Capítulo 3: Fuera de la realidad

Me acerqué a paso ligero y me apoyé en el marco. La ventana daba hacia un jardín con una reja a varios metros que delimitaba el terreno. Era tan fácil escapar de aquí, no era una cárcel o un manicomio después de todo, y el pobre debía haber estado desesperado por salir a buscar a su familia.

¿Cómo no se les ocurrió? Debieron dejarlo ir en vez de tenerlo preso con la tonta sospecha de que pudiera ser uno de esos monstruos...

—Hola.

Solté un corto grito y brinqué del susto. Volteé enseguida y me topé con esos ojos intrigantes y una divertida sonrisa. Empezó a reír. Vaya, seguía asombrándome, qué bonita y elegante risa.

—Perdón, te asusté —dijo.

—No, no... Bueno, un poco. Creí que... ¿Dónde estabas?

—Detrás de ti, esperando a ver qué hacías —se encogió de hombros, sonrió y arqueó una ceja—. ¿Querías escapar?

Reí levemente.

—No, claro que no.

—¿Segura? Por poco te avientas.

Volví a reír y volteé a cerrar la ventana. Qué vergüenza.

Una rara sensación me hizo reaccionar. Él estaba justo detrás de mí y había tomado de forma suave un mechón de mi cabello.

—Huele bien —comentó con total naturalidad, mientras sus ojos encontraban los míos en el reflejo del vidrio.

Estaba claro que me hacía sentir nerviosa, pero en una muy buena forma. Me volví para darle frente y le sonreí con amabilidad.

—Gracias, se me vació el perfume. —Sonrió, poniéndome más nerviosa de pronto—. Ah, vine a decirte que podías ir a comer algo al comedor... —Fruncí el ceño—. Bueno, ni modo que al laboratorio —murmuré, sacudiendo la cabeza por mi torpeza al hablar.

—No tengo hambre, pero si tú aún no cenaste, puedo acompañarte.

—¿No comerás nada?

Se acercó a su escritorio y agarró una botella. Sonreí.

—Tomé esto —dijo enseñándomela.

—Te gustó la leche en verdad —¿Qué clase de persona no recordaba haberla probado en su vida?—. Ven, sígueme.

Salimos de su habitación y nos dirigimos al comedor. No podía estar satisfecho solo con leche.

—Oh, no había todo esto cuando vine más temprano —murmuró observando la comida.

—¿Que no tenías hambre? —le dije sonriente.

—Bueno, había decidido no hacerle caso.

Reí entre dientes.

—Sírvete lo que gustes. Yo ya comí, pero te acompaño.


Luego nos dirigimos a una mesa. Mis amigos ya no estaban, así mejor. Él se había servido algo de budín de pan, un sándwich de queso con jamón, ensalada de frutas, wafles y avena. Ya me estaba provocando.

—Tenías hambre —comenté casi para mí misma, mirando su bandeja.

Sonrió con una mueca culpable y un pensamiento se me cruzó por la cabeza. Quizá solo nos había estado evitando, por eso no se apareció por aquí, y lo peor, quizá le estaba incomodando y obviamente no me lo iba a decir.

—¿Sabes? Cuando entré a tu habitación creí que te habías escapado.

Soltó una corta risa.

—Ahora entiendo por qué casi te avientas. —Arqueó una ceja con diversión—. ¿Ibas a perseguirme?

—No, claro que no. Yo estaría de acuerdo con tu huida.

Me miró unos segundos con algo de sorpresa. Era guapo y de una especial manera, por eso comprendía que Rosy estuviera interesada en él. Su mirada me atrapaba, era penetrante, pero pura y cristalina, no parecía ocultar malicia ni malas intenciones.

Me abrumaba. Ese cabello y esas cejas oscuras hacían que el bonito color de sus ojos resaltara. Me pregunté de forma fugaz si sus padres lo estaban buscando, o quizá... una chica.

—Podría hacerlo —dijo a modo de reflexión—, pero ya dije que no tengo nada. Hay cosas que no recuerdo y quizá aquí logre algo, no sé.

—Y dime, ¿qué cosas no recuerdas?

