Capítulo 48: Reviviendo
Veo las plantas pasar borrosas a causa de la velocidad a la que va la camioneta. Detecto un leve movimiento con el rabillo del ojo y volteo enseguida, es Marien que se acomoda un poco el cabello. No deja de mirarme con temor, quizá por mí o tal vez a que algo pase, no sabría decir.
Aunque no quiero que ella esté asustada, yo estoy igual, temo que todo desaparezca. El cansancio me mata, pero me mataría más dormir y no verla al despertar. Doy un respiro hondo, sintiendo que involuntariamente empezaba a faltarme el aire.
Comienza a llover, y la sensación del agua cayéndome empieza a calmar mi angustia. El suave golpeteo de las gotas en mi piel me regresa a la realidad una y otra vez, ya que mi mente aturdida y bulliciosa no se mantiene en foco.
Miro al cielo y a las gotas, que ahora caen con más fuerza y abundancia. Sonrío apenas, quizá aliviado al ver que cada vez se parece menos a otra pesadilla, y me deslizo para recostarme contra el borde de la tolva...
...Mis párpados pesan...
Una especie de grito en mi mente me despierta de golpe. Planto la vista en Marien y me alivio al verla aún ahí.
Vuelvo a respirar.
—Ven aquí o no podré cerrar los ojos en paz —le digo.
Se sorprende y sus mejillas se tornan rosadas. Mi corazón adolorido se acelera. Cómo había extrañado eso. Viene, prácticamente aventándose a mí, y la acuno contra mi cuerpo. Su aroma me calma, su calor me consuela. Se acomoda a mi lado, la mantengo contra mí, y rodea mi cintura con sus brazos
—Mi amado —susurra.
Rozo mi nariz por su frente, reconfortado al escucharla decir eso, y vuelvo a mirar al cielo.
***
Gruño bajo ante un leve remezón. Dejo de sentir el cálido cuerpo pegado al mío y reacciono abriendo los ojos enseguida. Me enderezo y observo los alrededores... ¿Mi pueblo?
Me froto un poco la cara.
—Qué, ¿ya llegamos? —pregunto con voz somnolienta. ¿Cuánto tiempo he dormido?
—Sí, vamos rápido a casa, necesitas descansar —habla Ursa.
Ugh. Claro.
Bajo de un salto y le extiendo los brazos a Marien para ayudarla. Se apoya en mis hombros, un poco temblorosa y débil, así que mejor la tomo de la cintura y la bajo despacio. Puedo sentirla. Su ropa está empapada por la lluvia que ya cesó, pero aparte de eso, la siento... ligera.
—Pesas menos...
—Debe ser —murmura avergonzada.
La puerta se abre y mi madre se asoma.
—Sirio —dice en un suspiro de alivio.
—Madre.
Viene y toma mi rostro para darme un beso en la frente, algo que también me reconforta.
—Aquí estás. —Mira a todos los presentes y sonríe apenas—. Por favor, pasen. Prepararé algo para cenar, pónganse cómodos.
Sin embargo, escucho a los demás despedirse porque estuvieron mucho tiempo fuera de casa. Apenas les respondo, ya que cuido de no perder la mano de mi Marien aferrada a la mía.
Ursa y Sinfonía me miran de una forma un tanto intensa, pero no le tomo importancia, debe ser por la situación en la que he estado. Los he preocupado a todos, pero al menos ya estoy de vuelta... Creo.
Mi madre le da un depósito con comida a Max para su viaje de regreso. Él agradece y le alcanza a Marien su mochila. Finalmente se despide también.
—No tarden en volver, ¿eh? Hay cosas que hacer —agrega antes de salir por la puerta y desaparecer de nuestra vista.
—Uh, ¿y las cosas de Sirio? —pregunta Marien de pronto.
—Las volví a poner a donde pertenecen —responde mamá—. Escuché lo que le decías a Ursa, y decidí respetar tus deseos.
—Gracias.
