Capítulo 24: Explicaciones

Camino con algo de susto, debo admitir, Miro hacia atrás repetidas veces esperando ver si me siguen, si logro ver a alguien en las copas de los árboles o plantas del suelo, si el aire trae el aroma de alguno, ya que lo uso como aliado para escapar.

Acelero hasta llegar lo suficientemente lejos y, todavía atento al viento, dejo a Marien en el suelo para poder sacarla de esa bolsa horrorosa. Abro el sierre y me encuentro con su mirada asustada.

—¿Estás bien?

—Sí. —La ayudo a ponerse de pie, cuando se suelta de mi agarre de pronto—. Bueno, gracias. Ya puedes irte, debo llegar rápido a la capital.

Me confunde.

—¿Ya sabes cómo llegar?

—No me importa, ¡no te quiero conmigo! —Doy un respingo sin querer al analizar esas palabras. N-no me quiere con ella... No entiendo, creí que sabía que yo tenía un plan—. No tienes que seguir fingiendo, ¿bien? —reclama—. Para ya, ya sé que no sientes el más mínimo aprecio por mí. Debo admitir que fingiste a la perfección, Orión está orgulloso de ti.

¿Qué no siento nada por ella?

—Te equivocas —digo con firmeza—, contigo no he fingido nada, he fingido ante ellos.

—Oh, vaya, qué alivio —reniega de forma extraña, como si se burlara.

—¿Y ese tono? Siento que no lo dices en serio.

—¡Pues esa es la idea!

Miro a los costados y asiento, alejándome.

—Lo sé, merezco tu odio... —acepto finalmente. Entiendo que está molesta. Al parecer yo he sido el único tonto que ha creído que ella sabía que jamás le haría daño. Debí haberle dicho...

—Sí, qué bueno que lo sepas, tenlo en cuenta. ¡Ahora desaparece de mi vida! —Su voz se rompe y vuelvo a verla con preocupación.

Ella maldice, se tapa la boca mientras tiembla y las lágrimas empiezan a brotar y caer por sus mejillas. Verla así me vuelve a romper, mi corazón es estrujado sin piedad.

—No llores... por favor.

—¡Cállate! —grita en llanto—. ¡Me hiciste mucho daño! —Llora y yo siento que no puedo respirar. En un acto reflejo por querer consolarla, me acerco, pero ella reacciona—. ¡No me toques, te odio! —Pero no la escucho, a pesar de que sus palabras se clavan como una daga en mi pecho, y la rodeo en brazos, apretándola contra mí, a pesar de que me rechaza, me empuja y hasta golpea.

Cierro los ojos sin soltarla ni un poco. Lo que temía se ha hecho realidad, me odia, y siento que eso me va a matar. Ella queda quieta sin dejar de llorar, sus finos brazos envuelven mi torso con fuerza, está muy afectada, asustada y confundida.

—Te llevaré a la capital, lo prometí —insisto con voz suave. Debo asegurarme de que se queda a salvo—. Luego desapareceré de tu vida.

—No necesito que cumplas tus promesas ahora después de lo que me hiciste.

Suelto aire.

—Bueno, lo prometo de nuevo ahora. Te lo prometo.

—Cómo quieras.

No voy a dejar que esto le afecte más. Es terrible lo que ha vivido por mi culpa, pero no voy a dejar que ella se marchite.

—Por favor, debes seguir siendo fuerte. Estás viva y tienes que ver qué hacer con lo que tienes ahora. ¿Escuchaste? —Ella asiente apenas. Esas son nuestras normas, no dejarse vencer. Entonces reacciono, volviendo a mirar hacia atrás fugazmente—. Debemos irnos, todavía estamos cerca. Debemos camuflar nuestro aroma con algo...

Me aparto para conseguir de esas plantas olorosas que siempre evitamos, para confundirlos en caso de que estén viniendo a buscarme, tomo algunas ramas con hojas de un árbol cercano y regreso con ella. Le pido que se lo pase por todo el cuerpo, hago lo mismo, también con la mochila. Le hago señas para que suba a mi espalda y lo hace, aunque no muy convencida.

