Capítulo 47: Pesadillas

Llegamos al fuerte de Orión.

Durante el camino han mencionado que me tienen una sorpresa en su fuerte principal que está a dos días. Echan a Ácrux y a los hermanos, alegando que ya no necesito nada de ellos.

Desatan mis manos y las marcas ensangrentadas que me ha dejado la cuerda, arden. Me estrellan contra la tierra y empiezan a pisotearme y patearme de forma salvaje mientras ríen. Una lluvia de dolor se expande por mi cuerpo, algunos golpes me sacan en aire, y otros no me dejan recuperarlo.

Sinfonía grita desde algún costado que me dejen, pero empeora. Alguien ha agarrado algún tubo metálico y ha empezado a golpearme también.

Por un instante, el pensar en mi amada, en sus sonrisas, en la forma en la que me llamaba, alivia levemente el sufrimiento.

—Suficiente —ordena Orión—. No queremos que se adormezca y deje de sentir dolor.

Los demás asienten entre burlas.

Respiro de forma agitada. Intento ponerme de pie, pero sólo logro quedar a gatas con dificultad, toso y escupo sangre. Trato de respirar un poco más hondo, pero no puedo. Sinfonía llora y aprieto los dientes.

—Déjala ir —murmuro—. Ella no tiene por qué ver esto...

—Cierto. Disculpe, jovencita —le dice con regocijo—. Y gracias por guiarnos. Llévenla.

—¡No! ¡No lo maten! —chilla ella— ¡No, Sirio! ¡Sirio!

Oigo que la arrastran en contra de su voluntad mientras chilla mi nombre sin parar. Perfecto, también la he lastimado.

—Altair —oigo que le recrimina—, ¿en qué tanto piensas?

Lo escucho caminar y cojear un poco, aún no sana del todo, obviamente.

—Me retiraré, señor.

Alzo un poco la vista y los veo frente a frente, mirándose de forma desafiante.

—¿Cuál es el problema ahora? —gruñe Orión.

—Sirio no me mató, así que no colaboraré con su muerte. —Da media vuelta y empieza a alejarse.

Los otros ríen un poco y Orión también.

—Déjenlo. Me encargaré de él. —Se cruza de brazos y me mira—. Te crié como a un hijo. Me has decepcionado. ¿Tanto te ha cambiado una humana?

Jadeo y lo miro de forma retadora.

—No te equivoques —gruño—. Sigo siendo el mismo, aquel que entrenaste desde que era niño para ser una bestia, y no le tengo miedo a la muerte. Te reto a ponerme a prueba.

Orión frunce el ceño. Lo que más odia es que lo reten, y yo no voy a dejar que me vea derrotado en ningún momento.

Los hermanos Apus y Antares aparecen en mi campo de visión, con una vara metálica cada uno.

—¿Ya te sientes mejor? —pregunta el primero.

—No exageren —interrumpe Orión—. Sigo esperando la carta de los ancianos. Voy a darme el gusto de leerla frente a él para que recuerde todas sus faltas.

Bajo la cabeza y por fin puedo respirar hondo. La segunda ronda de golpes me viene encima.


***

Me hallo atado a dos postes, mi cuerpo duele de forma terrible. Tengo múltiples cortes por todos lados y el suelo está manchado de sangre seca. Siento cómo la piel de mi espalda se desgarra al contacto con la afilada hoja de un cuchillo, pero aprieto los dientes y me aguanto el grito.

«Esto es por ella», mentalizo.

Orión y el resto de sus hombres están a mi alrededor. Hay una pequeña fogata a un costado, con algunos animales cocinándose.

—¿Ya te animaste a rogar por tu vida? —pregunta Orión.

Le gruño con furia mostrándole los colmillos. Antares ríe y se acerca a la fogata.

Otro de los evolucionados más jóvenes llega corriendo con un pequeño rollo de papel. Un listón amarillo lo envuelve, así que respiro hondo. Es de los ancianos, sin duda, y, por el color, es una buena noticia.

N-no entiendo. Bueno, quizá es una buena noticia para Orión, sin embargo, cuando lo lee, su ceño vuelve a fruncirse.

—Esos... —se ahorra las palabras, ya que sus nuevos alumnos están alrededor y no quiere manchar su honor hablando mal de los ancianos o insultándolos.

Sonrío de lado.

—¿Qué pasa? ¿Quieren que me mates sin dolor? —me burlo de su expresión.

