirio —lo llamó su madre.
—Sí —respondió enseguida y volvió a verme manteniendo su sonrisa—. Nos vemos.
Se fue corriendo y quedé asomándome por detrás de la roca, sintiendo un leve calor ahora en ambas mejillas, más el punzar de la que tenía la marca de la cuerda.
Sirio...
Tenía el nombre de una estrella. Yo era Ursa, por la osa mayor, fuerte y poderosa. Nombrada así por el nombre de mi padre Merak, una estrella de esa constelación. Papá decía que nuestros nombres eran decretados por los ancianos, dependiendo del origen de los de nuestros padres y fechas y demás cosas que no me importaban. Solo sabía que solían tener algo que ver, siempre.
Su madre era Enif, una amiga de mamá. Aunque mamá se había alejado un poco de ella un tiempo, a veces volvía a hablarle. Ambas eran muy buenas cazadoras de todas formas. Quizá Sirio tenía razón, podía ser una de las mejores.
Aunque luego de un tiempo, él dejó de aparecer seguido. Supe que iba a ser instruido para ser guerrero del pueblo, y eso me puso triste, trayendo algo de decepción porque ya no lo vería en las cacerías aprendiendo de su mamá.
Poco a poco lo vi cambiar. Su semblante, su alegría. Los guerreros entrenaban muy duro desde pequeños, aprendían a ser salvajes, pero yo sabía que en el fondo él seguía siendo el mismo.
Aun así, nada de eso evitó que lo espiara de vez en cuando... mientras entrenaba, aunque su compañero Altair me descubriera un par de veces, o cuando aparecía por los campos a ver a su mamá...
—¿Por qué miras tanto al hijo de Enif? —preguntó mi madre con incomodidad—. ¿Qué te han dicho las ancianas sobre eso? Deja de ser tan obvia al menos, o apártalo de una vez como tu futura unión para que los otros no hablen. El chico fue una deshonra en su familia, pero debo admitir que, al ser un guerrero, ya está limpiando esa mancha.
Me sentí en total vergüenza que mi mamá me exhibiera así, estando mi padre en la mesa. ¿Por qué decía tan abiertamente que me había fijado en alguien? ¿Y resaltar que era considerado un "error"?
Los miré a ambos en silencio. Sus cejas casi rubias como su cabello, al igual que el mío, pero con algunas canas ya. Los ancianos nos habían dicho que cuando los padres se iban, nosotros como descendencia debíamos seguir su camino y honrar eso.
Debía actuar en favor de mi futuro porque ellos ya estaban envejeciendo.
Bajé la vista, centrándome en las líneas de la maciza mesa de madera que teníamos.
—En ningún momento dije que no lo apartaría para unirnos —me defendí con un hilo de voz.
Claro que lo había pensado. Era parte de asegurar mi futuro.
—Más te vale, porque lo que sea que estás sintiendo por él nos pone en vergüenza a nosotros. Una jovencita decente no tiene por qué mirar tanto a un chico. Se ve feo. Las ancianas te van a ordenar apartarte de él y eso se sabría en todo el pueblo.
—Nuestra hija tiene que cuidar nuestro honor —agregó papá—. Es un guerrero, su estatus es superior, así que no estoy en contra, pero igual, no quiero que lo sigas. Preferiría a un joven que tenga menos probabilidades de morir y dejarte sola en cualquier momento.
Lo malo era que yo no podía evitarlo, pero solo debía ser más discreta...
Lamentablemente a veces no lo era, y me descubrían o me olfateaban cerca. Columbus, el segundo en mando luego de Orión, jefe de guerreros, era el que usualmente hacía que me fuera.
Aunque, a veces, cuando estaba llevando el pan en las mañanas o yendo a casa luego de dejar a las presas en el mercadillo, él se ponía a seguirme.
Volteaba a mirarlo y se detenía. Avanzaba unos pasos más de prisa, y cuando volteaba, estaba más cerca. Sus felinos ojos eran de un verde algo apagado.
—Deje de seguirme. No he estado cerca de Sirio ni de su zona de entrenamiento —renegué.
—Jovencita —dijo él con su voz pesada—, debo vigilar a la población, sobre todo a las damas. Los humanos podrían aparecer en cualquier momento.
—Las damas tienen a un compañero que las cuida. Y aunque no lo fuera, no necesitamos esto. No yo.
—No todas tienen un compañero. Quiero vigilarla, muchas me lo piden y, como sabrá, nosotros los guerreros no solemos tener una compañera para cuidar, así que no hay problema.
Entendía que debía sentirme privilegiada porque un guerrero me vigilara, incluso a mi mamá le agradaba eso, pero a veces no me sentía cómoda, y temía decirlo y que todos supieran que yo era el problema. Yo era una rara.
