Capítulo 44: Los milagros existen

A esos hombres yo nunca los había visto pero seguro también eran de Orión. Ursa y los gemelos volvieron a pelear. Corrí hacia la camioneta detrás de Max para traer algún arma. Uno de los H.E. lanzó a uno de los chicos de un solo golpe y salió tras de mí, atrapándome enseguida y haciéndome soltar un grito del susto, mi vida podría acabar así de pronto. Pero algo golpeó contra nosotros y caí al suelo, uno de los hermanos nos había embestido y estaba mordiendo al H.E. en el suelo.

Continué corriendo, Max ya había logrado llegar a la camioneta y sacó el arma del cable de acero, apuntó directo hacia mí. Quise retirarme, pero algo me embistió con fuerza.

Cuando me di cuenta estaba gritando tan fuerte que ni yo me reconocía, el evolucionado me mordía el brazo y era el dolor más horrible que había sentido. Esos cuatro colmillos enterrados en mi carne ejerciendo una fuerte presión mientras gruñía de forma salvaje, manteniéndome contra el suelo y dejándome sin aire con su peso.

Max lo golpeaba con el arma para que me soltara, pero el evolucionado apretaba más la mordida haciéndome gritar y patalear más, podía jurar que esos colmillos rozaban mi hueso.

Uno de los gemelos cayó encima aplastándome más por unos segundos, mordió al H.E. en la yugular y este me soltó para girarse y golpear a su atacante.

Apreté mi brazo con lágrimas en los ojos, el dolor era intenso y la herida sangraba mucho. No pude contener el llanto. Max me ayudó a ponerme de pie mientras el evolucionado y el gemelo peleaban salvajemente. El H.E. le alcanzó a morder en un costado haciéndolo gritar mientras tiraba con fuerza arrancándole carne.

—¡NO! ¡DÉJALO! —grité.

Me tambaleé, sintiendo que me desmayaría, pero sacudí la cabeza.

Ahora más que nunca podía imaginar el dolor que se sentía. Siempre se me habían revuelto las tripas de la desesperación cuando Sirio sufría algún ataque así. Tomé un arma y le apunté, pero Max me sostuvo los brazos.

—No lograrás darle, déjamelo a mí. Toma —me dio el arma del cable eléctrico—, ve con los otros, ¡ya! —ordenó.

Corrí lo más rápido que pude apretando mi brazo, Ursa y el gemelo atacaban sin piedad también al otro evolucionado mientras Sinfonía observaba casi atónita. Por Dios, que esta chica no hacía nada.

—¡Ursa, sepárenlo de ustedes! —dije mientras me alistaba con el arma.

Ambos empezaron a intentar separarlo a golpes, pero ese hombre era grande y fuerte. Logró morder a Ursa en el antebrazo y fue embestido por el gemelo quien le mordió el hombro. El H.E. lo golpeó lanzándolo un metro de distancia, este se agazapó enseguida y se volvió a lanzar al ataque. Así no funcionaría.

—Sinfonía, ayuda por favor —le pedí entrando en la desesperación. Me miró asustada. Ambas nos estremecimos con el grito del gemelo que había protegido a Ursa de otra mordida—. Haz lo que te enseñó Sirio, te enseñó a pelear, ¿verdad?!

Asintió. Escuchamos un gruñido desde atrás y pronto el otro gemelo había llegado a ayudar también, aunque estaba sangrando bastante. A los pocos segundos Max apareció a mi costado con otra arma. Para mi sorpresa Sinfonía se lanzó al ataque también.

Coincidieron de tal forma que todos terminaron empujándolo y golpeándolo al mismo tiempo y el hombre cayó a un par de metros. Se dispuso a ponerse de pie con la agilidad de un felino, pero disparé. Nuevamente el arma me hizo retroceder un par de pasos, qué inútil que estaba siendo.

Para mi suerte el cable se le enredó por el cuello electrocutándolo enseguida y haciéndolo caer antes de que lograra volver a acercarse mucho a los otros. Los chicos respiraban agitados, y el dolor punzante me hizo apretar mi brazo otra vez, no me había fijado que seguía sangrando.

—Vamos, tenemos que parar esa sangre —sugirió Max.

Corrió hacia la camioneta a sacar el botiquín.

—No hay tiempo que perder —dijo Ursa a los hermanos.

Ellos asintieron. No entendí a qué se referían.

Max empezó a envolver mi brazo mientras los chicos se adentraban a la edificación. Quizá el gobernador estaba ahí, acababa de recordar que también se lo habían llevado ese día. Apenas Max terminó me dispuse a seguirlos, en ese momento uno de los gemelos salía, al parecer buscándonos.

