Capítulo 23: Resucitar

Asechamos a un pueblo cercano porque Orión lo ordenó diciendo que había visto humanos cerca. Tiene la idea de amenazar a Marien con alguna cosa al parecer, quizá con dañar. Esto no está yendo bien, me preocupa.

—Finalmente me han encargado hacer algo de utilidad —murmura Altair.

Yo solo frunzo el ceño mientras me cuido de no ser visto.

—Siempre nos han dicho que atacar a otro que esté desarmado no es de muy buen ver.

—No empieces —reniega en susurro—. Este es un sucio humano que ha estado rondando cerca últimamente, creen que pueden venir a llevarnos cuando se les da la gana.

—Uhm —miro hacia el frente—, ya veo... —Pero me sigue sin convencer la idea.

De todas formas, no tengo opción, si no lo hago, si sigo negándome a obedecer, podría no tener éxito en sacar a Marien de aquí.

Claro que nunca debí traerla en primer lugar...

Altair sale corriendo y reacciono, saliendo detrás de él.

Me doy cuenta de que el humano está acompañado por un evolucionado controlado, está hostigando a un joven que todavía no ha pasado por transición, y como nosotros somos guerreros, debemos proteger a nuestra gente de todas estas cosas.

—¡Detén al evolucionado! —ordena Altair y él se lanza hacia el humano.

Quedo absorto al ver cómo esquiva un disparo y de un zarpazo el hombre cae. Soy golpeado por el evolucionado que debía controlar y caigo. Trago tierra en la arremetida por distraído y empiezo a gruñir, volteando y dándole un golpe para quitarlo de encima.

—¡Debe tener un control para despertar a este! —aviso mientras forcejeo con el salvaje evolucionado que está completamente fuera de sí.

En eso se detiene. Mi atacante parpadea un par de veces y da un paso atrás casi de un brinco, con cara de sorpresa. Volteo y Altair deja caer al humano luego de haberle arrancado el control del bolsillo con su otra mano.


***

—No era necesario que lo hirieras de gravedad, ¿sabes? —comento cuando regresamos.

Él lo lleva en la espalda y su sangre cae, manchándole la camiseta. Incluso me he manchado yo por ayudarle a cargarlo.

—Ya era hora, sí que se tardan —reniega Orión cruzado de brazos desde una ladera cerca del fuerte.

Nos guía de regreso y Apus y Antares ríen entre dientes al notar al humano ya despertando. Prácticamente lo jalan de Altair mientras él empieza a quejarse de miedo al verse rodeado de insensibles hombres con ojos fríos que le propinan empujones y juegan con él como si fueran leones con su presa.

Bajo la mirada apretando tanto los puños, que tiemblan. El hombre se queja tras otro golpe y cae, su rostro está desfigurado por las garras de mis compañeros. Parece buscar piedad en mí, y no me queda otra opción que retirarle la vista.

Sí, quizá no ha sido muy bueno, pero muchos hombres humanos solo siguen ordenes... Igual que yo.

—Suficiente —espeta Orión—. Vamos a ver qué opina nuestra huésped.

Apus levanta al hombre del suelo con una sola mano como si nada y lo arrastra mientras ruega que lo dejen.

Nos dirigimos a la celda de Marien.

—Conténgala para que no se distraiga —nos ordena a Altair y a mí mientras entramos.

Apenas se abre la puerta ella se espanta y, como Altair se apresura a agarrarla, yo también lo hago, no quiero que se le ocurra pasarse de brusco con ella. Solo estando cerca puedo asegurarme de eso. Ambos la contenemos y los otros arrojan al hombre mientras este llora.

—¡SUÉLTENME! —exige Marien.

Trago saliva con dificultad. ¿Lo va a matar? No sería nuevo, he visto a Orión matar sin atisbo de duda desde que tengo quince años.

Marien llora también y miro mis manos que la tienen agarrada de su antebrazo manchadas de sangre. Ay no...

—Cada día que pase —habla Orión—, Sirio y Altair irán a cazar a uno de tus humanos para matarlo. ¿Le gusta mejor esa idea?

¿Qué?

