Capítulo 22: Arreglando algunos asuntos
Ella me mira muy asustada, confundida, buscando explicaciones, pero no las va a encontrar, y me duele demasiado verla así. Me juré hacerla feliz, ¿por qué juré cosas imposibles? Ella tiembla y, aunque trata de ocultarlo, nosotros lo notamos, y eso me molesta.
Orión se le acerca, y aprieto los puños cuando veo a Apus y Antares venir también.
—Es un honor, doctora Marien. Una de las pioneras en querer hacer un arma para destruirnos.
Los hermanos la sostienen de los brazos y ella ahoga un grito de susto. Suelto aire despacio. Intentan forcejear por ella, pero Orión los reprende.
—Suficiente, dije que los dos se encargarán de llevarla a su celda, así que muévanse, trabajen en equipo.
Cierro los ojos respirando de nuevo y me dirijo hacia el fuerte con ellos. Voy algo más adelante con Altair.
—¿Le diste mi mensaje? —susurro muy bajo como para que solo él me escuche. Sabemos que es más difícil escuchar cuando alguien va adelante, que cuando va atrás—. Lo que dije sobre ella.
—Ah —es lo único que responde.
Apus y Antares la empujan de forma brusca adentro de la celda y reacciono. Arrojan su mochila y ella se aleja lo más que puede, hasta llegar a chocar contra la pared.
Orión entra, así que lo seguimos.
—¿Qué sucede? —le pregunta él.
—Creo que aún no entiende qué pasa —se burla Altair.
—Dime, ¿qué creíste? —continúa Orión.
Pero Marien me ve a mí.
—¿Por qué? —pregunta con voz temblorosa.
Mis puños tiemblan apenas, no puedo hablarle, aunque Orión no tarda nada en intervenir.
—Deja a mi muchacho. Hizo su trabajo mejor de lo que esperaba. —Las lágrimas se asoman en los ojos de mi dama y se me hace un nudo en la garganta. La daga que amenazaba con clavarse en mi corazón si algo le pasaba, empieza a rasgar—. Ya, sshh, no llores. No es personal, él tenía una misión y la cumplió, eso es todo. Somos luchadores, pero ustedes los humanos son tan... Sensibles...
Altair ríe entre dientes.
—Orión, ella está en shock.
—Humanos y sus ridículos sentimientos. —Se aleja finalmente de ella—. Mentalízate para que puedas colaborar, vendré luego. Por favor, en verdad deseo que colabores, entonces... y solo entonces, saldrás de aquí.
Sale altivo y lo seguimos. No puedo siquiera mirarla. He roto a una persona que se había vuelto muy importante para mí. No importa si es humana, siento que he cometido deshonra.
Salimos de la pequeña edificación, en la que pasé bastante tiempo cuando entrenaba y era más joven, y me apresuro en tratar de arreglar las cosas.
—Ya cumplí la misión —hablo de forma fría y decidida—. Deberías cumplir con tu parte e ir a decirle a los ancianos, y dejar de vigilar a mi madre.
Orión, que se está acercando a una fogata que armaron los hermanos, voltea a verme con molestia.
—Te tardaste demasiado. Ve tú y arregla tus asuntos.
—¿Q-qué?
—Quedé con los ancianos que irías tú, ¿acaso no puedes hacer tus cosas? Ya eres un hombre. Vete, saluda a tu madre de mi parte, únete a esa joven que te espera. Yo puedo encargarme a partir de ahora. Ya no es tu misión, has terminado. —Voltea y sigue con lo suyo. Aprieto los puños. Esto no estaba en el plan, pero...—. Ve. Que mis hombres van a creer que no vas a aparecer hoy tampoco, y se van a impacientar. No quieres que molesten a tu madre, ¿o sí?
Doy un paso atrás, miro el fuerte en donde está Marien, pero pienso en mi madre. Estoy acorralado, pero confío en que ha recibido mi mensaje y van a hablar con ella para llegar a algún trato. Al menos eso es lo que le ha dicho, quiere que ella colabore y así va a salir de aquí. De todas formas, no pienso tardar ni seguir con mi vida como si nada.
Salgo corriendo.
