Capítulo 17: Cargos de consciencia
El griterío me pone alerta y logro ver a Marien queriendo cruzar la vía, muy preocupada, así que tras un salto ya estoy de pie y voy por ella para sacarla de aquí, tomando su mano, ya que los de seguridad dispararán si llegan.
No quiero que le disparen por estar conmigo, y no quiero que me separen de ella y me hagan experimentos. Todas las advertencias que me hizo Orión acerca de ellos vuelven a mi cabeza y mi corazón late muy deprisa. ¡Tanto ruido me confunde!
Como soy como un animal asustado, solo quiero huir, y entramos de frente a un lugar tan bullicioso, que mis oídos duelen. Me los cubro y cierro los ojos intentando hacerme al estridente ruido. Soy arrastrado y empujado sin notarlo.
En eso, el suave toque de Marien me hace abrir los ojos de golpe. Ella cubre mis oídos y trata de calmarme.
—Tranquilo —me dice con voz suave.
Mi corazón sigue latiendo de prisa, pero su dulce mirada empieza a bajar mi celerado pulso y a subir la temperatura en mis mejillas.
Ella revisa los alrededores, no parece afectada por la bulla, y es que ellos no tienen el oído tan sensible. Es un alivio.
Respiro hondo y, casi sin permiso, mis manos ya están en su cintura con el pretexto de mantenerla cerca para que la gente que brinca no la empuje ni la lastime. Estoy perdido en sus ojos, a ella no parece asustarle que mis pupilas de seguro están enormes para ver en el oscuro ambiente, al contrario, no deja de observarme con expectativa, como si esperara algo.
Mueve de forma lenta sus caderas con mis manos en ellas y soy consciente recién de que la "bulla" es música humana. ¿Ella quiere danzar para mí? Quedo embobado con sus delicados movimientos. Me sonríe de forma pícara, como si estuviera haciendo alguna travesura, una muy bonita travesura.
De pronto la gente nos empuja y ella choca conmigo.
—Ay, ¡lo siento, lo siento! —pide entre risas.
Ya me he acostumbrado el extremo ruido, por falta de costumbre tardé. Mi mano va a su rostro para retirar un mechón de cabello que me priva de admirar toda su belleza. Ella no me retira la vista. Aunque yo la cubro de la escasa e intermitente luz del local, puedo verla con claridad. Sus finas cejas, su pequeña nariz, sus labios rojos.
La he traído hacia mi cuerpo con mi otro brazo mientras la veo y la retengo. Cómo quisiera decirle las cosas que me hace sentir. Quizá ella sabe la respuesta a lo que me pasa, quizá puede curarme, si sabe de evolucionados, al menos algo. Tomo su mentón con suavidad y giro despacio su rostro para grabarme bien todos sus ángulos, así como ella me ha observado a mí.
Ríe.
—¿Estás estudiándome también?
—¡Hey! —grita alguien y vuelvo a correr, llevándola conmigo.
Salimos de golpe y puedo respirar hondo, incluso saborear el aire más frío y puro que el del lugar. Me doy cuenta de que estamos riendo, ella mira hacia atrás y vuelve a trotar llamándome a que la siga entre risas. Vuelvo a respirar hondo correspondiendo su linda sonrisa y nos alejamos.
De regreso al hotel, ella me cuenta que, si no hubiera quitado al niño del camino, hubiera salido herido, pero no muerto, ya que los autos tienen sensores de proximidad. Interesante. Vaya, humanos y su tecnología, me alegra que en vez de armas hayan hecho algo bueno.
Una vez en el hotel, ella estira los brazos y lanza un suspiro de alivio. Mi sonrisa se borra de pronto. Me gusta verla relajada y feliz... Pero no siempre lo va a estar...
—Voy a darme un buen baño.
—Eh —reacciono—. Claro.
Al final, sigue gustándome cómo ella me mira cuando estoy sin camiseta, pero recordar para qué estoy aquí con ella, me ha hecho retroceder anímicamente. Me dejo caer en la cama y miro al espejo ese. Mi reflejo parece reprocharme. Solo soy un mentiroso que lleva a la inofensiva joven a una trampa.
Aunque tengo un plan...
Pero ahí está mi reflejo con mirada acusadora.
"No va a funcionar..."
Libero aire y mi labio inferior tiembla apenas. Cada día que pasa, el peso de mi consciencia empeora, y no sé por qué. Sé que está mal, mal para ella, pero es bueno para mi pueblo. Y... mamá.
