Capítulo 36: A entrenar
—Siempre que llegamos en la mañana tocamos el pad para registrar el ingreso —va explicando Max, así que lo toco y la superficie se enciende en verde—. Luego debes ver en la pantalla si hay algún plan o si simplemente puedes ir calentando en las máquinas y esperar a ver si doy aviso de algo.
—Uhm —miro alrededor y veo un par de hombres levantando esos pesos que les gusta tanto a los humanos—. Entendido...
—Ahora que tu tiempo está corriendo, el dinero va a empezar a ir a tu cuenta. Como asumí que no tenías una cuenta bancaria, mandé a crear una en el banco de Seguridad Nacional. Ellos tienen ese programa, ya sabes, porque hay muchos chicos que salen de la escuela y entran de frente a las fuerzas armadas. Ya está activa, así que tu tarjeta de débito te va a llegar en un par de días aquí. ¿Está bien?
—Sí. Está perfecto.
—Ahora... La mayoría aquí llama al otro por el apellido, así que imagino que te has acostumbrado a tu apellido falso, Ramos, en caso de que alguien te hable...
—Sí, también estoy acostumbrado a mi nombre falso. No hay problema.
Asiente satisfecho.
—Perfecto. Ahora ven, vamos a probar algunos equipos.
Me siento extrañamente emocionado por empezar un "trabajo humano" o algo así. Voy a hacer todo lo mejor posible. Veo que tienen todo registrado en sus computadoras, es muy diferente a mi pueblo.
Max me deja usar algunas máquinas, se impresiona sobre el peso que puedo manejar.
Luego de que conversa con varios, aunque según lo que entiendo, ya ha hablado de mí con ellos, nos hace salir a todos al campo.
Los hombres se turnan para ver quién puede derrumbarme, pero no logran darme ni un solo golpe. Conversan entre ellos todavía preguntándose si soy "real". Algunos me ven como a un animal peligroso que no está enjaulado, y otros, como un nuevo reto.
Sonrío de lado con cierta satisfacción y reconozco a los que son "presa", aunque son pocos. Bien.
Se arman de a cuatro y me atacan. De todos modos, no tardo mucho en apartarlos y dejarlos en el suelo quejándose de dolor. Cuatro más se lanzan. A uno lo aviento a un costado de un puñetazo, al otro lo tomo del brazo y uso la fuerza con la que se venía para girar y lanzarlo contra el que se acercaba por detrás. El cuarto queda mirando y da media vuelta.
Max ríe. Al parecer le gusta ver sufrir a sus hombres. La mañana pasa rápido y para después, los jóvenes se retiran.
—Oye, salvaje —llama Max, sonríe como si planeara algo—. Tengo algo que es más acorde a tu nivel.
Y eso me emociona también.
Me posiciona en el inicio de una extraña pista, dice que es de obstáculos, y va hacia un tablero de mando.
—Encontrarás a algunos muñecos humanos —avisa—. Quiero que los hieras a muerte, sé letal. Quiero ver mucha acción evolucionada.
Asiento y me preparo. Da la señal y salgo disparado.
Me gusta correr así de veloz. Brotan llamas de la tierra y salto esquivándolas. Oigo un disparo y me agacho, esquivando una enorme bala de cañón. Au, por poco y me da. Corro cuesta arriba por una montaña de neumáticos en tiempo récord y, al bajar, veo a un maniquí de los que mencionó. Me lanzo y lo golpeo tan fuerte que se estrella y despedaza contra el suelo.
Continúo y esquivo unas grandes esferas. Una casi me logra dar, pero la aparto de un golpe, dándome cuenta de que está rellena de piedras. Otra bala de cañón me hace rodar por el suelo y me lanzo a uno de los dos últimos maniquís. Los entrenamientos extenuantes de Orión vuelven a mi mente.
Lo apreso y lanzo contra el suelo, haciendo que se le rompa la cabeza. Gruño y ataco al otro, arrancando y mandando a volar su cabeza con un veloz movimiento.
