Capítulo 34: Secretos

—Va a estar bien —le dice Marien a papá en un reconfortante tono de voz—, no se preocupe. ¿Está cómodo? —ofrece arreglar las almohadas.

Sonrío levemente al verla venir hacia nosotros, sintiendo que los besos y caricias que le doy nunca serán suficientes.

—Debe quedarse un día más, sus costillas están mejor, pero el brazo no; con un día más bastará.

—Está bien —acepto tranquilo.

—Esperaremos, no hay problema —comenta el amigo de papá.

Entonces volteo a ver a Marcos que viene algo de prisa y toma a mi dama del brazo, haciéndome fruncir el ceño porque no me gusta que la tomen con brusquedad, aunque sea su amigo. Sin embargo, se la lleva tan rápido diciendo que tienen que trabajar, que quedo pasmado sin haber podido reclamarle o decirle que tenga cuidado con ella.

Parpadeo un par de veces. Los amigos de papá se despiden de mí para ir a mantenerse tranquilos en la habitación que les dieron.

—¿No tiene problema? —pregunto.

—¿Bromeas? No recuerdo la última vez que descansé de verdad.

Suelto una corta risa en silencio y asiento.

—Sí, los humanos suelen tomar el descanso como una cosa algo seria, creo, no como nosotros que lo vemos como pérdida de tiempo.

—Sí, y ya vemos por qué. Bueno, hasta luego.

Volteo y veo a papá mirándome con su leve sonrisa también así que voy a su habitación y cierro la puerta.

—Te veo bien —murmura.

—Estoy bien. Solo sigo un poco preocupado por mamá...

—Tranquilo, tu madre es muy capaz. Cuida a tu compañera, es muy buena y amable.

Suspiro.

—Sí. Ella es muy dulce. Me tomó por sorpresa eso, ya sabes, Orión siempre dijo otras cosas sobre los humanos.

Se acomoda recostándose en la almohada.

—Así veo. Es extraño.

—Ahora ves por qué no pude dejarla con él. Incluso si no hubiera empezado a sentir lo que siento por ella... Incluso así, no hubiera podido dejarla con Orión. No era correcto...

—Lo entiendo, no tienes que preocuparte más por eso.

Asiento.

—Gracias.

Juega un par de segundos con sus dedos.

—No sé si sea momento de decirte esto, pero... Como verás, las cosas con los humanos son algo distintas. Ahora te has unido a ella, y vas a descubrir ciertas cosas... —Me mira de reojo, como estudiándome.

—¿Qué cosas?

Sonríe apenas y niega volviendo a ver al frente.

—No soy el indicado para decirte. Es probable que ella te vaya enseñando. Solo recuerda una cosa, para los humanos, la unión no suele ser para toda la vida, así que no deberías dar por sentado que la tienes.

—Que le demuestre que lo que siento sí es eterno no significa que voy a dejar de tratarla con respeto y paciencia.

—Me refiero a que... —aprieta un segundo los labios—. Deberías... Seducirla un poco, atraerla...

—¿Seducirla?

—Quizá puedes leer algo sobre eso. Ahora son una pareja, puedes cortejarla, jugar con ella, bah, ya sabes. Trabajar en su relación —Piensa un segundo, levanta el dedo índice y me mira—. Pero asegúrate de que es lo que ella quiere.

—Por supuesto. Sí lo hago, siempre. Sé que tengo que trabajar en mi relación, Ganímedes siempre me lo dijo también.

—Muy bien, entonces no hay de qué preocuparse.

Se estira un poco y sonríe de nuevo acomodándose en la cama suave. Él tampoco ha descansado mucho desde que tengo memoria. Todos siempre trabajamos desde muy temprano.

—Gracias, padre. Descanse —le digo posando mi mano en su hombro.


Luego de andar por el lugar con los lentes oscuros y las manos en los bolsillos del pantalón para que nadie me note, encuentro una biblioteca. Hay muy poca gente porque todos están ocupados o con sus familiares.

Aprovecho que una sección está vacía, y me retiro los lentes. Por suerte, estoy en un buen lugar, ya que encuentro un libro de etiqueta social con la palabra "seducción" por ahí entre los comentarios.

Lo tomo y empiezo a pasar las hojas. Llego a un título que dice "citas", y llama mi atención. Habla sobre "cortejar" a la dama, sobre cómo tratar a la mujer, qué hacer. Aunque yo igual lo haría sin haber leído esto, por respeto, porque ella merece lo mejor de mí. Hay muchas cosas que mi padre y los tutores ya me han enseñado.