Así puedo moverme más rápido y alejarnos. Como una especie de instinto de conservación decido acercarme a mi pueblo, siento que puedo estar ahí y sentirme seguro, ya que es mi hogar, ya que ahora podrían sentenciar mi muerte por traición, y Marien ya no me quiere cerca, lo cual entiendo, pero no deja de dolerme y hacerme sentir solo.

Debería aceptarlo con honor, pero ahora el saber que voy a dejar todo pronto solo porque no pude odiar a una humana, definitivamente da algo de temor. No me arrepiento, sin embargo. Siento algo muy fuerte por ella, debería al menos decirle antes de desaparecer. Debí decirle mucho desde antes, aunque creí que con gestos como juntar mi frente a la suya o un beso, bastaría para que supiera.


Estando ya bastante lejos, continúo caminando, concentrado en lo que tengo que hacer para no pensar en lo que va a pasar.

—Si Orión te encuentra... —ella murmura de pronto.

Queda en silencio, esperando la respuesta, así que solo completo lo que falta.

—Me matará. —Es lo que se espera por traicionar, y ya lo he aceptado.

Ella parece tensarse, probablemente el solo hecho de pensar en Orión le aterroriza. Entiendo eso. Recuesta su cabeza en mi hombro y luego de un rato de seguir caminando, la siento dormida.

Miro al frente, luego de intentar observarla, y bajo la vista. Mi dulce dama, está tan agotada. Entonces un latir casi imperceptible en mis labios me hace recordar aquel beso, y sonrío de forma muy leve.

Ese beso alivia el dolor por sentirme solo. Por esos segundos fui todo suyo y sentí que ella quería eso. Si un beso en la mejilla significaba que me apreciaba como a alguien muy cercano, ¿qué significará un beso en los labios como ese? Aunque fue muy diferente y... extraño.

Quisiera decirle lo que me hace sentir.


Ella se mueve, ya está atardeciendo y yo he seguido avanzando para ganar tiempo y distancia.

—Ya estamos bastante lejos, bájame.

Me detengo y ella se aleja un par de pasos. Sigue viéndose agotada, así que le ayudo tomando la mochila que lleva en la espalda para que no cargue peso.

—Gracias, qué considerado —vuelve a decir con ese extraño tono de burla—. Eso me recuerda lo considerado que fuiste al llevarme a conocer a tu adorable tutor y a tus compañeros.

Parece que es una forma de reclamo, pero igual me duele, aunque lo merezco.

—No creas que fue fácil para mí. No lo fue, moría por partirle la cara a Altair, aunque eso me habría costado la vida, y peor, tu vida también, luego de que Orión acabara conmigo —trato de explicar.

—Me hubiera gustado ver eso.

Oh, vaya. Sí, sin duda.

—Descuida, es muy probable que lo veas en un futuro no muy lejano. Pero estoy listo para pagar las consecuencias.

—No creas que me siento mejor, Sirio. —¿Entonces?—. Después de todo, mataron a ese hombre, e intentaste matarme en verdad.

—No podía hacer nada por él —sigo tratando de explicar—. El mundo es así, o era él o eras tú, y siempre voy a elegirte. En cuanto a lo otro, yo solo busqué una forma de sacarlos de ahí para que no vieran que en realidad no te mataría, no pensé que resultarías ayudándome con eso.

—Vaya, bien por mí entonces —otra vez ese tono—. Me salvé a mí misma y no tuviste que disfrutar matándome mientras yo imploraba por mi vida.

Observadora como siempre, recuerda las palabras de Orión en ese momento tan tenso.

—Eso que dijo Orión no es cierto... Solo sé cazar animales y matarlos sin hacerlos sufrir...

—¡Cállate! —Me mira con mucho enojo. Ese dulce rostro y ojos inocentes me clavan su furia real—. Él mismo me lo dijo, que te entrenó y que eras un eficaz y sanguinario asesino, así que deja de intentar mentirme.

