Capítulo 35: Tocarla

Veo el cielo y es tan oscuro, solo la luna puede verse. Recién me he percatado de que, a diferencia del pueblo, aquí en esta ciudad no se ven las estrellas, salvo un par de planetas que son bastante más brillantes. Hay una cosa obviamente artificial surcando en lo alto, pero claro que no es una estrella, es alguna nave humana. No puedo ver a mamá reflejada en el cielo.

Suspiro y bajo la vista.

Tengo que tener cuidado. Quizá Max no parece tener malas intenciones, pero tengo que cuidarme de esos humanos que andan por ahí con evolucionados. No he ido a ver a papá, él enseguida notaría que algo me pasa, y no quiero decirle la atrocidad que he visto.

Vuelvo a mirar, aunque sea a la luna, y pienso. Quizá es en vano pretender que puedo iniciar una vida aquí. Quizá lo mejor es ir al pueblo, con mi Marien, por supuesto, si es que ella lo desea. Si conseguimos hacer que se deshagan de la toxina, podríamos irnos...

No. Sería actuar como un cobarde otra vez. Ya suficiente con haberme ido para que no me mataran por traición, además el loco de Orión sigue por ahí. Lo que hace también puede catalogarse como terrible...

Marien sale de la ducha y volteo a verla. Ella me mira con cierta preocupación, y entiendo que es porque estoy un poco callado, pero no quiero preocuparla, ella no necesita todo ese estrés. Le sonrío levemente para calmarla.

Ella viene y se aferra a mi espalda. Sus finas manos se juntan sobre mi abdomen apretando su abrazo y la oigo suspirar muy, muy bajo.

—¿Todo bien...?

Niega en silencio.

—No soporto verte triste —susurra.

Aprieto los labios y bajo la vista. Caramba, sí la preocupé después de todo.

—No... no lo estoy.

—¿Entonces?

—Quizá me siento indignado, impotente, estas cosas pasan cuando hay guerras —explico—. Seguramente esos evolucionados también mataron humanos, pero aun así, también son víctimas de las cabezas detrás de esas batallas, incluyendo líderes como Orión.

—No hay excusa para lo que hacen esos hombres, están locos, es de enfermos, es... inhumano.

—Lo sé... siento que hayas tenido que ver eso, y siento haberte preocupado.

Niega de nuevo.

—Perdóname por no saber qué hacer para mejorar tu estado de ánimo.

Sonrío apenas.

—No digas eso —le pido con dulzura—. No tienes que disculparte, no es tu deber saber qué hacer para subirme el ánimo, o...

—Claro que sí —interrumpe—. Soy tu esposa, debería saberlo y me siento inútil.

Me duele escucharla decir eso de sí misma. Ella es maravillosa, no entiendo. Volteo despacio para verla.

—No eres inútil.

—Perdón —murmura bajando la vista—, pero... Nada, descuida, olvídalo.

¿Eh?

—No lo olvidaré —aclaro con incredulidad, ya que no le encuentro sentido—. Al decir olvídalo no hará que se me borre de la cabeza automáticamente. Dime qué ibas a decirme —le pido despacio.

Ella queda mirándome y se aclara la garganta.

—Ursa... —¿Ursa? ... Ay no...—. Me dijo que yo no valía para ti, porque no sabía muchas cosas —No, no...—, y entre esas el hecho de no saber qué hacer si algo te enojaba... algo así. —Ursa, pero ¿qué rayos...?—. Al parecer ella sí sabía mucho sobre ti. Yo ni siquiera sé cuándo es tu cumpleaños. Tu mamá estaría muy feliz si tú estuvieras con ella...

Veo una lágrima caer por su mejilla y suspiro en silencio, volviendo a apretar los labios con molestia por los garabatos que dijo Ursa.

Mi dama se limpia la mejilla con rapidez y puedo olfatear su frustración. Limpio despacio su otra mejilla y ella niega mientras me inclino hacia su rostro.

—Perdóname, soy una tonta. Ya estoy vieja para estas cosas... —Interrumpo sus palabras devorando sus dulces y ricos labios.

Toda ella se estremece y rodea mi cuello, colgándose de mí y correspondiendo de forma intensa. Poseo sus carnosos labios, disfrutando tanto. Quiero hacerla olvidar esas cosas. Quiero que entienda que la amo con todo lo que incluye. Sus risas, sus llantos. El aroma de su piel húmeda me encanta demasiado, mi cerebro lo recibe como si fuera una sustancia adictiva.

—Au —exclama en susurro.

Caramba, ¡estos dientes...!

—Discúlpame, no lo hago de forma intencional.

Aunque, para mi grata sorpresa, sonríe.

—Lo sé, descuida, me gusta —afirma, haciéndome tan feliz. Roza sus labios con los míos mientras la mantengo contra mi cuerpo, sintiendo todas sus formas, mis manos queriendo recorrerla—. Ni siquiera son tan largos —continúa hablando de mis colmillos y le doy un corto beso ya que sigue con sus labios contra los míos—, apenas sobresalen de los demás dientes, hasta a veces te ves super lindo.