El hombre sigue llorando, pero Antares lo toma y le rompe el cuello así de rápido, haciendo que Marien grite y yo me quede sin aliento un segundo antes de reaccionar y soltar a mi pobre dama en un acto reflejo, temiendo por otro milisegundo que vayan a hacerle eso a ella frente a mí.

Ella queda acurrucada contra la pared llorando y temblando, no puedo evitar mirarla con preocupación, mi corazón late rápido, pero debo recuperar la compostura, ya que Altair me está mirando al notar que yo la solté primero.

—Esta vez ha sido uno de esos desgraciados que manipulan a nuestros congéneres, pero la próxima vez será alguien un poco más inocente, ¿entendido? —amenaza Orión.

Da la señal y recupero mi rostro frío luego de pasar el trago amargo. Salimos, los hermanos jalan el cadáver. Escucho a Marien llorar tras esa puerta y aprieto los dientes queriendo gritar, ahogando un jadeo de frustración.

Marien... Mi dama, no puedo dejar que le hagan eso, no puedo dejar que ella siga viendo esto tampoco. ¿Qué voy a hacer? ¡Qué puedo hacer!

—¿Sucede algo? —pregunta Altair.

Sacudo la cabeza.

—Déjame —gruño y me alejo.


Termino sobre la rama de un árbol, observando el horizonte con el ceño todavía fruncido. Marien solo debería ver cosas hermosas, no tendría que haber sufrido maltratos de nadie tampoco. Ella merece ser tratada con la delicadeza con la que acogería a un ave en las manos. Tenía leves marcas en el cuello causadas por Altair, ahora ya no las tiene, felizmente, lo que significa que no fue mucho, pero no debería haber tenido ni una sola herida por más simple que fuera.

Ni siquiera más heridas mentales de las que tiene por haber perdido a sus padres. Suelto aire y recuesto la cabeza contra el tronco. Escucho leves risas y volteo a verlos, están alrededor de una fogata, cocinando a un venado.

—Oye —llama Orión—, ¿no vas a comer?

—Creo que sigue estresado —dice Altair—, no parece estar tan bien preparado como yo, ya que él no solo es menor, sino que se tardó bastante en traerla, perdiéndose de la diversión aquí.

Gruño y ellos vuelven a reír entre dientes.

—Ahí están las duchas —se burla—, anda al agua fría a que se te pase la rabieta de niño.

Sigo mirándolo con molestia desde lo alto de la rama. Niega y se aleja.

Él no era así, pero todos cambiamos, eso es un hecho. Aunque, hasta donde creía, cambiaríamos para bien. Pero ¿qué es "bien"? ¿Hacer lo que es bueno para nuestra gente a pesar de que a veces es malo para otros?

Suspiro y bajo de un salto. Me acerco a la fogata, no puedo dejar de pensar en Marien. Debo mantener bien las apariencias, que, si ellos descubren que siento algo por ella, podrían matarla, ese es mi mayor miedo. Tengo que dejar que las cosas fluyan o va a ser peor.

Si algo le pasa a ella...

—No ha tocado su plato de comida —dice Antares regresando con este en la mano.

—Si no come, se va a morir y no va a hablar —argumenta su hermano.

—Lo tiene que hacer —aseguro sentándome en uno de los troncos luego de tomar una presa del animal cocinado—. No creo que deje que otro de sus preciados humanos muera.

—Ja —se burla Orión luego de arrancar carne del hueso del animal con sus afilados colmillos—. Ya que tanto has pasado tiempo soportándola, deberías saber qué hacer para que hable.

—De hecho, sí —finjo confianza y hasta un poco de altanería—. Como son tan listos, han hecho bien en amenazarla con matar a otros humanos. Sugiero... —apoyo los codos en las rodillas mientras veo el fuego moverse con esa salvaje naturaleza suya, enfadado igual que yo, por estar siendo contenido—, que le pregunten si quiere seguir siendo culpable de la muerte de otros humanos, y estoy casi seguro de que va a decir que no. Aunque si se pone terca, entonces con gusto iremos a conseguir a otro humano.

—Bien. Sin duda estás apurado en matarla.

