Capítulo 39: Te amo, por siempre
Sirio
De un codazo contra el de mi izquierda, y un puñetazo contra el otro, me liberé y me lancé contra el que se había atrevido a tocar a mi chica. Escuché a Ácrux y a los hermanos lanzarse a pelear también, seguidos de Max y sus hombres.
Escuché a Marien y Sinfonía angustiadas, y vi a dos hombres dirigirse a ellas. Embestí a uno y golpeé al segundo, apartándolos. Corrí hacia un tercero y brinqué, cayéndole y aplastándolo contra el suelo. Lo levanté y lo aventé hacia un cuarto que también venía.
—¿Están bien? —les pregunté.
Ambas asintieron.
Volví a la lucha, gruñéndole a un controlado más y mostrándole los colmillos. Le mordí el brazo y me apartó de un golpe. Otro me mordió el hombro por detrás y ahogué mi grito, girando con fuerza y golpeándolo. Me volví y, de un zarpazo, aventé al suelo al que estaba adelante.
No venían más, y pude ver que los H.E del gobernador habían sido abatidos por los hombres de Max. Habían usado los sedantes especiales en ellos.
Miré alrededor, ya que me parecía haber escuchado una especie de descarga, explosión o algo así, pero no vi efectos.
El gobernador y sus hombres estaban estupefactos, algunos agarraron sus teléfonos y comenzaron a intentar realizar llamadas.
—Bien señores, ahora negociemos —se les acercó Max—. Desistan de usar el arma, lo tengo todo grabado, esto podría ir al presidente.
Los hombres estaban muy tensos de pronto, mientras insistían en sus llamadas. Se me hizo raro que no funcionaran sus teléfonos, pero en todo caso, ahora era algo bueno. Ya los teníamos.
—Señor, al parecer ha habido un corte de luz general —murmuró uno.
—¿Qué han hecho con las líneas? —preguntó el gobernador— ¿Acaso poseen un arma de shock magnético?
—Deje de cambiar el tema —amenazó Max.
—Debemos ver qué sucede.
—¡Usted no irá a ninguna parte!
Marien se acercó, preocupándome, así que la seguí, manteniéndome alerta.
—Por favor... —pidió con la tristeza impregnada en su rostro—. ¿Dónde están los cuerpos de mis padres?
Esa escoria no merecía las lágrimas de una mujer tan buena como ella.
—No lo sabemos.
—No mienta —le gruñí en amenaza, ya que podía saber que ocultaba algo.
El hombre suspiró con pesadez.
—Los evolucionados que mandamos debían destrozar todos los cuerpos que hubieran, para que no pudieran ser reconocidos, y luego se dio orden de incendiar todo para que nadie pudiera investigar. Justo unos minutos antes de que llegase la policía. Ya le dije, tener evolucionados de tu lado no sirve.
Marien estaba desolada, no aguantaba verla así. Era hora de volver y refugiarla en mis brazos hasta verla sonreír otra vez.
Ya todo terminaba, ya podíamos dejar esto e irnos a vivir a otro lado.
—Sinfonía —la miré—, ve ya...
Ella titubeó un poco, pero al ver mi vista seria, obedeció. Max hizo señas y sus hombres se acercaron a esposar al gobernador y a sus acompañantes.
—¡No pueden hacer esto! ¡Soy el gobernador!
—No después de que el presidente y las personas vean esto —refutó, refiriéndose a la grabación.
—¿Tú crees que a alguien le va a importar? —se burló.
—¡Sirio! —gritó Sinfonía desde afuera.
Corrí veloz a su llamado, mientras, al parecer, todos me siguieron. Al salir, encontré algo que nunca pensé ver. Un ejército de evolucionados, como unos cien de ellos, pero, sobre todo: Orión.
La sangre se me enfrió de golpe al ver que me había encontrado después de todo, y que estaba en el lugar justo para que no tuviera que entrar a la ciudad a buscarme y no dar conmigo y mi amada.
Sentí una gota de sudor frío bajar por mi sien, y miré de reojo a Marien. Estaba aterrada.
Tal parecía que las estrellas decidieron favorecerlo a él, no a mí...