—¡Vamos! —dijo con apuro.

Entramos rápidamente, siguiéndolo por unos oscuros pasillos. Un grito me hizo estremecer, al parecer tenían prisioneros ahí, pobre gobernador. El grito volvió a hacerse presente y el gemelo corrió haciéndonos señas de que lo siguiéramos.

Llegó hasta una puerta abierta y cuando llegué a su lado me hizo entrar casi de un empujón.

Quedé helada.

Las lágrimas corrieron por mis mejillas y tuve que taparme la boca para detener mi sollozo. Sirio, era él, no podía ser verdad.

Vivo... no podía ser... ¿estaba soñando?

Ursa estaba intentando hablarle, pero él parecía estar inconsciente o dormido, de rodillas en el suelo y las muñecas atadas en alto a dos tubos de metal que estaban empotrados en el suelo y daban hasta el techo. Estaba desnudo de la cintura para arriba y tenía múltiples cortes en el pecho, golpes, heridas, sangre.

—Sirio —logré murmurar entre lágrimas con la voz quebrada.

Todos estos días viviendo un infierno creyendo que había muerto y aquí estaba frente a mí. Pero verlo así era otra nueva tortura, ¿qué le habían hecho?

Se estremeció y empezó a querer huir de algo, como si estuviese teniendo una horrible pesadilla.

—No... no, ¡NO! —gritó.

Soltó un fuerte grito y mi corazón casi se paralizó. Pude ver recién que una sustancia entraba a su cuerpo a través de una vía intravenosa inyectada en su brazo izquierdo. Seguí la vía con rapidez hasta su origen y me encontré con una extraña máquina que los gemelos y Max estaban intentando detener.

Sirio gritaba con mucho dolor desgarrándome por dentro. Quizá lo habían tenido así todos estos días, en una pesadilla constante, aunque su cuerpo marcado me indicaba que también lo habían lastimado.

—¡Por favor, deténganlo! —chillé mientras llevaba las manos a mi cabeza.

—¡Sirio, estás soñando, despierta! —le llamaba Ursa.

Sirio intentó ponerse de pie mientras respiraba agitado, pero al estar atado no podía, y al parecer su sueño se volvía cada vez peor, ya que cayó de rodillas y soltó otro fuerte grito tirando el rostro para atrás, estaba sufriendo demasiado y no podía aguantarlo.

—¡Lo cortaré! —avisó Ursa mientras se disponía a romper la vía.

—¡NO! —la detuvieron los hermanos—. ¡Eso podría matarlo!

No, no mi Sirio muerto otra vez, no podría resistirlo, moriría aquí mismo también si eso pasaba.

—Es una antigüedad que usábamos nosotros los humanos —dijo Max—. ¡No puedo creer que la hayan hecho funcionar! Tienen que haberla modificado o algo...

Max salió corriendo, y pude ver a Sinfonía llorando al lado del marco de la puerta. Sirio volvió a gritar y me tapé los oídos, angustiada, no podía hacer nada. ¿Cómo fue que no reconocí sus gritos cuando estuve entrando aquí? Quizá porque gritos así nunca se los había escuchado. ¿Qué rayos planeaba Orión?

Max entró y de un tirón de un cable hizo entrar a uno de los evolucionados que nos habían atacado. Le dio un empujón y una patada en las piernas haciéndolo caer de rodillas.

—Habla, ¡cómo se desactiva eso! —exigió saber—. Fueron desactivadas de forma permanente, ¡¿cómo la han hecho funcionar?!

El H.E. sonrió de forma siniestra y Max presionó un botón del arma, uno que no me había enseñado. El hombre soltó un grito y cayó al suelo, al parecer el cable pasaba descargas que no te dejaban inconsciente.

—¡Habla!

El H.E. gruñó y Max volvió a electrocutarlo, intentaba aguantarse los gritos, pero era casi inútil. Mientras tanto, Sirio seguía gritando detrás de mí, esto era de nunca acabar.

—Estaremos así todo el día si gustas —le advirtió Max.

El hombre empezó a reír por lo bajo. Ursa sacó una daga de su pantalón y se la clavó en la pierna sin vacilar ni un segundo, brinqué ante el fuerte grito que soltó.

—¡No les diré...! —Volvió a gritar a causa de otra puñalada de Ursa.