—Estoy harto de esto, eso es todo. Ya quiero ir contra esos humanos que quieren atacarnos con toxinas. Estoy aburrido aquí.


***

Entramos a su celda siendo ya de día. Sigo estresado a pesar del agua fría. Tengo que sacarla de aquí pronto, no quiero seguir con esto, me asquea.

—Buen día, ¿ya ha decidido, o requiere de un día más? —pregunta Orión.

—Hablaré, no voy a dejar que maten a más.

Alivio. Suelto aire muy despacio mientras los demás celebran en silencio sintiéndose ganadores. Ella tiene una mirada de profunda tristeza, está desolada y eso me rompe. Ha sufrido mucho a pesar de haber sido poco tiempo.

—¿Está segura? —interviene Orión, frustrándome de nuevo por temor a que ella dude y alargue esto—. Podría aplazar su propia muerte si deja que esa escoria muera primero.

—No, gracias.

Entreabro los labios con algo de asombro. Vaya, es incluso más valiente que yo a pesar de estar derrotada. Sus manos tiemblan aferradas al borde del colchón en donde está sentada, y las mías lo hacen contra mis brazos mientras los mantengo cruzados.

Ella cuenta algunos datos sobre esa toxina, muchos que ya sé porque estuve en el laboratorio, que es altamente letal y piensan distribuirla mediante misiles, pero se guarda algunas cosas. Sabe que yo sé algo, pero hay más, que escuché de otros, que no lo está diciendo. Como que está en el hospital principal de la capital, no en una base secreta como ha mencionado.

—Los humanos son tan fáciles —se burla Orión—. Aunque esperaba divertirme más, en fin. Sirio, ahora es toda tuya. Ya puedes matarla.

Es hora. Ella se exalta y reclama, pero ya es tarde. Orión me da el pase y me le acerco mientras ella me ruega con la mirada que no la lastime. Ahora más que nunca debo controlarme.

—Sirio... por favor... —pide temblando.

—Tranquila, no vas a sufrir, lo prometo.

—¡No!

Corre a la salida tomándome por sorpresa, pero Altair le corta el camino y la empuja con brusquedad. No, no, ¡no!

Ella se pone de pie e intenta escapar de nuevo, alejándose y yendo hacia otra pared.

—¿Qué pasa, Sirio? Te he visto hacerlo mejor —reniega Orión.

Caramba, ¿acaso no me van a dejar solo? Pero claro que no, qué tonto soy...

—Quién lo diría, me enseñaste a esquivar bien —me dice ella.

Me toma por sorpresa otra vez. No sé si sabe lo que hace, pero es justo lo que necesitaba. Le gruño y la tomo del cuello, procurando no lastimarla.

—Date prisa o lo haré yo, yo sí quería ver sangre —reclama Altair esta vez.

—Sí —continúa ella, corta de aliento—, eres muy lento, deberías sentirte avergonzado.

Gruño bajo y los otros ríen y hacen comentarios.

—Esto se pone bueno. Ella está pidiendo que la hagas sufrir.

—¡BASTA! —les grito y no me importa que noten mi rabia y frustración—. ¡Largo, me distraen!

Los saco sin problemas y cierro la puerta de golpe. Perfecto. Mi corazón me golpea el pecho al ver que mi plan empieza a funcionar y respiro hondo. Miro a mi aterrada chica y ella sigue espantada de mí. No me resisto más y me lanzo a abrazarla a pesar de que ella grita por el miedo que mi brusca reacción le ha causado.

Respiro hondo su aroma mientras mi pulso sigue en lo alto al poder al fin sostenerla en mis brazos. Intento calmarla mientras la aprieto contra mi cuerpo.

—Perdón —susurro apenas—. Tenía que hacer todo esto, perdóname por favor. Te sacaré de aquí, te lo juro.

Empieza a llorar y me vuelve a romper el corazón. La siento temblar y olfateo que tiene una herida. Le pido que no tiemble, tomo su brazo y lamo su herida. Su vista está clavada en la mía, la abrazo y le vuelvo a pedir perdón en un suspiro.