No... ¿Por qué? ¿Por qué no a mí...?
—Cuánto tiempo. —Mantenía a Sinfonía atrapada con su brazo. Ella forcejeaba, pero sabía que era inútil. Me empecé a llenar de angustia al verme abandonado por mis antepasados en el firmamento, me habían dado la espalda, pero también me llené de rabia, terco, no dispuesto a aceptar eso—. Qué fácil fue seguir a esta niña... —Miró a su costado—. Altair, tenías razón, aquí estaba. Era de suponer que no se iba a ir más lejos. Debía quedarse con su humana, no era capaz de dejarla —se burló—. Perdón por desconfiar, pero debía cerciorarme de que aún me fueras leal.
Empecé a gruñir.
—Suéltala —dije entre dientes.
No importaba si mi familia antigua entre las estrellas desaprobaba mis acciones. Nunca iba a arrepentirme de salvar a Marien, ni pensar que eso fue incorrecto, así que iba a pelear.
—¡Dios! —gritó el gobernador—. ¡Los trajeron aquí! ¡Emboscada!
Los hombres de Orión vinieron corriendo y, sin pensarlo siquiera, envolví a Marien en mis brazos, recibiendo empujones. Tomaron al gobernador, mientras este gritaba desesperado, y se lo llevaron.
—¡Pagarán por esto!
—Calla o te descuartizamos ahora mismo —le respondió Altair.
—Bueno, es hora, Sirio. Entrégate y no mataremos a nadie —habló Orión.
Marien se aferró a mi brazo y la sentí temblar. La sentía aterrada, pude sentir incluso sus latidos al estar tan pegada a mí. Me angustiaba, pero debía ser fuerte.
—¿Acaso los ancianos líderes continúan diciendo que debo morir? —cuestioné.
—Tú ya cargas con una deshonra, la de tu madre, así que se te ha negado una segunda oportunidad.
—No. Si eso es cierto, muéstrame la carta de permiso.
—¿Estás negando tu deshonor? Qué vergüenza.
Di un hondo respiro al verlo asentirle a Altair, y me preparé.
Los H.E se lanzaron al ataque. No permitiría que la preocupación me dejara abatido. Me lancé también, lleno de furia, más que dispuesto a todo si se atrevían a tocar a Marien.
Estos eran tan agresivos como yo, pero no tan hábiles, así que usé colmillos y garras para atacar. Mordí, desgarré y golpeé sin piedad. Ellos hacían lo mismo, así que me concentré en dejar inconscientes el máximo número posible, con la esperanza de que mis acompañantes también pudieran darles pelea y ganar.
Lamentablemente, los hombres de Max no tenían la capacidad, pues empecé a escuchar gritos, y me estremecí. Sin embargo, no me detuve en la sangrienta lucha. Noqueé a otro de un golpe y corrí hacia el gobernador, que no lo tenían muy lejos de mí, para intentar liberarlo de Altair. Lo embestí y dos hombres me separaron. Golpeé a uno, pero dos más aparecieron y me mordieron de forma salvaje por los brazos.
—¡NOOO! —gritó Marien.
Volteé al mismo tiempo en el que sonó un disparo, y vi que Altair arrojó al gobernador al suelo, quedando este inerte. Me apuntó con el arma, pero Marien llegó.
—¡NO, POR FAVOR! —chilló mi desesperada chica entre lágrimas, empujándole el brazo para desviar el arma en un segundo.
Reaccioné y corrí, pero él ya la había golpeado también.
Un disparo...
El mundo se detuvo. Se detuvo como la primera vez que la vi, pero ahora no era para nada bueno, era el principio del final.
Quedé con los ojos muy abiertos, viendo cómo mi mundo entero se desplomó.
No...
Ella terminó en el suelo y mi corazón se hizo pedazos. El mundo a mi alrededor se destruía, la vida desaparecía. Me encontré corriendo hacia ella tras un grito de desesperación.
Caí de rodillas a su lado y la tomé.
—¡Marien! —Sus ojos estaban abiertos, pero no parpadeaba. Mi alma se desgarró y empecé a sentir que me faltaba el oxígeno. No podía estar...—. No... ¡NO, NO! —La abracé con fuerza.