Uhm... Me alivia, significa que voy bien...


Poco antes del mediodía, Marien aparece por la puerta y me ve, aliviándose. Le sonrío y viene a sentarse a mi lado.

—No te encontraba, me preocupé...

—¿Por qué? No voy a ir a ningún lado —respondo para calmarla.

Suspira y baja la vista.

—Creí que... quizá te habías ido.

Acaricio su mejilla y vuelve a verme con sus bonitos ojos. Parece que quedó con ese temor a causa de que le dije que quería ir a ver a mamá.

—Hey, no me iría sin decírtelo.

Sus labios forman una dulce sonrisa de alivio y se recuesta en mi hombro.

—Eres tan especial que a veces no me pareces real, quizá este sea el sueño más hermoso que esté teniendo.

Río un poco en silencio.

—Yo diría lo mismo —aseguro. Hay muy pocos, en verdad, muy pocos humanos que son buenos, pero los hay, solo que, para mí, ella es la más hermosa de todas formas.

Cierra los ojos y suspira más tranquila, quedando ahí conmigo a disfrutar del silencio. Paso un par de hojas más del pequeño libro que leo y ella acomoda el rostro para ver también.

—¿Etiqueta social?

—Para hombres, dice —respondió sonriente y se encogió de hombros—. Aunque hay muchas cosas que ya sabía, y es obvio que debo hacer por respeto, ¿habrá alguien que no las haga?

—Oh sí.

—Es verdad, ¿me buscabas por algo?

—Ah. Marcos nos espera para almorzar y luego ir a ver al odioso de Max.

Sonrío por cómo lo ha llamado.

—Vamos entonces.


***

Luego del almuerzo y de darle una visita más a papá para ver si ya comió, nos vamos a ese lugar de nuevo.

El tal Max nos espera en la entrada del edificio, con los brazos cruzados y recostado en el marco de la puerta.

—Me honra, señor H.E. Ya hablé con todos aquí —asegura con mucha confianza—, ya no tendrás que ocultarte. Por lo menos en este edificio. —Arqueo una ceja. ¿Y a este qué le dio?—. ¿Qué? prometí que me portaría bien, ¿o no? —Ah, pues vaya—. Síganme.

Al entrar, un guardia se acerca, puedo oler su leve temor, pero se controla muy bien.

—Lo registraré, venga por favor.

Nos dirigimos al escritorio y tomamos asiento. El sujeto acomoda unos papeles en la mesa mientras vienen dos más y quedan de pie a nuestro costado.

—¿Me permite su identificación?

La saco de mi bolsillo y se la doy.

—Jonathan Antonio Ramos... —No parece convencido por el nombre, y eso me causa gracia—. Bueno, es obvio que es falsa, ¿cuál es su verdadero nombre?

—Sirio.

—¿Apellido?

—No usamos apellidos.

Me mira mientras parece pensar en algo y vuelve a lo suyo,

—Bueno, te asignaremos uno. ¿Edad?

—Veinte.

—Vamos por aquí, vamos a medir tu estatura.

Me hacen ir a una máquina extraña que al parecer empieza a tomar todas mis medidas. Suelta un leve zumbido, que probablemente ellos no escuchan, solo yo, así que ha de estar usando alguna frecuencia o algo así para medirme.

Parecen asombrarse al ver los datos. Nuestros huesos son más resistentes que los de los humanos y somos pura fibra. Por eso soy como soy mientras ellos tienen que hacer muchísimo ejercicio para mantenerse en forma. Tal vez por eso a Marien le gusta mi pecho, ¿por estar bien formado?

La miro y me sonríe, pero los hombres vuelven a captar mi atención al pedirle más datos al aparato este.

Le ordenan que escanee en busca de enfermedades, lo cual me sorprende un poco más al ver que no exageran con eso de que su tecnología es más avanzada que la de nosotros. ¿Cómo una máquina puede saberlo todo con escanearte?

De todas formas, sé que soy sano. Los evolucionados casi no enfermamos.

—Entonces tenemos estas opciones de apellidos —dice otro guardia.

—Oh, bueno, no es necesario que busquen —intervengo—, puedo tener ese mismo de la identificación. Ramos.

El guardia vuelve al escritorio y puedo ver a Max cerca de Marien. Mi dama sonríe levemente, negando. Quisiera poder escuchar qué le dice, qué es lo que le ha parecido ridículo a ella para que ponga esa expresión en su rostro, pero el zumbido de esa máquina no me ha dejado y el guardia se le acerca para decirle lo del apellido.