—Silencio. Insolente —reniega él.

—Los ancianos lo han perdonado —susurra muy bajo el que trajo la carta a otro de sus compañeros y Orión les gruñe de manera salvaje, asustándolos.

Envuelve el papel y lo guarda en uno de sus bolsillos.

—Me haré cargo de esto. Tiene que haber un error. La traición no tiene perdón.

—Atacó a su padre —susurran de nuevo por otro lado y mi mirada retadora se afianza.

Orión respira hondo y se retira.

—Conéctenlo a esa máquina. Veamos si los ancianos perdonan a un demente. Iré al pueblo.

Antares sonríe de lado y yo lo miro con enojo mientras Orión se va con otros jóvenes.

Sé a qué máquina se refiere. Una que los humanos crearon para hacerte "soñar" cosas. Uno termina cayendo en una pesadilla eterna. Orión la usó en un evolucionado una vez, al menos hasta donde yo sé, y supe que quedó mal de la cabeza.

No estoy seguro de que la hayan usado en otras ocasiones, así que no tengo más referencias. Debo mantenerme enfocado y tratar de no caer.

Lo peor de todo es no saber si ya estoy soñando o no...

—Veamos —Antares juguetea con una daga—. Siempre has sido un terco, nada te cuesta pedir piedad.

—Con esto no le quedarán ganas de seguir con su juego —dice su hermano mientras se acerca con un cuchillo.

Pero a éste lo ha puesto al fuego y la hoja está casi al rojo vivo. Empiezo a respirar de forma acelerada, el calor que emana ya me hace estremecer. Cierro los ojos con fuerza y espero. Lo único que tengo en mente es a mi amada, que está a salvo.

...la dejé, pero está a salvo.

Siento la hoja abrazadora del cuchillo contra mi abdomen y ahogo un grito. Arde mi piel, estoy atado así que no puedo huir, sólo gritar y gruñir. Pero no pediré piedad, se quedarán con las ganas de oírme suplicar, no importa lo que me hagan.

Esto es por ella, mi Marien, mi dulce dama...

Su bella sonrisa se hace presente, sus abrazos, sus besos. Me pierdo unos segundos, parezco entrar en una especie de hermoso sueño. O tal vez ya estoy muriendo y mi paraíso es con ella.


Abro los ojos de golpe y me encuentro en una cama.

Reacciono. Mis manos están atadas a los costados de ésta y estoy con el pecho desnudo. Orión entra a la celda con su siniestra sonrisa.

—Ingenuo —se burla. Empiezo a gruñirle—. Fuiste tan iluso como para enamorarte de una humana, una simple e inútil humana.

—No hables así de ella —amenazo.

—¿O qué? —ríe—. ¿Sabes? Es interesante todo lo que están dispuestos a hacer los humanos. Desde que te mandé a por ella, supuse que pasaría algo así, pero consideré que sería divertido... Ver qué hacías para salvarla, ver cómo intentabas engañarme. —Saca una daga de su pantalón y juguetea con ella—. Pero más interesante es saber lo que va a pasar. Casi todos en la ciudad sabían de ti por tus travesuras. Eres como tu madre... un rompe reglas.

—¡Cállate!

—Ella no es la dama honorable que tú crees. Prefirió no obedecer a los deseos de sus padres y unirse a otro hombre, por causa de un error. Tú.

—Silencio...

—Y ahora yo tomo a su hijo, tan mal criado, y éste se une a una despreciable humana. —Gruño de forma salvaje y arquea una ceja—. ¿No crees que sea despreciable?

Mira hacia la puerta, y mis ojos no pueden creer lo que ven.

—Ma-Marien... —La angustia me invade. ¿Qué hace mi frágil dama aquí?

Su rostro está inexpresivo, parece otra, pero es ella, es su aroma, es mi Marien. Camina hasta el lado de Orión y él rodea sus hombros con su brazo. La furia me envuelve y le gruño para que no la toque, pero Marien sonríe de lado, toma la navaja de la mano de Orión y se me acerca.

—Hola Sirio...

—Marien, ¿qué...?

—Tranquilo, no te haré daño... No mucho. —Empiezo a negar. Esto no puede ser—. Enamorarte y fingir amarte fue demasiado fácil.

—¿Te ha amenazado? —insisto—. Te sacaré de aquí, Marien...