Ella retiró la daga dispuesta a volvérsela a clavar por tercera vez ante alguna respuesta negativa. El evolucionado la miró desafiante y sonrió de forma siniestra. Ursa le gruñó y le clavó la daga en el brazo, haciéndolo gritar de nuevo, pero para nuestra sorpresa, el grito se convirtió en una risa enfermiza.

—¡Calla! —le ordenó Ursa mientras le volvía a clavar la daga con furia en su otra pierna.

El H.E. seguía riendo de la misma forma después de haber vuelto a gritar. Sirio gritaba también y yo ya me estaba por retorcer en un ataque de nervios.

—¡Listo! —anunció uno de los gemelos.

Volteé a mirarlo con alivio.

—Bien, ¡qué inteligente! —felicitó Max y apretó el primer botón del arma.

La electricidad estremeció al H.E. y lo dejó inconsciente. Miré a Sirio, estaba respirando agitado con la cabeza caída, mirando hacia el suelo. Me di cuenta de que las lágrimas seguían recorriendo mi rostro y me las intenté limpiar.

—Sirio —susurré.

Decir su nombre y verlo ahí era casi una mentira para mí. Quizá esto era otro sueño, pero no... no que yo supiese. Quería lanzarme a él, abrazarlo con fuerza. Me acerqué dudando por si no fuera apropiado, quizá vernos le impactaría, ¿cómo saberlo?

—Ya terminó el efecto de la sustancia —avisó el gemelo.

Me acerqué con cuidado a Sirio y le retiré la vía de su brazo, sintiendo que el corazón me brincaba al tocar su piel, algo que creía que ya nunca iba a tener y aquí estaba. No pude evitar soltar más lágrimas. Aquí estaba. Respiré hondo.

Sirio reaccionó y gruñó de forma salvaje mostrándome los colmillos, asustándome.

—Sirio, somos nosotros... —le aclaró Ursa.

Pero él seguía gruñéndonos, mirándonos con furia y odio.

—Sirio... —dijo uno de los gemelos mientras se acercaba.

—¡Aléjate! —le gruñó.

Me espanté, quizá Orión le había hecho algo, quizá Sirio nos había olvidado... me había olvidado.

Empecé a llorar otra vez, mi mundo no se había terminado de reconstruir y ya se estaba volviendo a desarmar. Pero no, seguro eso también lo querría Orión. No era del todo malo, había rogado que me devolvieran a mi amado y aquí estaba, quizá no me recordaba, quizá nunca lo volvería a hacer, pero aquí estaba, podía vivir tranquila si sabía que él seguía existiendo en alguna parte de este mundo siguiendo con su vida. Todo era mejor que él muerto, todo.

—Sirio —susurré.

Dirigió sus ojos hacia mí. No sabía si porque me reconocía o reconocía el nombre, o porque solo quería saber quién había hablado. No me importó. Poder ver esos hermosos ojos otra vez era como un milagro, y aunque me estaban viendo con rencor me sentí plena de alguna forma.

—No te haremos daño —continué—, tranquilo...

Me gruñó, pero a los pocos segundos dejó de hacerlo para recuperar el aliento.

—Mientes —dejó colgar su cabeza y cerró los ojos—, no tardarán en intentar matarme...

—No, claro que no.

Volvió a gruñirme de forma salvaje y sabía que se me habría lanzado si no estuviera siendo detenido por los tubos donde estaba atado.

—¿Qué esperas? Ven y mátame que yo no pienso hacerlo —ordenó.

Al parecer las pesadillas que le producían consistían en eso, una larga tortura ocasionada por nosotros... por mí. Maldito Orión.

—Por favor, soy yo... No voy a matarte, no lo haría nunca —le traté de explicar, pero volvió a gruñirme intentando hacer que me alejara—. Mi amor. Mi amado... —insistí.

—Por qué... —murmuró apenas—. ¿Por qué me llamas así? —continuó volviendo a dirigir su mirada hacia mí.

—Sí... ¿Por qué le dices así? —preguntó Ursa evidentemente incómoda.

Dirigí la vista hacia todos, los gemelos y Sinfonía también me estaban mirando confundidos. Limpié mis lágrimas y respiré hondo.

—¿Pueden darnos algo de privacidad? —pregunté.

—¿Qué? —reclamó Ursa.

Max se apartó de la pared.

—Muévanse —ordenó—. Rápido, rápido, salgan —insistió mientras los sacaba de ahí.

Los gemelos jalaron a cada una de las chicas para sacarlas.

—Claro... De ahí vendrán de a uno y me atravesarán con algo... ¿verdad? —murmuró Sirio mirando al suelo—. Esto es nuevo, pero ya sé cómo terminará, qué ingeniosos.

