Capítulo 29: Hacia la capital

—Bueno, mi Sirio Antonio —murmura mi dama—, ya me hiciste cometer la locura juvenil de mi vida. Ahora espero llegar pronto a la capital.

—Lo haremos, estamos más cerca de lo que crees.

—Oigan —habla Deneb—. ¿No piensan tomar las lecciones de aprendizaje para los que forman un nuevo núcleo?

Oh, bueno, no tiene importancia. Ya tengo a mi chica solo para mí.

—Lo haré luego —les digo. Miro a mi Marien—. Tú podrías enseñarme, ¿no? A ustedes no les ocultan nada.

Sonríe.

—Sí, bueno, no nos lo ocultan. Claro que te mostraré —me ofrece.

Al poco tiempo ya estamos en las afueras del pueblo, algunos de los agricultores nos ven de lejos. Los gemelos se despiden y se quedan mirando un rato cómo vamos alejándonos. Suspiro luego de darles un último vistazo. Estoy dispuesto a volver, debo lograr algo, debo ayudar a parar a los humanos.

Entonces Marien da una corta risa en silencio, su mano aferrada a la mía. Le sonrío con dulzura.

—Estás feliz.

—Sí, lo estoy —asegura, pero luego piensa un segundo y suspira—. Aunque... Creo que esos señores esperaban ver a Ursa...

Uhm... Es tan atenta a los detalles.

—No te preocupes por eso —le resto importancia—, muchas de las futuras parejas son conocidas por ellos, ya que deben forjar los anillos, pero es eso simplemente.

—Pero Ursa me dijo... que les deshonraste. ¿D-desde cuando quedaron ustedes en unirse?

—Hará unos cinco años, de hecho. Nuestros padres hablaron y lo acordaron, ya que ella dijo de pronto que quería unirse a mí. Pero yo en ningún momento sentí que debía, es decir, en ese tiempo era algo que simplemente iba a pasar algún día, ya sabes —me encojo de hombros—, y mi mente estaba en el entrenamiento de Orión.

Ella queda con los labios entreabiertos y mira hacia el frente cambiando de pronto su expresión a una de preocupación. Resopla aire apenas, puedo escuchar la diferencia. Puedo sentir el muy leve cambio de temperatura en su mano.

—Casi puedo olfatear tu estrés —comento en susurro, queriendo calmarla—. No hay razón para que te estreses, en verdad.

Suspira.

—Lo siento.

—Descuida...

—Estaré bien. Me gusta saber de ti. —Se empina y me planta un dulce y rápido beso en la mejilla.

Quedo viéndola con mi sonrisa de tonto, me alegra verla tranquila. No tiene por qué sentirse mal por lo que haya hecho yo antes. Ya nada importa, soy de ella, así que no tiene que angustiarse.

—Es verdad, ahora que lo recuerdo... ¿Y tu papá?

—Seguro en alguno de sus viajes, vigilando sus obras.

—Así que se llama Arcturus.

—Sí.

—Otro nombre de estrella.

—Eres muy lista —digo sonriente.

—Lo sé.

Río y me doy cuenta de que me encanta también verla tan segura de sí misma. Ella es toda una mujer que sabe lo que quiere.

—Viene de familia —le explico—, y también depende de cosas como la visibilidad de las estrellas o galaxias en la época en la que naces y así. Algunas otras familias usan nombres de distintas índoles, sobre todo fenómenos naturales y demás.

—¿Y por qué no usan apellidos?

—Asumo que porque ya tenemos otra segunda forma de reconocernos y ese es el aroma. Ya sabes, cada familia tiene cierto aroma.

Caminamos cerca de las ruinas de alguna ciudad que una vez fue de humanos, observo los alrededores, pues el aire no me ayuda, ya que sopla llevando nuestro aroma hacia el interior, lo que es un problema.

—Sirio —Marien llama mi atención—, mira, una playa.

—Sí, lo sé. —Ella no deja de observar—. ¿Quieres acercarte?

—Solo unos minutos —pide volteando a verme con esos bonitos ojos a los que no les puedo negar nada.

—Si gustas, de todos modos, hoy en la noche estaremos llegando a la capital.

Sonríe ampliamente y se dirige al lugar. La sigo de cerca mientras mis ojos vuelven a recorrer su cuerpo. Queda observando el horizonte, el agua agitándose, y yo quedo algo ensimismado en sus curvas.

Su cuerpo es también muy hermoso, me llamó la atención desde hace tanto tiempo. Me atrae demasiado, es algo que no puedo explicar. Es único, fino, delicado, puro. Debería estar en canciones. Tenemos canciones a la naturaleza, pero no al cuerpo de una mujer, ¿por qué? Si es su obra maestra. Bueno, ella lo es para mí. Me provoca tocarla, explorarla, tomarla de la cintura y apretarla contra mí, como lo he hecho cuando la he besado.

Mis labios forman una leve sonrisa mientras ni siquiera parpadeo por recorrerla de arriba abajo, como lo hice la primera vez que la vi y el mundo pareció detenerse...

Reacciono y sacudo la cabeza. ¿Qué me está pasando?

