Capítulo 46: Recuperar el tiempo

Sirio

Un leve movimiento me despertó, había llegado el amanecer. Marien estaba a mi lado, me observaba y tenía las mejillas levemente rosadas. Ella solía tenerlas así, pero había algo más, su nariz seguía roja. Palpé su frente y noté la extraña temperatura.

Se había enfermado.

—Oh no...

—Perdón —murmuró—. Quizá debí vestirme con algo.

Le di un beso en la frente y salí de prisa buscando mi pantalón, que estaba por caerse de la esquina de la cama, y me lo puse.

La miré para decirle que volvía enseguida y estaba más ruborizada. Me preocupó.

Fui con rapidez a mi habitación y tomé una antigua pijama de los cajones. Por lo que noté, mamá no estaba. Al volver con Marien, la vi envuelta con nuestra manta, así que me acerqué.

—Ven... —Tiré suavemente de su mano para ayudarla a sentarse.

La ayudé a ponerse la camiseta primero y sonrió. Me gustaba que estuviera feliz, la había hecho sufrir mucho, quería cuidarla, recuperar el tiempo. Incluso iba a darle un reconfortante baño si lo requería. La ayudé con el pantalón y finalmente la cubrí con una colcha gruesa.

—Te prepararé algo para que te sientas mejor —le avisé acariciando su cabello.

—No te incomodes por mí, creo que tengo una pastilla en mi mochila...

—Esas cosas no son buenas, te mejoran algo y te empeoran otra —insistí explicándole con cariño—, y tú nunca me incomodas. —Le di un beso y volví a salir.

Corrí a la cocina y puse a calentar agua para hacerle aquel remedio de yerbas que mi madre me había enseñado una vez, especial para los resfríos, y aunque casi nunca nos daba uno, era muy útil saber. Aparte de eso, todos estábamos casi obligados a aprender a prepararlos. Cuestiones de cultura general.

Volví y ella se reincorporó, sentándose contra el respaldo de la cama. Me senté a su lado, rodeándola con mi brazo y acomodándola contra mí.

Le di la taza.

—¿Qué es? —preguntó curiosa mientras trataba de olerlo.

Sonreí a labios cerrados. A ella le gustaba olfatear, y no solo a mí.

—Remedio natural —respondí acariciando su brazo—, es mejor que una pastilla. Tómalo de a poco, te hará bien. Solo tienes un resfriado, pero si te pones peor, ahí sí tendríamos que conseguir medicina humana —admití de mala gana.

Palpé la herida que tenía ya cicatrizada en su brazo, aunque la piel ahí estaba levemente más tibia. El remedio que le había dado tenía una planta desinflamante, así que esperaba que eso ayudara. Suspiré en silencio tratando de despejar el enojo que me causaba pensar en cómo la hirieron.

—Um... Es agridulce... —comentó ella luego de probar.

Se acurrucó más contra mí y eso me ha ayudó a calmarme.

—Sí.

Apoyé mi mejilla en su cabeza, deleitándome con su rico aroma, mientras ella continuó tomando de sorbo en sorbo.

—¿Y tu mamá?

—Salió.

—¿Nos habrá visto? —Sonó un poco avergonzada— Digo... Desde tu jardín, aquí durmiendo...

Sonreí al recordar que habíamos estado desnudos, aunque cubiertos por la manta, felizmente.

—No lo sé... por cuestiones de respeto, no ha de haber venido por aquí. Su habitación da al primer jardín, además.

Suspiró luego de dar otro sorbo.

—Bueno... me alivia. —Llevó una de sus manos hacia mi pecho—. Cómo añoraba tenerte.

Sonreí ampliamente y besé su coronilla. Yo también sufrí sin ella.

Continuó bebiendo la infusión mientras las yemas de sus dedos recorrían mi piel. Cuando terminó, tomé su mano y la llevé a mis labios.

—Debes dormir —susurré.

—Tú también.