—Es cierto, él me entrenó, y ha sido duro pasar sus pruebas. Nunca entenderé por qué mi mamá fue obligada a entregarme a él. Ella decía que era para limpiar su honor, darme a quien debía haber sido mi... —Lo que siempre han dicho los ancianos, que no debí "nacer" bajo esas "circunstancias"—. No lo se. No lo entiendo.

—Estás lleno de mentiras.

—Lo siento.

—No te perdono, esta vez no.

Suelto aire y continúo caminando. No parece haber momento para decirle lo que siento, aunque me quema en la garganta por gritarlo. Solo puedo seguir explicando y disculpándome por haberla hecho pasar por esto.

—Fuiste muy valiente en decidir hablar para que no cazáramos a más humanos —comento. Admiro mucho de ella—. Sentí alivio porque no quería volver a hacerlo y porque así te sacaría más pronto, pero... Son cosas que se quedan en ti, yo nunca podré borrar nada, y lamento que lo vieras. Lamento que vivieras todo eso. —Resoplo.

Ella guarda silencio y me doy cuenta de que su semblante es de tristeza y ya no de enojo. Quiero consolarla como no pude hacerlo antes, pero ella se aleja.

—No te me acerques, Sirio. Es en serio.

Bueno, quizá no pueda consolar, pero sí seguir explicando para que entienda por qué hice todo esto.

—Me tenían rastreado, sabían mi posición a cada instante —Altair es muy bueno en eso—. Si me desviaba vendrían por los dos. Y además... antes de partir empezaron a vigilar a mi mamá. Si yo fallaba estoy seguro de que le harían algo en la plaza mayor... por eso, apenas volví, fui a verla. Un padre es responsable de lo que haga el hijo, así que no quería que la hicieran pagar más por mí. Ahora que he acabado, ya no pueden tocarla...

—Pudiste habérmelo dicho.

—No sabía cómo reaccionarías, podías hacer alguna cosa que les hubiera hecho darse cuenta o algo... Perdóname.

—Deja de pedir perdón, porque no lo haré, ¿bien? No te perdonaré.

—Lo sé... pero lo intento...

—Es más, finges tan a la perfección que ni siquiera sé si me estás diciendo la verdad —y siento que me cuerpo vuelve a enfriarse al ver que no me cree—, así que asumiré que no, por ahora. —Se abraza a sí misma, gesto que he notado que hace cuando está muy triste, frustrada o se siente sola—. Tengo hambre.

Saco enseguida una de las latas de comida de la mochila, la abro y se la doy. Ella come y seguimos en silencio. La noche ya cae, así que me detengo para que ella descanse.

Luego de alistar la manta en la que duerme, la veo tomar una roca. Me sorprende y arqueo una ceja. ¿Acaso en verdad piensa que le voy a hacer algo todavía?

—No te haré daño —aseguro.

—Lo siento, pero ya te he oído decir eso antes.

Caramba, ¿por qué? ¿Cómo cree que la lastimaría? Si ella es mi mundo. Si le pasa algo me desconozco, ¿acaso no se da cuenta?

—No te haré daño, Marien. Además, eso no me detendría.

—Me subestimas, Sirio.

Suspiro y sonrío de forma leve.

—Sí, quizás...

Siempre la he visto como una chica indefensa, y lo es, en cierto modo, pero al mismo tiempo es muy, muy fuerte, y la admiro por eso.

Voy al pie de un árbol, fijándome en que el viento todavía trae los aromas de la dirección más probable que usen los hombres de Orión.

Entonces, Marien me toma por sorpresa al darme una botella de leche. La recibo, tratando de descifrar su mirada, pero se aleja pronto.

—Suponiendo, claro, que en verdad te guste y no haya sido otra mentira —ataca de nuevo.

—No me gusta tanto como tú... —confieso. Bajo la vista con molestia por el calor que sube a mis mejillas de pronto sin motivo. Acomodo los antebrazos en las rodillas. Extrañamente, el haber dicho esa corta frase ha quitado un gran peso—. Eso fue lo que te salvó de ellos y de mí, que me gustaste desde que te vi.

