Capítulo 30: Besos y más besos
Con cada paso que doy, la piel de mi espalda duele como si la rasgaran miles de garras. Jadeo apenas y respiro cerrando los ojos. No puedo detenerme, no quiero que se atrevan a seguirnos. Aunque lo dudo, ya que los he avergonzado.
Termino rindiéndome al ver que ya estamos bien lejos, y me siento en un tronco, liberando aire en un suspiro. Nuestro nivel de toleración del dolor es alto, pero ya lo he prolongado demasiado. Me saco la mochila y la dejo en la tierra.
Marien aprovecha y saca el botiquín. Se acerca y me hace verla a los ojos tomándome del mentón.
—¿Ves que no estabas tan bien? —regaña con cariño.
Sonrío con culpa.
—Tenía que sacarte de ahí, estoy casi seguro de que no nos seguirán, su orgullo puede más.
Desabrocha mi camisa, y si no fuera por el dolor, esto se me haría algo muy... Wow. No sé explicar.
Observa todas mis heridas: raspones, cortes, mordidas. Camina para visualizar mi espalda y resopla. Tal vez en verdad estoy mal.
Me asegura que estaré bien y procede a curar las heridas de mi pecho. Desinfecta y venda. Sus delicadas manos tocándome me producen lindos estremecimientos. Sus ojos se plantan en los míos de vez en cuando y sonríe con dulzura.
Cuando termina, me sorprende tomando mi rostro y dándome un suave beso en los labios. Sonrío deseoso de más.
—Bien —dice casi en susurro luego de separar esa bonita boca de la mía—, ahora necesitaré que te recuestes boca abajo, debo sacarte los vidrios.
Pero ni siquiera he escuchado bien lo que ha dicho. Tomo su rostro y hago lo que ella, esperando a que me bese como lo hizo anoche. Y lo hace, abre sus labios contra los míos y me escarapelo por completo. ¡Cómo me encanta esta sensación!
Rodea mi cuello y yo rodeo su fino cuerpo para pegarlo al mío como siempre me provoca hacer. La beso con fervor. No hay nada mejor que esto, no creo que exista algo mejor en verdad. Sentir su suavidad, su calidez, su humedad. Dulces y sedosos, consistentes y amoldables a la vez.
—Um —se queja bajo sin separarse.
—Perdón... —pero sigue besándome.
Niega contra mi boca, aún con sus labios entre los míos, y sus dedos se entrelazan por mi cabello. Estoy perdido.
Se aleja de pronto, dejándome plantado a medio beso, y la miro confundido. Ríe traviesa.
—Recuéstate o no habrá más besos —amenaza sonriente.
Rrrrayos. Está bien.
Tiende sobre el suelo la sábana donde duerme y me recuesto ahí boca abajo.
—Delicioso, esto huele a ti —murmuro sonriente. Respiro hondo y ella ríe un poco.
Se posiciona sobre sus talones a mi lado y comienza a limpiar la sangre.
—Necesito que estés tranquilo, puede que esto duela... mucho —avisa.
—Está bien, lo sé, pero tenemos buena tolerancia al dolor...
—Oh.
La frescura del agua oxigenada me ayuda y el leve ardor que provoca lo puedo tolerar, es tanto el dolor a causa de los vidrios, que esto es un alivio.
Además, y sobre todo, me estoy deleitando con el aroma de la sábana. De algún modo ayuda bastante.
—Me gustan tus besos —le confieso.
—A mí también.
—Se siente raro... Pero rico, me encantan.
—A mí más —susurra luego de reír en silencio.
Frunzo el ceño al sentir que saca otro vidrio. Aprieto los labios, pero pensar en sus deliciosos besos me ayuda a tolerarlo. Al parecer, los besos son algo común en su sociedad, ya que una vez me lo dijo, que los humanos se besaban para demostrarse confianza, aunque ahora siento que es incluso más...
Una especie de nudo se instala por mi estómago al pensar en ella besando a otro... Ugh. No.
No, no, no, no vayas por ahí...
—Quisiera saber... —suelto, sin embargo— Ustedes los humanos... Bueno...
—¿Sí? Dime.
Ugh. No quiero saberlo, pero sí quiero.
—Bueno, ¿has... dado esos besos a otros?
Los segundos que tarda en responder hacen que el nudo en mi estómago se acentúe más.
—Sí, pero...
—¿A cuántos? —Y quiero morderme la lengua.
—A tres —responde un tanto recatada.
Demonios... yo y mi bocota. No debí preguntar. Eso explica por qué le es tan fácil dejar de besarme, cuando para mí es casi imposible. Soy adicto a sus labios... y ella no, porque ha besado a otros. ¿Lo habrán hecho mejor? ¿Le habrá gustado más? Quizá alguno de esos infelices lo hizo mejor que yo...
Caramba, ¿por qué la besaron? Si ella es mía. ¿Cómo osaron tener ese derecho?