Respiro hondo para tranquilizarme. Alzo la vista y veo a Marien con Marcos, que han venido a verme.
Oh... Sonrío al verla y toda la amargura desaparece.
Sin embargo, algo enorme me golpea y me arrastro varios metros por la tierra. Toso un poco por la tierra y trato de ver qué fue. Una enorme pelota va rebotando y río por lo ridículo que eso debió haberse visto. Aun así, me divierte.
—¡No te distraigas! —grita Max.
Marien viene corriendo. Se sienta a mi lado y me apoyo en mis antebrazos para verla y sonreírle.
—Acabas de asesinar a tres maniquís —dice manteniendo esa linda sonrisa.
Río un poco más.
—Max dijo que lo hiciera. Sólo quería probar algunos de sus equipos más extremos, aunque eso no fue nada.
—Te he extrañado toda la mañana —susurra mientras se acerca, y me besa de forma suave.
Me estremezco de esa tan buena forma a sentir sus suaves labios después de tantas horas.
—¿Qué? Esto debe ser una broma —exclama Max, interrumpiéndonos.
Marien se apoya en mi pecho.
—¿Qué te parece una broma? —pregunta.
—¡¿Tú y el?! Creí que era algún nerd del hospital —¿Nerd? Lo veo observar mi anillo—. ¡Ah! No puedo creerlo, creí que ese anillo era alguna cosa, todo menos eso. —Me señala—. ¡Es un H.E!
Frunzo el ceño al sentir que lo está diciendo como si yo fuera algún animal, pero Marien ríe y me rodea con su brazo, dándome un dulce beso por el cuello. Puedo ver a Max horrorizarse, así que arqueo una ceja y sonrío satisfecho.
Toma eso. Ella es mi chica, le guste o no.
Mi dulce dama continúa repartiendo besos por mi piel y suelta una juguetona risilla.
—Okey, bien —dice Max, alzando las manos levemente—. Ahora sí lo he visto todo...
Se aleja con Marcos mientras reniega, y me pongo de pie, ayudando también a Marien.
—¿Cómo ha estado todo? —quiero saber.
Ella suspira y, por un segundo, me parece que algo le preocupa.
—Bien. Solo conversando.
—¿Conversando?
Sonríe y me calma.
—Cosas sin importancia. —Toma mi mano y le correspondo su gesto—. ¿Vamos?
Nos dirigimos a la oficina de asociación de protectores de H.E. mientras Max tiene una estrepitosa música sonando. No creo que el volumen esté tan alto, pero igual me es raro.
Me pregunto de forma tonta ¿por qué también no hay una asociación de protectores de humanos? Y entonces recuerdo que son ellos los que nos ven a nosotros como animales.
El amigo de Max nos recibe y queda sorprendido al verme.
—Relájate, no hará nada —le dice—. No todos son unos desalmados, este por lo menos piensa y te sonríe antes de matarte —ríe un poco.
Pero deja de hacerlo cuando ve mi ceja arqueada.
—Max —reclama Marien.
—Bien, bien. Me callo. —Aunque no deja de mirarme a mí.
Nos acercamos al escritorio del joven mientras se sienta a ver la grabación de Max, exaltándose bastante. Murmura sorprendido acerca de lo que ve.
—Sí, y eso que yo pertenezco a los de seguridad —comenta Max—. No importa si me expulsan por revelar esto, es demasiado. Es ilegal.
—Está bien, llevaré esto a los dirigentes, es más, debemos ir de frente allá.
Entonces escucho algo en el exterior, volteo con preocupación y, al percatarme del lejano ladrido de un perro, mis preocupaciones se materializan. Tomo a Marien despacio.
—Debes esconderte —le susurro.
