Capítulo 7: Dejando que me conozca
Sirio
Mi tutor me tomó del cuello de mi camiseta mientras gruñía. Mis pies no tocaban el suelo. Yo era un niño de diez años, pero a esa edad, en el pueblo, ya debía empezar a ser un hombre independiente.
—Tienes que mejorar tus habilidades —exigió—. ¡Así que ahora vas a llegar al otro lado sin caerte!
Tenía una fuerte quemadura en un costado que ardía demasiado y sentía que el dolor se expandía a todo mi cuerpo. Tenía lágrimas en los ojos, y hacía mucho calor.
Estábamos en algún taller de los herreros del pueblo y había recipientes con acero líquido.
Mi tutor giró para ganar impulso y me lanzó hacia las cadenas gruesas que colgaban del techo. Mi instinto reapareció. Apreté los dientes enseguida y me enfoqué en aferrarme con brazos y piernas a estas, si no lo hacía, iba a caer de nuevo y quemarme otra vez.
—¡Vamos, Sirio! —trató de animarme Altair, mi amigo desde que tenía memoria—. ¡Tú eres fuerte! ¡Esto es solo un juego, agárrate de las cadenas y ya! ¡Las heridas van a sanar, no pasa nada!
Sí. Los evolucionados podíamos ser "salvajes" como decían los humanos, pero habiendo sido esa mi realidad, para mí era normal.
Mi tutor me ponía rocas planas sobre la espalda mientras yo trataba de levantar mi cuerpo del suelo con los brazos. Debía ser fuerte, obedecer a las reglas, honrar a mis padres. Vivir por mi especie.
—Escuché que empezaste a trotar después de las seis de la mañana —recriminaba mi tutor.
Aceptaba mis castigos, aunque fueran horribles.
Crecí conociendo solo entrenamientos. Me hicieron fuerte. Sin embargo, siempre me dijeron que los humanos lo eran peor que nosotros. Aun así, ¿cómo una especie, que había logrado tanto en el mundo, podía ser cruel?
Cuando quedé atrapado, había empezado a reafianzar el odio que mi especie les tenía, a comprobar que era cierto y que tenían razón en detestarlos.
Cuando desperté, temí que me hicieran experimentos despiadados, esos de los que nos hablaban los ancianos líderes del pueblo. Lo peor era que tenía una bata, ya no mi ropa con la que llegué.
Los humanos me observaban con algo de temor, como a una bestia. Me habían atado. No sabían que, con mi fuerza, podía liberarme si las cosas se ponían feas. Los escuché murmurar cosas. Los miraba con rencor. Había salido de un mundo supuestamente tosco, sin libertades, ¿para entrar en otro?
—El sujeto despertó a las cinco de la tarde, por inducción del medicamento —no sabían que podía escuchar sus susurros—, el día número tres de la investigación.
¡¿Número tres?! ¡¿Me habían tenido sedado?!
Mi respiración se agitó levemente y empecé a tensar mis brazos, con estos, las correas que me sostenían.
—La doctora Marien ya viene en camino —avisó una joven de rizos.
—Gracias señorita Rosy.
—Podríamos intentar la prueba de resistencia Ósea...
—No, romperle un hueso no es legal en los vivos, tendría que ser un cadáver para hacer esa prueba.
—Ya le saqué sangre de todos modos para hacer la prueba genética...
Estaban hablando de mí como si fuera algún espécimen extraño. Me tensaba cada vez más. Temía que un gruñido se me escapara. No entendía. ¡Yo lucía humano! ¿No les bastaba eso?
—¿Podrían soltarme? —decidí apelar a su amabilidad como especie—. No soy un H.E.
—¿De dónde vienes? —El hombre tenía la identificación falsa de humano que conseguí— ¿Estudias, trabajas? ¿Dirección de domicilio?
—No recuerdo.
—¿Como que no recuerda?