Me rompí, la desolación me inundó. Ahogué el fuerte sollozo que se quedó en mi garganta y se convirtió en lágrimas que empezaron a caer a mares por mis mejillas.
No, no. Esto no estaba pasando, no estaba pasando, tenía que ser otra pesadilla, ¡otra de esas malditas pesadillas!
—Eso fue muy fácil —dijo Altair.
Dejé de respirar un par de segundos al escucharlo.
¡¿Cómo se había atrevido?!
Apreté los dientes y empecé a gruñir como una bestia sin control. Ya no tenía vida sin ella, así que la bestia a la que mantenía retenida no tenía nada que lo atara. Alcé la vista para encarar a ese desalmado, quien me miraba con molestia. Dejé a Marien con suavidad en la tierra y salí disparado a atacar.
Me recibió con un golpe, pero se lo devolví, y mis garras hicieron su trabajo en su cara. Mordí, arranqué la carne de su hombro y lo golpeé con furia. En algún momento logró esquivarme y atrapó mi antebrazo con sus garras, rasgándome la piel.
Yo ya no sentía dolor físico, por la adrenalina y furia que nos inundaba cuando peleábamos, y porque ya nada podía dolerme más que haberla perdido...
Me estrellé contra el suelo de una patada lateral y Altair se me abalanzó, pero lo esquivé, haciéndolo estrellarse contra el suelo también y tragar tierra. Gruñendo, lleno de furia, atrapé su pierna con una llave, antes de que pudiera reincorporarse, y le rompí la articulación.
Su grito alimentó mi ira. Empecé a golpear, cegado. Ya no era yo, era como si otra cosa me tuviera bajo control. Se arrastró para librarse de mí y ponerse de pie, aunque mis garras se lo dificultaran, pero gritó fuerte al no poder, por su articulación rota, y cayó de nuevo.
Aprisioné su cuello con el antebrazo mientras seguía gruñendo fuera de mí. Mi rabia iba a ser lo último que escuchara...
La sonrisa hermosa de Marien vino a mi mente. Su aroma, su risa, la forma en la que me decía "te amo", completamente extasiada y embriagada por mis interminables besos y caricias. Sus traviesos dedos enredándose en mi cabello...
Flanqueé.
No volvería con ella para protegerla en mis brazos de las penas, no podría decirle nunca que era mi dulce de cacao. ¡Y todo por culpa de estos desgraciados!
No... por mi culpa. Por no haber salido de su vida cuando aún podía, por haberla arrastrado hasta este punto, por haberme encaprichado con ella. Yo la había matado.
Dejé de gruñir y empecé a jadear por el cansancio.
—Vamos, mátalo —escuché que murmuraba Orión. Estaba expectante.
Reaccioné finalmente y solté a Altair, quien se dejó caer, también agotado.
—No... —Mi mirada de odio se dirigió a Orión. Él era quien inició todo esto.
—¿No pensaras enfrentarte a mí, o sí? —se burló.
—Lo haré, créeme que lo haré —gruñí.
—¿Vengarás a tu humana? Estás rodeado.
No. No era venganza lo que debía que hacer. Todo esto era mi culpa, desde un inicio lo fue, desde que tuve curiosidad por conocer a esta especie, desde que acepté la misión. Desde ahí condené a esa hermosa humana.
No iba a vengarme, haría lo que había tenido que hacer hacía mucho: pagar. A eso había venido Orión, a hacerme pagar finalmente.
—¿Qué esperas entonces? Mátame...
—No es así de fácil, voy a hacer que me ruegues, que desees no haber nacido. Que tu irresponsable madre no te hubiera tenido.
Apreté los dientes. Sabía que él gozaría con esto. Empezaron a rodearme algunos de sus hombres, pero no pensaba darle el gusto. Saqué la navaja de mi pantalón, la cual sólo usé una vez por falta de costumbre, y la acerqué a mi cuello.
—¿No me matarás ya? Lo haré yo mismo —amenacé.