Tocan la puerta y el joven se dirige a abrir, antes de que pueda detenerlo. El aroma que entra me congela. Cuatro hombres, uno con traje y los otros fornidos, con casco. Son de mi especie. Siento cómo la piel de mi dama baja en temperatura y aprieto los dientes mirando al costado, buscando alguna forma de esconderla y protegerla, pero no hay nada.
—Marien, estás pálida —susurra Marcos a mi espalda.
—Son... evolucionados —murmura y siento cómo su mano se aferra más a la mía mientras tiembla apenas—. Nos harán pedazos.
—Nosotros también tenemos a uno.
—Tres no son cosa fácil, no tienes ni idea.
—No permitiré que te toquen —le aseguro.
—Jóvenes —dice el hombre, haciendo a un lado al amigo de Max, sin inmutarse por mi apariencia—. Uno de mis amigos —señala de forma fugaz a uno de los H.E—, me dijo que los había visto en nuestras instalaciones el día de anoche.
—Se equivoca, ¿tiene alguna prueba? —pregunta Max, retándolo.
—Me temo que sí, pero descuiden, no habrá problemas si ustedes prometen no decir nada y destruir toda evidencia. También si entregan a ese evolucionado que tienen, es ilegal poseer alguno sin permiso del gobierno. ¿Y bien?
Marien entra en pánico, lo sé porque su temperatura baja más y la escucho respirar agitada. Me angustio por no ser capaz de mantenerla alejada de estas cosas. No pienso separarme de ella. ¿Estos qué se creen? ¿Que somos como animales por los cuales hay que pedir permiso para tener?
—Le entregaría la información y no diríamos nada —interpone Max—, pero no le entregaré al evolucionado, ya le pertenece al gobierno.
— En ese caso, ese H.E. debería permanecer bajo estricto control.
—¿Cómo ellos? —señalo con un movimiento del rostro a los de mi especie.
El hombre asiente.
—Olvídelo —responde Max.
— Lo pondré así: si no me entregan lo que quiero mataremos al H.E., no puede estar libre, es un peligro.
—¡Él no es un peligro para nadie! —exclama Marien, defendiéndome de pronto, a pesar de que tiembla.
—Y mataremos al que se interponga —la amenaza y la sangre me hierve.
Gruño de forma salvaje a modo de advertencia. ¡Que se atreva a tocarla y verá!
Y así, no tarda en lanzar a los evolucionados a la pelea.
Uno de los H.E me embiste. Nos estrellamos contra el escritorio y el material se hace pedazos en mi espalda, mientras el casco del hombre sale volando. Me libero del tipo, pero logra morderme en el brazo. El grito de Marien me hace olvidar todo y veo al otro intentando atacarla. Le ha cortado un poco con sus garras porque olfateo su sangre, y eso detiene mi respiración un milisegundo.
Nuevamente, dejo de ser yo, y libero a esa bestia que solo puede atacar y arrancar carne, que no siente dolor y que no va a parar. Lo embisto con furia, arrastrando al que me tiene mordiendo, sin que me importe, sin sentirlo siquiera ya.
Saco un pequeño cuchillo del pantalón y se lo clavo, casi al mismo tiempo en que el que mordía mi brazo, tirara y me arrancara la carne. Grito, le doy un codazo para alejarlo y me aprieto la herida. El hombre escupe y sonríe, mostrando los dientes ensangrentados.
Me lanzo más que furioso. Gruño, muerdo, golpeo y corto con mis garras. Recibo una embestida y ahora peleo contra dos. Hasta que un disparo suena y logro ver que Max le ha disparado en la pierna al tercer H.E, pero éste sigue de pie y se le abalanza. Me lanzo también para evitar que lo mate, y los otros dos me siguen, cayéndome a mordidas y arrancándome más carne. Grito sin poder evitarlo.
Max le dispara a uno que estaba por morderme y aprovecho para patear y apartar al otro. Me pongo de pie de un salto y agarro un pedazo de escritorio, usándolo para dejar inconscientes antes de que vuelvan al ataque.