La hice recostarse, la envolví con la colcha y la abracé, apretándola contra mi cuerpo. Cerró los ojos poco a poco, con esa leve y hermosa sonrisa grabada en su rostro. Todo estaría bien ahora, iba a cuidarla, no dejaría que me encontraran desprevenido, no otra vez. Iban a pagar.


***

Antares y Apus me observaban cada uno con enormes cuchillos.

—¿Ya viste que tu tan preciada humana estaba confabulada con nosotros? —se burló el primero.

—Te ha traicionado, qué deplorable. Imagino que la has de odiar mucho ahora.

—¡A ella no la metas! —advertí en medio de un gruñido—. ¡Lo que haya hecho, sea por el motivo que sea, no le guardo rencor! ¡Eso nunca!

—De aquí la llamamos para que te corte la piel, a ver si dejas de intentar hablarle.

Rieron y se acercaron mientras les gruñía con mucha rabia.


—Amor, estoy aquí. —Un fuerte abrazo me hizo abrir los ojos. Le correspondí enseguida y aspiré hondo su dulce aroma, mandando lejos esa pesadilla.

Caramba.

Nuevamente respiraba agitado mientras la realidad volvía poco a poco y Marien me reconfortaba. En esas alucinaciones horribles, hicieron que ella me lastimara. Al principio caí, creí que ella en verdad estaba ahí, que había sido parte del plan de Orión desde un principio, que me odiaba. Sin embargo, ni siquiera ahí dejé de decirle que la amaba, que yo no la odiaba. En esos momentos todo parecía real, pero ahora eran borrosos como los sueños luego de despertar.

Se separó un poco, suspirando, acarició mi cabello y besó mi frente. Ella era pura dulzura. Orión no la conocía. Iba a arrepentirse de usar su bella imagen para atormentarme.

—Perdón, te desperté...

Negó en silencio con su tierna sonrisa.

—Ya me había despertado, estaba observándote dormir. —Continuó acariciándome.

Sonreí ampliamente y me refugié en su cuello. Pude darme cuenta de que ya no tenía fiebre.

—¿Ya estás mejor?

—Sí, gracias... Aunque he transpirado bastante.

Eso me hizo dar un respingo.

—Traeré ropa, antes de que esa humedad vuelva a enfermarte —le dije mientras salía de la cama—. Ve sacándote esa ropa.

Nuevamente fui por otro pijama antiguo. Le quedaban grandes, pero era lo de menos. Por lo que vi, el virus o bacteria estaba muriendo, así que debía cambiarse.

Regresé a la habitación y la encontré bajo la colcha. Me miró de arriba abajo de forma muy curiosa, como expectante, eso me hizo sonreír.

—¿Sucede algo? —pregunté mientras me acercaba.

Una vez que llegué a su lado, me sorprendió envolviendo mi cuello y besándome. Pegó su cuerpo al mío y tiró, haciéndome caer sobre ella.

—Woah —reí apoyándome en el colchón—, no quiero lastimar tu brazo.

Ella negó, traviesa, y me besó. Nuevamente estaba desnuda, al menos me hizo caso, y me alegraba que se sintiera tan bien, pero quería asegurarme de que descansara y se recuperara por completo.

Un teléfono sonó desde su mochila, y esta vez fui yo el que la dejó en la cama para ir por él. Tomé la mochila y me senté al lado de mi dama mientras ella sacaba el teléfono, completamente extrañada, y es que no era el suyo, era uno diferente. La rodeé en brazos mientras ella se dispuso a responder.

—Hola. Creí que las señales no llegaban bien aquí...

—Sí, bueno —era Max—, dile hola a la tecnología de la armada. ¿Y cómo va todo?

Sin poder resistirme, recorrí su cuello con la punta de mi nariz y uno que otro suave beso.

—Excelente —dijo ella tratando de contener la sonrisa.

—Ya veo...

Ronroneé mientras repartía besos por su hombro y ella se aclaró la garganta, reaccionando.

—Tengo algo que avisarte —continuó él—, me pasaron el dato de que saben dónde puede estar el gobernador. Estoy pensando en ir en su búsqueda. Aún podemos convencerlo de que, de una vez por todas, permita la vida en paz con los H.E.

