Capítulo 16: Nuevas sensaciones
Me he dado cuenta de que Marien también me mira bastante. ¿Por qué será? Es observadora quizá. Altair siempre dijo que los humanos "miran, pero no ven", así que en realidad no sé. Sin embargo, sí me gusta que ella me vea, como ya lo he pensado antes.
Salgo del baño con el torso desnudo porque ya no siento vergüenza, no con ella, y la encuentro recostada mirando al techo.
—Eh, ¿gustas dormir ahí? —había creído que yo iba a dormir en esa cama.
Si bien, antes hemos dormido juntos y no me molestaría hacerlo de nuevo, no quiero incomodarla.
—No, voy a la otra, descuida, solo estaba mirando la decoración.
Me siento y veo hacia el techo, al espejo y luces de colores ya encendidas, por ser de noche.
—¿Por qué han puesto un espejo? —quiero saber.
Ella ríe entre dientes.
—Ehm, supongo que para darle una especie de toque especial.
—Ya veo.
Aunque se me hace perturbador verme a mí mismo ahí, mirándome con cara de susto, o intriga, o algo así. No tenemos muchos espejos en el pueblo, no son importantes en realidad. Algunos trabajadores los tienen, como herramientas, más que todo, y algunas chicas los obtienen de los artesanos, pero eso es todo. Solo debo admitir que aquí sí me han sido útiles para comprobar mi estado en cuanto a mi transición, si no, tampoco los hubiera requerido.
Me doy cuenta de que Marien me mira a través del espejo y quedo atrapado en sus bonitos ojos, en su mirada inofensiva e inocente, mientras que mis enormes irises de ese verde resaltante y amenazador, hace contraste con ella. Su cabello está extendido en el colchón y usa su pijama de un color suave.
Casi puedo sentir su fragilidad y delicadeza con solo verla ahí. Es hermosa, me transmite paz el mirarla y tenerla tan cerca, a pesar de que alborota mis latidos. Es una rara contradicción entre mi cuerpo y mi mente.
—Oh —ella reacciona, sus mejillas han enrojecido apenas—. Buenas noches —susurra y volteo a verla ir de prisa a su cama.
—Buenas noches, señorita —murmuro ofreciéndole una leve sonrisa mientras ella se acomoda en cama y me corresponde el gesto.
Quisiera que esa almohada a la que abraza fuera yo... Reacciono también y me dejo caer en el colchón. Las luces empiezan a bajar lentamente hasta que se hace completamente oscuro. Al menos para ella, ya que mis pupilas se dilatan al máximo puedo seguir viendo con claridad.
Aun así, el sueño termina venciendo, ya que no estoy en mi pueblo y nadie me va a estar exigiendo despertar a las cuatro de la madrugada.
Sonrío ante esa idea.
***
Planeaba seguir con el camino, pero la veo bastante nerviosa.
—¿Estás bien?
—S-sí... Sé que debemos llegar a la capital, pero...
Entonces me percato de algo. Oh. Había olvidado que las chicas padecen eso cada mes, es normal después de todo. No tiene por qué tener vergüenza, y menos conmigo. Se supone que los hombres humanos también lo saben, ¿o no?
—Si no te sientes bien podemos esperar, no te preocupes —la calmo.
—Solo... necesito la comodidad al menos por este día...
—Está bien.
Recuerdo que Ursa se puso de muy mal humor una vez, la dejé sola y me fui molesto a casa. Mi madre me explicó que seguro se sentía con dolor a causa de eso, así que me dio un té de yerbas que podía darle, y lo hice.
Se lo fui a dar al bosque en donde estaba, en su colina favorita. Al verme puso cara de enfado, pero al explicarle lo que quería darle y pedirle perdón, su humor cambió.
Creo que esa fue la primera vez que tuvimos una conversación larga y tranquila bajo los árboles. Y creo que fue la primera vez que me mostró una muy leve sonrisa.
Marien, por su parte, está tranquila. Me alivia que no se sienta mal, y si lo hace, ya sé qué plantas buscar, aunque significara dejarla e ir al bosque. La cuidaría hasta que se sintiera mejor.
—Podemos ir a cenar más tarde —comenta luego de arreglar algunas cosas de su mochila—. Te llevaré a un restaurante de carne, ¿te parece bien?
¿Qué si me parece bien? Está estupendo.
No puedo evitar sonreír al pensar en la comida que ellos hacen, que, para sorpresa mía y sin darme cuenta, me acostumbré a sus sabores tan variados.