—No entiendes aún, ¿verdad? —miro al costado y Orión ya no está—. Soy parte de su plan, siempre lo fui.

Siento que me empieza a faltar oxígeno, pero terco, no creo en lo que veo.

—No... No, mi amada, mi dulce dama... Tú no harías esto. Tú quieres una vida en paz, una familia y...

—Eres ingenuo como un niño —se burla—. En serio has creído cada una de mis palabras. Ustedes mataron a mi familia. Tú no puedes ser mi familia.

Posiciona la punta de la daga sobre mi esternón y empieza a hacer presión.

—No, Marien, Marien, por favor... —mi respiración se ha acelerado—. No me importa si has fingido, te amo. Sé que tú no eres así, te conozco. Por favor... —Desliza la daga, cortándome la piel, y aprieto los dientes con fuerza.

No sólo mi piel se rompe, también mi corazón. Otra vez luego de haber tenido que dejarla.

—No me conoces, Sirio —habla de forma fría sin parar de cortarme—. No conoces a los humanos en realidad. Ni siquiera a los que te rodean.

La veo bastante entretenida. La daga llega a mi abdomen y se hunde más. Ahogo otro grito y más bien gruño, retorciéndome en un intento inútil de librarme.

«Mi Marien, Mi Marien. Ella no haría esto, no lo haría».

Siento la sangre acumularse sobre el colchón debajo de mí, pero solo pienso en ella sin poder, o querer, entender lo que está pasando.

Se acerca a mi rostro. Respiro con dificultad. Toma mi mentón con la ensangrentada daga y sonríe.

—Marien... —susurro ya sin fuerza.

—¿Qué esperas para pedir que te maten? —Niego y frunce el ceño—. Terco como siempre. —La daga me corta la piel de la mejilla y cierro los ojos—. ¡Al menos di algo!

—¡Te amo!

La furia inunda su bello rostro y clava el objeto en el colchón.


***

Despierto con un inmenso dolor. Nuevamente estoy atado a dos postes, Orión y sus hombres me observan, y más al fondo Marien. Mi corazón se contrae con fuerza al verla tan fría. Un par de lágrimas corren por mis mejillas sin permiso y bajo la vista.

—¿Ya vas a rogar? —pregunta Orión—. Mencionaste que seguías siendo el mismo, pero yo creo que solo te hiciste el fuerte por tu humana. Ahora no tienes nada a qué aferrarte.

Lo miro y Marien ya no está detrás, sólo él y sus hombres.

—No —respondo cortante.

Antares sonríe y agarra una cortadora de madera. El horror se hace presente en todo mi ser.

—No va a ser divertido cortarte en pedazos si no ruegas —se mofa.

—No podré rogar si empiezas a cortarme —reto.

Ríe entre dientes y deja el aparato a un lado.

—Cierto. Vaya, creí que lo asustaría. —Toma un cuchillo—. No importa, podemos seguir jugando si quieres...


—¡Sirio! —me llaman.

Vuelvo a reaccionar y miro a mi alrededor. No recuerdo qué estaba haciendo. Giro y veo a los gemelos.

—Ustedes...

—Por aquí.

—¿Cómo me encontraron? —quiero saber.

Aunque cuando me doy cuenta, todo está oscuro. Es de noche, pero puedo ver bien.

Estoy en la celda y ellos cierran la puerta.

—Dinos por qué deshonraste a Ursa —murmura uno.

—¿Qué?

—No somos tus amigos, somos amigos de ella, lo sabes bien.

—Pero... No fue mi intensión...

Intento caminar hacia ellos, pero algo me detiene. Recuerdo entonces que estoy atado a los bastones metálicos.

—Y por una humana que además te ha traicionado.

Forcejeo, pero está demás. Vuelvo a ver hacia ellos y los veo acercarse con dos cuchillos.

—Como cazadores sabemos usar estos.

—Vamos a divertirnos.

Empiezo a gruñir, intentando retroceder, pero todo lo que hago es en vano. Sigo negando.

—Por favor —pido con la respiración agitada.

Uno me propina un tajo y suelto un corto grito.


***

Me tienen en un sinfín de situaciones similares. Me cortan hasta que pierdo el conocimiento. Al despertar, ya mi cuerpo se ha curado lo que puede, y nuevamente empieza. Creo que ni siquiera duermo, tengo los vagos recuerdos de haber sido trasladado ya al otro fuerte, y haber visto habitaciones con máquinas, pero luego desaparece.