—Bueno, ve.

—Ya, pero necesito a Sirio, es parte de mi equipo, no me lo puedes negar.

—Olvídalo, eso sólo si él quiere.

—¿Querer qué? —pregunté, haciéndome el desentendido, solo para dejar en claro que estaba justo al lado de ella.

—Bueno, dile o volveré a llamar —insistió—, además le ayudaremos a deshacernos de ese tal Orión.

Um, eso podía serme útil.

Le di un ligero mordisco en la oreja a mi chica, se estremeció y se apresuró a colgar. Dejaría de lado eso, había tiempo para ver qué haría con lo de Orión y el gobierno, por ahora quería estar con mi hermosa esposa y olvidarme de todos.

Dejó el teléfono y se me abalanzó. Nos besamos lento, con fuerza, suavidad, entrega y pasión. Me deleité acariciando su fina espalda y bajé a sus muslos, que ahora estaban a cada lado de mí. Empecé a encenderme, la disfruté cada segundo que pasaba. Me embriagué con su aroma, con su cuerpo sobre el mío, piel con piel.

—Hazme tuya —pidió en un travieso susurro.

Sonreí dispuesto a complacer sus deseos.

Era tan suyo, y ella era tan mía. Sus labios y sus manos me reclamaban de forma posesiva y me encantaba. Me miró tras un jadeo y la expectativa aumentó. La expectativa de hacer el amor, de lo intenso, carnal y místico que se sentía.

Compartimos sonrisas cómplices, no temía demostrarme lo mucho que deseaba estar conmigo. Pensar que antes nada de esto se me habría ocurrido, aunque sí sentía que mi cuerpo lo pedía a gritos. Ahora que no tenía nada que temer, que tenía confianza en mis reacciones, que no iba a perder el control y lastimarla, me di la libertad de darme rienda suelta y recorrerla despacio... Tortuosamente despacio.

—Sirio —jadeó.

Su voz llena de placer incontrolable me prendió mil veces más. La miré, sus mejillas estaban más ruborizadas. Adorable.

—Me encanta cuando dices mi nombre de esa forma...

Mordió su bonito labio inferior. Me deslicé a su boca mientras nuestras miradas quemaban, y la besé.

—No sabes cuánto te amo —exhaló contra mis labios—, y cuánto te deseo.

—¿Me deseas? —pregunté arqueando una ceja y sonriendo.

—De todas las formas bellas, mi amoroso, ardiente y guapo esposo.

—¿Te parezco guapo? —Yo nunca me detuve a pensar en cómo era, pero si a ella le atraía, era más que suficiente para mí, porque ella me traía loco.

Acaricié sus formas y jadeó una vez más, su sonrisa de satisfacción, sus ojos brillando, llena de felicidad, era indescriptible. De un leve empujón, me hizo girar y quedar debajo de ella. Su piel ardía, pegada a mí por completo, pero no por fiebre.

Me brindó un tierno y corto beso en mis labios y se acercó a mi oído.

—Claro, lo pensé desde que te vi. —Reí levemente mientras mi ego se regocijaba por su confesión—. Quisiera... intentar algo...

—Haz lo que te plazca —la tenté.

Sonrió traviesa, hermosa, y volvió a besarme, con algo de fuerza esta vez. Bajó lento, mordiendo mi mentón. Jadeé suave, ya que las sensaciones seguían siendo muy intensas. Había sentido dolor por mucho tiempo, y ahora el sentir sus curvas, su calor, sus besos, era una explosión de deleite.

Sus deliciosos labios siguieron bajando, sus finas manos apretaron mis formas. Jadeé al sentir su lengua por mi vientre bajo. Sus besos no se detuvieron en su camino hacia abajo y me quedé sin aliento. Quise levantar el torso para ver, pero ella me empujó, regresándome al colchón.

¡Oh, por todos los árboles de la tierra...!


***

La sentí respirar hondo, acarició mi cabello. Rocé mi nariz por su mejilla, ronroneando, y finalicé el recorrido con un beso.