Parpadeó unos segundos, buscando la respuesta en su mente.

—No sé... ¿Cómo saber qué es lo que no recuerdo, si no lo recuerdo?

Quise golpearme la frente contra el tablero por mi estúpida pregunta. Claro. Usualmente no me comportaba de esta forma tan distraída, pero, sin duda, él me abrumaba.

—Claro —dije sonriéndole avergonzada a la mesa, y recordé mis anteriores pensamientos, quizá él querría estar solo.

Quizá él solo quería evitar a Rosy y a Marcos, ya que este último le hacía preguntas y trataba de sacarle algún dato que pudiera delatar alguna cosa sospechosa. Rosy, por su parte, trataba de preguntarle sobre gustos musicales y demás cosas a las cuales no contestaba de forma clara. Mientras que cada vez que no lo estaban distrayendo se ponía a mirarme...

—¿Todo está bien? —preguntó al verme meditar tanto.

—Sí, descuida —accedí a probar un poco de budín—. Dime... ¿Me parece que hoy no te apareciste a la cena porque Rosy y Marcos te molestan?

Para mi sorpresa, soltó una corta y leve risa. Vaya, ¿había acertado? Sonrió con algo de culpa.

—¿Tal vez...? —murmuró.

Esta vez reí yo.

—Bueno, son una molestia de vez en cuando, pero así son. Por un momento pensé en retirarme porque quizá yo también te incomodaba. —Dejé de sonreír. Quizá también—. ¿Te incomodo?

—Claro que no —respondió sin vacilar ni un segundo. —Tu amigo me odia, ¿verdad?

—No es así. Solo cree que escondes algo, no le prestes atención.

—Sigue creyendo que soy uno de ellos... Creí que los había estudiado lo suficiente como para saber que no pueden mimetizarse como los pulpos.

Reí.

—Es verdad.

En el televisor, que estaba plantado en lo alto de una pared, empezaron las noticias. Las víctimas mortales del ataque aún no habían sido contadas en su totalidad, pero ya se habían identificado a diez.

Suspiré y la tranquilidad se fue de mi interior. Cuántos más se acababan de quedar sin algún ser querido y nosotros aquí demorando con la investigación.

No era raro que tantos evolucionados hubiesen entrado en esa ciudad; estaba más al nor-este y la seguridad ya no se respetaba tanto como en las ciudades más cercanas a la capital. Al gobierno no le interesaba mucho la periferia del Estado.

—¿En verdad crees que todos los H.E son malos? —preguntó, volviéndome a sacar de mi mente.

Le dirigí la vista y él estaba serio, con sus penetrantes ojos clavados en mí. Volvió a abrumarme.

—No he visto lo contrario hasta ahora.

—¿Seguirán con su intento de destruirlos a todos?

—Bueno, tenemos la orden de seguir con la investigación.

—Es un poco... extremo, ¿no?

Suspiré.

—Tal vez, pero están matando gente y nosotros no les damos motivos para ello.

Tensó los labios.

—Algo han de querer comunicar. Son depredadores asustados, actúan como tales, eso es todo.

—Pero también son tan inteligentes como nosotros...

—Me parece que el gobierno amenazó con atacar a los evolucionados con toxinas, así que de algún modo ellos ya están enterados y han de querer poseerlas, por eso nos atacan.

—Sí, el gobierno no debió alardear en público sobre eso.

Me acercó el tazón de ensalada de fruta y me sonrió con ternura.

—Come, y tranquila, estas cosas pasan. Si todo eso se solucionara con la angustia de la gente, el mundo sería distinto.

Mis labios se curvaron en otra tierna sonrisa. Terminamos con la ensalada y suspiré otra vez.

—¿Quisieras... tomar un poco de aire en el jardín? —preguntó—. Quizá así te despejas la mente...

—S-sí, por favor —accedí—. Conozco un lugar mejor que el jardín.


Lo guié por algunos pasillos, sabiendo que quizá él no lo tenía permitido, pasé mi tarjeta de identificación por la cerradura de una puerta y sonreí tomándolo del brazo para irnos por ahí. Sentía la adrenalina por hacer algo a escondidas. Subimos unas ultimas escaleras y llegamos al techo. Había helicópteros y demás cosas ahí.