—Estaba en la universidad, pero el resto no recuerdo. Creo que he perdido la memoria. —Era mi excusa para mi falta de conocimiento sobre sus costumbres y cultura.
Sin embargo, rieron en silencio. Eso volvió a encender esa furia nata que me habían hecho desarrollar en los entrenamientos. Felizmente, también me habían enseñado a controlarla con efectividad.
De pronto detecté un suave aroma que me sacó de mis pensamientos. Los hombres se apartaron de golpe y me dejaron a la vista de una humana, y al verla... el mundo se detuvo.
¿Qué?
Ella me miraba fijamente y yo no podía ni parpadear. No lo hacía cuando cazaba en el pueblo, ahora, por alguna razón, tampoco con ella.
Me regaló su mirada sin malicia, sin odio, no como todos esos que me rodeaban. Su cabello marrón como el dulce del cacao caía en ondas, su rostro era suave, su expresión era dulce... Bastante agradable a mi vista.
Ladeé el rostro levemente, sin parpadear todavía, observándola mientras ella les hablaba. Toda ella era bastante agradable a mis ojos, lo cual me pareció extraño. Los humanos no eran... agradables.
Toda mi vida me advirtieron de su naturaleza odiable, y fui entrenado por un evolucionado que me inculcó todo eso, bajo extremos métodos, peleas salvajes, golpes, y dolor. Pero ver a esa joven me trajo una nueva sensación.
No había dolor... no había golpes, no había otra roca más a mi espalda por haberme distraído, ni severidad en su voz.
De pronto la curiosidad por saber sobre los humanos volvió a mí, aunque esta vez era una curiosidad que me pedía conocer un poco más a la joven. Solo quería saber por qué ella me transmitía calma. Algo que en mi pueblo no existía para mí.
Ahora la tenía frente a mí. En parte estaba aliviado porque ya sabía lo que era yo, y todavía no había intentado salir corriendo. Me miraba con esos grandes ojos marrones. El iris de los humanos no era muy grande ni llamativo como los nuestros, pero a mí se me hacía dulce. Extrañamente, era como ver un ave inofensiva.
Mi tutor decía que tenían una mirada digna de las presas del bosque... Tal vez...
Un dolor agudo apareció y fruncí el ceño, ya que luego de que pasara la adrenalina y la furia que cegaban cuando peleaba, las heridas siempre empezaban a doler.
Palpé mi costado y vi que tenía sangre, era ahora cuando los golpes también empezaban a latir. Siempre había odiado esto. Lo peor era que debíamos movernos ya, antes de que tuviera que pelear de nuevo estando así.
—Vamos —dijo ella al darse cuenta—, si tú me has protegido, yo tampoco dejaré que te pase algo, debemos curarte.
¿Eh?
Negué.
—Tranquila, estaré bien. Solo no quiero esperar a que nuestro amigo se despierte.
—¿Que no está...? —murmuró pasmada.
—¿Muerto? No. —Sonreí, y no la culpaba por pensar eso, ya que éramos "salvajes"—. Somos más duros de matar de lo que crees.
—Oh... de prisa entonces. —Se apresuró a guiarme.
Y la seguí, todavía en sorpresa, sin creer lo valiente que era al darme la espalda mientras caminaba, confiada en que no le haría nada. ¿Cómo podía Altair entonces decir que todos los humanos eran malos?
La persona mala sabía cosas, y yo no le daría la espalda a otro de mi especie. Sin embargo, ella, en un gesto que denotaba completa inocencia, lo había hecho. Siendo tan delicada y frágil, si fuera mala, hubiera maliciado y procurado tenerme a la vista.
Me enseñaron a leer el lenguaje corporal, de las presas y de otros evolucionados. Aunque podíamos disimular casi a la perfección, obviamente no iba a atacarla, ¿por eso caminaba sin cuidado?
Oh, pero los humanos no sabían leer el cuerpo, ¿o sí?