—Te amo.

—Te amo —contesté sonriente.

Giramos y volvió a besarme. ¿Ya había dicho que me encantaba retozar en la cama con ella? Sí me encantaba. Su mano se paseaba por mi piel. Rememoré ese mágico momento en el que me acoplaba a ella, toda esa muy intensa sensación.

—Eres tan... caliente —murmuré.

Sonrió.

—No, tú lo eres.

¿Eh?

—Me refiero a... por dentro. —Reaccioné—. Okey, tienes que explicarme a qué te refieres tú cuando me dices caliente o sexy.

Rio y asintió. Al menos sabía que no le molestaban mis preguntas o comentarios raros. Se dejó caer a mi costado y la rodeé con los brazos, negándome a despegarme de ella.

—Eres mi elixir de vida —susurró.

Yo también había vuelto a la vida con ella. Revivimos juntos. Éramos besos y caricias interminables, disfrutando del silencio y de nosotros.

—Mi Marien, me haces olvidar todo...

—Tú también.

Mi estómago también empezó a revivir, y de lo que ayer comí sólo para recuperar fuerzas, ahora ya osaba volver a exigir alimento.

—¿Quieres comer algo? —Asintió y le di un dulce beso, es que nunca serían suficientes—. Vamos...

Finalmente se puso la ropa que le había llevado antes de que realizara su adorable ataque. La observé embobado y sonrió de forma traviesa al darse cuenta. Me acerqué para abrazarla fuerte, respirando hondo por sus cabellos, y tomé su mano para salir.

Ya en la cocina, ambos tomamos agua. Estaba sediento en verdad, y pensé que tal vez era por repartir mis intensos besos por su piel. La escuché reír por lo bajo y arqueé una ceja a modo de pregunta.

Negó en silencio.

—No es nada —dijo—. Estoy feliz... demasiado.

—Yo también.

Calentamos carne y algo de lentejas y nos sentamos juntos a comer, hombro con hombro. Le di un fugaz vistazo. Mi hermosa se había vuelto tan parte de mi vida, que ya no contemplaba el estar solo.

—Así que... ¿Max quiere ir por el gobernador? —Mi pregunta la sorprendió.

—Eh... Claro, debí suponer que podías oírlo hablar —me miró sonriente—, creí que no estabas prestando atención.

—Bueno —miré sus bonitos e inocentes ojos—, no solo presto constante atención a mi alrededor, mi olfato, mi tacto y mi vista están en ti. Mi oído está concentrado en lo que dices, y por consecuencia, en lo que te dicen también.

—Vaya —rio apenas—, me haces sentir halagada.

—Me fascinas.

Sus mejillas se tornaron levemente rojas y fijó la vista en su plato de comida, aclarándose la garganta.

—Come antes de que termine haciéndote algo aquí en tu comedor —advirtió.

Me prendió y me vinieron los recuerdos de lo que había pasado. ¿Cómo no pensar en lo que hizo luego de besarme el pecho? ¿Y esa tímida y traviesa sonrisa que puso luego? ¿Cómo explicar lo que sentí cuando sus ricos besos llegaron más... abajo?

Las miradas, el sabor de su cuerpo, cómo ella me hacía saber que disfrutaba. Las palabras, las sonrisas cómplices, sus jadeos. Sus piernas a mi alrededor, sus formas rozando mi pecho, mis manos apretando sus curvas...

El calor subió a mis mejillas con rapidez. Nuestros ojos volvieron a encontrarse y la pasión quemaba. Arqueé una ceja con evidente interés.

—No me incomodaría —ronroneé—, me encantó todo lo que hicimos hace un rato.

Sonrió.

—Eres insaciable. —Mordió mi labio inferior—. Vas a dejarme seca.

Solté una corta risa. ¿Qué? Ella era la que se había llevado todo de mí.

Entonces escuché un andar familiar viniendo a la casa.

—Te salvas de que no te ataque ahora porque mi mamá está por llegar.

