Capítulo 21: Traición a todo lo que soy
—Tienes que comportarte —renegaba mi consejero, Ganímedes. Siempre fue víctima de mis travesuras y trataba de mantenerme a raya, como siempre decía. Yo solo lo escuchaba con brazos cruzados esperando a que acabara su discurso—. Las mujeres son muy importantes para nosotros como especie, así que, aunque no estés obligado por ser guerrero, obtendrás mucho honor si te unes a una joven y la cuidas, porque solo ellas nos dan descendencia. Uno de los mayores privilegios.
Resoplé.
—Sí, ya lo sé.
—Así que espero que me lleguen noticias pronto de que ya acordaste una unión oficial.
Tenía catorce años, ni siquiera pensaba en eso, pero a veces los ancianos nos lo venían a recordar. Y así lo hicieron siempre. Como él era uno de los líderes, me molestaba con ese asunto de vez en cuando.
Nunca me importó tanto ese tema, y cuando Ursa anunció que quería unirse a mí y nuestros padres acordaron, simplemente lo tomé como algo que debía pasar y ya. Que cumpliría con mi misión como compañero para con ella, eso de protegerla, ser su amigo y demás cosas, para que luego probablemente nos dieran un hijo. Cosa que todavía no sé cómo se logra.
Pero cuando vi a Marien... Las palabras del anciano recibieron un significado.
Me encuentro con ella bajo un árbol y su aroma me tiene completamente embobado. Me siento pleno. No hay el martirio por mentirle, no hay Orión, no hay reglas, ni los ancianos líderes. Ya todo pasó, solo estamos los dos. Rodea mi cuello con sus brazos y su aliento acaricia mi rostro al hablarme.
—Supe que me declaraste tuya —murmura muy cerca de mí con una sonrisa.
Me preocupo. Nunca le he confesado eso.
—¿Cuándo? —intento disimular.
Acaricia mi cabello.
—Cuando me atacó ese H.E en el laboratorio. —Aprieto los labios en una línea y ella sonríe traviesa—. ¿Soy tuya?
Arqueo una ceja viendo a otro lado un segundo, dudando en responder, pero decido ser valiente y le correspondo la sonrisa, tratando de atraparla con mi mirada.
—Sí. —Sí. Quiero cuidarla siempre, darle todo de mí, ser suyo, y no porque así lo manda mi cultura, sino porque quiero. Pero reacciono—. Bueno, eh, es decir, lo pensé, pero no significa que... —Me da un beso en la mejilla, haciéndome estremecer de una muy, muy buena forma.
Sonrío ampliamente. Lo que hace ¿es porque quiere unirse a mí? No creo que le haya dado un beso así a... Marcos, su amigo, ¿no? Esto no parece algo que se haría entre amigos, entonces, si en su mundo tienen uniones, a lo que llaman matrimonio, ¿significa que quiere eso conmigo? Porque, no solo fue un beso, también me ha tocado, lo sigue haciendo mientras está aquí conmigo. Y no es que pensara siquiera en detenerla, aunque debí, no quiero mancharla o algo si se llega a saber. A mí no me parece para nada malo, así que no diré nada.
Me inclino para darle un beso también, hacerle saber que quiero unirme a ella, pero termino contra una superficie plana y dura.
Abro los ojos mientras las aves cantan afuera de la casa y me doy cuenta de que estoy en el suelo, contra su cama.
¿Qué? ¡Argh! ¡Nooo...!
¡Cómo odio que ella esté así conmigo solo en sueños! ¡Quiero que sean mi realidad!
Gruño bajo y me reincorporo. La veo aun dormida, abrazando la almohada, y envidio a ese objeto. Frunzo el ceño y me pongo de pie para irme y dejar que descanse todo lo que guste, pero mi incomodidad aumenta cuando me doy cuenta de que tengo esa tensión ahí abajo.
Ugh. Tengo que alejarme y dejar que pase. Son casi las seis de la mañana, tengo tiempo.
***
Camino frustrado por todo. Porque Orión está cerca, porque Marien sigue sin saber, porque soy cobarde y no me atrevo a decirle nada por temor al rechazo. Porque mi sueño fue solo eso, un sueño.
Ella va a mi lado, me ha pasado uno de esos audífonos para escuchar música, voltea a mirarme con su dulce sonrisa y apenas puedo corresponder. Termino mirando a otro lado, sumergido en mi preocupación.
Nada de lo que quiero va a cumplirse. No puedo unirme a ella porque, apenas logre salvarla, Orión va a matarme. Qué tonto he sido por hacerme ilusión tan pronto. No quiero que ella sufra más tampoco, no se lo merece.