Tensé los labios para contener mi dolor y me le acerqué, enseguida alzó la vista y me gruñó en advertencia, pero no retrocedí.

—Soy yo... mi amor... nunca te haría daño, te amo...

Había dejado de gruñir, pero aún estaba mirándome de la misma forma. Di un paso más, quedando a escasos centímetros de él y me arrodillé para quedar a su altura. Empezó a gruñirme de nuevo.

—No te haré daño —insistí, hablándole con suavidad y ternura—, déjame demostrarte.

Levanté lentamente mi mano derecha para hacerle saber que quería tocarlo, pero gruñó más fuerte e intentó retroceder.

—No... no... —gruñó.

—Tranquilo —susurré—, está bien...

Acuné su rostro en la palma de mi mano mientras sus intensos ojos clavaban su furia en los míos, su barba seguía igual como estaba cuando lo separaron de mí, esto no podía ser un sueño.

Mi corazón volvió a golpear mi pecho, me moría por lanzarme a él y abrazarlo, pero si lo hacía podría terminar mordiéndome. Las lágrimas volvieron a correr por mi rostro, los ojos ya me dolían de tanto llorar todos los días, pero esta vez sentía que era mi corazón expulsando el dolor que me había aquejado todo este tiempo, limpiándome.

Retiré la mano.

—¿Ves? —susurré de nuevo.

Mis labios se curvaron en una pequeña sonrisa mientras él seguía mirándome con el ceño fruncido.

—No llores —pidió.

Me sorprendí y mi sonrisa se ensanchó. Aunque, claro, no pude dejar de llorar.

—Perdón, no puedo evitarlo... —La voz se me quebró, pero continué hablando—. Estuve muchos días creyendo que habías muerto.

Sus cejas se soltaron apenas.

—Hasta ahora no habías mencionado eso antes de atacarme.

Negué con la cabeza.

—Ya terminó... te encontré, la máquina ha sido apagada... esto no es otra pesadilla. —Levanté mi mano y le enseñé mi anillo—. Soy yo...

Volví a dirigir mi mano a su rostro, y volvió a estremecerse, pero ya no me gruñó. Seguía mirándome con desconfianza, pero no me importaba; sí me recordaba. Acaricié suavemente su rostro.

—¿Recuerdas cuando te uniste a mí y nos dieron estos anillos? —pregunté casi en susurro.

No me desprendía la mirada. Levanté lentamente mi otra mano y volvió a tensarse, gruñéndome bajo, pero continué hasta que mi palma tocó su rostro.

—¿Recuerdas cuando tuvimos nuestra cita en la ciudad? —Mi mano derecha se deslizó hasta su cuello y con mi otra mano seguía acariciando su rostro—. Probaste el helado, nos casamos. Fuimos al cine, me besaste ahí... y en el hotel...

Sus cejas volvieron a soltarse.

—Sí... —respondió finalmente.

Sonreí. Mi mano izquierda se deslizó también hacia su cuello y me acerqué lentamente. Se tensó de nuevo, pero tampoco me detuve por eso hasta que logré abrazarlo. El calor de su cuerpo y su aroma me empezaron a envolver, no pude evitar sollozar contra su cuello, pero esta vez era de felicidad. Sentí que con su contacto estaba terminando de expulsar el dolor que había estado en mí. El mundo volvía a brillar, estaba volviendo a renacer.

Deslicé mis manos por su pecho sin despegarme de él y lo envolví por la cintura. Le di un suave beso entre su cuello y su hombro mientras mis lágrimas le mojaban la piel. Noté que también estaba herido en la espalda, enormes cortes la marcaban. Maldito Orión y sus hombres, cómo se habían atrevido a lastimar su cuerpo.

—Marien... —murmuró.

Seguí llorando, no podía detenerme.

—No sabes el infierno que he vivido creyendo que no volvería a abrazarte —sollocé.

Intentó liberarse de sus ataduras, pero no pudo.

—No llores... —pidió otra vez. Apreté más mis brazos a su alrededor y respiré hondo, el brazo me dolía de forma atroz, pero lo aguanté, asentí en silencio y apoyé mi rostro en su hombro llevando mis manos a sus omóplatos—. ¿Quién te hirió? —preguntó de forma fría.

Ya se había dado cuenta de mi herida. Reacomodé mi rostro nuevamente por su cuello, no quería despegarme de él.

—Uno de los que te tenían aquí... Pero no importa, ya están bajo control.