En fin. No podía ahora lanzarme a las conclusiones. Desde que la conocí, hasta ahora, su cuerpo, su forma de hablar, sus gestos y su esencia, solo me decían que era muy, muy dulce. Guardaba mucho dolor, algo que le había afectado al punto de hacerla temblar cada vez que estaba asustada, lo que me indicaba que se había contenido mucho, pero que era fuerte y se había recuperado.
No me gustaba eso. Mala o no, quería ayudarla a sanar por completo.
***
Había juntado algunas provisiones en una mochila. Encontró su teléfono, esa cosa que todo humano llevaba consigo, y no funcionaba.
—Tengo una tía que vive no muy lejos —contó—, necesito su teléfono.
Luego de andar con calles algo oscuras por casi una hora, llegamos a donde su familiar, lo cual me preocupó. Parecía que de pronto se había olvidado de lo que era.
La mujer abrió la puerta y la rodeó en brazos. Oh. Había olvidado que, a diferencia de nosotros, los humanos sí se tocaban. Sí rompían el "espacio personal".
—¡Gracias al cielo estás bien! Vimos las noticias, el ataque a tu laboratorio ese y... —Volteó a verme y se horrorizó—. Sus ojos...
Marien también me miró y dio un respingo, para luego resoplar y empezar a explicarle.
Vaya. Se había olvidado, o era que la luz de la puerta de la casa ahora la había dejado ver bien mis ojos. No debía olvidar también que ellos no veían bien en la oscuridad. Probablemente mis grandes pupilas contraídas le habían asustado.
—No es malo, tía, en serio, lo conozco desde hace un tiempo. Además, me ha salvado la vida. Por favor, necesitamos quedarnos aquí, solo esta noche.
—Si en verdad confías en él... los dejaré dormir aquí.
La mujer me temía, y con razón, pero hacía esto por Marien. Vi que no todos los humanos se desentendían de sus familias como dijo mi tutor, y en parte me alegraba, así supe que esta dulce joven no estaba tan sola.
Al entrar, pude saber que tenía hijos, una chica y un niño. Ambos me miraron, pasmados.
—Niños —les dijo la mujer—, su prima pasará la noche aquí, quiero que por favor... —guardó silencio unos segundos—. Dejen de mirar al joven y escúchenme —reclamó.
—Mamá —dijo el niño—, es... es...
—Sí, Martín... —Marien habló—. Es un H.E, pero me ha salvado la vida, está de nuestro lado.
Los ojos del niño se iluminaron.
—¡Súper! —exclamó emocionado.
—Sí, ten cuidado no más —agregó su madre—. Vengan por aquí —nos dijo.
Seguía sorprendido por la hospitalidad, porque, a pesar de que yo era evolucionado, su familia no dudaba de Marien.
Nos guíó a una habitación hasta el fondo del pasillo y entré mientras ellas se decían unas cuantas palabras más.
Puse la mochila en el colchón. Era una sola cama, pero estaba bien. Podía dormir en el suelo, no era como si nunca lo hubiera hecho. Había tenido que dormir en el bosque, en el frío de la montaña, entre rocas y más.
—Me debes muchas explicaciones —me habló Marien y me di cuenta de que ya estábamos solos.
—Adelante, pregunta.
—Déjame curarte primero.
Oh... Pero ya no estábamos solos de nuevo. Los niños nos espiaban.
Intenté decirle, pero ella me hizo retroceder, poniendo sus manos en mi abdomen, y eso me distrajo por un segundo. Siempre su suave tacto era una sensación completamente nueva para mí.
Quedé sentado y su prima le alcanzó lo que asumí que eran las cosas que usaban para curar, por el olor.
Entonces me volví a distraer al sentir las finas manos de Marien desabrochar mi camisa. Un dulce estremecimiento me recorrió, pero no pude evitar mirar de reojo a sus primos que estaban mirando, nuevamente saliendo de ese extraño ensueño y poniéndome incómodo.
Marien observaba mi herida del costado y pareció preocupada.
—Te dije que estaría bien, me regenero rápido, además. No tienes que angustiarte...