—Te ofrezco un trato —dijo sonriendo satisfecho. Gruñí, pero dejé que continuara—. Si haces lo que yo digo, no mataremos a tus amigos... Echa un vistazo, todos y cada uno de ellos está rodeado ahora mismo. —Vi de reojo y lo corroboré—. ¿Ves? —Bajé lentamente la navaja. Me frustraba, pero Max y sus hombres no tenían por qué pagar por mi error—. Nadie vendrá a ayudarlos, hemos desactivado sus teléfonos con nuestra arma de shock magnético. Si no vienes conmigo te mataremos aquí y ahora, y no solo eso, les haremos a tus amigos lo que planeábamos hacerte a ti. Incluyendo a tu adorada humana.
Escuchar eso último fue como una descarga de vida a mi interior agonizante. Miré a mi Marien, que aún yacía en el suelo. Entonces... ¿Estaba viva? N-no entendía...
—Así es —se regocijó Orión—. Qué débil te has vuelto al encapricharte con ella. Te enseñé siempre a actuar con la cabeza fría, pero mírate ahora. Está viva, inconsciente pero viva, y tú estás tan alterado que no te diste cuenta. Así que... Tú decides.
Sentí que volvía a respirar. No podía retirar la vista de mi chica. Estaba bien, estaba viva, este mundo todavía tenía sentido entonces.
Arrojé la navaja.
—Iré... Pero no vuelvas a aparecerte en la vida de ella. Júralo.
Él asintió.
—Por supuesto. Lo juro. Ella no tiene por qué seguir metida en nuestro asunto
Di un respiro hondo. Saber que estaba bien me había devuelto la fuerza, pero el destino me trajo el hecho agridulce de que debía dejarla.
Fui a ella y cerré sus ojos, que no volvería a ver, y junté mi frente a la suya, tomando su mano. Disfruté de su aroma por última vez, y ahora, más calmado, sentí el muy lento y bajo latir de su corazón en su muñeca.
Me hizo suspirar aliviado, luego de creer que estaba muerto en vida.
—Perdóname... —susurré—. Te fallé. De ahora en adelante vivirás tranquila. Y por favor, no te preocupes por mí, no llores por mí, no lo merezco. Perdón por lastimarte así, perdón por romper mis promesas. Perdón por haberte metido en todo esto. —Sin darme cuenta, nuevas lágrimas habían brotado de mis ojos, y una cayó a su mejilla—. Gracias por hacerme conocer tantas cosas. Tú siempre estarás en mi mente hasta mi último aliento. Adiós, mi amada.
Quise besarla y abrazarla, decirle que todo estaría bien, que volvería, pero mientras más tardaba, más insoportable se hacía el dolor. Respiré hondo y me alejé, sintiendo que mi ser volvía a morir, y que mi corazón era arrancado y puesto a su lado.
No podría verla despertar, no estaría para consolarla. No podría cuidarla toda la vida, no sería yo el que la amaría durante las noches, tampoco el que la despertaría con besos, ni mucho menos el padre de sus hijos.
Lo único que hice, al pretender escapar de mi sociedad y sus reglas, fue prolongar la misma situación, posponer el inminente desenlace. Al final, yo era el que estaba condenado.
—Así me gusta —ronroneó Orión.
Dos de sus hombres me ataron las manos y me empujaron con brusquedad para que avanzara. Escuché a Sinfonía sollozar mientras también la llevaban a la fuerza, y olfateé algo más. Mis captores no tardaron en darse cuenta.
—Ustedes, nadie les ha dicho que vengan —le dijo el de mi izquierda a Ácrux.
Vi a los hermanos Alpha y Centauri a su lado.
—Sirio merece que lo escoltemos —respondió Ácrux sin bacilar—, se ha sacrificado por todos, es lo mínimo que podemos hacer en su honor.
—Como quieran...
Continuamos avanzando.
—Gracias —les dije, y los tres asintieron.
Miré sobre mi hombro y pude ver a Max levantando y llevándose a mi primer y único amor en brazos, y con ella, a mi existencia.
La distancia entre nosotros aumentó con cada paso. Su vida ahora continuaría sin mí. Era lo que merecía, aunque saberlo había acabado con lo último de mi ser. Estaría en mi mente mientras moría, e incluso después, siempre la iba a amar.
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