Reacciono recordando que probablemente se refiere a esa regla que manda sacar las cosas de los traidores y quemarlas.
Miro a mi amada con una leve sonrisa. Ella se opuso sin duda.
—Esa es mi Marien —murmuro orgulloso, y logro ver que su cansada expresión brilla apenas en felicidad.
—¿Y bien? —Mamá suena animada, lo cual también me alegra—, ¿qué gustarían que les prepare?
Escucho el característico ruido del hambre en mi chica.
—Descuide —mamá ha de haber estado muy angustiada, quiero que descanse, y Marien también—, yo me encargaré de ver qué hay. La verdad estoy muerto de cansancio y quiero dormir.
Ella sonríe mostrando su alivio de verme y asiente, dando la vuelta y yendo a su habitación. Suspiro y volteo para ver a Marien.
—¿Gustas algo? —le pregunto mientras tiro con suavidad de su mano, llevándola a la cocina.
—Lo que sea... Estoy hambrienta...
—Lo sé —sonrío—, pude oír tu estómago.
—Oh... perdón. —Se ruboriza.
Mi sonrisa se hace amplia al verla, vuelvo vivir poco a poco, y lo próximo de lo que soy consciente, es que se ha colgado de mi cuello y me está besando con mucha pasión. La sensación de sus labios es como una explosión de dulzura y suavidad, intensidad y calor, cosas que no he sentido en... quizá una eternidad.
Gime bajo en su garganta mientras nos devoramos. Su boca suave y rica, sus dientes y sus deliciosos mordiscos, me estremecen. Siento que mi cuerpo empieza a cobrar vida con la corriente.
Una cálida gota moja mi mejilla, haciendo que me separe un poco de ella. Está llorando, me entristece.
Limpio con delicadeza sus lágrimas.
—No llores —susurro.
Asiente rápidamente con la cabeza.
—No vuelvas a dejarme o moriré —pide con la voz quebrada.
La abrazo fuerte y suelto un suspiro.
—Perdóname...
La he lastimado tanto, la he roto por dentro. Ha creído que había muerto y ha de haber sentido eso tan horrible que yo sentí al verla caer. No me imagino esa tortura.
Aunque... iba a morir igual si no me sacaban de ahí. Iba a dejarla así en este mundo, sola y destruida. Por suerte no ha tenido que ser así después de todo. El calor de su cuerpo me reconforta.
Su estómago vuelve a sonar y la libero.
—Sacaré algo de comer rápido y dormiremos.
Empiezo a buscar en las repisas y el congelador. Tomo pan y carne que, por su olor, ya está cocida. La pongo a calentar y abro el pan que estaba envuelto en papel fino. Es un pan redondo y plano que los panaderos hacen para el pueblo. Marien se acerca de pronto y me ayuda. Sonrío, pues ha estado un buen rato mirándome para luego reaccionar y venir. Sigue siendo tan curiosa.
Preparamos algunos panes con la carne, pero luego terminamos comiendo lo que queda de la olla de barro. Jala su mochila que Max dejó a un costado del mueble y avanzamos por el corredor que tiene grandes aberturas al jardín principal.
Quería ir a mi habitación, pero veo que papá ya ha terminado la que dijo que haría para nosotros, así que guio a Marien hacia esa nueva sección de la casa, hacia la zona del segundo jardín.
—Usa el baño tú primero, te espero.
—No, estoy bien, tu debes ponerte ropa seca, anda —insisto, ya que está con esa ropa húmeda, y beso su frente—. No te preocupes por mí. Iré a la otra ducha.
Acepta tras un suspiro y la dejo para ir de prisa a la ducha que está al lado de donde los pollos. No importa. Al andar, veo mi casa, respiro su aroma, observo los silenciosos jardines. Nada parece haber cambiado, solo yo... Yo siento que ahora soy muy diferente, estoy herido por dentro y por fuera.