Ella tiene todo por delante, su libertad y felicidad. Yo, por mi parte, siempre supe que, al ser un guerrero, soy fácilmente desechable, que puedo morir y ser reemplazado. Que no tengo voluntad, sino solo obedecer. Siempre obedecer. Aunque le dejo honor a mi familia, yo quedo en el olvido si algo me pasa.
Con mis veinte años, ya lo he aceptado, pero conocer a Marien me hizo sentir que quizá no era ese mi propósito, el servir a las misiones que me mandara Orión, ni nada, hasta hoy, que he afrontado la realidad de nuevo.
—¿Puedes... hablarme de ti? —murmuro. Quisiera saber tanto de ella antes de tener que entregarme a Orión...
Ella, que sigue observando el campo con su inocente emoción, me mira y vuelve a sonreírme. Me llena el corazón de calidez con ese gesto.
—Creo que soy yo la que quiere saber más de ti.
Sonrío apenas, correspondiendo su gesto juguetón.
—Sí, pero también quiero saber sobre tu cultura. Por ejemplo, no me dijiste acerca de los besos. Te conté sobre bebés apareciendo y no me explicaste. Sé que sabes más sobre eso que yo...
Ríe, causándome dulces estragos en el estómago.
—Sí, bueno...
—¿Y bien?
Se encoge de hombros.
—Te lo puedo decir luego —y arquea las cejas con diversión.
Sonrío de nuevo y asiento. Como ya es hora, le enseño a preparar la cocina improvisada, así quizá puede ayudarse cuando ya no esté con ella. Atiende con mucho entusiasmo. Ella cocina algo que ya viene casi listo, y me da.
Mientras como, no puedo evitar seguir sintiendo esa preocupación. No temo tanto por mí, sino por ella. Si algo sale mal y algo le pasa... Es por eso que no puedo decirle, podría salir todo tan mal si ella se altera ahora...
Como antes he querido protegerla y terminado diciendo cosas que la han hecho sentir mal, ya no confío en mis palabras. Si no tengo tacto para decir las cosas, mejor no digo nada.
—Oye... —llama mi atención y salgo de mis pensamientos para verla—. No estés preocupado, si algo pasa y tienes que pelear yo estaré bien, ¿sí?
Oh, no. Ya lo ha notado, debo volverme ese frio depredador y dejar de ser tan expresivo. ¿Y desde cuando soy tan expresivo?
Como sea. Debo decir alguna excusa y prepararla de alguna forma para lo que viene.
—Sé que no te gusta que pelee, y he tratado de evitarlo, como verás, pero de igual forma te lastimé.
—No. Olvida eso, fui una tonta al ofenderme, razonaste con ellos en vez de irte a los golpes, eso me hace sentir... orgullo. Eres una buena persona.
¿Buena persona?
No...
—Solo espero no fallarte de nuevo durante el tiempo que esté contigo. —No podré controlar más las situaciones.
—¿El tiempo que estés conmigo? No digas eso. —Me sorprende, parece querer ocultar su molestia—. Quiero que te quedes conmigo... Además, dijiste que me mostrarías tu pueblo.
Pensar en ella conociendo mi ciudad como mi compañera eterna, me hace sonreír. Otro de los sueños que no van a pasar.
—Sí —murmuro bajo, queriendo escapar a esa realidad.
—Todo irá bien. No voy a dejar que te toquen.
No sabe lo que dice. Ella no puede hacer nada en este caso.
—Pero yo tampoco voy a dejar que te toquen —le aseguro—, me pondré en frente como sea, así que si yo... —Intenta evitar que hable, pero debo advertirle de algún modo—. Si muero... por favor, no te angusties.
Suspira.
—Bueno. Okeeey —Parece molesta ahora sí, y eso me confunde—. En tu cultura piensan mucho en la muerte, me parece.
Oh. Pues...
—Sí, tal vez, porque veo que ustedes no.
—Quizá sí lo pensamos, pero no la tenemos tan presente como una posibilidad diaria... no lo sé.
—Mi tutor siempre nos instruyó sobre la muerte... La muerte y el honor. Y él no era el único, así que... sí, supongo que es parte de mi cultura.
—Eso vi desde que me dijiste que, si cometías una falta, o morías con honor o elegías ser desterrado...
—Desterrado como un cobarde. —No he sido desterrado, pero casi siento como que sí, por no tener valor de decirle las cosas—. Mi tutor me golpearía por cobarde y me haría desear escoger la muerte.