Todo podría ser una pesadilla, si no fuera porque las marcas en mi cuerpo siguen, no cambian. Van aumentando, cicatrizando sí, pero aumentando.

Ya no sé qué esperar, incluso a veces siento que pierdo días de mi memoria, he olvidado cosas. A veces floto, a veces solo estoy aquí.

Los gemelos me lanzan palabras despectivas por mi comportamiento cuando estuve en la ciudad con ellos. Sabía que no le agradaba a nadie. Pero ella... Marien. Ella me pide que la detenga mientras me tortura, o que la mate, pero sabe que no soy capaz, y por eso se burla. Que, si no lo hago, me matará al final.

Orión me repite una y otra vez que no debí nacer, lo hace cada vez que me realiza algún corte. Ya no sé cuántos días voy aquí, se me hace eterno, tal vez un mes, tal vez una semana, tal vez un día.

Creo que no podré seguir así, tendré que pedir por mi muerte al final, pero no a ellos... No a ellos...

—Pagarás por tu deshonor —se regocija Orión mientras pasea la punta del cuchillo al rojo vivo cerca de mi piel.

—No... no —intento huir, como siempre, de forma inútil.

Gruño. El dolor se ha vuelto parte de mis días. Sé, con exactitud, cómo se siente la hoja afilada de una navaja cortando mi piel, una daga incrustándose en mi abdomen. Pero lo peor de todo, es cuando la ponen al fuego.

La entierra en mi carne y grito, casi al borde de la locura. Soy demasiado terco como para acabar con mi propio sufrimiento, y ellos demasiado pacientes como para apresurarse y no hacerme caso. Lo gozan.

Trae otro cuchillo al rojo vivo y lo clava de golpe por mi pierna. Otro grito mío se oye, pero ni siquiera me reconozco.

Respiro agitado. Sigo atado, me duele terriblemente la cabeza. Escucho murmullos, y abro los ojos al darme cuenta de que han estado cerrados.

Siento a alguien tocarme el brazo y reacciono.

Le gruño con furia a Marien, y por primera vez, la veo asustarse. Una voz femenina murmura algo, pero soy poco consiente.

—Sirio... —Uno de los gemelos se acerca.

—¡Aléjate! —le gruñó.

—Sirio —susurra Marien, y la miro enseguida—. No te haremos daño, tranquilo...

—Mientes —calmo mi gruñido y dejo caer mi cabeza, casi rendido—, no tardarán en intentar matarme...

—No, claro que no...

Vuelvo a gruñir, sintiendo el valor de finalmente pedirle que acabe.

—¿Qué esperas? Ven y mátame que yo no pienso hacerlo —ordeno.

La veo espantada, y algo en mi mente conecta un instante.

—Por favor, soy yo... No voy a matarte, no lo haría nunca. —Su voz está quebrada, pero dejo nuevamente de pensar y vuelvo a gruñirle—. Mi amor, mi amado...

Recién soy consciente de ese sutil cambio. Me habla de forma distinta, se ve distinta, y me ha dicho "amor". No lo había hecho antes aquí.

—Por qué... ¿Por qué me llamas así? —pregunto con debilidad.

—Sí, ¿por qué le dices así? —La misma voz femenina de hace un rato vuelve a sonar, llamando la atención de Marien.

Pide a los que están presentes que la dejen sola conmigo, y la anticipación del dolor que se viene me hace estremecer. Oigo con dificultad más murmullos y me doy cuenta de que están saliendo de la habitación. Deben ser...

—Claro... —murmuro viendo al suelo manchado de sangre—. De ahí vendrán de a uno y me atravesarán con algo... ¿Verdad? Esto es nuevo, pero ya sé cómo terminará, qué ingeniosos.

La siento aproximarse y le gruño, en otro inútil intento de alejar el dolor.

—Soy yo, mi amor... nunca te haría daño, te amo... —Guardo silencio ante eso. Baja y queda a mi altura, percatándome así de que estoy de rodillas en el suelo, atado a los dos postes. Gruño bajo en mi garganta al verla tan cerca—. No te haré daño —repite con suavidad—, déjame demostrarte.

Levanta con lentitud su mano derecha y mi gruñido vuelve a hacerse fuerte.

—No... No...

—Tranquilo —susurra—, está bien...

Respiro agitado, esperando el dolor de algo cortándome. Sufro porque no sé por qué juega así conmigo.