Abro el agua y el ruido que hace al golpear el piso de piedra me es lejano ahora, pero vuelve a reconfortarme al entrar bajo esta. Doy un respiro hondo y jadeo por el frío. Despierta mis sentidos, a mi cerebro que poco a poco ha ido silenciándose y encontrando paz.
Dejo que el agua termine de limpiar mi piel manchada de sangre. Puedo ver que muchas de las marcas que creí tener, sin duda no están, nunca existieron. Incluidas las que me hicieron Marien, los gemelos... Parte de lo que viví han sido pesadillas. Horrendas, pero no reales, al fin y al cabo.
Regreso a la habitación y Marien sigue en la ducha. Está bien. Suspiro, siento mucha pesadez en los ojos todavía y mi cabeza duele. Me tiendo en la cama y recorro mi mano sobre la tela. Toco casi todo por más tiempo, quizá para asegurarme en silencio de que las texturas son reales, que no estoy perdido en mi mente.
Mi cuerpo duele levemente. Las heridas que quedan punzan a veces. Me estoy curando, pero ya no estoy adormecido y el dolor se hace presente.
Todavía siento una leve sensación de vacío, todavía siento que floto apenas. La soledad me hace retraerme... Tengo que tocar las cosas para no dejarme llevar por esas sensaciones de mi cerebro.
Me concentro en el caer del agua de la ducha y respiro hondo.
Mis párpados pesan tanto... Así que los cierro un segundo...
Despierto de golpe y veo a Orión a mi lado, con su enorme y siniestra sonrisa.
Me baja la presión, siento que mi corazón cae, la desolación y rabia me inundan. Estoy con las manos atadas a los costados de una cama. No. ¡No! ¡Mamá, Marien! ¡Las tenía a mi lado, no puede ser!
Gruño de forma salvaje.
—¡Deja de jugar con mi mente! —Y hago todo lo posible porque la voz no se me quiebre mientras empiezo a hundirme en la profunda locura.
—Es muy divertido, ¿por qué dejaría de hacerlo? —se burla.
Toma su cuchillo y yo empiezo a tratar de liberarme. Creí estar más fuerte, pero no, mi cuerpo sigue herido, tal y como estaba. Se aproxima y alza el arma, listo para clavármelo de golpe.
—¡No!... —tiro de la cuerda, pero no se rompe—. ¡No, no!...
—... Mi amor... —Su voz y una sacudida me hace despertar espantado.
Quedo con los ojos muy abiertos, jadeando. Estoy en la silenciosa habitación en mi casa. El aroma me lo comprueba. Suspiro profundo y giro, cubriendo mi frente con mi antebrazo.
Una pesadilla. Por poco y el mundo se me cae a pedazos...
Marien me mira con preocupación. Ella me ha despertado.
—Perdón, te asusté —susurro, sintiendo que el frío del sueño empieza a volver a irse, aunque con renuencia.
—No... —habla enseguida—. Bueno, un poco, pero tranquilo.
Respiro hondo de nuevo, tratando de relajarme, regresando a la realidad.
Siento su suave caricia en mi rostro y cierro los ojos. Pongo mi mano sobre la suya, la presiono contra mi piel y sonrío apenas. Necesito su toque, necesito recordar una y otra vez que esto es la realidad y lo demás son solo sueños. Su mano se desliza hasta mi pecho, mi respiración ya se ha calmado.
Con suerte, empiezo a diferenciar los sueños de lo que fue real, y algunas cosas sobre mi cautiverio empiezan a hacerse claras.
—¿Sabes?... En mis pesadillas no me llamabas amor...
Ella juega suavemente con sus dedos sobre mi piel, ayudándome de una mejor forma a despejarme.
—¿Por eso me preguntaste por qué te llamaba así? —Asiento—. Será porque ellos no sabían que yo te llamaba así y por eso no lo usaron. —Besa mi mejilla, disparando esa explosión de dulzura.
—Un buen punto clave, ¿no?