—Mira. No eres un cobarde, eres muy valiente y fuerte —insiste, sorprendiéndome—. Y discúlpame, pero tu tutor exagera. En mi cultura, temerle a la muerte no es cobardía, ¿bien? Y tampoco está bien golpear a la gente. —¿Eh? ¿Golpear gente? ¿Se refiere a pelear? Pero ¿y sus guerras?—. ¿Qué fue lo que hiciste que lo creyeron tan grave como para matarte o desterrarte?
Caramba. Me ha agarrado por sorpresa. No tengo respuesta, así que solo niego. Ella entristece y tensa los labios un segundo.
—No voy a dejar de verte como te veo ahora —agrega, llenándome de calidez con su mirada dulce.
Entonces la curiosidad regresa.
—¿Cómo me ves ahora? —quiero saber.
Ella juguetea con los dedos.
—Yo...
Pero el aire trae noticias, y me pongo de pie, volviendo a estar muy alerta.
—Rayos...
—¿Qué sucede?
—Nos ha olfateado, está cerca, ¡vámonos! —Tiro de la mochila y de su mano, pero debo ganar ventaja, así que la subo a mi espalda.
Ella hace algunas preguntas sobre la naturaleza de nuestros perseguidores. Es un evolucionado, pero estamos entrando a territorio de pumas, y eso es un problema. Les gusta acercarse e incluso atacar cuando hay peleas, pues, como depredadores, quieren aprovecharse de los mal heridos.
Cuando veo uno frente a nosotros, me detengo y dejo que Marien pise suelo.
—Mantente atrás —le pido.
Le empiezo a gruñir a modo de advertencia, olfateo a más cerca, así que debe sentirse confiado de tener ventaja. Sin embargo, pronto ya somos dos evolucionados, así que el animal huye. Volteo enseguida para ponerme entre Marien y ese otro que acaba de acercarse, y sale de su escondite.
Escucho a Marien asustarse apenas.
—Una humano —la nota mi enemigo. Es otro desterrado, pero se le ve más descuidado, probablemente es más débil y no sabe pelear bien—. ¿A dónde la llevas? La mataré. —Entonces nota que yo no voy a moverme—. Oh, vaya. Esto es nuevo. Eres un traidor de nuestra especie.
Da un paso y le gruño, haciendo que se detenga.
—¡Él no es un traidor! —exclama Marien, sorprendiéndome—. ¡Intentamos parar las disputas entre las dos especies, ya no hay por qué seguir peleando!
—Ilusa —dice el hombre y se lanza a querer atraparla, pero lo intercepto agarrándolo del cuello y lanzándolo contra el suelo.
El hombre tose apenas y me mira furioso.
—Perdón por la brusquedad —me burlo, ya que no he usado toda mi fuerza—, pero no te le vas a acercar.
Se pone de pie alistándose y miro a mi dama de reojo. Debe huir, y su expresión de angustia me hace saber que ha entendido. Corre, y me lanzo a pelear, atento a sus pasos que se alejan.
Como supuse, no es de los que pelean bien, así que me es fácil esquivar y golpear. Uso su propia fuerza para lanzarlo hacia otro lado, cosa que lo enfurece, pero empieza a notar sus carencias. Intenta atacar sin una planeación, y solo me basta una patada para volverlo a alejar.
—¡Antonio! —ella me llama y el escalofrío me recorre.
La veo siendo rodeada por pumas.
—¡Marien! —Corro a ella y el H.E. me persigue para intentar seguir peleando, pero cuando se lanza, vuelvo a usar su fuerza para tirarlo contra uno de los pumas, con tanta suerte, que lo golpea justo cuando va a brincarle, y caen a otro lado mientras yo saco a Marien de ahí.
Ella reclama, y sí, fue un poco cruel, pero quiero salvarla. Un simple golpe no les hace nada ni al animal ni al evolucionado.
Aunque escapamos, nos alcanzan, él y los animales.
—¿Es que acaso todos quieren comerte hoy? —Justo cuando estoy tan perturbado por tantos pensamientos.
Me detengo y derrapo en la tierra al fijarme en el borde cercano. Estamos acorralados. Volteo y puedo ver a nuestros perseguidores ya cerca y creyendo que han ganado.
Vuelvo a ver hacia el borde y corro tirando de Marien y protegiéndola con mi cuerpo al tiempo en el que me lanzo de espaldas hacia el vacío.
Ella solo grita contra mi pecho. Golpeo la ladera y seguimos bajando a velocidad. La sostengo fuertemente en mis brazos, y vuelvo a sentir la sensación de vacío. La he sentido muchas veces, como evolucionado y por entrenamiento, estoy acostumbrado, pero ella grita bastante asustada.