Sin embargo, acuna mi rostro en la palma de su mano, y por primera vez en tanto tiempo, siento algo suave y cálido.

Me estremezco, pero no quiero caer, pronto sacará un cuchillo y me lo clavará. ¿Por qué me tortura así? Sabe que la amo, se lo he dejado en claro muchas veces. Es eso, se aprovecha de eso.

Mi mente queda en blanco al ver sus labios temblar, y un par de lágrimas caer por sus mejillas. Retira su mano.

—¿Ves? —Me ofrece una leve sonrisa temblorosa.

—No llores —le pido.

¿Por qué llora? Es como una nueva clase de tortura.

—Perdón, no puedo evitarlo... —solloza— Estuve muchos días creyendo que habías muerto...

¿Qué? ¿Qué ocurre ahora?

—Hasta ahora no habías mencionado eso antes de atacarme...

Niega.

—Ya terminó... Te encontré, la maquina ha sido apagada... Esto no es otra pesadilla —muestra su anillo en su mano, el anillo de nuestra unión—. Soy yo... —Acaricia mi rostro y me estremezco con la suavidad—. ¿Recuerdas cuando te uniste a mí y nos dieron estos anillos? —pregunta casi en susurro.

¿Puede ser posible que todo haya sido una especie de pesadilla causada por una maquina?

Espera... ¡La máquina! Pero no recuerdo cuándo me conectaron. No... Tal vez tuve pesadillas, pero tal vez no todo lo fue. ¿Podrían ser reales las partes en las que no apareció ella? Tal vez otro de los juegos sucios de Orión...

Nuevamente, me saca de mis pensamientos, levantando su otra mano. Gruño bajo, pero no se detiene hasta que su mano llega a mi otra mejilla.

—¿Recuerdas cuando tuvimos nuestra cita en la ciudad? —Su mano derecha se desliza hasta mi cuello, acariciándome—. Probaste el helado, nos casamos. Fuimos al cine, me besaste ahí... y en el hotel...

Sus risas, sus caricias y suspiros. Caminar tomados de la mano. El ruido fuerte de una película. El sabor de la comida, el aroma de los restaurantes, la bulla de las personas... El helado, lo frío que era... El sabor de su piel, sus jadeos de gozo, su cuerpo rozando el mío...

Nunca ha mencionado nada acerca de nuestra relación. Sí, lo recuerdo. ¿Todo ha sido mentira? ¿Es mi Marien, mi Marien está de vuelta?

Nuestros interminables besos vuelven a mi mente, desde algún recóndito lugar en el que los había guardado, junto con todas las demás cosas que tienen que ver con ella.

—Sí... —respondo finalmente.

Sonríe. Se me acerca con lentitud y el temor me invade. ¿Y si esto es otro sueño?

Me espanto, me horrorizo.

De aquí despertaré en otra situación, con Orión y sus hombres rodeándome, y no lo aguantaré, mi corazón ya se ha roto tantas veces que no lo aguantaré.

No, no, no. No, Marien, no te vayas, mátame aquí si eso es lo que piensas hacer, ¡pero no desaparezcas!

El calor de su cuerpo y su aroma me regresan al momento. Me está abrazando y llora. Siento algo muy suave por mi cuello, y me doy cuenta de que es un beso, un suave y gentil beso. Sus lágrimas mojan mi piel, eso me hace recordar que la dejé, que tal vez nadie la iba a consolar por mí, y aquí está, llorándome.

—Marien...

—No sabes el infierno que he vivido creyendo que no volvería a abrazarte —solloza otra vez.

Esto es real, tiene que ser real. No aguanto que esté llorando, nuevamente es mi culpa. Mi mente, que estaba todo en negro, empieza a conectar muchas cosas. Intento liberar las ataduras de mis manos, pero no puedo.

—No llores —le pido una vez más. Aprieta su abrazo y asiente en silencio. Otro aroma es reconocido por mi sistema: su sangre—. ¿Quién te hirió?

—Uno de los que te tenían aquí... —murmura contra mi cuello— Pero no importa, ya están bajo control...

Gruño por eso al tiempo en el que mi cerebro sigue recordando poco a poco. Se separa y queda mirándome a los ojos.

Puedo verle bien su rostro, ya no estoy tan cegado por la inmensa confusión, y está diferente a como la recordaba y como la he visto en estos días.

—Estás pálida y demacrada.

