Capítulo 29: A entrenar
Sirio
—Siempre que llegamos en la mañana tocamos el pad para registrar el ingreso —iba explicando Max. Toqué la pantalla y la superficie se encendió en verde—. Okey. Luego debes ver en los horarios si hay algún plan o si simplemente puedes ir calentando en las máquinas y esperar a ver si doy aviso de algo.
—Uhm —miré alrededor y vi un par de hombres levantando esos pesos que les gustaba tanto a los humanos—. Entendido...
—Ahora que tu tiempo está corriendo, el dinero va a empezar a ir a tu cuenta. Como asumí que no tenías una cuenta bancaria, mandé a crear una en el banco de Seguridad Nacional. Ellos tienen ese programa, ya sabes, porque hay muchos chicos que salen de la escuela y entran de frente a las fuerzas armadas. Ya está activa, así que tu tarjeta de débito te va a llegar en un par de días aquí. ¿Está bien?
—Sí. Está perfecto.
—Ahora... La mayoría aquí llama al otro por el apellido, así que imagino que te has acostumbrado a tu apellido falso, Ramos, en caso de que alguien te hable...
—Sí, también estoy acostumbrado a mi nombre falso. No hay problema.
Asintió satisfecho.
—Perfecto. Ahora ven, vamos a probar algunos equipos.
Me sentí extrañamente emocionado por empezar un "trabajo humano" o algo así. Iba a hacer todo lo mejor posible. Vi que tenían todo registrado en sus computadoras, era muy diferente a mi pueblo.
Max me dejó usar algunas máquinas, y se impresionó por el peso que podía manejar.
Luego de hablarnos en grupo, aunque, según lo que entendí, ya había hablado de mí con ellos, nos hizo salir a todos al campo.
Los hombres se turnaron para ver quién podía derrumbarme, pero no lograron darme ni un solo golpe. Conversaron entre ellos, todavía preguntándose si yo era "real". Algunos me veían como a un animal peligroso que no estaba enjaulado, y otros, como un nuevo reto.
Sonreí de lado con cierta satisfacción y reconocí a los que eran "presas", aunque eran pocos. Bien.
Se armaron de a cuatro y me atacaron. De todos modos, no tardé mucho en apartarlos y dejarlos en el suelo, quejándose de dolor. Cuatro más se lanzaron. A uno lo aventé a un costado de un puñetazo, al otro lo tomé del brazo y usé la fuerza con la que venía para girar y lanzarlo contra el que se acercaba por detrás. El cuarto quedó mirando y dio media vuelta.
Max rió. Al parecer, le gustaba ver sufrir a sus hombres. La mañana pasó rápido y, para después, los jóvenes se retiraron.
—Oye, salvaje —llamó Max, sonreía como si planeara algo—. Tengo algo que es más acorde a tu nivel.
Y eso me emocionó también.
Me posicionó en el inicio de una extraña pista, dijo que era de obstáculos, y fue hacia un tablero de mando.
—Encontrarás a algunos muñecos humanos —avisó—. Quiero que los hieras a muerte, sé letal. Quiero ver mucha acción evolucionada.
Asentí y me preparé. Dio la señal y salí disparado.
Me gustaba correr así de veloz. Brotaron llamas de la tierra y salté, esquivándolas. Escuché un disparo y me agaché, sorteando una enorme bala de cañón. Wo, por poco y me daba. Corrí cuesta arriba por una montaña de neumáticos en tiempo récord y, al bajar, vi a un maniquí de los que mencionó. Me lancé y lo golpeé, tan fuerte, que se estrelló y despedazó contra el suelo.
Continué y esquivé unas grandes esferas. Una casi me logró dar, pero la aparté de un golpe, dándome cuenta de que estaba rellena de piedritas. Otra bala de cañón me hizo rodar por el suelo y me lancé a uno de los dos últimos maniquís. Los entrenamientos extenuantes de Orión volvieron a mi mente.
Lo apresé y lancé contra el suelo, haciendo que se le rompiera la cabeza. Gruñí y ataqué al otro, arrancando y mandando a volar su cabeza con un veloz movimiento.
Respiré hondo para tranquilizarme. Alcé la vista y vi a Marien con Marcos, que habían venido a verme, al parecer.