***
Una vez fuera, la veo bastante feliz. Caminar a su lado es perfecto, ya sea en el bosque, en donde quiere observar casi todo, o en la ciudad, que es su ambiente, aunque yo sienta que ella pertenece a ambos lugares. Tiene libertad, algo que yo nunca tuve hasta cierto punto.
Casi entrada la noche, llegamos a un parque central. Me dirijo a una banca y le hago señas para que venga a mi lado. Se acerca y queda frente a mí.
—Me estaba preguntando algo —comenta.
—¿Sí?
Se aproxima más y toma mi rostro, produciéndome de nuevo esa bonita y extraña sensación en mi estómago. Me retira los lentes de sol y me observa. Gira mi rostro de un lado a otro y sonrío.
—¿Hay algo en mi cara?
—Sólo me preguntaba... —medita— Tu cabello sigue igual, ¿no crece? —Tira con suavidad de mis mechones y río un poco.
—Sí lo hace, pero demasiado lento... Demasiado.
—Oh. —Acaricia mis mejillas con sus pulgares— ¿Y la barba?
—También crece lento, pero yo me encargo de ella. —No puedo evitar sonreírle con dulzura. Su mirada es muy curiosa ahora—. En unos años tal vez la dejaré en paz —agrego. Es algo que siempre le comenté a Altair, quien gusta de tenerla algo crecida. Marien toma mi mano, sacándome de mis pensamientos, y observa mis garras. Me está estudiando—. Es un raro detalle, sólo las de las manos crecen así, y esto sí es rápido.
Me mira sorprendida.
—Eres increíble, es como si hubieran sido programados genéticamente o algo así para superar a la raza humana. Completando todo lo que nos falta a nosotros, cubriendo nuestras debilidades —piensa unos segundos—. No sé qué habrá intervenido en la aparición de seres como tú, pero... son geniales, sólo... ten cuidado, ¿sí? —No puedo dejar de verla, al parecer le intereso mucho como especie, pero no sabe que ella me interesa en exceso... como ella, simplemente—. Hay que evitar las peleas. —Me doy cuenta entonces de que parece estar preocupada.
Resoplo. No merezco su preocupación, además, sigue siendo muy nuevo para mí que alguien más se angustie por causa mía, si sé bien lo que hago.
—Pides algo que no va a ser posible. Si alguno quiere lastimarte y logra alcanzarte te matará en un segundo. Fui entrenado para saber defenderme desde muy pequeño, créeme. No tienes que temer. Soy fuerte.
—Sabes, ya tengo hambre, hablaremos de eso luego.
Oh, sí, la carne, casi la olvido. Eso me hace sonreír de nuevo y seguirla.
Entramos a un restaurante bastante agradable a la vista. Luces bajas, una vela en cada mesa, los cubiertos y los platos listos en sus sitios con una tela doblada de forma extraña sobre éstos. Marien me lleva a la parte posterior que da a otra calle y tomamos asiento. Asumo que lo ha hecho porque está algo más oscuro y así los otros humanos no se van a fijar en mí.
Observo la lista de platillos que preparan y dudo sobre qué pedir, ya que los nombres son raros. Aunque lo que domina mi cabeza es que estoy con ella aquí, que esto parece una salida muy especial, y que quiero conocerla todavía más.
—Tú puedes probar esta parrilla —me dice de pronto y señala el plato en la carta—, vienen distintas carnes. Te la pediré, ya que si logran ver tus colmillos estamos fritos.
—He hablado antes y no han parecido notarlos —comento restándole importancia—, solo son dientes caninos más largos de lo normal.
—Sí, bueno, no es algo que se vea seguido que digamos.
Sí, puede ser...
El joven se acerca y escondo mis manos. Nos ofrece la "especialidad de la noche", Marien la pide mientras yo observo a las personas caminar, algunas en pareja, sonriendo, y tomados de la mano. Vaya, nunca me había detenido a ver eso. Andan de la mano, debe ser algo común para ellos, alguna costumbre.
—... Con agua para él y un piña colada para mí —agrega ella.
El mozo asiente y se retira. Me queda la duda.
—¿Piña colada? —le pregunto, eso no lo había oído nunca, ¿puedes colar una piña?
—Sí, tiene algo de alcohol, pero suele ser suave.
¿Qué? Eso me sorprende.
—... ¿Alcohol? —Eso es malo, lo tenemos prohibido.