Ella me mira con sus grandes e inocentes ojos bien abiertos. Parece en verdad sorprendida, cuando había creído que al darle ese beso lo había dejado claro. ¿O es que acaso son cosas diferentes?

Nuevamente, el haber hablado me hace soltar todo lo que tengo que decirle, así que solo hablo y hablo. Sobre Orión y su entrenamiento, el odio que debí sentir por los humanos y no lo hice. Que, a pesar de todo, respeto a mis superiores incluido él.

Ellos han sido como mi segunda familia, a pesar de tanta aspereza.

—Eso pasa, supongo, cuando alguien está presente desde que eres pequeño. Pero sigo sin entender, ¿por qué les traicioné por ti? Traicioné a gente que ha estado conmigo casi toda mi vida... por ti. —Lo decidí así sin más luego de conocerla.

—Pues no debiste si sabías que no podías.

—Iba a poder, estaba decidido a limpiar el honor de mi madre. La misión era fácil, ganarme la confianza de una tal doctora Ramos y traerla, las circunstancias ayudaron y tenía que deshacerme de cualquiera que se interpusiera. —La miro un segundo—. Pero apenas te vi... parecías la criatura más frágil e inocente que había visto. No parecías ser lo que Orión había descrito, y en verdad parecías preocupada por mí, arriesgándote, además. Mil veces pensé en desaparecer y venir a que me mataran, pero no podía alejarme de ti, no... No podía dejarte. —En verdad me frustra no saber por qué mis sentimientos son tan intensos. Quizá sí es una enfermedad—. No entiendo qué ocurre conmigo, siento que si te pasa algo me moriré así sin más... Esto no puede ser bueno ni normal... No tienes idea de todo lo que me provocas.

Ella tiene los labios entreabiertos, pero nueva tristeza se asoma en sus ojos. Yo por mi parte, no puedo dejar de confesarle todo lo que puedo.

—Me gustas más que el chocolate o cazar, te aprecio como a alguien muy cercano, pero a la vez es algo muy, muy distinto. Me sentía feliz cuando tú mostrabas preferencia hacia mí, cuando me sonreías, cuando me abrazabas, cuando me diste un beso en la mejilla... Cuando... me diste ese raro beso en los labios... yo... Me hiciste volar. ¿Qué fue?

Ella niega.

—Olvida que pasó eso, Sirio.

Suspiro con algo de decepción. En verdad quería saber.

—Puedes volver a llamarme Antonio —le pido, ya que actúa muy diferente ahora. Siento que mi nombre real le hace recordar todo lo malo.

—No, gracias, ese nunca fue tu nombre, así que no viene al caso. Fue un invento tuyo, y ese beso fue mi despedida para él. —¿Q-qué?—. Ahora estoy con alguien que no conozco.

El frío de la decepción vuelve a golpearme.

—No me digas eso, por favor... Pero entiendo, no me crees y me lo merezco. Me gusta ese nombre también... y no siento apego por mi nombre real.

—¿Y qué pasaba si tu pequeño plan no funcionaba y yo terminaba muerta? ¿Ah?

Solo pensarlo me vuelve a angustiar.

—Me habría lanzado a matarlos, aunque eso suponía un suicidio, pero no me habría importado. He sido entrenado para matar, y aunque no me han permitido hacerlo porque también ensucia tu honor, si algo te llegara a pasar, lo haría...

—Ja, vaya solución.

Sonrío apenas y bajo la vista. Ella se acomoda para dormir y suspiro. Miro al horizonte oscuro un rato y vuelvo a sonreír pensando en ese beso y su explicación.

—Despedida... No te despidas de mí, sigo siendo yo.

—Eso también lo he oído antes —masculla desde su sitio sin mirarme.

Torpemente, vuelvo a abrir la boca, ansioso por tener eso de nuevo para grabarlo en mi mente y solo soñar con eso hasta el día de mi partida.

—¿Puedo guardar las esperanzas de que te despidas de Sirio cuando te deje en la capital?

Pero no hay respuesta... Claro.


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