—¡No! —grita Marien.
Y me lanzo al tipo de traje, que está queriendo escapar.
Caigo en la calle luego de que el otro ha intentado detenerme sin éxito. El sujeto queda inconsciente pero aún debo encargarme de ese evolucionado, así que le muerdo por las costillas arrancando carne también.
Lo golpeo, pero responde cortándome la piel del cuello y rostro con sus garras. La herida arde. Le gruño, lo arrojo al suelo de una embestida y sigo gruñendo esperando su ataque, pero me doy cuenta de que se ha quedado mirando al cielo, con algo de confusión.
Respiro hondo y volteo, recibiendo a Marien quien ha corrido a abrazarme. Noto que Max ha tomado el control del bolsillo del hombre y ha despertado a los evolucionados.
Alivio.
Siento a mi adorada temblar contra mi cuerpo y me siento mal por eso, porque a mi lado no parece tener paz...
—Dios, ¿qué fue todo eso? —exclama Max mientras se nos acercaba.
—Al parecer capturan algunos y los mantienen controlados de alguna forma —informa Marien.
Tomo su brazo y veo la herida que le han hecho. Resoplo.
—Perdóname —le pido—, dije que no permitiría que te tocaran y mira esto. —Estoy enfadado conmigo mismo por no ser capaz de darle felicidad y tranquilidad.
—Descuida. Debo curarte —agrega mirando con angustia las manchas de sangre en mi cuerpo.
Lamo con delicadeza su herida para que al menos no se infecte hasta que volvamos al hospital.
—¿Pero qué...? —oigo que murmuran.
—Nuestra saliva es desinfectante y cicatrizante —explico sin dejar de ver a mi dulce Marien.
Ha dejado de temblar y ahora sonríe apenas, eso me basta para aliviarme.
—No dejaré que me lamas —reniega Max.
Sonrío ante eso ahogando una corta risa.
—No pensaba hacerlo —le digo—, esto lo hago con ella nada más. —Para ella es todo de mí. La abrazo fuerte, a pesar de que me duele el cuerpo. No habría podido defenderla, otra vez, si no fuera por ellos—. Gracias por la ayuda...
—Volvamos al hospital, debemos atender esas heridas —dice Marcos.
—Yo iré a presentar esto antes de que alguien quiera que desaparezca de nuevo —el amigo de Max se retira.
Nos disponemos a irnos cuando veo al H.E de pie. Me tenso enseguida. De la oficina salen los otros dos a duras penas, así que emito un bajo gruñido de advertencia.
El sujeto levanta las manos en señal de rendición. Parece tener mi edad o un poco más.
—Lo sentimos, nos tenían controlados —murmura—. Soy Ácrux, ellos son Alpha y Centauri —señala a sus compañeros—, supongo que... Gracias por no matarnos.
—Ni que lo digas —responde Max.
—Nos desaceremos del hombre y nos iremos, nadie nos verá —asegura el que se llama Centauri.
—No —interviene Marcos de prisa—. Les esperamos, los llevaremos al hospital —Max reclama en voz baja, pero continúa sin hacerle caso—, los atenderemos ahí. Así heridos, los otros evolucionados los van a rastrear y encontrar más rápido y fácil.
Los hombres de mi especie parpadean bastante perplejos, y terminan aceptándolo. Cargan al hombre sin problemas y se van, seguro a ver en dónde lo abandonan... A menos que lo maten de un golpe, en todo caso, debo asegurarme.
Marien suspira.
—Ven, debe haber un botiquín en la camioneta, ¿no es así, Max?
—Eh... —reacciona—. Eh. No recuerdo, pero vamos a ver.
—No te preocupes por mí —le digo acariciando su mejilla—. Voy a vigilar que esos tres no vuelvan con intenciones de atacar en caso de que ese hombre despierte.