Eso la hizo alejarse apenas, la tensó y avergonzó un poco, pero no tenía que hacerlo, este era su hogar también ahora. Al menos temporalmente.

Mi madre abrió la puerta.

—¿Qué tal? —saludó con una leve sonrisa.

—Buenas noches.

—Ahí hay algo de carne —le avisé—. ¿Gusta que le sirva un poco?

—Sí, gracias.

Antes de ir a servirle, noté que mi Marien seguía avergonzada, así que acaricié su mejilla y le sonreí con ternura. Me devolvió el gesto y su preocupación se difuminó.


Mi madre se sentó frente a nosotros para cenar.

—¿Volverán a esa ciudad?

—Sí, hay cosas pendientes por hacer —respondí.

Ella miró su tenedor de madera y volvió a verme.

—Orión me hizo creer que te había matado —dejó a un lado el cubierto y apreté los labios, sintiendo que el estómago se me cerraba. Ella también había sufrido de manera injusta—. Cuando me lo dijo, yo... Lo ataqué, le arañé la cara.

—Madre. —Me había sorprendido, aunque luego recordé que era una cazadora... y mi mamá.

—Nadie se lo esperaba, pero es que no iba a quedarme sin hacer nada. Tuvieron que separarme de él, y tu padre aceptó tomar el castigo en mi lugar. Es por eso que no ha estado aquí, pero descuida, fui a visitarlo, y ya lo van a soltar. —Suspiró con frustración—. ¿Por qué te dejaste capturar tan fácil?

—Lo siento —bajé la vista con vergüenza repentina, sin embargo, la miré de nuevo para explicar—. Si no me entregaba iba a asesinar a personas inocentes por mí. Atacó a mi padre, les ha hecho sufrir haciéndoles creer que me había matado, no le ha importado lo que dicen los líderes. Así que ahora acabaré yo con él —aseguré con frialdad.

—Pero mira lo que te hizo.

—Esto no me lo hizo él solo, fue un cobarde. Además, al hacerme esto también la lastimó a ella —vi a mi Marien de forma fugaz—, y eso no lo perdono. Voy a tener ayuda, así que no te preocupes.

Ella dio un respiro hondo y asintió levemente.

—Si es verdad lo que dices, de que tendrás ayuda, entonces estaré tranquila.

Tomó el tenedor y continúa con su cena. Di un suspiro también e hice lo mismo. Me di cuenta de que Marien estaba pensativa, así que le sonreí de forma dulce.

—¿Estás bien?

Pude notar cómo su rostro volvió a iluminarse y sonrió también, asintiendo y tomando su cubierto.

—Está muy rico —murmuró antes de llevarse un bocado.

Parecía tensa. Quizá por lo que había dicho mamá, pero todo iba a estar bien. No iba a permitir que esto pasara de nuevo, no iba a dejar que las mujeres más importantes de mi vida sufrieran así. No de nuevo. Ellas merecían vivir tranquilas.


Al regresar a la habitación, cerré las cortinas, ya que eso también pareció afectar a Marien más temprano, temerosa de que nos hubieran visto. Sabía que no, pero quería reconfortarla. Era un poco vergonzosa, pero estaba bien, yo también lo era, así me habían criado.

Sin embargo, con ella, a solas, era muy distinto...

—Para que no sientas vergüenza —expliqué.

—Gracias —dijo sonriente mientras me le acercaba.

—Aunque debes saber que no tienes por qué preocuparte. Esta habitación es nueva, es para nosotros, mientras construimos nuestra propia casa, es por eso que está en otro sector. —La rodeé por la cintura para estar tan cerca como me gustaba.

—Oh, ya veo. —Bajó la vista—. Ern, ¿no crees que quizá tu madre se enfadó al olernos?

... Eh...

Quedé quieto un segundo.

—¿Por qué dices eso? No estaba enfadada, estaba preocupada.

—Bueno, yo no puedo olerlo, pero, estoy segura de que olemos a... —Sus ojos se dirigieron hacia un costado mientras sus mejillas se tornaban levemente rosadas.