—Vamos a tomarle la foto y eso sería todo, sígame —me dice.

Me llevan a una habitación cercana, aún a la vista del otro ambiente, y me hacen sentar frente a un aparato. Sale un destello de luz que me ciega y sacudo la cabeza.

—Señor —dice el hombre al ver la pantalla de la máquina esa—. Sus ojos reflejan la luz como los de los gatos.

—Ay —el sujeto se rasca la nuca, bastante perturbado al ver la imagen—. Pues desactívalo, luego se le pondrá ojos humanos en el programa de la computadora. —Se retira.

Miro a Marien y ella también lo hace mientras conversa con Marcos y Max.

—A ver, mire a la cámara por favor —pide el sujeto—. Saliste mirando a otro lado.

Me disculpo y quedo quieto. Toma otra foto, ya sin la molestosa luz. Oigo a Marien reír y sonrío, amo su risa. Me dicen que me puedo retirar, así que lo hago y me acerco a mi chica.

—Bien, gato salvaje —dice Max—. Vamos a ver qué puedes hacer.

Vamos al campo de atrás y se pone frente a mí, trotando en su mismo sitio.

—Bien —se pone en posición de pelea—, quiero ver si el entrenamiento que tomé es suficiente para un combate cuerpo a cuerpo.

—Espera —interviene Marien, preocupada—, no dejaré que lo lastimes.

Arqueo una ceja. Este no me hará nada.

—Descuida —le sonrío con calma.

—No le hará nada —agrega Marcos— ¿Alguna vez has pensado que pasaría si golpeas a un león? Tú lo sabes, Marien. Sabes lo macizos que son, no podrá moverlo ni un centímetro.

—Oh, ¡claro que sí! —exclama Max— He entrenado, le daré un golpe y lo lamentará.

Hace además de querer golpear con el puño izquierdo, pero dispara el golpe con el derecho. Aun así, lo esquivo con facilidad. Vuelve a intentar golpear, pero falla. Gira, da una patada, y esquivo de un salto.

—¡Rayos! —se frustra—. ¡Deja que te golpee! —reclama de forma tonta.

Da dos puñetazos, que caen al aire, salta y da doble patada. Aprovecho eso y me agacho para dar un barrido, golpeándole la pierna y haciéndolo caer de espalda.

Se queda ahí.

—Mierda, ya estaría muerto, ¿verdad? —cruza los brazos.

—Sí, después de que cayeras me habría abalanzado a tu cuello, y eso sería todo.

—¡Bien! ¡Es por eso que usamos armas de fuego! —reniega poniéndose de pie—. Vamos a la otra instalación.


***

Vamos a una edificación cerca de la muralla, de hecho, está pegada, formando parte de ésta. Mientras Max habla para que nos dejen entrar, detecto algo.

—¿Qué sucede? —pregunta Marien al darse cuenta.

—Detecto el olor de algunos H.E —murmuro.

Max cruza la calle, bastante molesto.

—Bueno, será otro día —gruñe, pero nos ve concentrados en otra cosa—. ¿Qué?

—Sirio dice que olfatea a más evolucionados —le dice Marcos.

—Serán cadáveres de algún ataque.

—No —refuto—. Sé cómo huele un cadáver.

Avanzo cruzando la calle y me siguen. Entro por un estrecho callejón y llego hasta una vieja puerta oxidada semi abierta.

—Quédate atrás —le susurro a Marien.

—De preferencia más atrás —le dice Max.

Entramos y me dejo guiar por el aroma. Pasamos por ambientes en abandono, con algunos muebles metálicos olvidados. Mientras avanzo capto más aromas y sonidos. Hombres entrenando o peleando. Disparos, explosiones cortas, golpes fuertes. Gruñidos de evolucionados. Sangre.

Pasamos a un ambiente amplio y del otro lado de una vieja puerta sé que está ocurriendo algo extraño. Un hombre está hablando.

—Si esto pasa, señores, quiero que intenten esto... El soldado Ryan les demostrará.

Nos acercamos de prisa a la puerta y observo por la ventanilla, Max también lo hace, y Marien y Marcos al parecer encuentran dos pequeños agujeros más.

Veo a un evolucionado con una mascarilla metálica, como para evitar que muerda, sin garras, lleno de cortes, sangrando y agotado, a la espera. Frente a él, un soldado de seguridad. Más atrás se el que había estado hablando. Y frente a esa especie de anfiteatro, una pequeña multitud de soldados de seguridad.

Empiezo a entender qué es lo que sucede aquí... Y el sentimiento no es para nada bueno.

—Soldado —ordena.