***
El pueblo está algo lejos, así que no he parado hasta llegar, abrumado por la preocupación. Ya respiro agitado, son casi las cinco de la mañana, y pronto me reciben las subidas y bajadas de las calles, pues estamos entre las montañas. Algunos pollos corren asustados para quitarse de mi camino. Muchos me reconocen y los escucho mencionarme con algo de sorpresa.
Como ya empieza el día para muchos, ya puedo oler las cocinas de carbón y escuchar el movimiento. Hay rocío en el ambiente y la tierra húmeda desprende su característico olor. Sin embargo, esta vez no me siento tan feliz de volver después de tanto tiempo, solo quiero aclarar las cosas y volver lo más pronto para asegurarme de que Orión deja ir a Marien.
Veo a los dos hombres de Orión sentados cerca de la entrada hacia mi casa y me detengo, gruñendo como un perro rabioso y tornándome lo más amenazante que puedo.
—Ah. Sirio. Ya era hora —se mofa uno.
Ambos se ponen de pie. Uno me mira con recelo y gruñe bajo, pero el otro le pone el brazo adelante.
—Tu madre está bien, la hemos cuidado.
—No crean que no sé que han estado molestándola —vuelvo a hablar con severidad y frialdad—. Cómo se atreven a meterse con una dama.
—Oye —levanta las manos fugazmente—. Tu madre no tiene el mejor honor que digamos.
Y me lanzo al ataque.
Rodamos gruñendo como salvajes, lo muerdo y tiro y soy golpeado con brusquedad, pero eso no me detiene, estoy cegado por la furia. Siempre he defendido a mi madre, y he defendido así a Marien, lo que me ha hecho notar que se ha vuelto tan importante como mamá, a pesar de que siento algo muy distinto por ella.
Es esto que siento, la impotencia de tener que venir yo a botarlos y alejarme de mi dama, lo que me ha hecho extra agresivo ahora.
De un zarpazo me lo quito y brinco. Quedo entre la entrada y ellos, sin dejar de gruñir. Según las reglas, cuando los guerreros vigilan a alguien, solo pueden ser relevados por el jefe, en este caso Orión, o con una pelea, si es el culpable de la vigilia, o sea yo.
Ya moderadamente heridos y golpeados, ambos retroceden y asienten, aunque con molestia y orgullo por los suelos. Algunos pobladores, que se habían detenido a mirar, solo por curiosidad, se alejan.
—Nos vamos —dice uno—. Te tardaste, por cierto, así que es tu culpa.
Sonríen apenas y se van finalmente. Suelto aire y voy a casa, las heridas empiezan a doler, pero no importa.
—Madre —murmuro apenas entro.
Ella viene desde su habitación con papá y bajo la vista por la vergüenza.
—Sirio —dice él.
—He venido a disculparme y a avisar que mamá ya no está bajo vigilancia. Perdón por haber tardado. Perdón, madre, por haberla puesto en una situación de molestia y estrés.
—Tranquilo. Lo importante es que has terminado la misión.
—Sí... —alzo la vista—, en cuanto a eso... Debo volver.
—¿No has acabado?
—S-sí, pero. Debo volver. Descuida. Aunque primero debo ir a hablar con Ganímedes.
—Bueno, descansa un poco, parece que has corrido por horas. —Da media vuelta—. Ven, tu habitación está lista, y hay algo de comer en la cocina.
Suspiro y asiento.
Aunque traté de no tardar, quedo dormido al instante luego de haber comido y tomado un rápido baño.
Para la tarde, enfadado conmigo mismo por haberme dormido, voy corriendo a buscar a Ganímedes, mi consejero y uno de los ancianos líderes. Espero que me haga el favor, a pesar de haber sido victima de mis travesuras cuando era más joven, a pesar de que lo hice caer esa vez mientras tensaba una trampa. Ay, caramba, ojalá me hubieran castigado más duro para que me comportara.
Llego al lugar en donde los ancianos suelen estar. Un edificio cuyas paredes son cubiertas con cal, lo cual le da una apariencia blanca y pura, con las plantas en sus tantos grandes jardines. Las aves vuelan entre las habitaciones abiertas con grandes ventanales y salen a los árboles.
Pronto me topo con él, que lleva una de las características túnicas blancas.
—Ah, Sirio —saluda.