—Mi Antonio... —Empieza a darme más cortos besitos en la mejilla, así que giro el rostro para que estos caigan en mis labios, haciéndola sonreír y continuar—. ¿Cómo es que te pusieron ahí? —pregunta susurrando, estudiando mi expresión, quizá temiendo el incomodarme, pero nada de ella puede causarme mal.
Ya no son las pesadillas. Es mi Marien, esa joven tan buena y adorable, la que me ama, la que no me heriría. Tomo su mano que aún descansa sobre mi piel.
—Como no rogué por mi muerte, por más que me hicieron y por más días que pasaron... me pusieron a esa máquina. Ya sabía lo que se venía, pero igual, en esa máquina terminas perdiéndote y si no te vuelves loco terminas muriendo por inanición... y bueno, ya sabes que tardamos mucho en morir.
—Perdóname —dice con angustia de pronto—, tardé mucho en venir a por ti, perdóname, ¡lo siento tanto!
—Hey. —Tomo con delicadeza su rostro—. Tranquila, al contrario, gracias por haber venido.
—Vine a ver si podía vengarme también... quería ir y quemar sus cosas de esos ancianos líderes.
... ¿Eh?
—T-tú... ¿Ibas a quemar sus cosas? —Tan solo imaginarla intentándolo mientras los ancianos la persiguen me hace reír, aunque suave. De pronto mi cabeza ha dejado de doler, estoy sintiendo felicidad de nuevo. Me envuelve con su brazo, recostándose en mi pecho. Giro y quedamos abrazados, juntos, frente a frente. Siento que tenerla a mi lado me ayuda mucho más—. Orión no tenía la carta de permiso de ellos —le explico—, ellos ya me habían perdonado, así que, para no arruinar su reputación y prestigio ante sus nuevos reclutas, fue a apelar, pero los ancianos se estaban tomando su tiempo, es por eso que no me mataron enseguida.
—Lo siento, debí venir antes.
—Estoy bien, ya estoy a tu lado —la calmo besando la punta de su roja nariz.
Acaricio su brazo, notando las vendas. Suspiro levemente ya que, de forma amarga, eso me asegura de que no sueño, pero que está herida por venir a buscarme. Voy a desquitarme con ese que la hirió...
Bajo, tratando de olvidar el enojo, haciendo mi habitual recorrido en su cuerpo, acariciándola hasta la cintura. Su piel está tan suave como la recordaba, cálida, y... ¿desprotegida?
Junto las cejas con algo de confusión mientras mis ojos lo comprueban.
—Estás... desnuda...
Sonríe tímida y se pega más a mí. Mi corazón empieza a acelerarse y siento que rompe una corteza de dolor para ser libre. Marien roza su nariz con la mía, ladeo el rostro y rozo sus labios. Mi mano sigue bajando hasta recorrer su muslo y tiro con suavidad, haciéndola cruzar su pierna sobre mi cintura.
Nos besamos, fuerte, suave e intenso a la vez. Necesito sentirla y olvidar todo, lo necesito en verdad.
Giro y quedo encima para empezar a bajar, recorriendo su cuerpo con mi boca. Devorándola, lamiendo, jadeando, succionando y gruñendo bajo como una bestia fuera de control. Necesito embriagarme con el aroma de su piel húmeda, con su suavidad, su calor. Se curva contra mí, gimiendo, tirando de mi cabello, y la devoro con más pasión.
Me concentro en sentirla. Jadeo y disfruto. Ella está intentando bajar mi pantalón, así que la ayudo. Torpemente logro que quede lo suficientemente bajo y ella sonríe, muerde su labio inferior y tira de mí para reclamar mi boca tras un suave gemido.
Dejo que sus besos me curen como un bálsamo. Me eleva al cielo. Sus traviesas manos me tocan y aprietan con desenfreno. Una de mis manos se aferra a su cintura mientras ella cuela la suya y me agarra ahí, haciéndome gruñir y sonreír apenas. Me hundo, me entierro en ella, lo suficientemente despacio como para disfrutar cada instante, pero no lento porque estoy fuera de control.