Oh...
Sonreí al verla y toda la amargura desapareció.
En eso, algo enorme me golpeó y me arrastré varios metros por la tierra. Tosí un poco por la tierra y traté de ver qué fue. Una enorme pelota se fue rebotando y reí por lo ridículo que eso debió haberse visto. Aun así, me divertí.
—¡No te distraigas! —gritó Max.
Marien vino corriendo. Se sentó a mi lado y me apoyé en mis antebrazos para verla y sonreírle.
—Acabas de asesinar a tres maniquís —dijo, manteniendo esa linda sonrisa.
Reí entre dientes, negando.
—Max dijo que lo hiciera. Sólo quería probar algunos de sus equipos más extremos, aunque eso no fue nada.
—Te he extrañado toda la mañana —susurró mientras se acercaba, y me besó de forma suave.
Me estremecí de esa tan buena forma al sentir sus labios después de tantas horas.
—¿Qué? Esto debe ser una broma —exclamó Max, interrumpiéndonos.
Marien se apoyó en mi pecho.
—¿Qué te parece una broma? —preguntó.
—¡¿Tú y el?! Creí que era algún nerd del hospital —¿Nerd? Lo vi observar mi anillo—. ¡Ah! No puedo creerlo, creí que ese anillo era alguna cosa, todo menos eso. —Me señaló—. ¡Es un H.E!
Fruncí el ceño al sentir que lo estaba diciendo como si yo fuese algún animal, pero Marien rió y me rodeó con su brazo, dándome un dulce beso por el cuello. Pude ver a Max horrorizarse, así que arqueé una ceja y sonreí satisfecho.
Toma eso. Ella era mi chica, le gustara o no.
Mi dulce dama continuó repartiendo besos por mi piel y soltó una juguetona risilla.
—Okey, bien —dijo Max, alzando las manos levemente—. Ahora sí lo he visto todo. Eso pasa por leer tanta novela zoófila erótica...
Se alejó con Marcos mientras renegaba diciendo esas cosas raras, y me puse de pie, ayudando también a Marien.
—¿Cómo ha estado todo? —quise saber.
Ella suspiró y, por un segundo, me pareció que algo le preocupaba.
—Bien. Solo conversando.
—¿Conversando?
Sonrió y me calmó.
—Cosas sin importancia. —Tomó mi mano y le correspondí su gesto—. ¿Vamos?
Nos dirigimos a la oficina de asociación de protectores de H.E. mientras Max tenía una estrepitosa música sonando en su vehículo. Quizá el volumen no era tan alto para ellos, debía recordar que su oído no era tan agudo.
Me pregunté de forma tonta ¿por qué también no había una asociación de protectores de humanos? Y entonces recordé que eran ellos los que nos veían a nosotros como animales.
El amigo de Max nos recibió y quedó sorprendido al verme.
—Relájate, no hará nada —le dijo él—. No todos son unos desalmados, este por lo menos piensa y te sonríe antes de matarte. —Rió un poco.
Pero dejó de hacerlo cuando vio mi ceja arqueada.
—Max —reclamó Marien.
—Bien, bien. Me callo. —Aunque no dejaba de vigilarme a mí.
Nos acercamos al escritorio del joven mientras se sentaba a ver la grabación de Max, exaltándose bastante. Murmuró sorprendido acerca de lo que veía.
—Sí, y eso que yo pertenezco a los de seguridad —comentó Max—. No importa si me expulsan por revelar esto, es demasiado. Es ilegal.
—Está bien, llevaré esto a los dirigentes, es más, debemos ir de frente allá.
Entonces escuché algo en el exterior. Volteé con preocupación y, al percatarme del lejano ladrido de un perro, mis preocupaciones se materializaron.
Tomé a Marien despacio.
—Debes esconderte —le susurré.
Tocaron la puerta y el joven se dirigió a abrir, antes de que pudiera detenerlo. El aroma que entró me congeló. Cuatro hombres, uno con traje y los otros fornidos, con casco. Eran de mi especie. Sentí cómo la piel de mi dama bajaba en temperatura y apreté los dientes, mirando al costado, buscando alguna forma de esconderla y protegerla, pero no había nada.