De todas formas, decidí ignorarlo, total lo único que hacía era vigilarme a veces. Nadie lo veía mal. Y era verdad que los humanos estaban amenazando a los evolucionados. Además de que los guerreros estaban bajo constante peligro.
Cuando aparté a sirio para una futura unión, noté que no era la única que lo tenía en la mira por alguna razón.
Papá a veces trabajaba la piel del ganado para conseguir el "cuero", como le llamaba.
—Usualmente los artesanos son los que trabajan con esto —comentaba—, pero también podemos hacer algunas cosas...
Él me enseñó a hacer algunas prendas de este material, entre esos, me hice una banda de cuero que iba alrededor de mi cintura, también un cinturón para tener algunas cosas para cacería, como un par de dagas.
Si bien cazar no era de mi completo agrado, trabajar con materiales como el cuero sí. Aunque no me detenía a pensar más allá de eso. Cazar era mi honorable deber, e iba a agarrarle el gusto un día, al menos eso decía mi mentora. Solo que a veces sentía que me estaba tardando.
Cuando papá cortaba las piezas, esperaba pacientemente para recolectar algunos pedazos pequeños sobrantes y llevarlos.
Me encerré en mi habitación en un día libre, los cuales eran días designados para descansar, en donde no tenía que cazar, y me puse a lo mío.
Corté el cuero en tiras, haciendo que desprendiera más su aroma, el aroma de la piel de animal super concentrado. Gracias a mi buen olfato, podía incluso saber en dónde habían tendido la piel a que se secara.
Tomé un pequeño metal largo y resistente, a modo de punzón, y una roca. Me tumbé en el suelo con mis herramientas y, con paciencia, empecé a golpear el metal contra el cuero usando la piedra, y así dejar un grabado.
Mariposas, flores, hojas, enredaderas y otros diseños de la naturaleza. Iba dejando las tiras a un costado para continuar con la siguiente.
Paré para ir a ayudar a mamá con el almuerzo, y luego regresé. Trabajé todo ese día. Ya en la tarde hice algunos amarres a algunas y las convertí en pulseras. Las miré con orgullo y las guardé en mi bolso para salir al mercadillo.
Vi a Sinfonía ser regañada por su padre, por lo que me acerqué luego de que la dejaran a un lado sentada en un banco. Él era uno de los artesanos a los que mi padre le vendía el cuero.
Su hija era menuda, de cabello negro y grandes ojos azules. Un par de años menor que yo, pero eso no impedía que le exigieran perfección como a todos.
—Veo que tienes problemas.
Ella bufó y se cruzó de brazos.
—No molestes. Debo practicar, si lo hago, voy a crear mejores cosas como mi padre.
—A menos... —saqué los brazaletes de mi bolso—, que uses estos.
Ella se sorprendió. Intentó agarrar uno, pero los aparté y los puse en la mesa.
—¡Oye...!
—Te los puedo vender —tenté—. Puedes decir que los hiciste tú, y no tendrás más problemas con tu padre, en lo que tardas en aprender a hacerlos, claro.
—Bah —volvió a cruzarse de brazos.
Entonces reaccioné al olfatear a...
—Ursa —Sirio se asomó, levantando la tela de la tienda, sorprendiéndonos a las dos. Sonrió—. Ah, sabía que te había olfateado cerca.
Gruñí y fruncí el ceño ante lo que él me hacía sentir con sus actitudes. Aceleraba mis latidos y calentaba mis mejillas. Sin embargo, vi de reojo a Sinfonía y ella lo miraba como si viera a un sueño.
Oh...
—Qué bonito —murmuraba él, observando los brazaletes.
—¿Quieres uno? —dijo Sinfonía—. Los hice, ya sabes...
—¡¿Qué?! —reaccioné—. ¡Los hice yo!
—Eso no es lo que me has dicho hace un rato —refutó ella—. Yo soy la artesana, no tú.
—¡Ahora verás! —Le di un empujón y ella gritó.
—¡Oigan...! —Sirio se espantó y puso su brazo entre ella y yo—. Ursa, ¿por qué atacas a tu amiga?
Bufé y vi a Sinfonía sacarme la lengua, sintiéndose protegida detrás de él.
—¡Los hice yo! —chisté.
—No es así —insistió ella.
—Ursa... —él me reprendió.
Apreté la correa de mi bolso con las manos, sintiéndome frustrada.
—Sirio, eres un tonto —renegué.
Resoplé y salí de golpe.
Sinfonía había sido mi amiga, pero desde que le di a entender que tenía mis ojos en Sirio, ella pareció de pronto también fijarse en él. Por eso mamá había tenido razón al decirme que no dijera mis intereses a otras chicas, al menos hasta que la unión estuviera pactada.
***
—¡Ursa! —Sirio me apartó del venado que venía enfurecido.