Avancé a paso ligero y giré, respirando el aire que soplaba contra mi rostro. Me gustaba ir ahí de vez en cuando, pero esta vez no estaba sola. Volteé y él me miraba fijamente con una leve sonrisa.

De pronto el rubor quiso apoderarse de mis mejillas, pero no lo dejé.

—Ven —le llamé para que saliera de la sombra de la puerta.

—¿Ya has venido aquí? —preguntó.

—Bueno, a veces, aunque no cuando he tenido un buen día, sino...

—Ya veo, y hoy, ¿es un buen día?

—Hoy sí —aseguré con una sonrisa.

—Y... ¿por qué no eran buenos días? —reaccionó—. Perdón, no me concierne.

—Tranquilo. —Me le acerqué—. Descubrí este lugar después de lo de mis padres, así que...

—Perdón...

Negué.

Noté un poquito de avena pegada en su camisa, reí entre dientes y me acerqué para quitársela. Pero pronto reaccioné también, estaba muy cerca, con mi otra mano en uno de sus pectorales mientras había sacado la avena con la otra. Mi pulso se aceleró cuando miré hacia sus ojos.

Bajé las manos enseguida. ¿Qué estaba haciendo?

—Podemos ir a otro lado un día, digo... —Se rascó la nuca. ¿Estaba nervioso también? ¿Acaso intentaba invitarme a salir?—. Para que no tengas malos recuerdos. Ir a otro parque, perseguir alguna mariposa o...

Volví a reír entre dientes, a lo que él quedó con los labios entreabiertos.

—¿Perseguir mariposas? —Cuestioné—. En serio, ¿cuánto de tu memoria habrás perdido? —dije con diversión.

Él también sonrió, viéndose tan atractivo. De pronto tomó con suavidad mi mejilla, disparando los latidos de mi corazón. Entonces, me di cuenta de que retiraba algo de mi cabello y me mostró. Era también un poco de avena.

—Oh... Oh, Dios, somos un desastre comiendo. —Rei, alejándome.

Respiré hondo, estaba mal interpretando las cosas. Yo era la que estaba pensando demás, pero era que sentía que me atraía como un imán.


Nos encaminamos hacia las habitaciones, mientras le comentaba sobre diversas cosas, como la extinción de los tigres y demás grandes felinos.

Marcos salió de la sala de estar y pasó mirándonos con una ceja arqueada y bastante molesto. Le saludé con un rápido movimiento de la mano y una sonrisa de inocencia. Él no estaba de acuerdo con que Antonio anduviese con libertad, pero ¿era que acaso no veía que era un humano normal?

—Síp, él me odia.

—Perdona a Marcos, él es así.

—Le preocupa que te pase algo...

—Sí, tal vez. Es mi amigo y sabe cómo soy a veces. Media ingenua, triste en ocasiones... y, según él, soy algo infantil y confiada...

—Entonces... confías en mí.

Me encogí de hombros

—Siento que eres buena persona.

Me mostró una espléndida sonrisa y se recostó en la pared al lado de una puerta, era su habitación. ¿Cómo era que no me di cuenta de que ya habíamos llegado aquí?

—También siento que eres una buena persona...

—Bueno, te dejo dormir, ya debo irme.

—Claro. —Abrió su puerta—. Buenas noches, señorita —me despidió en tono casual con esa voz suave, grave y elegante.

—Descansa —respondí.

Me alejé sin retirarle la mirada. Él siguió recostado en la pared mirándome también, de forma penetrante pero amable. Le retiré la vista y continué caminando ruborizada para luego voltear fugazmente. Seguía mirándome, esta vez con curiosidad.

Vaya manera de tener fija la vista, acechaba... como un depredador. Lo que me causaba escalofríos era el parecido que tenía su mirada con la de los felinos.

No me incomodaba, de hecho, me atraía y atrapaba. Los evolucionados también poseían esas miradas. Por supuesto que no diferían de muchos de nosotros los humanos normales, así que podía ser solo una mala coincidencia.

Como él mismo había dicho antes, los evolucionados no podían mimetizarse.


***

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