—Marien, estás pálida —susurró Marcos a mi espalda.
—Son... evolucionados —murmuró, y sentí cómo su mano se aferró más a la mía mientras temblaba apenas—. Nos harán pedazos.
—Nosotros también tenemos a uno.
—Tres no son cosa fácil, no tienes ni idea.
—No permitiré que te toquen —le aseguré.
—Jóvenes —dijo el hombre, haciendo a un lado al amigo de Max, sin inmutarse por mi apariencia—. Uno de mis amigos —señaló de forma fugaz a uno de los H.E—, me dijo que los había visto en nuestras instalaciones el día de anoche.
—Se equivoca, ¿tiene alguna prueba? —preguntó Max, retándolo.
—Me temo que sí, pero descuiden, no habrá problemas si ustedes prometen no decir nada y destruir toda evidencia. También si entregan a ese evolucionado que tienen. Es ilegal poseer alguno sin permiso del gobierno. ¿Y bien?
Marien entró en pánico, lo supe porque su temperatura bajó más y la escuché respirar agitada. Me angustié por no ser capaz de mantenerla alejada de estas cosas. No pensaba separarme de ella. ¿Estos qué se creían? ¿Que éramos como animales por los cuales había que pedir permiso para tener?
—Le entregaría la información y no diríamos nada —interpuso Max—, pero no le entregaré al evolucionado, ya le pertenece al gobierno.
—En ese caso, ese H.E. debería permanecer bajo estricto control.
—¿Cómo ellos? —señalé con un movimiento del rostro a los de mi especie.
El hombre asintió.
—Olvídelo —respondió Max.
— Lo pondré así: si no me entregan lo que quiero mataremos al H.E., no puede estar libre, es un peligro.
—¡Él no es un peligro para nadie! —exclamó Marien, defendiéndome de pronto, a pesar de que temblaba.
—Y mataremos al que se interponga —la amenazó y la sangre me hirvió.
Gruñí de forma salvaje a modo de advertencia. ¡Si se atrevía a tocarla, iba a lamentarlo!
Y así, no tardó en lanzar a los evolucionados a la pelea.
Uno de los H.E me embistió. Nos estrellamos contra el escritorio y el material se hizo pedazos en mi espalda, mientras el casco del evolucionado salió volando. Me liberé del tipo, pero logró morderme en el brazo. El grito de Marien me hizo olvidar todo y vi al otro intentando atacarla. Supe que le había cortado un poco con sus garras porque olfateé su sangre, y eso detuvo mi respiración un milisegundo.
Nuevamente, dejé de ser yo, y liberé a esa bestia que solo atacaba y arrancaba carne, que no sentía dolor y que no iba a parar. Lo embestí con furia, arrastrando al que me estaba mordiendo sin que me importara, ya sin sentirlo siquiera.
Saqué un pequeño cuchillo del pantalón y se lo clavé, casi al mismo tiempo en que el que mordía mi brazo, tirara y me arrancara la carne. Gruñí, le di un codazo para alejarlo y me apreté la herida. El hombre escupió y sonrió, mostrando los dientes ensangrentados.
Me lancé más que furioso. Gruñí, mordí, golpeé y corté con mis garras. Recibí una embestida y ahora peleaba contra dos. Hasta que un disparo sonó y logré ver que Max le había dado en la pierna al tercer H.E, pero éste seguía de pie y se le abalanzó. Me lancé también, para evitar que lo matara, y los otros dos me siguieron, cayéndome a mordidas y arrancándome más carne.
Max le disparó a uno que estaba por morderme y aproveché para patear y apartar al otro. Me puse de pie de un salto y agarré un pedazo de escritorio, usándolo para dejar inconscientes antes de que volvieran al ataque.
—¡No! —gritó Marien.
Y me lancé al tipo de traje, que estaba queriendo escapar.
Caí en la calle luego de que el otro evolucionado había intentado detenerme, sin éxito. El sujeto quedó inconsciente, pero aún debía encargarme de ese evolucionado, así que lo mordí, golpeé, pero respondió cortándome la piel con sus garras.