El soldado toma un arma, de esas que tienen una hoja metálica a modo de puñal en el extremo. Otro sujeto obliga al H.E a avanzar, hincándole con algo en la espalda, y se lanza al ataque. El soldado esquiva, se agacha y gira, moviendo el arma consigo, ésta pasa cortándole el abdomen al evolucionado, que grita y cae al suelo.

Me tenso enseguida y la sangre se me enfría.

—Muy bien —felicita el jefe—. Como ven, estas armas tienen un metal especial... —ve al soldado que observa al hombre en el suelo— Tranquilo soldado, se curará. Es sólo una bestia.

Esas palabras hacen eco en mi mente. Sólo una bestia...

—Vámonos —susurra Marien.

La oigo hablarles, pero no la escucho. Ahora los tipos hacen ingresar a dos evolucionados, liberan sus manos y uno intenta atacar, pero con un choque eléctrico lo hacen caer. Lo ponen de pie y lo hacen avanzar con el otro.

—Señores, qué gusto —saluda el líder y ambos le gruñen bajo—. Tranquilos. Su sociedad no los quiso, los desterró, así que seremos generosos. Pelearán a muerte. El que gane se quedará aquí y nos servirá para entrenar. Dennos un buen espectáculo.

La multitud de soldados exclama, como si esto les divirtiera. Sin poder evitarlo, empiezo a gruñir muy bajo.

¿Por qué? ¿Por qué hacen esto? ¿Por qué son tan crueles? Nosotros no les hacemos estas cosas, ¿qué sucede?

—Argh, todo esto es cruel hasta para mí —murmura Max, asqueado.

No puedo con mi ira y mi impotencia. Pongo la mano sobre la manija y Marien se aferra a mi brazo.

—No, por favor, no —ruega.

Su voz de angustia me hace reaccionar, pero los evolucionados se lanzan a pelear.

—¡No te metas, nos matarán a todos! —exclama Max en voz baja— Piénsalo, contrólate.

Respiro hondo tratando de no pensar en el hombre que acaba de morir del otro lado de la puerta, y no pude evitarlo.

No puedo poner en peligro a Marien...

—Como ven, son bestias salvajes —habla el general ese—, no controlan sus instintos, sólo matar.

—He grabado —dice Max y muestra un aparato pequeño, sorprendiéndome—. Los acusaremos con los de las sociedades protectoras y con el gobierno mismo si es necesario.

Salimos enseguida, y me apresuro, ya que escucho que los hombres del interior inician su retirada.

—Llamaré a un amigo que tengo en una de esas asociaciones —murmura Max y se aleja un poco.

Apoyo la espalda en la pared más cercana y cruzo los brazos. ¿Nos hacen eso porque somos bestias? Pienso en Orión, y eso me hace creer que sí, lo somos.

Me molesta mucho pensar en que por un momento creí que Orión estaba equivocado en todo, pero ya veo que no. Lo de controlarnos ya es muy malo, ahora con esto... Es una pesadilla. Ojalá y papá no se entere, él está tranquilo sintiéndose a salvo y descansando.

Me percato de que Marien está frente a mí. Alzo la vista y relajo mi expresión al verla preocupada, pero no duro mucho, y vuelvo a ver al suelo.

—Listo —anuncia Max acercándose—, mañana temprano iré a verlo. Vuelvan ya al hospital, no tardan en salir todos de este lugar.

Suspiro y apoyo la cabeza en la pared, mirando hacia el cielo unos segundos.

—Sé cómo te sientes —se dirige a mí—. Estoy en una buena posición, tengo un ejército, podemos organizarnos con más gente y hacer algo, no sé... Alguna marcha. Las sociedades protectoras van a dar el grito al cielo, podríamos incluso iniciar una guerra civil.

—¿Qué hablas, Max? —pregunta Marcos—. Estás hablando de algo muy grave, esto tiene sus inicios en algún tipo de corrupción, algo más grande que nosotros.

—Sí, pero no nos quedaremos callados. Quiero que vengan conmigo mañana —sugiere—. Vamos.

Avanzan, pero yo sigo pensando, preocupado. ¿Será que corro ese mismo peligro? Por otro lado, no pienso dejar a Marien, si me voy, tengo que irme con ella. Los humanos podrían ser peligrosos también para ella...

O quizá no, ya no sé... Ya...

Su toque en mi brazo me hace reaccionar. Me sigue mirando con preocupación, así que suspiro, acaricio su delicada mejilla y le sonrío apenas, aunque sé que no lo suficiente.

—Vamos...

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