No sé qué hacer.
—Buenas noches, señorita —murmuro con cierta frialdad.
—Descansa —responde.
Cuando creí que este sentimiento que tengo hacia ella era de lo más hermoso, me doy cuenta de que quizá también es peligroso, pues me acaba de mostrar su otra cara. Este sentimiento tiene una daga hincándome el corazón, y si algo le pasa a Marien, me la incrustará y me matará de forma lenta y dolorosa.
—Uhm... —ella murmura bajo—, esas marcas en la piel de tu espalda... ¿Las tienes desde hace poco?
Nuevamente parece preocupada por mí. No lo merezco, no merezco nada de esto. Además, recordar todo lo que sufrí para convertirme en lo que soy, y que ahora estoy al borde de arruinar, me frustra mil veces más.
—No todas —respondo cortante—, solo un par. Descansa.
La escucho dar un profundo respiro y acomodarse en cama, por el sonido, sé que me ha dado la espalda esta vez. Está bien así.
***
Orión me toma del cuello de mi camiseta mientras gruñe. Solo soy un niño de diez años, pero no le importa. A nadie le importa en realidad, ya con diez años soy bastante independiente.
—Tienes que mejorar tus habilidades —exige. Mis pies no tocan el suelo—. ¡Así que ahora vas a llegar al otro lado sin caerte!
Tengo una fuerte quemadura en un costado que arde demasiado y siento que el dolor se expande a todo mi cuerpo. Tengo lágrimas en los ojos, y hace mucho calor.
Estamos en algún taller de los herreros del pueblo y hay recipientes con acero líquido.
Orión gira para ganar impulso y me lanza hacia las cadenas gruesas que cuelgan del techo. Grito, pero aprieto los dientes enseguida y me enfoco en aferrarme con brazos y piernas a estas, si no lo hago, caeré de nuevo y me haré otra quemadura.
El metal de una de las cadenas roza mi herida que está en carne viva y aguanto el llanto. Respiro agitado y cierro los ojos, sintiendo que mis lágrimas caen por mis mejillas.
—¡Vamos, Sirio! —trata de animarme Altair desde algún lado—. ¡Tú eres fuerte! ¡Esto es solo un juego, agárrate de las cadenas y ya! ¡Las heridas van a sanar, no pasa nada!
Dejo de quejarme por el susto y el miedo a otra quemadura y empiezo a gruñir. Abro los ojos, completamente enfocado. El dolor de mi quemadura se aplaca por la furia, y me concentro en seguir mi camino para llegar al otro lado. Aunque la herida duela, puedo saltar por las cadenas...
Mi propio malestar me despierta, pero pronto me doy cuenta de que no ha sido ese sueño-recuerdo, sino un muy suave quejido. Volteo y veo a Marien. La tristeza está marcada en su rostro y aumenta el peso en mi consciencia.
Quizá no debí hablarle de esa forma, ella merece todas las cosas y palabras hermosas...
—Mamá —solloza.
Quedo mirándola, queriendo ir y consolarla. Pienso en lo feliz que se veía más temprano, y ahora parece estar sola. Es mi culpa. La daga que es este sentimiento se clava en mi corazón apenas un poco, pero es suficiente para hacerme doler tanto como esa quemadura que tuve hace muchos años.
Resoplo. ¿Qué estoy haciendo? Soy un tonto, cruel, insensible. Solo la lastimo. Tengo que mantenerme enfocado. Voy a sacarla de esto, haré lo que sea...
***
La he dejado descansar todo lo que ha querido, así que para cuando salimos de esa ciudad, ya ha pasado medio día. He tratado de recomponerme para que ella no sospeche que estoy raro. Quisiera pedirle perdón por no responder a sus preguntas, pero ella parece haberlo olvidado.
—Quiero llegar pronto porque si les llamo no me van a hacer caso —va comentando acerca de ese problema con la toxina—. Me sorprende que el gobierno no haya intentado quedar en un acuerdo con tu sociedad.
Si supiera que es complicado porque cada pueblo está como que algo aislado del otro... No es como que tuviéramos un "presidente" como ellos. Tenemos a los viejos líderes y eso es todo.
Ella se distrae de pronto viendo a la naturaleza y no puedo evitar sonreír apenas. Los animales huyen al verme u olerme desde lejos, pero igual Marien alcanza a verlos y maravillarse.