Cuando llego a su lado, ella toma mi mano y me mira, haciendo que me pierda en su inocente mirada.

Me abraza.

—Oye...

—¿Sí?

—Yo... —Alza la vista, parece querer decirme algo, pero un leve ruido me pone alerta enseguida.

Volteo hacia las ruinas frunciendo el ceño y tensándome enseguida al ver a Apus y Antares observando. Maldición...

—Te encontramos —dice el primero.

—Sirio, creí que eras más listo y habías huido lejos como el cobarde que eres.

¿Cobarde?

Aprieto los dientes y los puños, queriendo gruñir.

—Qué fácil lo pusiste, vamos a hacerte pedazos.

—¿Acaso ya tienen la carta de aprobación de los lideres ancianos? —respondo de forma fría para que no me vean afectado.

—La tendremos, así que no importa el orden los hechos.

—Ahora, si quieres redimirte, hay que hacerla pedazos a ella entre los tres, sería más divertido. ¿Dónde está tu instinto asesino?

Respiro hondo para calmarme. Solo quieren provocarme, si pierdo el control podría perder a Marien, y eso sería mi fin. Dejo caer la mochila que llevo con las cosas, ya que van a estorbar mientras les rompo la cara a estos dos.

Ellos no tardan en notarlo.

—¿Crees que es sensato? Entrenamos contigo, conocemos todos tus trucos —se jacta Antares.

—Si no tienen la carta, tengo derecho a defenderme —contraataco—. Y no podrán tocarla a menos que me venzan a mí.

—Pasaremos de ti e iremos por ella. No necesitamos perder tiempo contigo primero.

—¿Entonces creen que yo podría ganarles? —Ahora soy yo el que intenta hacerlos enojar.

Y funciona.

—¡No digas tonterías! ¡Sabes bien que te vamos a matar!

—Lo sé. Ya que están tan seguros —sonrío con suficiencia—, adelante.

Empiezan a gruñir como perros rabiosos y se lanzan.

Me lanzo al ataque también para no darles la oportunidad de estar siquiera cerca de mi dama, y gruño, recibiendo a Antares con un puñetazo tan fuerte, que siento que mis garras se clavan en mi piel. Ugh, es por eso que es mejor dar zarpazos, pero no me importa.

Luego de hacer tragar arena a Antares, esquivo a su hermano y también lo hago caer de una patada. El otro ya está de pie y muerde mi brazo, pero me libero y corro hacia la ciudad.

Uso un viejo poste para girar, impulsarme, y caerle al primero que viene detrás. Lo dejo en el suelo y sigo corriendo pues el otro ya me alcanza. Arranco la puerta de un viejo y oxidado auto y lo golpeo en la cabeza con fuerza.

Apus me golpea sorpresivamente por el costado y me atrapa de la camisa para empezar a estrellarme contra el auto. Pataleo y forcejeo intentando liberarme, gruñendo como una bestia.

—¡Sirio! —grita mi chica llena de pánico.

Demonios, ella no merece ver esto. Logro patear a Apus y brinco, esquivando a Antares que planeaba cortarme con un enorme pedazo de vidrio. Gruñe y le respondo con un gruñido de más agresividad.

—¿Qué sucede, Antares? —me burlo—. ¿Aún soy muy veloz para ti?

—Calla, chiquillo insolente. Siempre quise matarte, así que no te hagas el difícil.

Si creen que huyo de ellos, se equivocan. Me les lanzo y nos agarramos a golpes y mordidas mientras gruñimos. No me gusta que Marien vea mi lado más salvaje, sé que somos aterradores, pero no puedo dejar que ellos se le acerquen, pueden matarla en un instante.

Uno logra lanzarme contra un auto y me doy cuenta de que ha sido bastante cerca de Marien, ya que la oigo soltar un corto grito de susto. Me preocupo.

Ruedo, esquivando el puño de uno, que ya estaba casi encima. Cuando toco suelo empezamos a forcejear otra vez, y logro librarme de ellos, pero no dura mucho. Antares, de algún modo, consiguió la puerta del auto que había arrancado y me golpea.

Me estrello en seco contra el suelo.

La cabeza me zumba unos segundos. Intento ponerme de pie, pero vuelve a golpearme con la puerta en la espalda, el dolor de los vidrios clavándose en mi piel se dispara y me vota el aire de los pulmones con otro golpe más. Grito un poco tras otro golpe más, pero tengo que aguantar.

—¡BASTA! —chilla Marien y la angustia me invade—. ¡DÉJALO, INFELIZ! ¡YA BASTA!

Llega a tocar a Antares para detenerlo y este la golpea, haciendo que mi respiración se detenga.

La veo caer mientras se me enfría la sangre y al segundo siguiente está hirviendo. La adrenalina es tal, que me he puesto de pie de un salto y he agarrado al maldito del cuello, empezando a asfixiarlo.

—¡¿Cómo te atreves?! —reclamo mientras gruño como una bestia de nuevo.