Reaccioné, saliendo de mis recuerdos. El viento fresco me espabiló.
El venado macho dominante a veces no era muy dócil, y este se nos había lanzado al olfatearnos. Yo había sido la descuidada por estar distraída y haber alertado al animal pisando sobre una rama.
Gruñí y me lancé. De niña no me gustaba la idea de matar a un animal, pero mientras crecía entendí que era el ciclo de la vida. Por suerte hoy solo teníamos que atraparlo y amarrarlo para llevarlo ante los cazadores líderes. Iban a elegir a los tres animales más grandes para hacer un festín.
Rara vez mordíamos para matar, sobre todo si era un animal grande. Los animales mamíferos grandes, por naturaleza, solían oler muy fuerte, y al morderlos sabían exactamente igual a como olían.
El animal rascó la tierra resoplando con fuerza. Yo estaba con Sirio frente a él, retándolo con la vista, y los gemelos a los costados.
"No hay mayor muestra de respeto que afrontar al animal mano a mano, darle una oportunidad de medir su fuerza contigo y vivir si logra vencerte. Recuerden, no quieran medirse contra otro depredador, no deseamos perder valiosos cazadores para el pueblo. Su gente siempre es primero."
Esas eran las palabras que los jefes siempre decían. Solo nos enfrentábamos a un depredador en etapas de escasez, que por suerte habían sido muy raras.
El animal se lanzó furioso y nosotros también. Hice girar mi arma que consistía en piedras atadas al final de unas cuerdas para lanzarla. Se enredó en sus patas delanteras y eso le hizo perder estabilidad. Aproveché para lanzarme y reducirlo contra la tierra de una vez por todas. Atrapé su cuello en el forcejeo y tragué polvo, pero no cedí. Los gemelos enseguida le aprisionaron las patas.
Monté al animal, que respiraba de forma pesada, agotado, y saqué más cuerda.
—Lo siento, amigo —dije corta de aliento—, tienes que darme la victoria.
Alcé la vista y Sirio me sonreía a labios cerrados.
—Muy bien —felicitó.
—Por supuesto. Te dije que no te necesitábamos.
Asintió sonriendo más ampliamente y causando que mis mejillas se quisieran calentar. Le retiré la vista para seguir asegurando la cuerda y resoplé.
Luego de dejar al venado, un grupo de jóvenes nos atajaron. Eran Sol y otros excavadores. Él se llamaba así por el cuarzo sol. Sus padres también tenían nombres de minerales, como sus abuelos, Lázuli y Citrina, mi mentora.
—Ursa, mira. Encontramos este aparato entre un antiguo basurero humano —dijo emocionado.
Sí. No solo escarbaban por minerales, también, y, sobre todo, por cosas humanas. Los artesanos las reparaban, de ser posible, y las ponían en funcionamiento.
—Parece algo de sus cocinas —le dijo Sirio.
Sirio sabía un poco más sobre humanos por estarse entrenando para guerrero. Sol había tenido interés en mí para unirnos, pero dio un paso al lado y no retó a Sirio ya que lo respetaba.
El chico de ojos casi anaranjados me sonrió levemente.
—Quizás se lo dan a alguien cuando lo arreglen. ¡Oh! Y mira. —Me mostró una cadena—. Oro. —El metal brillaba amarillo metálico—. Lo sé, lo he olfateado. Van a poder fundirlo y hacer algo bonito.
—Oh. Vaya... —Su color era estupendo, aunque estuviera sucio.
***
Giré y giré, elevando mi amplia falda, moví los hombros al ritmo de los tambores y volví a girar, siguiendo la música. La gran fogata se alzaba frente al lago. Un lago enorme entre las montañas, en donde estaba nuestro pueblo.
El pueblo celebraba, y algunos aplaudieron de forma recatada cuando terminé mi danza. Me acerqué a la persona por la que había hecho ese número. Mi papá.
Incliné la cabeza en señal de respeto.
—Feliz día en el que llegaste, padre. —Lo miré con una leve sonrisa y él me correspondía el gesto—. Que las estrellas quieran que te quedes con nosotras por mucho tiempo —continué con la devoción con la que crecí, con la que todo hijo debía dirigirse a su padre—. Sin ti, yo no sabría qué hacer.
Solo pensar en eso, en que todos tenían un final, que él no me sería eterno, encogía mi corazón.
—Mi niña.
Rodeé su cuello y junté mi frente a la suya unos segundos. Volví a pisar suelo por completo y él llevó su mano a mi rostro para luego darme un par de palmadas en la cabeza para animarme. Su sonrisa se acentuó un poco.
Los animales habían sido preparados y festejábamos. No duraba mucho, pues le celebrábamos más a la naturaleza que a nosotros.
Los gemelos sacaron a sus futuras compañeras a danzar. Eran hijas de ganaderos. Adara y Galatea. Estaban prometidos a unirse desde los diez años.