Me sonríe de forma dulce.
—Descuida, estás conmigo, niño. No te dejaré probarlo si no quieres.
Río ante eso, pero luego me doy cuenta. Caramba, me ha dicho "niño", me lo merezco por parecer preocupado. No quiero que crea que soy un niño, no ella. Ya todos en mi pueblo siempre me han reprendido por ser un "niño" mal educado, a pesar de que crecí con hombres mayores que yo.
Ugh. Soy un hombre también, superé muchas pruebas para demostrarlo. Pruebas en las que llevaron al límite mis habilidades.
Suspiro. En fin. Sí, solo los muy adultos en mi pueblo pueden tomar un poco de eso en sus reuniones que ocurren rara vez o en algún festival. Solo los que pasan de los treinta años, y, aun así, no todos lo hacen. De hecho, los jóvenes no saben que existe, yo lo supe por eso mismo de estar entre los hombres de Orión, un hombre de alto rango para el pueblo.
Aun recuerdo cuando Altair y yo guiamos a Orión, que había bebido un poco de eso, y se sentía algo desorientado. Terminó cayendo sobre la paja que les daban a los animales, y quedó viendo al cielo.
"Sirio, aléjate. Te pareces a tu madre, pero más a tu padre, y eso me fastidia" había murmurado aquella vez.
Yo, extrañado, solo retrocedí mientras Altair se burlaba en silencio de mí.
Llega la comida y las bebidas y dejo esos recuerdos raros de lado. Sonrió al probar las carnes, han sido preparadas con especias, no está nada mal.
—Buena elección —le comento a Marien, quien parece complacida con ello.
Casi al terminar, ella toma el extraño preparado de piña con alcohol y la miro preocupado. No quiero que eso le haga daño o la haga sentirse desorientada... Y me diga cosas extrañas, si quizá piensa algo mal de mí...
—¿Todo bien? —quiere saber.
—¿No te hará daño? Puede ser malo...
Ríe, pero al ver que yo no lo hago, se detiene.
—Tranquilo. Sí es dañino, pero sólo tomaré este poco, no me hará nada, está bien diluido. Si gustas prueba...
Me acerca la copa y la veo con recelo. Su aroma es bastante fuerte incluso estando relativamente lejos de mi nariz. La tomo y la acerco a mis labios, su aroma se intensifica de uno a cien en ese lapso. Lo olfateo y Marien ríe apenas.
Que haya visto su efecto antes, y que sea prohibido para mi edad, no me quita la curiosidad por querer probar. Además, así quizá ella deja de pensarme como un niño. Dice que solo un poco no hace nada, y confío en su palabra.
Inclino la copa y tomo un muy corto sorbo.
La fuerte e intensa esencia del líquido se dispara hasta mi nariz, y agradezco el hecho de haber tomado solo un poco, pues de haber bebido más, me habría ahogado de algún modo. Pero después de eso, descubro el dulce sabor de la piña, junto con otras cosas, que lo hace algo rico en verdad.
Oh vaya, quizá por eso los viejos lo beben...
—¿Y bien? —pregunta ansiosa.
Dejo la copa y se la acerco.
—Bueno, no está tan mal... Como sospecharás, nosotros lo tenemos prohibido.
—Claro, los jóvenes aquí también, aunque no parece que les importara tanto como a ustedes. Este es suave. Hay otros tragos que sí que son muy fuertes. No tomo esos, tampoco me embriago, nunca lo he hecho.
Le sonrió con alivio al saber eso.
Caminamos por las calles. Me encuentro bastante distraído, observando todo. No me he vuelto a poner los lentes, gracias a la oscuridad y las luces bajas, mis ojos no se notan raros. Todo es caos en esta ciudad, pero eso es bueno al mismo tiempo, porque nadie se detiene a verme directo a los ojos, y aunque lo hicieran, está oscuro y ellos no diferencian bien.
En eso, escucho el chillar de los neumáticos de un auto, y no puedo detener mis rápidas reacciones. Me lanzo a salvar al niño que está a punto de ser arrollado y caemos al otro lado de la pista.
El niño rueda lejos y entrecierro los ojos al percatarme de la intensa luz de la tienda que está de este lado de la calle. Los humanos se alborotan a nuestro alrededor y se exasperan, pero, al verme, sus rostros de preocupación se tornan en horror, y empieza el verdadero caos.
Ay no, lo arruiné...
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