La herida ardió. Le gruñí, lo arrojé al suelo de una embestida y seguí gruñendo, esperando su ataque, pero me di cuenta de que se había quedado mirando al cielo, con algo de confusión.
Respiré hondo y volteé, recibiendo a Marien quien había corrido a abrazarme. Noté que Max había tomado el control del bolsillo del hombre y había despertado a los evolucionados.
Alivio.
Mi adorada temblaba contra mi cuerpo y me sentí mal por eso, porque a mi lado no parecía tener paz...
—Dios, ¿qué fue todo eso? —preguntó Max mientras se nos acercaba.
—Al parecer capturan algunos y los mantienen controlados de alguna forma —informó Marien.
Tomé su brazo y vi la herida que le habían hecho. Resoplé.
—Perdóname —le pedí—, dije que no permitiría que te tocaran y mira esto. —Estaba enfadado conmigo mismo por no ser capaz de darle felicidad y tranquilidad.
—Descuida. Debo curarte —agregó mirando con angustia las manchas de sangre en mi cuerpo.
Lamí con delicadeza su herida, para que al menos no se inflamara más hasta que volviéramos al hospital.
—¿Pero qué...? —escuché que murmuraron.
—Nuestra saliva es desinfectante y cicatrizante —expliqué sin dejar de ver a mi dulce Marien.
Había dejado de temblar y ahora sonreía apenas, eso me bastó para aliviarme.
—No dejaré que me lamas —renegó Max.
Sonreí ante eso, ahogando una corta risa.
—No pensaba hacerlo —le dije—, esto lo hago con ella, nada más. —Para ella era todo de mí. La abracé fuerte, a pesar de que empezaba a dolerme el cuerpo. Respiré hondo. No habría podido defenderla, otra vez, si no fuera por ellos—. Gracias por la ayuda...
—Volvamos al hospital, debemos atender esas heridas —dijo Marcos.
—Yo iré a presentar esto antes de que alguien quiera que desaparezca de nuevo —el amigo de Max se retiró.
Nos dispusimos a irnos, cuando vi al H.E de pie. Me tensé enseguida. De la oficina salieron los otros dos a duras penas, así que emití un bajo gruñido de advertencia.
El sujeto levantó las manos en señal de rendición. Parecía tener mi edad.
—Lo sentimos, nos tenían controlados —murmuró—. Soy Ácrux, ellos son Alpha y Centauri —señaló a sus compañeros—, supongo que... Gracias por no matarnos.
—Ni que lo digas —respondió Max.
Parecía sorprendido. Y bueno, después de todo, hacía pocos minutos ellos habían estado atacando como unas verdaderas bestias fuera de control. Ahora eran todo educación.
—Nos desaceremos del hombre y nos iremos, nadie nos verá —aseguró el que se llamaba Centauri.
—No —intervino Marcos de prisa—. Les esperamos, los llevaremos al hospital —Max reclamó en voz baja, pero continuó sin hacerle caso—, los atenderemos ahí. Así heridos, los otros evolucionados los van a rastrear y encontrar más rápido y fácil.
Los hombres de mi especie parpadearon bastante perplejos, y terminaron aceptándolo. Cargaron al hombre sin problemas y se fueron, seguro a ver en dónde lo abandonaban... A menos que lo mataran de un golpe, en todo caso, debía asegurarme.
Marien suspiró.
—Ven, debe haber un botiquín en la camioneta, ¿no es así, Max?
—Eh... —reaccionó—. Eh. No recuerdo, pero vamos a ver.
—No te preocupes por mí —le dije, acariciando su mejilla—. Voy a vigilar que esos tres no vuelvan con intenciones de atacar en caso de que ese hombre despierte.
—Yo tengo su controlcito —lo mostró Max, jugueteando con el aparato en sus manos—. Voy a hacer que lo revisen. —Jugó lanzándolo al aire, pero no lo atrapó a tiempo por su brazo herido, y este cayó al suelo—. Carajo, basura —susurró agachándose a recogerlo.
Marien lo miró con las cejas arqueadas y el rostro serio, como a un tonto, y reí en silencio.