Agacho la cabeza un segundo en señal de respeto y saludo.
—He venido a limpiar mi nombre. Sé que Orión dio constancia de mi misión y que mi madre estaría siendo vigilada. Ahora he vuelto, he cumplido, y quiero que escriban que ahora mamá tiene su honor intacto.
Sonríe apenas un instante y asiente.
—Está bien, ya no tienes que preocuparte. Yo mismo lo voy a escribir ahora.
—Gracias. Entonces, a partir de ahora, lo que haga no va a afectar a mamá, ¿verdad? Porque ya cumplí veinte.
—Sí, muchacho, no te preocupes. Pero eso no significa que vas a hacer algo que manche tu honor, ¿o sí? —pregunta sospechando.
Niego enseguida, tratando de que no note que miento.
—No. Solo quiero asegurarme de que mis padres ya quedan bien. Ahora puedo tomar mis decisiones y hacerme cargo de mi vida sin que ninguna decisión mía les afecte.
—Bien.
Asiento en despedida y me retiro.
Luego de decirle a mis padres que voy a volver, que tengo que encargarme de algo, parto nuevamente hacia el fuerte de Orión, rogando que todo vaya bien por ahí.
***
El clima fresco ayuda a que no me agote en sobremanera, y para después del amanecer, ya veo el lugar. Apus y Antares están en el exterior, eso me preocupa.
—Oye —uno de pone de pie y me alcanza un frasco—. Se le olvidó a Altair.
No me detengo a preguntar y entro a la edificación mientras escucho algunos gritos. Mi corazón ya no puede latir más rápido, pero mi preocupación parece poder más.
Al quedar en el marco de la puerta de la celda de Marien, me horrorizo con lo que veo. Altair la tiene contra la pared, asfixiándola. Mi sangre se calienta y, de nuevo, la bestia interna despierta. Esa que se desataba cuando Marien estaba en peligro, algo que nunca pensé que pasaría con un humano.
Antes de detenerme a pensar, he corrido y lo he empujado, con tanta brusquedad, que ha caído. Me mira con sorpresa y furia. Entrenamos juntos, y sé cuánto detesta a los humanos, pero podría medirse, ella no le ha hecho nada.
Ella no es mala, no merece nada de esto. Aprieto los puños para contenerme.
—Así que volviste —murmura Altair poniéndose de pie.
—Muévete —gruñe Orión.
—Creí que les había pedido no lastimarla —reto con severidad.
—Sirio, muévete —reniega Orión entre dientes, dando un par de pasos adelante, puedo oler su furia.
Sé lo agresivo que es y su fuerza es mayor a la mía, pero no se lanzaría a pelear aquí. Quedaría mal frente a una humana y su orgullo puede más. Debo pensar rápido en algo que los haga dejar de lastimarla, porque no lo soporto, soy capaz de atacar, y eso también es peligroso para mí, pero, sobre todo, para ella.
—Hice el trabajo, ahora escucha. De no haber sido por ella, yo no hubiera podido volver. Lo mínimo que puedo hacer es pedir que no sufra.
—¿Acaso quieres poner en juego tu poco honor?
—Solo hago lo que creo que es justo. Le debo esto. Y odio deber cosas, peor si es a un humano.
Finalmente parece caer en lo que digo. Es verdad, al Sirio antiguo le molestaría deberle algo a los humanos.
—En ese caso, la matarás tú, ya que eres mejor que nosotros en no causar dolor.
Sabía de algún modo que no la dejaría ir, así que había planeado pedirle eso en caso de suceder. Me alivia ver que al menos una cosa ya viene saliendo como en mi plan original. Tengo mejor oportunidad de sacarla de aquí al ser yo el encargado.
—Con eso no tengo problema.
Sonríe con suficiencia.
—Ahora duérmela. Necesitamos avanzar.
Volteo despacio para encararla por segunda vez después de haberla traicionado, y ella tiene lágrimas en los ojos. Me desarma, pero debo mantener las apariencias.
La tomo de los brazos y la pongo contra el colchón. Quedo a gatas sobre ella y le cubro la boca mientras se queja y tiembla. Trago saliva con mucha dificultad al sentirla tan frágil e indefensa. Esto no es justo, he sido un tonto por pensar que tendría todo bajo control, que ella no iba a pasarlo tan mal como lo hace ahora.