Ella suspiró y asintió. Se apresuró a empezar a desinfectar y solo pude observarla. Sus delicadas facciones me seguían atrapando, era extraño y, al mismo tiempo, una satisfacción.
En mi pueblo, nadie se preocupó por curarme antes, pero era que todos sabíamos que nos curábamos solos, así que era algo bastante nuevo que ella quisiera cuidarme.
Algo muy nuevo que me hacía sentir una extraña calidez.
Una vez que acabó y estuvo satisfecha, se sentó a mi lado. Ya veía que estaba en su naturaleza el querer arreglarlo todo para estar tranquila, pero en verdad no era necesario que se preocupara por mí, podía aguantar muchas cosas, era normal para nosotros los evolucionados.
—Siempre has tenido buen olfato y oído... —comentó de pronto.
—Sí, ya sabía de antemano cuando estabas cerca de mi habitación.
—¿Cómo es que parecías humano?
Ah, sí. El gran misterio.
Uhm. No. No podía decirlo, iba en contra de mi gente. Aunque ella había demostrado confiar en mí, podía decirle, pero los niños seguían aquí. Los niños humanos hablaban demasiado.
—¿Haces ejercicio? —preguntó la niña, y solo quedé mirándola con intriga.
¿Por qué preguntaba eso? Todos hacían ejercicio... ¿no?
Mientras meditaba sobre sus costumbres físicas, Marien le explicó.
—Los evolucionados son pura fibra y están en muy buena forma —los miró con calma—. Por favor, uhm... Necesito hablar algo con él...
—¡Oh, por supuesto! —Y finalmente, nos dejaron.
Marien me miró, esperanzada.
—Ahora puedes decirme. Puedes confiar en mí —insistió en un dulce y suave tono de voz que me hacía querer decirle incluso más cosas que ni sabía.
Bueno. Merecía saber.
—Estaba en etapa de transición... Nacemos como evolucionados, pero entre los dieciocho y veinte años, aproximadamente, el iris de los ojos se reduce, las pupilas se redondean y nos falla un poco la vista. Los colmillos se caen y al tiempo crecen otros, pero se mantienen de un tamaño normal, como el de los humanos... —La observé, tan atenta a mis palabras—. Siempre quise saber cómo eran ustedes, somos una cultura muy diferente, así que escapé aprovechando mi apariencia.
Era verdad que siempre tuve curiosidad por su especie, aunque no era tanta como la que tenía ahora por ella... solo ella.
—Ya veo. Te arriesgaste, pudiste terminar en la mesa de Marcos, listo para abrirte la panza, en serio... —dijo entre suaves risas, y no pude evitar reír también.
De pronto, se puso de pie y tomó mi mentón, produciéndome todo un sinfín de sensaciones al hacerme verla a los ojos, bonitos ojos. Su pulgar se paseó por mi labio inferior y más estremecimientos me recorrieron.
Entonces entendí que quería verme los dientes, así que abrí levemente la boca. Mientras observaba mis caninos, su pulgar volvió a recorrer mi labio con suavidad y otra vez fui víctima de la corriente.
Sacudió la cabeza y se alejó.
—Tus caninos superiores miden casi tres cuartos de pulgada desde la encía, los inferiores son casi normales, pero sí sobresalen un poquito. —Me miró con ¿ternura?—. Eres un joven y salvaje H.E. saludable.
Le sonreí ampliamente. Ella me correspondió y mi estómago molestó de forma rara. De hecho, no era la primera vez que lo hacía. ¿Acaso había contraído alguna enfermedad humana? ¿Un parásito?
Su tía se asomó para avisarnos que ya estaba servida la cena.
Fuimos a la sala-comedor, había dos platos juntos en la mesa. Nos sentamos. El pequeño, que se llamaba Martín, vino y se sentó frente a nosotros mirándonos con entusiasmo, al rato lo siguió su hermana, que también escuché que se llamaba Lucia.