Bueno. Ya. Ya. No puedo pensar como un niño. Ella es humana, es otra cultura, para ellos es normal, tengo que aceptarlo. La he aceptado con todo lo que implica y no me arrepiento. Eso ya pasó, ya pasó.
Es mi compañera ahora, mía, si quiere besos ardientes, le voy a dar incluso más. Ya pasó, ya pasó...
—No es lo mismo, ¿sabes? —dice sacándome de mis pensamientos caóticos.
—¿Cómo así?
—Esos besos... No se comparan con los que te he dado.
No puedo evitar sonreír y mi conflicto interior empieza a desvanecerse.
—¿No?
—No. Siempre estuve sumida en mis estudios, lo que hubo con esos chicos no duró, y no fue nada comparado con lo que siento por ti. También me encantaste desde que te vi, y llenaste mis días. Aunque admito que luché contra mí misma para no enamorarme de ti. Caí a tus encantos como una presa fácil, me fascinaste siempre. Nunca sentí todo esto, jamás. Enamorarme de ti fue tan fácil e instantáneo como respirar. —Tengo una leve sonrisa, sus palabras alivian el quemar de mi tonto estómago. Retira otro vidrio, pero lo que me ha dicho me tiene fuera del dolor—. Además, tus labios son los mejores, hacen que me pierda. Nunca antes había deseado tanto besar a alguien.
Y vuelve mi amplia sonrisa de tonto.
—¿Ah sí?
—Sí, te besaría por horas... Toda la noche... Todo el día. Pero hay cosas que hacer.
—Puedes besarme toda esta noche —y ruego en mis adentros porque así sea, quiero que sólo piense en mis labios. Que queden latiendo de tanto besar, así como yo todavía la puedo sentir.
Ríe y retira otro vidrio.
—Es tentador, pero... Debemos descansar —responde con dulzura—, te prometo que lo haré alguna noche... En el futuro.
—Espero que no sea muy lejano.
—Mi Sirio Antonio —suspira—, relájate y déjame terminar.
—Como usted pida, señorita.
***
Comemos bajo la sombra de un árbol. Luego de que ella acaba, termina acomodándose contra mí. La rodeo en brazos y me da dulces y cortos besos.
Las aves cantan, pero yo estoy perdido en su dulzura. Poseo sus ricos labios con calma en otro largo y lento beso. Memorizo su textura, su dulce sabor, su aroma. Me fascina. Sí que puedo besarla por horas, es más, no me detendría nunca, pero ella sonríe y termina con más besos cortos.
Se recuesta contra mi pecho y respira hondo. Juego con un mechón de su largo y marrón cabello.
—Debemos seguir —le aviso, refiriéndome al camino, claro.
—Ummm —se queja con su rostro enterrado en mi pecho, haciéndome reír en silencio—. Ya quiero llegar y dormir... y tú también debes dormir.
—Sí, si me aseguro de que estás a salvo, dormiré.
Sonríe y me da un leve pellizco en el labio inferior, gesto que me calienta las mejillas de pronto.
—Lo estaré.
Sonrío y continúo acariciando su cabello. Solo me importa que ella esté bien. Después de todo, ese era mi plan desde antes. Entonces recuerdo el golpe que le dio ese salvaje, su angustia al llamarme, el verla temblar. No tolero que haya tendido que sufrir todo eso.
Suspiro.
—Perdóname por lo de hoy, en verdad —le pido.
—No, perdóname tú por no haber querido hacerte caso, sabiendo que estábamos en peligro todavía.
Niego.
—Te hice creer que no me importa lo que tú digas.
Me responde primero con otro de sus dulces besos.
—Claro que no... te asustaste cuando te dije que te dejaría solo, entonces sí te importa.
Es verdad, pero no debió llegar a esos extremos. Sonrío con la culpa.
—Supongo que ambos nos preocupamos el uno por el otro. Pero créeme, estuve a punto de perder todo el control cuando vi que te golpearon, casi lo mato. Perdón por todo lo que viste.
Resopla.
—Bueno, ya, tienes razón, hay que llegar pronto a la capital, así esto quedara atrás, ¿sí? —Me da un corto beso más y se pone de pie.
Sonrío con más ánimo y la sigo.
***
Luego de continuar el viaje y un par de horas, ya estamos casi afuera de la ciudad. La muralla de la capital se levanta frente a nosotros. Marien toma mi mano y nos acercamos más. Logro distinguir a unos hombres en la periferia y los guardias les apuntan con sus armas.
—Oh no, son personas —comenta Marien—, ¿les habrán atacado? —Me mantengo atengo, ya que sus siluetas se me hacen conocidas, algo que me preocupa—. ¿Cuál será su problema?
Recibo una leve brisa y olfateo quienes son, sobre todo la sangre del que está tendido en el piso, preocupándome todavía más. Siento que me baja la presión.
—Es... Mi padre —murmuro y me lanzo a correr.
Mi padre, ¿por qué, por qué está herido?
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