Rompemos en la copa de un árbol y las ramas bajan la velocidad de caída, logrando así aterrizar en la tierra llena de hojas secas y raíces sin que eso me deje inconsciente.
Respiro hondo. Marien tiembla en mis brazos y reacciona. Sé que, para ella, los golpes son mucho más fuertes, así que me reincorporo y la examino.
—¿Estás bien?
—¡Estás loco! —reclama sin dejar que la toque, tomando mi camisa y dándome una leve sacudida—. ¡Qué tal si era una caída peor!
Me alivia.
—Sí estás bien —murmuro y la rodeo en brazos de nuevo.
Ella también lo hace y mi corazón da un vuelco. Pronto tenemos que continuar, así que avanzamos.
La noche cae y ella se acomoda para descansar. No voy a dormir, no con tanto peligro cerca. Orión, sobre todo. No quisiera que él, impaciente como siempre, quiera venir a darme alcance.
—Si gustas seguimos y llegamos en la madrugada —comenta ella, creyendo que en realidad estamos cerca de la capital, a donde le ofrecí llevarla desde un inicio.
—No, descansa, puedo aguantar otra noche vigilando. —Como tonto, queriendo alargar mis momentos con ella.
Voy al pie de un árbol cercano y me siento apoyando los antebrazos en las rodillas. Respiro hondo y libero aire. Al final... no pude conocer más de ella, pero me siento agradecido de haberla conocido, aunque sea. Me hizo ver que hay mucho más afuera de mi pueblo.
Si muero, puedo cerrar los ojos y soñar con que ella se quedo siendo mía, y yo de ella.
La miro recostada, me sonríe con esa dulzura que la caracteriza. Mira hacia el cielo, también admirando las estrellas que solo se ven gracias a la oscuridad del bosque, y yo la admiro a ella.
—Marien... —Ella vuelve a verme—. ¿Te gustaría... venir aquí?
Duda o sorpresa en su rostro, no sé, pero tampoco importa, porque enseguida sonríe de nuevo y viene a mí. Tomo su mano y la traigo, haciendo que se acomode entre mis piernas para rodearla en brazos, como en mi sueño.
Quiero cumplir, aunque sea eso. La olfateo y me agrada mucho, me trae calma.
—Si me duermo, nadie podrá acercarse a ti sin despertarme primero —me excuso.
—Oh...
—¿Confías en mí?
Me mira.
—Sí, claro que sí... ciegamente.
Sí, eso me da tranquilidad. Sé que sabe que jamás voy a lastimarla, que no la atacaría. Sabe que, aunque las cosas se tornen mal, sé lo que hago y que tengo un plan. El saber que pronto ya no la veré, me da el valor de retenerla contra mi pecho, cerrar los ojos y recostar mi mejilla en su cabeza.
Quiero tenerla así de cerca siempre. Quisiera... muchas cosas.
***
Para antes del mediodía, ya hemos llegado a territorio evolucionado. Me he mentalizado para esto, a pesar de haberme despertado con la sensación de sus suaves labios en mi mejilla, ya que terminé dormido de todas formas. Ella me despertó así, haciéndome saber que, de no ser por todo lo que tiene que pasar, probablemente se uniría a mí.
Respiro hondo. Ella avanza y divisamos la bandera de los evolucionados, que simula ser uno de nuestros ojos. El fuerte se hace visible, y Marien se detiene.
He logrado ver a Apus y Antares entre los arboles antes de llegar. No me agrada mucho, ¿acaso esperan que escape o algo? Aunque entiendo si Orión desconfía. Mi mirada fría y de advertencia, la que siempre usé con ellos, ha vuelto.
—No, esta no es, no es... —Marien voltea preocupada—. ¿Es tu ciudad?
—Lo siento, pero no.
Está asustada, pero ahora no puedo permitirme ningún error. Mis expresiones no pueden flanquear ni un poco. Orión y Altair se aproximan.
—Bien hecho, Sirio —felicita Orión—. Valió la pena la espera.
Me acerco a ambos.
—A salvo como la pediste —le digo.
—Pero te tardaste, ¿eh?
Miran a Marien, que ahora en verdad parece aterrada, y trago saliva con dificultad. Ella no parece pensar en que voy a ayudarla, me cree un traidor, pero quizá es mejor, sino, probablemente no sabría engañarles tan bien como lo hace ahora con su temor.
Aunque empieza a matarme el verla así.
...Me va a odiar...
Ay no, ¿qué he hecho?
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