Y eso como que hace que sienta un leve bajón, de temperatura, de ganas de sentirla, de todo.

—Sí, eh —frunzo el ceño confundido—, no sé por qué siento que no quiero que me veas como algo lindo.

Ríe y eso me devuelve el alivio. Ella ya está feliz y eso me basta.

—¿Entonces cómo? —susurra, y siento que me tienta—. ¿Varonil? ¿Sexy? —Me da un suave beso.

—¿Qué se supone que significa eso?

Vuelve a reír y a besarme. Ahora sé que todo está bien...

—Perdóname —pide tras suspirar.

—No hay nada que perdonar, sé tú misma y punto. Olvida lo que dijo Ursa —insisto con calma—, no hay nadie que yo quiera a mi lado más que a ti. Creo que soy fácil de descifrar, si aún no sabes algunas cosas sobre mí no te será difícil averiguarlo con el tiempo. Además, si quieres saber algo, solo pregúntame.

—Hum —sigue con su deliciosa boca rozando la mía suave y lento—. Me pica la curiosidad, ¿cuándo es tu cumpleaños?

Sonrío y la beso.

—El primero de mayo, creo.

—¿Crees? —ríe—. ¿Acaso no estás Seguro?

—Solo mis padres lo recuerdan y lo celebran solos, a nadie más le concierne, después de todo ellos me obtuvieron ese día, ¿sabes? No es como que yo me obtuve a mí mismo —termino riendo entre dientes.

Parpadea manteniendo los labios entreabiertos y termina riendo y dándome más besos.

—¿Qué es lo que te levanta el ánimo?

—Depende, si estoy estresado: corro, si estoy triste: corro, si estoy angustiado por algo: corro. Y si hay obstáculos, mucho mejor. Creí que ya lo habías deducido.

Se apodera de mis labios en otro beso intenso, subiendo mi temperatura en un milisegundo. Mientras disfruto de su hermoso labio inferior dándole una suave mordida, me doy cuenta de que mi mano se ha bajado por sí sola unos centímetros, así que la vuelvo a subir y aferro su cintura con ambos brazos.

—Hum... —se separa—. Dame un segundo.

Quedo algo confundido, pero me guiña un ojo luciendo traviesa, y sonrío mientras la dejo pisar suelo. Entiendo que ha de estar agotada, además ha visto cosas horribles, debo dejarla dormir.

—Bueno, mañana debemos ir a denunciar a esos corruptos, así que...

Voltea a verme y me doy cuenta de que estaba sosteniendo ese paquete de pastillas a medio sacar de su bolso. Piensa un segundo volviendo a mirarlo, suspira y asiente, guardándolo de nuevo y mirándome con su sonrisa.

—Sí, a dormir... —viene a mí—. Te haré un masaje en la espalda, ¿quieres?

—Uhmmm —Un masaje. Eso es nuevo—. Bien, muéstrame, la verdad no sé bien en qué consiste, pero dame unos minutos...

Asiente contenta y me apresuro en jalar mis cosas para darme una ducha, no quiero llenar la cama del olor de los lugares a los que fuimos hoy. Ugh. No.


***

Salgo de la ducha y la veo dormida.

Suspiro y sonrío a labios cerrados. La veo en paz y eso me tranquiliza bastante. Ella merece vivir en paz, en un lugar tranquilo, ya bastante ha tenido de problemas y tristezas, y sustos... Quiero protegerla de todo eso.

Me recuesto a su lado y la abrazo fuerte. Reacciona, se acurruca contra mi pecho desnudo y me planta un beso, quedando dormida otra vez. Acaricio su cabello y veo hacia la ventana. La iluminación de la luna apenas pasa las cortinas.

Hay paz por ahora, eso es lo que importa y lo que debo procurar mantener para ella.


***

La despierto con caricias. Besa mi mentón y se desliza, quedando sobre mí. Nos miramos a los ojos, y creo que no tiene idea de lo que me provoca al estar así. Roza su nariz con la mía.

—Buenos días —susurro y ella responde contra mis labios para luego alejarse sonriente.

La dejo alistarse y luego lo hago yo, ya que a ella se le puede hacer tarde, en cambio yo... Bueno, no sé qué voy a hacer. Creo que debo ir a donde Max. He estado pensando tanto en lo que vimos anoche, que me he distraído.


Al salir de la ducha ya fresco, aunque solo con el pantalón negro ese que me dieron, parte del uniforme, veo a mi hermosa mujer cepillando ese largo y suave cabello. Lo tiene hacia adelante por su hombro y le pasa el cepillo despacio.

Sus ojos encuentran los míos en el espejo y luego recorren mi pecho, tornándose sus mejillas algo rosadas. No puedo evitar la tentación de ir a ella y abrazarla.

—¿Te quedarías un rato conmigo? —Y retrocedo para llevarla a la cama mientras ríe entre dientes.

