Capítulo 43: Fin del viaje

Todo era gruñidos, golpes, mordidas y gritos. Me temblaba la mano con el arma mientras veía absorta la escena. Los gemelos y Ursa eran tan veloces como Sirio lo había sido y estaban dándoles buena pelea a esos dos hermanos del mal. Sentí rabia e impotencia por no poder lanzarme también contra ellos, cómo deseaba poder golpear muy fuerte a esos dos.

Los dos gemelos atraparon a Antares, mordiéndolo uno en el brazo y otro por el cuello, pero Apus arrebató a uno de un golpe teniendo a Ursa casi encima mordiéndole el hombro. Ursa tiró con fuerza y le arrancó la carne mientras que Antares agarraba al otro gemelo y también lograba arrancarle la carne del brazo para luego ser golpeado por el otro.

Reaccioné al ver sangre en la tierra.

—Debemos hacer algo —pedí con urgencia.

Max estaba intentando apuntar con el arma, pero los evolucionados se movían y cambiaban de posición muy rápido en su pelea salvaje. Un grito me hizo estremecer: Ursa.

Volteé a ver. Ella apretaba su abdomen mientras los gemelos mordían sin piedad a Antares, que era el que seguro la había herido así.

Me horroricé al ver que Apus se lanzó a Ursa y la agarró del cuello para empezar a golpearla contra la tierra. Apunté y disparé casi sin pensar, soltando un corto grito cuando el arma me hizo retroceder un paso; no me había acordado de mantenerla firme.

Pero para mi suerte la bala le había dado en el hombro a Apus y había caído a un costado, gritando. Ursa se puso de pie, pero fue embestida por Antares. ¡Rayos! Los gemelos se lanzaron a morderlo mientras Apus hacía lo mismo con ellos.

Max corrió a la camioneta a buscar alguna cosa más efectiva quizá. Ursa corrió y se metió a un fuerte cercano. Apus se liberó de la mordida de uno de los gemelos en su antebrazo con un golpe y una patada que lo estrelló contra el suelo mientras salía corriendo tras Ursa. Max apareció a mi costado y disparó.

Me sorprendí y sonreí fugazmente al ver que le había disparado un cable de acero que se le había enredado en la pierna y lo había inmovilizado con un shock eléctrico. Los dos gemelos actuaron en equipo y golpearon a Antares, pero este seguía dando pelea.

Noté movimiento desde el fuerte y vi a Ursa salir con Sinfonía, ella estaba encadenada e inconsciente. La dejó en el suelo y corrió casi cojeando a terminar de ayudar a los gemelos mientras yo corrí con Max a atar bien a Apus antes de que despertara.

Lo envolvimos bien con el cable. Max empezó a hablar mientras terminaba de atar.

—Si aprieto un interruptor en el arma, el cable volverá a pasar otra descarga. ¿Ves? —Señaló la punta del cable que había ayudado con su peso a enredarse en la pierna del hombre—. Ahí está la batería.

—Debiste enseñarme a usar esta —reclamé.

Se encogió de hombros y volteó a ver a los otros. Hice lo mismo. Uno de los gemelos tenía a Antares de la yugular mientras los otros dos lo tenían inmovilizado, cayó inconsciente al fin.

—Átenle la herida —sugerí mientras me acercaba.

—¿Por qué? —preguntó Ursa.

—¿No quieren hacerle preguntas? Yo quiero saber dónde está...

—No te lo dirán así amenaces con matarlos —me interrumpió Ursa.

Suspiré. Sí, quizá tenía razón, eran H.E. después de todo, preferirían morir.

—Ya déjalo ahí, que se muera —dijo Max.

—Sí —respondieron los tres.

Tensé los labios.

—No —interpuse, casi susurrando. Los cuatro me miraron confundidos—. Sirio no mató a nadie y no lo harán ustedes —dije mirando a los gemelos—. Él no querría esto.

Max sonrió de forma incrédula, pero al ver mi expresión seria dejó de hacerlo. Ursa rodó los ojos mientras los gemelos corrían a parar la hemorragia de Antares.

Al final los dos evolucionados terminaron atados con el cable eléctrico, espalda con espalda. Ursa y los gemelos se vendaron las heridas.