—¡Niños, ustedes ya comieron! —les dijo su mamá.
—¡Mamá, quiero leche! —le contestó Martín.
Oh. ¡La leche! Eso me había gustado. Miré a Marien y ella enseguida entendió.
—Tía, ¿podría darme un poco también? Por favor.
—Claro.
Le volví a sonreír y eso hizo que el niño exclamara.
—¡Cool! ¡Colmillos reales!
—Martín —le reprochó su madre.
—¡Mamá! —le respondió él.
—Eres muy guapo —dijo Lucia de pronto, sin retirarme la mirada.
No me había detenido a pensar en eso, creí que era aterrador para ellos. Tampoco había sido muy consciente de mi aspecto, hasta que vi que los humanos estaban casi rodeados de espejos, al contrario de nosotros.
—No lo sé —respondí con sinceridad—, no sabría decir, jovencita.
—Hija, no acoses al joven —le riñó su mamá.
Miré de reojo a Marien y mantenía una leve sonrisa. ¿Pensaba eso de mí también? Algo en mi interior quería que sí, y no sabía por qué. En realidad, era consciente de querer muchas cosas.
La cena transcurrió amena. Los hijos de la señora eran bastante entretenidos, además.
Antes de darme cuenta, terminé la leche que me dieron y también la de Marien. Relamí mi labio superior y, a causa de eso, Lucia me comparó con un gato, a lo que el niño contradijo, diciendo que los H.E éramos como leones.
Ja, no lo había pensado así tampoco.
—¿Y cuál es su dieta normal? —la pregunta me tomó por sorpresa.
Los niños me miraban, esperando.
—Es sobre todo proteína. Desde la infancia, casi todo es carne.
—Genial —habló el niño—. ¿Carne cruda?
¿Qué? No pude evitar soltar una leve risa. Recordé las palabras de mi tutor cuando dijo que los humanos eran medio "sádicos", que hallaban divertidas o "geniales" cosas que no debían, pero, en fin.
—No, sí la cocinan, a veces de forma parcial y a veces por completo, no somos tan salvajes —aclaré.
—Yo sé que no —murmuró la niña esta vez—, a pesar de que Marien siempre decía que eran unos monstruos.
... Oh.
Sentí a Marien tensarse a mi lado y hasta pude escucharla ahogar alguna exclamación. Entonces, sí, pensaba eso de notros, pero esta vez la entendía. Sus padres no estaban con ella y era por causa de mi especie.
Un evolucionado hubiera vengado la muerte de sus padres, por honor, pero ella...
—Antes no lo conocía a él —balbuceó con vergüenza.
—No, tienes razón —quise calmarla—. No lo puedo negar, somos monstruos.
Ella me dirigió su inocente mirada aun con preocupación, pero negué, dando a entender que no había problema.
Después de terminar, Marien pudo usar el teléfono de su tía para avisarles a sus amigos que estaba a salvo y que no necesitaba ningún helicóptero o lo que fuera eso. Insistió, además, en que iríamos a la capital por nuestra cuenta.
Asumí que, después de todo, ella iba a querer dormir sola. En mi pueblo era así. Las damas, de hecho, casi nunca estaban a solas con un chico a menos que fuera su compañero eterno. Que era como nos organizábamos. En parejas.
Me dispuse a mover un poco el gran sofá para ver si me dormía ahí, y el niño se subió.
—Si eres fuerte, lo vas a mover igual —quería jugar.
Sonreí apenas y empujé el mueble, haciéndolo reír.
—Bueno, vamos a dormir —dijo Marien—, mañana partimos hacia la capital. Antonio... ¿Qué haces?
¿Qué? Ah. Sí, me había acostumbrado a ese nombre.
—Dormiré aquí.
—¿Qué? No, ve a la cama, lo necesitas.
—Pero...
—Anda, yo iré en un momento.
—¿Dormirán juntos? —quiso saber la niña.