Seguía sin entender, pero tal vez era algo que tenía que ver con su aroma de humana.

—Nuestro mundo está lleno de aromas de toda clase —traté de calmarla—. Despreocúpate. Además, hueles delicioso. —Aproveché y la apreté con cuidado contra mí para besar su coronilla.

—Ya, pero —insistió—, ella conoce este olor en particular. —Alzó la vista y sabía que sus ojos intentaban decirme algo.

—¿A qué te refieres?

Suspiró lanzando el rostro levemente hacia atrás y sonrió, apartándose apenas y levantando las manos. Negó y sus finas palmas se posaron en mi pecho.

—¿Sabes? —Sus traviesas manos se colaron debajo de mi camiseta y sonreí—. Lo que hacemos... sé que hacemos el amor y hay muchas formas de hacerlo, como dijiste aquella vez en nuestra cita. —Me estaba explicando, y el solo pensarlo y recordarlo me hizo sentir ese calor, así que me quité la prenda y su rostro se iluminó, sus ojos me recorrieron deseosos. La volví a abrazar y di suaves besos por su cuello—. Lo que hacemos se llama sexo —susurró—. O... relaciones sexuales.

Jadeó tras otro de mis besos. Me fascinaba.

La alcé en brazos para llevarla a la cama. La senté en el colchón y me arrodillé apoyando las manos a cada lado suyo sobre la cama, para poder inclinarme hacia ella y olfatearla. Su aroma me enloquecía, aunque ahora tenía algo más...

—Mi aroma está impregnado en ti —ronroneé con el ego a tope, ya que era como mi marca. Le indicaba a todo el que la olfateara, que había estado con ella, que había estado muy, muy íntimo con ella—. Creo que ya sé a qué te referías. —Rio en silencio—. Así que... sexo, ¿eh?... —La besé y logré murmurar algo más contra sus hermosos labios—. Suena como sexy... —Fruncí el ceño y abrí los ojos por completo, reaccionando—. Oh...

Mi dama rio de nuevo y asintió.

—Sexy significa algo así como que eres atractivo y quisiera tener sexo contigo, o podría, o bueno, algo así.

Apreté los labios, recordando.

—Entonces solo es bueno si eres tú la que me lo dice.

—¿Alguien más te lo ha dicho? —Su tono de voz bajó apenas.

Ay...

—Sí... bueno. He escuchado cómo otras mujeres se han referido a mí de esa forma. A lo lejos, ya sabes, porque puedo oír bien. Y Tania. También en otros ámbitos, Max, dijo que si aceptaba el auto que iban a darme, tú ibas a pensar que era sexy.

Rio, aliviándome, ya que pensé que le daría celos y eso la haría sentir triste. Le correspondí con una sonrisa.

—No puedo culparlas.

—Soy todo tuyo —le aseguré, aun así.

Quizá era mi idea, esa idea con la que me habían criado, de que tu compañera podía llegar a ser muy celosa, pero tal vez no siempre era así. Ella sabía bien que no tenía nada que temer, era suyo eternamente. Mi hermosa, hermosa dama.

Me acerqué a sus labios colando mis manos con cuidado debajo de su pijama, acariciando esa suave piel de su abdomen. Le di un fugaz beso y me aparté para levantar la prenda, cosa que ella facilitó, levantando los brazos, dispuesta a que la desnudara.

Mi sonrisa se amplió ante la hermosa vista. Solté, casi sin pensarlo, un muy leve gruñido que sonó más como un fuerte ronroneo, y me devoré sus labios. Rio entre mis besos y me correspondió con ansias.

Había cambiado, sin embargo, seguía siendo el mismo. Era algo un tanto extraño, pero estaba perfecto, sobre todo porque había cambiado junto con ella. Nos amoldamos el uno para el otro. Estaba conectado a ella con cada fibra de mi ser.

Ronroneé satisfecho mientras me la comía a besos. Gemía suave y me fascinaba, quería besarla mucho esta noche, por todas las noches que me perdí de hacerlo, antes de volver a la ciudad, a la realidad.


***

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