Desatamos a Sinfonía y Ursa le dio varias sacudidas fuertes para que despertara. Vaya forma. Ella abrió los ojos y se asustó al vernos.

—Oh, podrías dejar de ser tan cobarde —renegó Ursa.

Sinfonía flexionó sus piernas y abrazó sus rodillas.

—Sirio... —susurró y enterró el rostro en las rodillas.

—Sí, lo sabemos y es tu culpa —la atacó Ursa.

Suspiré, otra vez con eso. Sinfonía alzó la vista con lágrimas y frunció el ceño.

—¡Cállate, no es mi culpa! ¡Cómo iba a saber que me seguirían! —respondió casi histérica.

Ursa le lanzó un gruñido mostrándole los colmillos. Pude ver de reojo que Max estaba interesado en ver una pelea entre ellas.

—¡Cómo no ibas a saberlo!

Esta vez Sinfonía también le gruñó, sorprendiéndome. Parecía inofensiva como una gatita, pero estaba segura de que no lo era.

—Se nota que no lo apreciabas, ¡no te preocupaste en ver qué planeaba Orión y avisarle!

—¡Lo apreciaba más de lo que tú crees! ¡Y lo que hiciste no le ayudó por si no te has dado cuenta!

—Chicas, ya —pidió uno de los chicos.

—Él era más importante para mí, aunque no lo creas —dijo Sinfonía con la voz quebrada.

—Ver quién lo apreciaba más no lo traerá de vuelta, ya cállense —les regañé a las dos con inmenso dolor.

Ahora no sabía quién de las tres lo amaba más, ya que ellas eran capaces de ocultar sus sentimientos, pero eso ya no tenía importancia. ¿De qué me había servido mi amor? No lo salvé.

La noche ya había caído. Apus y Antares despertaron y estaban observándonos muy enfadados.

—¿Por qué no nos mataron? —preguntó uno.

Sentí repulsión por esa estúpida pregunta.

—Cállense —les ordené entre dientes, tomando el arma de Max y presionando el botón. La electricidad los volvió a dejar inconscientes. Max me miró con susto un par de segundos—. ¿Al menos sabes a dónde lo llevaron? —le pregunté a Sinfonía.

Ella frunció el ceño, buscando en su mente. Sacudió la cabeza.

—Creo que para el norte... no sé bien. —Se agarró la cabeza ante algún recuerdo y apretó sus dedos en su cabello—. Me dejaron aquí atada.

El celular de Max sonó de pronto haciéndome brincar del susto. Contestó y arqueó las cejas.

—Sí... interesante... —murmuró—. Gracias, es justo lo que necesitábamos.

Colgó y me miró con una media sonrisa.

—¿Y bien? —quise saber.

—Ácrux volvió a la ciudad —me sorprendí—, dice que logró averiguar que se llevaron a Sirio a un tal fuerte llamado... ¿Marte...?

—Sí, ellos usan esos nombres...

—Dijo que suponía que querrías ir... a ver...

Respiré hondo.

—Sí, supuso bien —dije susurrando a causa del dolor.

—Efectivamente, eso está a un día desde aquí —dijo uno de los gemelos—, si corremos.

—Iremos en la camioneta —les recordó Max—. Más bien, vámonos lejos para dormir, aunque sea un poco, y seguir.

Se puso de pie y lo seguimos.

Me torturaba la idea de que no lo habían seguido para ayudarle, me torturaba la idea que, por casi dos días, él había estado vivo, y yo perdiendo el tiempo en el hospital.

¡Maldita sea! Empezaba a odiar mi debilidad, empezaba a odiarme.

—Yo iré a mi ciudad —avisó Sinfonía.

—Estás loca, no te dejaremos para que te sigan —le regañó Ursa. Sinfonía frunció el ceño—. Estoy casi segura de que te metías en líos a propósito para que Sirio acudiera a ayudarte —agregó.

—No empiecen otra pelea, niñas —pidió Max.

Ambas le gruñeron y no pude evitar sonreír.

Subimos a la camioneta y partimos. Los gemelos iban entre Sinfonía y yo. Ella estaba casi acurrucada al lado de la ventana, tratando de tener el mínimo contacto con el que estaba a su lado. Quizá se sentía... ¿igual que yo?