—Son esposos —dijo su hermano en un tono extraño, a lo que la dulce y reservada Marien reclamó bajo.
Me intrigó esa palabra.
—Esposos. ¿Y eso cómo es?
Y Marien pareció avergonzarse más.
—¡Nada! —Me hizo avanzar en dirección al dormitorio—. No es nada. ¡Ve a dormir, yo voy en un rato!
Quedé mucho más intrigado, pero decidí no preguntar más... solo por el momento.
Al entrar a la habitación, la encontré oscura. Yo veía, pero recordé que los humanos no, así que prendí la luz para que Marien la encontrara así.
Uhm... Quizá debía dormir en el suelo. No quería incomodarla.
Mis ojos encontraron un cuadro en uno de los veladores y me acerqué. Era ella en la foto, mucho más chica, y asumí que la mujer que la abrazaba era su madre.
Vi lo afectivos que los humanos eran con solo una imagen. En verdad eran interesantes. O al menos ella.
Iba a tomar una ducha, pero escuché a Marien hablar con su tía en el salón.
—Vaya día, ¿eh? ¿Y cómo piensan viajar? —preguntó la mujer—. No les permitirían ir en uno de los buses blindados...
—Hallaremos la forma, no te preocupes, tengo contactos y un H.E. protegiéndome —Eso último lo dijo entre risas suaves.
Sonreí, sintiendo ese raro hormigueo en el estómago.
—Solo ten cuidado. Tu mamá me contó muchas cosas. Ellos en verdad son muy diferentes a nosotros, sé que él se ve humano, pero créeme... Piensan completamente diferente, a veces no hay forma de saber qué es lo que tienen en la cabeza. Son impredecibles como depredadores.
Bajé la vista. Ella no estaba equivocada. A veces no entendía a los humanos, y era recíproco.
—A veces siento que empiezo a entender a mamá, la curiosidad que le causaban. Solo quiero saber más sobre ellos, y sentirme cercana a ella...
Me sentí culpable de pronto por escuchar, así que me apresuré a la ducha.
Al terminar, me vestí con un pijama que empacó Marien, y salí. Marien entraba a la habitación con un semblante que me preocupó.
—¿Estás bien?
—Sí, descuida. —Mintió.
No. No me gustaba verla así. ¿Era porque se puso a recordar a su mamá? Seguramente.
—Estás triste —No sabía por qué quería negar lo obvio. Ella merecía afecto. Ya no tenía los abrazos de sus padres, pero podía darle el afecto que yo tenía. Me incliné, sin pensarlo dos veces, para juntar mi frente a la suya, y cerré los ojos, respirando de su suave aroma, logrando escuchar además sus latidos, su dulce aliento en mi piel, y la punta de su pequeña nariz con la mía. Esta era la máxima muestra de afecto y confianza entre evolucionados—. Vas a estar bien. Tú también puedes confiar en mí —aseguré.
Me aparté al sentir mi corazón perdiendo el control, pero me alivié al verla sonriente con sus mejillas rosadas.
—Es tu mamá, ¿verdad? —Señalé el cuadro y ella asintió.
De pronto reaccionó.
—Eh, voy a darme una ducha también.
—No hay problema. Voy a acomodarme por ahí...
—No. Por favor usa la cama.
—Pero no voy a dejar que duermas en el suelo.
Ella negó luego de reír entre dientes.
—Podemos compartirla.
Estaba pasmado.
—¿Estás segura de que podemos dormir... en la misma cama? —Dormir tan cerca de ella no se me hacía nada desagradable, pero... las reglas.
—Claro. En verdad, no hay problema. Anda, recuéstate, y salgo en un rato, ¿sí? Debes descansar.
Parpadeé un par de veces y terminé correspondiendo su sonrisa.
—Bueno, como usted diga, señorita.
Eso aumentó el color rojo en sus mejillas y pareció más feliz.
Bueno, sin duda, ella no podía ser mala como decía Altair que eran todos los humanos. Había conocido muchos humanos buenos.
***
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