Quiero acariciar un poco de su piel, pero ella está aterrada, y debo controlarme para que los otros no sospechen.
La suelto y tomo el frasco que me habían dado.
—Antonio... —Su voz en casi llanto me rompe.
¿Por qué? ¿Por qué me llama?
La miro, y aunque estoy neutro por fuera, por dentro me ha destrozado en culpa. No sé cuántas veces o cuán roto debo estar para morir de una vez. «Tan solo espera, mi hermosa, por favor». Quiero darle a entender eso aunque sea con la vista, pero todos me están observando.
—Ya no más —respondo—. Olvida que existió.
Lágrimas recorren sus mejillas y quiero mandarlo todo a volar y abrazarla fuerte.
—Sirio —me apresuran.
Gruño impaciente y la duermo...
Al salir me dirijo al almacén casi corriendo y voy directo al viejo costal de arena que pende de una cadena de metal. Lo golpeo con furia y suelto la rabia que he estado conteniendo, le doy otro golpe y no me detengo, golpeo y golpeo mientras gruño.
Nunca debí traerla, debí venir a que me mataran, ¡soy un maldito cobarde!
Termino clavando las garras en el saco y tiro hacia abajo, destrozándolo mientras un salvaje gruñido me hace vibrar el pecho y sale entre mis apretados dientes.
Quedo de rodillas mientras la arena termina de caer.
Mi dulce Marien, me odias.
—¿Y toda esa furia contenida? —pregunta Orión.
Maldición.
—Es... —Me aclaro la garganta y me pongo de pie, recuperando la frialdad—. Justamente la que estaba aguantando desde que la conocí, en serio me colmó la paciencia, complicó el viaje. Gracias por dejarme matarla.
Sonríe de forma siniestra.
—Claro, me sorprendes cada vez más. —Se retira complacido.
Respiro hondo. No sé qué tan bien estoy engañándolo, después de todo me conoce desde niño. Solo espero que en verdad esté funcionando...
Lo veo irse con Apus y Antares hacia otro lugar, supuestamente a buscar algo, o ver a alguien. Seguro a algún otro guerrero para saber qué noticias hay de los humanos. Cuando dejo de verlos, volteo gruñendo bajo y me dirijo a quien queda. Altair.
—¡¿Qué sucede contigo?! —reclamo dándole un empujón.
Él reacciona y me devuelve el golpe.
—¡¿Y tú qué?!
—¡¿Por qué la han maltratado?! ¡En dónde está tu honor!
—¡Es solo una humana!
—¡Es una dama! ¡¿Acaso no recuerdas lo que Ganímedes siempre nos dijo?!
Gruñe y yo también. Entonces queda en silencio, todavía mirando con molestia.
—Tú. ¿En dónde está tú honor? ¿Acaso defiendes a una humana?
—¡Te dije que no es mala y pedí que le dijeras a Orión que podemos razonar con ella!
—No —me cusa con el dedo—. No. ¡Los humanos son malvados y lo sabes! —Me toma con brusquedad de los brazos y gruño de nuevo—. ¡Si Orión ve que dudas, va a matarte! ¡¿Acaso dudas en verdad de todo lo que nos ha enseñado?!
Me doy cuenta, con mucha decepción, de que él no va a entender. Es mejor si no cuento con su apoyo y trabajo por mi lado en esto. Va a hacer todo más difícil, pero es mejor. Altair jamás va a dudar de la palabra de Orión.
Respiro hondo y me tranquilizo, o al menos lo finjo bien.
—No. Es solo que... Lo de mi madre me ha tenido muy preocupado.
Su agarre se afloja y suelta aire luego de analizar mi respuesta. Se aleja.
—Sí, entiendo eso. —Patea una roca—. Creí que esa humana ya te había lavado el cerebro o algo, con alguna cosa tóxica.
—No. Cómo crees...
Dejo mi falsa sonrisa cuando él ya no está mirándome. Volteo a ver hacia el fuerte y aprieto los puños. Tengo que sacarla, dejarla asalvo, y entregarme por traición. Tengo que lograrlo, o moriré.
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