Al cabo de casi una hora, Max se detuvo cerca de un río y dijo que dormiríamos. Sinfonía corrió hacia el río y se perdió por la vegetación. Mientras nosotros nos situábamos alrededor de una pequeña fogata a un costado de la camioneta.

—La apagaré pronto —aclaró Max.

No me interesaba ni siquiera dormir, solo quería seguir avanzando, pero si encontraba a Orión por ahí no quería estar débil y de sueño. Retrocedí unos centímetros y quedé recostada en el costado de la camioneta quedándome dormida casi enseguida.

Mi mente divagó entre varios sueños fugaces: evolucionados persiguiéndome, la luz de la luna haciendo brillar un par de ojos, el laboratorio, mi antigua vida, mis padres. Sirio... a veces a mi lado, a veces sonriéndome, besándome en algún hermoso jardín, a veces su calor, su cuerpo ardiendo sobre el mío... ¿Y cómo no soñarlo si estaba impregnado en mí? Lo único que tenían en común estos sueños era la angustia que sentía, esa angustia no se iba.


***

Desperté sintiendo la opresión en mi pecho, respiré hondo mientras recorría con la vista mis alrededores. Sentía frío y el vacío de siempre. Los gemelos estaban recostados juntos, Ursa a su lado y Sinfonía un poco más allá. Max también estaba recostado contra la camioneta a mi lado. Ahora recién se me ocurría que alguno pudo haber dormido dentro de esta y turnarnos o algo así.

Por el aspecto del cielo quizá eran cerca de las cinco de la mañana, pero ya no podía dormir más, me puse de pie y me dirigí al río. Me bañaría y alistaría antes que ellos para ahorrar tiempo.

El agua fría me golpeó la piel, pero me era irrelevante. Me sumergí hasta el cuello y cerré los ojos viniendo pronto a mi mente el no deseado recuerdo de cuando un H.E. quiso atacarme mientras me bañaba en aquel lago.

Respiré hondo y me sumergí por completo para sacarme los recuerdos de la cabeza. El agua me inundó los oídos, la escuché moverse en su interior unos segundos y salí a la superficie. Me limpié el agua de los ojos y los abrí. Pronto lo encontraría.

Después de alistarme volví a la camioneta. Ellos ya estaban despiertos y casi listos también, quizá Max los había despertado.

—Apuren, pronto llegaremos a ese lugar —decía Ursa.

Partimos nuevamente, esta vez Max quiso que fuera a su lado. Ursa le daba alguna que otra indicación mientras avanzaba. Los chicos empezaron a contar historias sobre ellos.

—Así que... chico rebelde —murmuró Max.

—Él nos dirigía —contaba uno de los gemelos.

—Nos enseñó a pelear, aunque ya habíamos olvidado algo de eso, igual... si me enojo, ataco con garras y colmillos —agregó el otro.

—Nos emocionábamos tanto con pelear que una vez nos fuimos con Ursa a buscarle pleito a unos de los grandotes.

—¿Grandotes? —pregunté.

Seh, tú sabes. evolucionados que eran unos cuatro años mayores que nosotros que de algún modo nos menospreciaban por ser jóvenes. Lo típico.

—Ellos nos habían golpeado antes y nos quitaban comida en la escuela, pero caramba, nadie nos creía.

—Sí, eran perfectos a ojos de los mayores, y nadie puede refutar a los mayores.

—Salvo Sirio.

—En fin, fuimos con Ursa y creímos que se comportarían, pero al encontrarse solos con nosotros no se pudieron resistir.

—Y nos golpearon a los tres... No éramos tan fuertes en ese entonces.

Me sorprendía cómo les importaba ser fuertes, si estaba segura de que lo que contaban había pasado cuando eran apenas unos niños o adolescentes.

—Sirio apareció y se enfrentó a los dos...

—Fue cuando se dieron cuenta que él les llevaba ventaja de algún modo, y empezaron a pelear en serio...

—Mordiendo...

—Rasgando...

—Pero él les respondió de la misma forma.

—Los venció, los noqueó y no volvieron a meterse con nosotros.

Otro fantasma de una sonrisa apareció en mi rostro, pero también fue fugaz. Max me alcanzó unos audífonos de forma rápida y me dijo que los conectara al equipo. Una pequeña televisión se desplegó frente a mi asiento.