—Ya te dije —susurra—, estuve viviendo un infierno.

Mi Marien, es mi Marien. Y así no lo sea, aunque fuese el último sueño con ella, quiero que deje de sufrir.

Vuelvo a tratar de librarme de las ataduras y gruño al no poder.

—Llamaré a los chicos para que te suelten... —Reacciono y gruño otra vez. ¿Quiénes? Lo sabía, ¡es otra pesadilla!—. Tranquilo... —me calma—. Todo estará bien, no te haremos daño, te lo juro...

Otra pesadilla, ¡otra pesadilla...!

Un beso en la mejilla me saca de foco. Ladea el rostro, y sus labios cubren los míos, envolviéndome con calor y suavidad, relajando mi respiración de golpe. Vuelo...

Me abraza de nuevo y suspira.

—Enseguida vuelvo...

La pierdo, ¡la pierdo!

—No, si te vas no volverás —le digo lleno de angustia.

Convencido de que es quizá un último sueño con ella, no quiero que se vaya. Caeré en la locura.

—Hey, volveré. No pienso dejarte aquí, te amo, te amo —me susurra al oído, calmando mis miedos de forma pasajera—. Ya vengo...

Se separa y se aleja, cortando mi respiración. Me da un último vistazo y desaparece tras la entrada, dejándome en la desolación, profunda e infinita desolación.

Aprieto los dientes y dejo caer la cabeza, completamente rendido, aguantando el posible llanto que quiere venir.

Empiezo a temblar, pero escucho pasos y alzo la vista, reaccionando de nuevo. Marien viene con rapidez hacia mí y me asegura que todo estará bien. Dejo de creer en la posibilidad de que esto sea otra pesadilla.

Veo a los gemelos cortar las sogas que me tiene atado, y mi visión se concentra en los cuchillos que están usando. Un suave toque en mi rostro me hace clavar mis ojos en Marien.

—Está bien —asegura otra vez.

Quedo libre, y el dolor por poder poner mis brazos en posición normal me aqueja.

—Aléjate un poco, mejor —sugiriere uno de los hermanos, y le gruño.

—Tranquilo, no me iré —me calma Marien con suaves caricias.

—Vamos Sirio —me animan a ponerme de pie.

Lo hago con mucha dificultad. Las piernas me duelen, logro ver los múltiples cortes en mi pecho, y por el dolor, sé que en mi espalda también los tengo.

—Bien —dice alguien y miro al frente, es Max—, vamos, es posible que vengan más evolucionados, no quiero parar hasta llegar a la ciudad esa donde viven ellos.

¿Max los ha traído? Entonces es verdad. ¿Definitivamente no es otra pesadilla? Han venido a rescatarme.

Le doy una última mirada a la oscura habitación y logro ver una extraña máquina al lado de los postes, de las que recordaba de forma confusa. Marien toma mi mano y la sigo por el pasadizo sin pensar más.

La luz del sol me hace entrecerrar y cubrir los ojos. Es el otro fuerte, y hay dos evolucionados inconscientes al lado de la entrada.

No es un sueño, ahora no puedo creerlo.

Quedo viendo una camioneta, y las imágenes de nosotros usándolas para ir a saquear las instalaciones de los de seguridad, vienen a mi cabeza.

—¿La recuerdas? Es de las de Max, del campo de entrenamiento... —me dice Marien.

—No caben todos —aclara Max—, ¿alguien quiere ir en la parte de atrás?

—Yo lo haré —respondo enseguida. Miro a mi chica, que ahora luce quizá tan mal como yo—, ven conmigo...

Asiente sin dudar ni un segundo. Subo a la tolva y la ayudo.

Nos sentamos frente a frente, sin dejar de mirarnos, y la camioneta parte. Apenas sé quiénes van ahí, mi olfato ha registrado a Ursa, Sinfonía, aparte de Max y los gemelos. Entonces, ¿es cierto? ¿No es otra pesadilla? ¿Parte de lo que he vivido en estos días ha sido mentira?

El aire sopla con fuerza y me ayuda a volver. Mi mente empieza a salir de ese pesado letargo en el que ha estado. Todavía me siento falto de oxígeno, pero voy recuperándolo. Solo ver a mi dama frente a mí, que no me haya dicho que me odia, sino que me ama, me ha empezado a regresar la vida.

Entonces, en verdad, en verdad... ¿No es otra pesadilla?


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