Qué alivio, aunque no puedo declarar la victoria hasta que la lleve lejos de aquí. También se ha aferrado a mí y ha dejado de llorar mientras le acaricio el cabello. Toma el cuello de mi camisa y me planta uno de sus dulces besos por mi clavícula de pronto. Un estremecimiento me recorre y mi mente se distrae.

Su aliento golpea mi piel y me siento feliz al recordar lo que ese gesto significa. Pero para mi sorpresa, ahí no acaba. Me da otro beso en el cuello, bajo la vista y me da otro por el mentón. No dejo de estremecerme. La miro, sus bonitos ojos todavía cavan profundo en mí un segundo, antes de que sus brazos suban a mis hombros y rodee mi cuello, acercándose. Su respirar roza mis labios y me besa ahí.

¿Qué?

Una fuerte corriente me recorre por dentro, mi corazón se acelera de nuevo de golpe. Me da una fugaz mirada, su tembloroso aliento golpea mi piel, y vuelve a hacerlo, abriendo sus labios y cubriendo los míos.

Siento su calidez, su humedad, me estremezco con más fuerza que antes y quiero más. Mis sentidos piden a gritos que haga lo mismo, así que lo intento, abro un poco los labios, pero ella me hace congelar, apoderándose de ellos y derritiéndome al empezar con un suave jugueteo.

Se aferra a mí, su aroma me tiene tonto, no se detiene y no quiero que lo haga. Torpemente intento imitarla, pero me pierdo y me vuelvo a perder. Es tan suave, caliente, húmedo, puedo sentir su textura, sus dientes a veces rozan apenas.

Sus dedos se enredan en mi cabello y tira de mi labio inferior con ansias, provocándome mil y una sensaciones. La abrazo fuerte y la pongo a mi altura para sentirla más mía de lo que ya lo hago. Me entrego por completo a ella y a ese raro, dulce, fuerte y rico beso. A esa bonita boca que siempre me atrajo y ahora pruebo de la mejor e impensable forma.

—Sirio, ¿cómo vas? —pregunta Altair desde el otro lado de la puerta, haciendo que nos detengamos en ese instante.

La miro sorprendido y ella a mí igual. Luce hermosa con ese rubor, pero no puedo detenerme a pensar en eso. Me aclaro la garganta para arreglar mi voz, regresando a la realidad.

—Todo bien, enseguida salgo —respondo mientras suelto a mi ahora mil veces más adorada, y la hago pisar suelo—. Tráeme la bolsa negra.

—Claro —responde Altair.

Miro con preocupación a Marien que parece estar pasmada.

—Recuéstate en tu cama y quédate ahí quieta. Finge estar muerta, ¿sí? —le pido lo más bajo que puedo.

Ella asiente y lo hace. Mi corazón late fuerte, pero respiro hondo y empiezo a tratar de bloquear todo sentimiento para no levantar sospechas. Mis labios laten apenas y están húmedos, se siente raro, pero me agrada. Los aprieto en una línea y suelto aire enseguida, incapaz de asimilar qué ha pasado.

Tocan la puerta y recupero por completo la compostura. Abro con cuidado.

—¿Y qué tal? —pregunta Altair mientras me da la bolsa.

—Dio buena pelea —respondo mientras me acerco a Marien.

Se deja manipular muy bien y logro ponerla en la bolsa, todavía está nerviosa y el plástico evitará que Altair se dé cuenta de que está viva. Con suerte confundirá sus latidos con los míos en caso de que se quede muy cerca. Tomo la mochila y la cuelgo a mi espalda.

Alzo a mi chica. Continúo mi camino con Altair siguiéndome y cruzo el hall de ingreso, donde está Orión.

—Bien hecho, Sirio —me felicita—. Tu mamá ya puede quedarse tranquila, has limpiado su nombre. ¿Imploró por su patética vida?

—Oh sí, lo hizo —respondo fingiendo estar satisfecho a la perfección.

—Perfecto, a ti te encanta eso.

Bien... Ahora solo debo seguir fingiendo y largarme lejos con ella. Todavía no puedo creer que todo haya salido bien tan rápido. Empiezo a temer que sea una trampa o algo...


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