Les sonreí muy apenas, cuando sentí que alguien se puso a mi lado.
—¿Podemos hablar? —preguntó Sirio.
Eso se me hizo raro. Solíamos hablar, contarnos nuestras cosas, sobre todo porque íbamos a unirnos y eso se decía que fortalecía la futura relación. Muchas veces vino a mí a contarme sus frustraciones por no ser tan fuerte como un verdadero guerrero de sangre, o sea, con padres guerreros, o lo veía llegar agotado con el semblante apagado tras haber recibido un fuerte castigo por travieso o por no cumplir...
—Sí... —susurré sintiendo que esta vez había algo diferente en su rostro.
Fuimos hacia los árboles. Aunque era de noche, veíamos bastante bien, como si todavía fuese de tarde, cuando el sol seguía cerca, pero ya oculto. Se decía que los humanos, en cambio, veían todo negro. Qué extraño sería eso.
—Hay que apresurarnos —le recordé a Sirio—. No está bien que estemos solos mucho tiempo.
—Sí. Bueno —suspiró. Bajó la vista un segundo y volvió a verme a los ojos.
Su mirada era penetrante como la de un buen depredador, pero mantenía ciertos rasgos dulces que yo conocía desde que era niño. Ahora ya era un evolucionado guerrero. Un hombre.
—¿Y bien? —dije impaciente.
Aunque en realidad no me importaba pasar todo el tiempo con él, solo que siempre era mejor ocultarles a los chicos las cosas raras que sentíamos, por honor, al menos eso nos decían las ancianas.
—Sabes que el momento se acerca. —Apretó los labios—. Sabes que voy a ir con los humanos. —Sí lo sabía, no me daba buena espina que lo repitiera—. Estamos prometidos a unirnos desde los quince años, pero... —Entreabrió los labios, pero soltó un suspiro silencioso y continuó—. Es mejor si buscas a alguien más. —Eso me cayó como agua helada. Quizá estaba escuchando mal—. Todavía estás a tiempo. Yo ni siquiera sé si voy a volver y...
—¿Qué dices? —solté de forma entrecortada. Pasé saliva mientras él analizaba mi expresión—. He estado esperándote mientras que la mayoría de mis compañeras se unieron después de terminada la escuela —solté con un poco más de coraje, pero de algún modo sentía que la vida en la que me hice ilusiones de tener se quebraba en pedazos de pronto—. Incluso mamá preguntó, pero como eres un guerrero, entendimos que hay que esperar, ¿y ahora solo dices que busque a alguien más?
—Es que... Traté, créeme. Traté de hacerme a la idea de que eres mi compañera, traté de que esto funcionara, pero, como dije, no sé si voy a volver, es mejor si...
—No. —Lo acusé con el dedo—. No. Si en verdad quisieras harías todo lo posible por regresar, me dirías que te esperara, que vas a volver para cumplir conmigo. ¡Si quisieras, encontrarías la forma!
Quedó con los labios entreabiertos.
—Lo siento. Tienes razón, pero... No te entiendo. Siempre actúas como si no me quisieras a tu lado, ¿cómo quieres todavía esperarme? —Empecé a negar, sintiendo mi leve temblar por estar conteniendo lágrimas—. Ni siquiera llegué al festival de la luna a tiempo para danzar contigo y afianzar la unión...
—Te voy a esperar.
—Ursa...
Mi voz interior me decía que no debía "rogarle" o intentar retenerlo porque nada iba a hacer que se quedara conmigo, y de todas formas iba a irse con los humanos.
Todos se iban a enterar. Mamá iba a conseguir un buen motivo para reprocharme, las demás iban a hablar de esto por semanas.
—¿Cómo te atreves a burlarte de mi honor así?
Nuevamente él quedaba sin saber qué decir.
—Es por eso que te digo ahora y no después. Tampoco quiero que te quedes sola...
—Vete. —Crucé los brazos y le di la espalda.
El nudo en mi garganta dolía ya. Pasé saliva nuevamente y me di cuenta de que él se había ido.
Solté un jadeo silencioso y empecé a respirar de forma entrecortada. Miré alrededor, a los árboles, al bosque que ahora ya no lucía amable, sino muerto y sin sentido.
Así de pronto había perdido mis sueños con él. Las palabras que quería decirle, que quería confesar, que no lo hice por consejo de las ancianas, ahora ya no iba a poder decirlas porque no íbamos a unirnos...
A él siempre le causó curiosidad la cultura humana. Quizá estaba muy cansado del pueblo y sus reglas. ¿Por qué los humanos tenían que arruinar todo? Si no estuvieran haciendo problemas, él no tendría que dar la cara por nosotros.
Humanos. ¿Qué tenía de interesante ese mundo? Nada.
***
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