Siento que quiero jugar un poco, mirarla, darle besos, olfatearla, tocarla...

Quedo sobre el colchón con ella encima y la beso sin perder el tiempo. Tenerla así, su calor sobre mí, sintiendo sus curvas, sobre todo esas dos suaves de su pecho contra el mío. Me empiezo a calentar sin poder detenerme, y otra vez ese sentimiento de querer recorrerla vuelve. ¿Por qué siempre pasa? De seguro ella no tiene ni idea de lo que podría provocar en mi cuerpo si sigue.

Su dedo recorre mi pecho y sonríe luego de morder mi labio.

—Te gusta tenerme encima —murmura con extraña diversión mientras su mano vuelve a recorrer mi piel.

—Eso... Y retozar en la cama contigo —confieso.

Ríe y piensa un segundo.

—Perdóname, anoche no pude hacerte el masaje, más tarde lo haré, ¿sí?

Vuelve a besarme y el calor no hace más que subir. Sonrío extasiado.

—Si sigues así, siento que te haré algo, no sé qué, pero me provocas hacerte algo —suelto sin más.

Oh, ¿qué dije?

—¿Ah sí? —Ella parece dispuesta a seguir jugando—. ¿Qué te provoca hacer? —pregunta tentativamente—. Podrías descifrarlo y hacérmelo... algún día de estos. —Arquea una ceja, viéndose de pronto encantadoramente atrevida con esa media sonrisa.

Mis mejillas se calientan y ella da una muy corta risa entre dientes.

—No sé si sea buena idea —susurro.

—Ah, entonces sí sabes qué quieres. —¿Qué? Caramba, ¡sigo delatándome!—. Dímelo, dímelo —insiste entre dulces besos.

Bien. Le diré, pero... No todo, porque ni yo mismo sé qué quiero.

—Quisiera... tocarte también —confieso—. No... me muero por hacerlo. Perdóname, no puedo evitarlo. Y las ganas que tengo son tan fuertes que me asustan, y no quiero lastimarte.

Me mira con labios entreabiertos y el rubor en sus hermosas mejillas.

—Puedes hacerlo, no me lastimarás.

Eso me sorprende. Es que no sabe el nivel de mis ganas, en verdad me preocupan mis reacciones.

—Pero tú lo haces suave —explico—, en cambio yo no sé si...

Me da un beso.

—Confío en ti. Por favor, hazlo.

Lo dudo un segundo, pero esa bestia interna empieza a gritar que sí, que lo haga. Sí. ¡Sí!

Sonrío de forma leve sin evitar que mis ojos bajen a su pecho, en donde ahora me percato de que su blusa me está dejando apreciar parcialmente sus pechos...

Aferro su cintura y luego mis manos vuelan de prisa a colarse debajo de esa blusa que me acaba de ofrecer una vista breve del cielo en la tierra, al tiempo en el que devoro sus labios, los succiono con ardor, sin embargo, doy un respingo por el fuerte ruido de un aparato.

Reacciono cuando Marien está gruñendo a su modo dulce y gracioso y alejándose de mí para ir a atender a esa cosa del mal que acaba de arruinar todo mi momento.

Resoplo.

—Hola —habla Max por ese teléfono de porquería al que ahora detesto con el alma y me imagino arrojándolo al río en cuanto tenga oportunidad—, después de almuerzo vamos a ver a mi amigo a la asociación de protectores esos.

Oh... pero eso suena interesante.

—Ah, sí...

—Y avísale a tu mascota que tiene que venir ya, y que prenda ese teléfono.

Sonrío de lado y llevo mi antebrazo a mi frente mientras veo el techo de la habitación.

Max... Voy a lanzarlo al río también...

—¡No te refieras a Sirio de esa forma! —reniega mi dulce Marien.

—Claro, claro —ríe el otro—. Nos vemos.

Ella toca la pantalla con frustración y me pongo de pie para ir a ella.

—Descuida, lo dejaré inconsciente en cuanto tenga oportunidad —le comento.

Ríe, calmándose y suspirando.

Me termino de vestir, ya que debo ir, trabajar, y de paso ejercitarme, ya que a mi dama le gusta mi leve musculatura marcada.

Guardo el teléfono del mal y me dispongo a salir, pero ella me detiene. Volteo y toma la placa del collar que me han dado como parte del uniforme.

—Esta noche no te me escapas —susurra.

¿Eh?

El corazón me brinca de esperanza, pensando en que me ha dado permiso para tocarla, pero sin saber a qué se refiere con "escapar".

No tengo tiempo de preguntar, pues tira del cuello de mi camisa, produciéndome todo un sinfín de sensaciones, y devora mis labios con pasión, robándome el aliento. No, no voy a escapar de ella nunca.

Alguien se aclara la garganta e interrumpe nuestro beso. Es Marcos.

Ugh. ¡No hay ríos suficientes en el mundo...!

—¿Vamos? —le pregunta a Marien.

—Sí —me mira—. Te veo más tarde.

Sonrío y la dejo ir.


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