Su caliente y húmedo cuerpo dispara lejos los malos recuerdos, el dolor, el ruido en mi mente. Su boca se abre contra la mía, llenándome con su aliento, mientras vuelo con esa sensación intensa de placer y calor. Este es mi paraíso.
Me muevo contra ella mientras me hace saber que disfruta con sus hermosos y suaves gemidos, su sonrisa entre estos. Jadeo y me aferro al borde superior del colchón apoyando además mi antebrazo para no terminar empujándola hasta la pared con mis embistes. Mi otra mano va a su cabeza y la beso con intensidad, ahogando su placer... Y de paso el mío.
Confío en que papá ha usado ese material que una vez me dijo que no dejaba que los sonidos salieran, pero igual, el atisbo de conciencia me dura un par de segundos, ya que me pierdo en el disfrute de hacerle el amor.
Le hago el amor con intensidad, y ella goza con cada movimiento ondeante de mis caderas. Entro en ella por completo, jadeando y besando. Sus uñas se aferran a la piel de mi espalda y me regala su máximo clímax, ese que suena a gloria. Me pierdo de igual forma y me dejo llevar, aunque tratando de ser silencioso.
Es tan placentero, tan intenso y delicioso, que duele.
Jadea contra mi boca, me da un corto beso, ahogando un suave gemido, y sonríe llena de vida. Luce satisfecha e incluso más.
—Wow... —susurro. Mi mente está en blanco y ahora no hay nada mejor que eso.
Vuelve a besarme, pasea la punta de su lengua por mi labio inferior, haciéndome sonreír. Juega con mis labios y los suyos, con su traviesa lengua un poco más.
El placer ha ahuyentado el dolor. Es verdad, no solo la adrenalina o la furia adormecen el cuerpo, también lo hace el placer. El amor.
La miro, tan hermosa, tan relajada. Ahora que lo pienso, sin duda ha estado como yo, queriendo asegurarse de que todo esto es la realidad. Sí es real. Ya no hay más sueños, estamos aquí juntos, y hemos hecho el amor, todo mi cuerpo late en felicidad.
—Eh —reacciono—, ahora que lo recuerdo, no te he visto tomar ninguna pastilla. Ya sabes, esa...
Ella ríe entre dientes y acaricia mi pecho.
—Bueno, antes de que todo esto pasara, tomé la que funcionaba por un mes. —Se encoge de hombros.
—Oh... —Una leve decepción. De pronto mi cuerpo ha estado demasiado ilusionado con la idea. Tal vez es parte de lo que llaman sentido de supervivencia, aunque lo dudo, si incluso la satisfacción y realización que siento al estar y terminar adentro de ella va mucho más allá que un mero instinto. La idea me atrae desde antes. Lo sé. Quiero una familia con ella porque la amo—. ¿Estás segura de que es bueno que tomes algo que detiene procesos normales de tu cuerpo? —insisto.
Vuelve a reír y suspira.
—Sí, descuida, en algún momento la dejaré. —Me da un beso—. Para tener un hijo que sea tan hermoso como tú —agrega de forma tentativa.
Eso me hace sonreír ampliamente. Sí. Claro que quiero. Mi cuerpo me pide a gritos que tenga un hijo con esta hermosa e inteligente mujer. Es como si cada una de mis células la hubiera elegido para tener su decendencia. Así lo haré.
Quedo mirándola y vuelvo a notar la punta de su nariz roja. Reacciono.
—Te traeré ropa antes de que te enfermes —le aviso.
Sin embargo, ella se niega enseguida, reteniéndome.
—No, no te separes de mí, estoy bien —pide, también temiendo, igual que yo, el dejar de sentirme—. Quédate aquí...
Y sin dudarlo, le obedezco. La acuno contra mi cuerpo y suspiro. Entiendo cómo se siente, no quiero que siga así. Estaré a su lado todo el tiempo que necesite.
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