Gruñó por lo bajo, me separé sin soltarlo y quedé mirándolo a los ojos. Seguía con el ceño fruncido.

—Estás pálida y demacrada —murmuró sin cambiar de expresión.

Asentí.

—Ya te dije —susurré con debilidad a causa de mi llanto—, estuve viviendo un infierno.

Intentó liberarse nuevamente, miró hacia su puño derecho mientras hacía fuerza para soltarse y gruñó frustrado al no poder.

—Llamaré a los chicos para que te suelten. —Gruñó otra vez—. Tranquilo, todo estará bien, no te haremos daño, te lo juro.

Me acerqué lentamente a su rostro y se estremeció mirándome con desconfianza. Le di un suave beso en la mejilla y dejé mis labios pegados a su piel por algunos segundos, negándome a dejarlo. Ladeé el rostro y me dirigí a sus labios, cubriéndolos con los míos, gozando su textura, y no pude evitar soltar un jadeo de felicidad. Volví a rodearlo y enterré mi nariz por su cuello, suspirando.

—Enseguida vuelvo.

—No, si te vas no volverás —murmuró con angustia, sorprendiéndome.

—Hey —apreté más mi abrazo, quería calmar todos sus miedos—, volveré. No pienso dejarte aquí, te amo. —Me acerqué a su oído—. Te amo —le insistí susurrando—. Ya vengo...

Me puse de pie y me apresuré a buscar a los chicos, ya que la mirada de desconsuelo y desolación que había puesto Sirio al alejarme de él me había vuelto a romper el corazón. Era como si creyera todavía que era algún otro sueño.

Los vi cerca de la camioneta y ellos vinieron corriendo hacia mí incluso antes de que les llamara.

—¿Ya? —preguntaron los gemelos algo entusiasmados.

Ursa y Sinfonía me miraban con algo de rencor.

—Hay que liberarlo, pero... muévanse despacio —advertí.

Volvimos a entrar. Sirio enfocó su vista en mí apenas me asomé por la puerta y volví a él.

—Todo estará bien —le susurré.

Los gemelos se dispusieron a cortar con cuchillos las sogas que lo tenían atado, Sirio los miraba fijamente por turnos, sospechando aún. Aunque parecía que más se fijaba en los cuchillos que en ellos. Toqué su rostro y clavó sus ojos en mí.

—Está bien —susurré otra vez.

Las sogas se soltaron e hizo una expresión de dolor al poder poner sus brazos en posición normal.

—Aléjate un poco, mejor —me sugirió el de la derecha.

Sirio le gruñó dando a entender que no estaba de acuerdo, así que acaricié su rostro.

—Tranquilo, no me iré —susurré tan bajo como pude.

—Vamos, Sirio —le animó el otro.

Me puse de pie. Sirio nos miró y se puso de pie con algo de dificultad.

—Bien —dijo Max—, vamos, es posible que vengan más evolucionados, no quiero parar hasta llegar a la ciudad esa donde viven ellos.

Salimos de ese lugar. Sirio echó un último vistazo a esa habitación oscura, al parecer aún no lo creía, tomé su mano llamando su atención enseguida e incitándolo a seguirme.

Frunció más el ceño y se cubrió los ojos parcialmente al sentir el impacto de la luz del día. Seguimos caminando en dirección a la camioneta, él miraba los alrededores aún con sospecha e incredulidad, sobre todo a la camioneta.

—¿La recuerdas? Es de las de Max, del campo de entrenamiento.

Seguía mirándola con cautela. Me di cuenta de que ahora sí no entrabamos todos y Max no tardó en decirlo.

—No caben todos, ¿alguien quiere ir en la parte de atrás?

—Yo lo haré —respondió Sirio enseguida, me miró—, ven conmigo...

Su mirada seria seguía desarmándome, no podía decirle que no, y no pensaba hacerlo tampoco. Asentí enseguida. Sentirlo caminar a mi lado era trascendental, todo volvía a cobrar sentido, el mundo se había reconstruido y reivindicado, al fin volvía a girar.

Subió casi de un salto a la tolva y me extendió la mano para ayudarme. Me senté apoyando la espalda contra el borde del costado y él se sentó frente a mí, mirándome fijamente. Partimos.

Lo veía ahí frente a mí y aún no asimilaba toda la felicidad que sentía. ¿En qué momento alguien creyó que yo merecía ser tan feliz? Asumí enseguida que él no se sentía del todo seguro como para entrar a la cabina de la camioneta y que quizá tampoco confiaba mucho en el resto a pesar de que, si esto fuera otro sueño, yo también formaría parte de él.

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