Como dije, era tarde cuando partimos, así que la noche llega pronto.
La veo acomodar su cama improvisada con cierto ánimo. Está decidida en convencer a los humanos en no usar la toxina contra nosotros. Quizá si convenzo a Orión de lo mismo, pueda funcionar mi plan, ya no lo sé.
Me dirijo a un árbol y me siento.
—¿No te recostarás? —pregunta.
—No, prefiero estar alerta.
Reviso los alrededores mientras flexiono mis piernas y apoyo un brazo en mis rodillas. No voy a dejar que nada la lastime mientras esté conmigo. Esta vez, ella se recuesta mirando hacia mí y nuestros ojos conectan.
Sus labios muestran una leve y dulce sonrisa y cierra los ojos. Tiene tanta paz en su interior que se duerme pronto, lo sé por su respiración acompasada. Y, claro, ha de estar agotada por caminar.
Miro a las estrellas y respiro hondo.
***
Cuando amanece, la dejo a que se aliste con calma. Camino por el bosque, me detengo al olfatear algo, y soy embestido.
Rodamos y gruño, le doy un golpe a Altair y este cae al costado soltando una leve risa. Me pongo de pie de inmediato.
—¡Silencio! —exclamo en susurro—. ¡Te va a escuchar...!
Volteo a ver por si Marien está viniendo o algo, pero no.
—Bah —le resta importancia—. Ya te he dicho, los humanos miran, pero no ven —se burla.
—Es en serio.
—Como sea. ¿Por qué se quedaron un día extra en esa ciudad? ¿Hubo algún problema? Creí que tendría que entrar a buscarte.
Niego.
—Nada, solo quise descansar. Ya sabes, ahí nadie me va a hacer levantarme de madrugada.
Ríe y le doy un empujón exigiendo silencio de nuevo.
—Ella está lejos, exagerado —me reclama—. ¿Por qué te preocupa? Si me ve, la dejamos inconsciente y ya. Así incluso acabamos con esto más pronto.
—Basta. No... —resoplo, miro al suelo un segundo y vuelvo a encararlo—. Voy a llevarla como acordé, pero quería aclarar algo.
Su expresión se torna seria y cruza los brazos.
—Bien, dilo.
—No quiero que la lastimen de ninguna forma. Está claro que podemos razonar como seres civilizados.
—Los humanos no son civilizados, ¿qué estás diciendo? ¿Ya te lavó el cerebro con sus mentiras?
—No. No, escucha —insisto con enojo—. Déjenmelo a mí, es lo único que pido.
Frunce más el ceño.
—Apus intentó agredir a tu madre. —Eso me sorprende y gruño bajo—. Ella se defendió arañándolo, porque ya sabes que es salvaje, pero no va a seguir así si sigues tardando. Los ancianos van a ordenar que la juzguen en la plaza si tú no apareces, así que mejor pisa tierra y deja de caer en las mentiras de la humana. —Aprieto tanto los puños que mis garras se clavan en mi piel. Altair retrocede unos pasos, me mira con algo de decepción y burla y se aleja—. Orión se va a enterar de lo que me has dicho, pero será mejor que te apures.
Quedo completamente frustrado.
Camino de regreso. Veo a Marien a lo lejos, ya guardando sus cosas, y me sonríe de forma amable. Le correspondo el gesto, aunque quizá no por completo.
Al menos Altair va a decirle a Orión mi idea, pero no me agradó para nada su reacción. No lo entiendo. Es mi amigo, me dio ánimos cada vez que pudo. Cuando Orión luego nos hablaba de nuestro orgullo como especie, él era el que más le daba la razón y mencionaba nuestras habilidades como equipo. El cómo siempre incluso detestábamos a los humanos por igual, aunque yo ocultaba la curiosidad que me causaban...
Tengo que cumplir mi misión, y ya quiero ver su cara cuando tenga éxito. Ya va a ver.
Olfateo un venado y mis sentidos de depredador frustrado y fastidiado aparecen. La idea de perseguirlo me calma. Correría por kilómetros si así me deshago de este problema, pero no huiría de Marien, aunque me estuviera mintiendo.
Está bien, Altair, piensa lo que quieras. Voy a tener éxito en ambas cosas. En cuidar de mi madre, como un buen hijo honorable hace, y cuidar de una dama, aunque sea humana, porque es lo que, como hombre decente, tengo que hacer.
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