Forcejea mientras le falta el aire, lo he puesto prácticamente de rodillas de espaldas a mí mientras solo quiero estrangularlo con el antebrazo, hecho una furia

Apus actúa para intentar liberarlo, me muerde por el hombro, incrusta sus garras en mis brazos para tirar y hacerme soltar a su hermano, pero no lo haré.

—Idiota —balbucea Antares a duras penas—, golpéalo.

Suelto un corto y salvaje rugido de furia mientras aprieto con más fuerza su cuello. Apus me golpea con la puerta, pero, aunque logra liberar a su hermano, éste ya está inconsciente. Apus lo mira asustado y se lanza a atacarme, pero ya olfateé su preocupación, así que está perdido.

Intenta golpearme, pero lo esquivo y le doy un fuerte puñetazo que lo hace escupir sangre. Me gruñe y sonrío al ver que le rompí un colmillo. Vuelve a atacar, la furia y el miedo lo dominan así que ya gané. Aprovecho su desconcentración para lanzarlo contra el auto, se reincorpora con dificultad y termino noqueándolo con la puerta.

Queda inconsciente finalmente y me doy un par de segundos para respirar.

Cierro los ojos dando una bocanada de aire, ya que los vidrios en mi espalda sí que se sienten, a pesar de la adrenalina que me adormece del dolor general.

Trago saliva con dificultad y vuelvo a jadear. Marien viene y respiro hondo, abriendo los ojos.

—Sirio...

—No vuelvas a hacer eso —le digo volteando a verla.

Ella se congela un segundo en su sitio.

—¿Qué dices? ¡No soporto ver que te hieran!

—¿Tienes idea de lo frágil que eres?

Parpadea y baja la vista.

—Trato de ser fuerte, no digas eso.

—Sabes a qué me refiero, te pudo haber matado en un segundo.

—¡Pero no, y te ayudé!

—Lo tenía bajo control.

—¡No desde mi punto de vista!

Me le acerco para verle su brazo, ya que el golpe la hizo caer y arrastrarse sobre la tierra. Al tocarla, me doy cuenta de que tiembla y mi frustración y cólera se van de golpe, dejándome frío.

—Hey... —La veo a los ojos y puedo notar lo asustada que está—. Tranquila. —Suspiro—. Lo siento, y siento que hayas tenido que pasar por esto, pero me alivia que no te haya lastimado, y debemos irnos ya, o despertarán.

—¿Qué hablas? Estás herido.

—Estoy bien.

Recojo la mochila que dejé caer para seguir con el camino. Casi la pierdo, no quiero que vuelva a pasar.

—Debes reposar, no puedes seguir así —insiste.

—Debemos seguir.

—¡No seas terco, Sirio!

La miro con sorpresa. Se ha quedado plantada con los puños cerrados a cada lado de su cuerpo, como retándome de forma tierna a que me quede ahí. No puedo evitar sonreír, pero debemos seguir, así que continúo esperando a que ella entienda que es peligroso.

—Bien —reniega, sin embargo—, si así es como quieres llevar nuestra relación y si tanto te gusta desangrarte, caminaremos hasta que sea hora de comer y me dejarás revisarte, ¿bien? Si no, me obligarás a sedarte.

—¿Qué? —vuelvo a verla y sonrío con incredulidad—. ¿Sedarme?

—Así es, tengo sedante —miente.

—¿Y en dónde está?

Mira hacia el costado un milisegundo, confirmándome que miente, y vuelve a mis ojos tratando de lucir segura.

—Lo tengo yo, escondido en mi zapatilla. Así que tendrás que aceptar.

—No si yo te la quito primero —reto dando un paso, extrañamente atraído hacia la idea de jugar así con ella.

Abre mucho los ojos un instante y se cruza de brazos, retomando su actitud.

—Me enojaría contigo y no te volvería a dirigir la palabra hasta llegar a la capital, y allá te quedarás solo, ¿de acuerdo? —Y de pronto esa amenaza me suena tan real, que me asusta.

Resoplo y asiento, cediendo finalmente.

—Bien, lo siento. Te dejaré curarme después, es solo que en verdad debemos irnos.

—Lo sé, lo sé. —Viene a darme alcance.

Abro la boca.

—¿Y si lo sabes por qué nos haces demorar?

—Porque no quieres escucharme, y si vamos a hacer esto en verdad debes escucharme.

—Por supuesto que te escucho.

—¡No, ya estamos discutiendo!

—No, claro que no —niego incrédulo.

Quiere decir algo más, pero termina apretando los labios en una línea y ríe apenas, sacudiendo la cabeza y alejándose.

—Todavía me pregunto por qué me enamoré de ti... —va susurrando.

—¿Enamorar? He escuchado esa palabra antes —murmuro.

Amor... Unas palabras vienen a mi mente: "No pienses en el amor, por ahora no es el tema que voy a enseñarte, así que no preguntes. Si tu padre lo mencionó alguna vez habrá sido un error, niño. Eso no vale la pena, pasa cuando formas núcleo, así que ten cuidado con volverlo a mencionar".

¿Es eso? ¿Es lo que siente por mí? Lo que sentimos, mejor dicho. Lo que papá dijo una vez. Sonrío con alivio al verla bien al menos, y la sigo.

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