—Yo tengo su controlcito —lo muestra Max jugueteando con el aparato en sus manos—. Voy a hacer que lo revisen. —Juega lanzándolo al aire, pero no lo atrapa a tiempo por su brazo herido, y cae al suelo—. Carajo, basura —susurra agachándose a recogerlo.
Mi dama lo mira con las cejas arqueadas y el rostro serio, como a un tonto, y río en silencio.
***
Marien cura mis heridas, y sus suaves manos hacen su magia en mi piel. Escucho las quejas de Max por ahí y el par de intercambio de palabras entre los presentes, pero no importa. Estamos solo nosotros, ya que desocuparon la sala para que nos atendieran sin que los humanos estuvieran aquí.
Marien ríe entre dientes sin despegar la vista de mí y sonrío apenas, no puedo dejar de verla. Se ve hermosa así de concentrada. Me fijo en sus pestañas, su piel, la textura de sus labios.
Me gusta sentirla. Y sonrío más al recordar que quiere que la toque, que confía en que no le haré daño. Recuerdo además que dijo que "no me escaparía" esta noche.
—Hey, ¿qué paso? —pregunta Rosy que acaba de entrar.
—Una larga historia —responde Marcos.
Rosy voltea a mirar a los otros tres H.E que se encuentran con John.
—¿Y ellos?
—Están heridos y los están atendiendo, eso es todo.
—Um... Ya vuelvo... —Se va a verlos.
—Por cierto, ¿y Max? —pregunta Marien.
Miro alrededor también, ya que dejé de escucharlo quejarse.
—Ya está siendo atendido, de todos modos, tardará en sanar un poco. —Me mira—. ¿Y tú?
—Seguro mañana estaré como nuevo.
—Sí, ya lo imaginaba, qué gran ventaja.
—El padre de Sirio ya está por irse —avisa Rosy desde donde está—. Olvidé decirte...
Oh. Papá...
Luego de que Marien termina con las vendas, voy a verlo. Lo encuentro sentado en la camilla junto a sus dos compañeros que están de pie a su lado.
—Padre...
—Sirio —su leve sonrisa se esfuma al olfatear mi sangre.
Niego enseguida.
—Tranquilo, no es nada grave. De hecho... —Voy y me siento a su lado mientras sus dos compañeros salen para dejarnos a solas—. Bueno. Hay algo que debes saber. —Espera a que continúe sin interrumpir—. Algunos evolucionados están aquí, perdidos, actuando como... armas, o algo así.
Frunce el ceño y baja la vista pensando en algo.
—¿Los humanos lo hacen? —vuelve a mirarme.
Suspiro.
—S-sí. Algunos son malos. Ya sabes, al igual que hay evolucionados malos.
Aprieta los labios en una sola línea y asiente.
—Entiendo.
—Estoy bien. Voy a estar bien. Hoy ayudé a liberar a tres de ese estado, así que eso es lo que voy a hacer. Voy a ayudar a los nuestros.
Él sonríe con algo de alivio y suspira, volviendo a suspirar.
—Bueno, de todas formas, no puedo detenerte. Está bien. Me llena de orgullo.
Sonrío ampliamente, pero cambio de expresión.
—¿Cómo fue que Orión te atacó? ¿Te hizo ir a alguna trampa o algo?
—Yo estaba solo, por eso pudo conmigo. Phoenix y Adhara llegaron a tiempo. Ahora andaré alerta —asegura—, además volveré a casa con tu madre, no tienes que preocuparte. Hablaré con los ancianos.
Asiento aliviado.
—Dale mis saludos a mamá, estoy seguro de que se va a alegrar.
—Por cierto, vas a volver, ¿verdad?
—Sí, por supuesto.
—¿A vivir?
Entreabro los labios, pero termino suspirando.
—Sí, lo he pensado. Claro que con ella, mi Marien, si es que ella quiere...
—Está bien. Solo por si acaso, les construiré una habitación temporal en la casa. ¿Sí?
Eso me hace volver a sonreír.
—Sí.
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