—Te advierto que ver esto puede herirte, pero... sería bueno que lo vieras, acaba de salir en las noticias —me advirtió.

—Puedo soportarlo —murmuré algo asustada, pero quería ver qué era.

Eran las noticias, se habían revelado nuevas grabaciones. El corazón se me estrujó al ver a Sirio, corriendo por el circuito y luego siendo embestido por la pelota gigante, lo que más me impactó fue verme a mí acercándome y luego besándolo. Tragué saliva con dificultad y mi garganta empezaba a dolerme queriendo liberar algún quejido o sollozo. El recuerdo de sus labios.

Siguieron pasando diversas escenas de los evolucionados entrenando, incluso de ellos en el comedor, en el día a día, conversando con los soldados e incluso riendo. Por lo visto las ciudades por las que pasamos habían compartido grabaciones de sus calles pues también pude ver la vez en la que Sirio salvó a un niño de ser atropellado.

No pude contener el temblor de mis labios al ver otra escena en la que estaba caminando con él, de la mano, hacia nuestra habitación junto con Rosy, que se le veía tan feliz como siempre, cuando nos quedamos en el campo de entrenamiento. Un par de lágrimas cayeron por mis mejillas.

Verlo ahí, solo su imagen, como si aún estuviera aquí conmigo, como si aún existiera, era tan raro. ¿Cómo era que las imágenes duraban más que las personas mismas? ¿Cómo era que podían capturar su esencia en ese momento y mantenerla intacta?

¿Por qué no podía abrir la pantalla y volver ahí con él...?

Los locutores empezaron a hablar.

«Y ahí lo tienen, ¿alguien puede explicar eso?... Estoy impactado, ¿Evolucionados con humanos?... Y mira, mira —repitieron las fugaces escenas en la que estoy con él—. ¿Evolucionado enamorado?... Según nos contó el oficial Turner y la anterior grabación de esa pelea que vimos, este joven evolucionado accedió a irse con esos otros solo para evitar que mataran a los soldados de su cuartel, sabiendo que lo matarían... Entonces ahora muchas cosas cuadran. Nuestro gobierno experimentando con ellos fue lo que hizo que volvieran a atacarnos y a odiarnos. ¿Por qué muchos otros estados no tienen esos problemas? Creo que viene siendo hora de que el presidente mande a investigar a los gobernadores»

Respiré hondo. Luego de eso siguieron comentarios de los pobladores. Muchos pedían justicia por lo que pasaba, decían que se podía razonar con ellos y deshacer las murallas. También decían que podrían darse reglas para que ellos pudieran cruzar o estar en nuestras ciudades y viceversa, tomando en cuenta las diferencias culturales.

Me retiré los audífonos.

—Gracias —susurré.

—Es lo mínimo que podemos hacer.

—Ahí es —dijo Ursa.

Miré hacia al frente y pude divisar unas cuantas edificaciones de máximo dos pisos, apenas había unas cinco. Nos detuvimos cerca y bajamos. Parecía estar vacío, era raro que nadie apareciera a atacar. Caminamos hacia la más cercana.

—Oh vaya... Ahí está —murmuró Ursa.

Me angustié de pronto, ella estaba mirando hacia la edificación. No dudé un segundo más y me acerqué a paso ligero, pude divisar unos tres montículos de tierra que parecían tumbas, y me detuve de golpe. Alguno de ellos sería. Las lágrimas empezaron a brotar de mis ojos mientras sonreía sin poder evitarlo.

Esto no terminaba aquí, las cosas entre humanos y evolucionados podían mejorar y me aseguraría de que así fuera, lucharía por ello. Por la idea de mis padres y por el recuerdo de él.

Mi Sirio...

Caí de rodillas con las lágrimas corriendo como ríos en mis mejillas.

—¡Pero qué rayos haces, tonta! —escuché que preguntó Ursa—. ¡Él no está ahí, muévete!

Ella y los demás vinieron corriendo.

—¿Qué?

—¡Corre! —ordenó—. Los- —Fue embestida por dos H.E. que salieron de golpe de la edificación.

Me espanté y me puse de pie. ¿Y ahora qué?

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