Marien curó mis heridas, y sus suaves manos hicieron su magia en mi piel. Escuché las quejas de Max por ahí y el par de intercambio de palabras entre los presentes, pero no importaba. Estábamos solo nosotros, ya que desocuparon la sala para que nos atendieran sin que los humanos estuvieran aquí.
—Esto no se curará nunca, ¡rayos! Tendré un hueco en el brazo de por vida, ¡maldita sea! —Mi Marien soltó una corta risa—. Claro, ¡ríete!
—Lo siento.
—No hagas drama —le ordenó Marcos—. Vamos al quirófano, te lo regeneraré con células madre.
—¿Y cuánto me costará eso?
—Nada, ustedes tienen seguro, ¿no? Tacaño.
—Ah —respiró aliviado—, verdad.
John entró y suspiró con pesadez al ver a los otros evolucionados ahí.
—Lo siento John —Marien le puso su cara dulce—. Nos estás ayudando mucho, gracias.
Él sonrió y se encogió de hombros, yendo hacia los recién llegados para atenderlos.
Marien endulzaba a quien fuera. Sonreí apenas mientras me vendaba, no podía dejar de verla. Se vía hermosa así de concentrada. Me fijé en sus pestañas, su piel, la textura de sus labios.
Me gustaba sentirla. Y sonreí más al recordar que quería que la tocara, que confiaba en que no le haría daño. Recordé además que dijo que "no me escaparía" esta noche.
—Hey, ¿qué paso? —preguntó Rosy que acababa de entrar.
—Una larga historia —respondió Marcos, volviendo.
Rosy volteó a mirar a los otros tres H.E que se encontraban con John.
—¿Y ellos?
—Están heridos y los están atendiendo, eso es todo.
—Um... Ya vuelvo... —Se fue a verlos.
—Por cierto, ¿y Max? —preguntó Marien.
Miré alrededor también, ya que dejé de escucharlo quejarse.
—Ya está siendo atendido, de todos modos, tardará en sanar un poco. —Marcos me miró—. ¿Y tú?
—Seguro mañana estaré como nuevo.
—Sí, ya lo imaginaba, qué gran ventaja.
—El padre de Sirio ya está por irse —avisó Rosy desde donde estaba—. Olvidé decirte...
Oh. Papá...
Luego de que Marien terminara con las vendas, fui a verlo. Lo encontré sentado en la camilla junto a sus dos compañeros que estaban de pie a su lado.
—Padre...
—Sirio —su leve sonrisa se esfumó al olfatear mi sangre.
Negué enseguida.
—Tranquilo, no es nada grave. De hecho... —Fui y me senté a su lado mientras sus dos compañeros salían para dejarnos a solas—. Bueno. Hay algo que debes saber. —Esperó a que continuara sin interrumpir—. Algunos evolucionados están aquí, perdidos, actuando como... armas, o algo así.
Frunció el ceño y bajó la vista, pensando en algo.
—¿Los humanos lo hacen? —Volvió a mirarme.
Suspiré.
—S-sí. Algunos son malos. Ya sabes, al igual que hay evolucionados malos.
Apretó los labios en una sola línea y asintió.
—Entiendo.
—Estoy bien. Voy a estar bien. Hoy ayudé a liberar a tres de ese estado, así que eso es lo que voy a hacer. Voy a ayudar a los nuestros.
Él sonrió con algo de alivio, volviendo a suspirar.
—Bueno, de todas formas, no puedo detenerte. Está bien. Me llena de orgullo.
Sonreí ampliamente, pero cambié de expresión.
—¿Cómo fue que Orión te atacó? ¿Te hizo ir a alguna trampa o algo?
—Yo estaba solo, por eso pudo conmigo. Phoenix y Adhara llegaron a tiempo. Ahora andaré alerta —aseguró—. Además, volveré a casa con tu madre, no tienes que preocuparte. Hablaré con los ancianos.
Asentí, aliviado.
—Dale mis saludos a mamá, estoy seguro de que se va a alegrar.
—Por cierto, vas a volver, ¿verdad?
—Sí, por supuesto.
—¿A vivir?
Entreabrí los labios, pero terminé suspirando.
—Sí, lo he pensado. Claro que, con ella, mi Marien, si es que ella quiere...
—Está bien. Solo por si acaso, les construiré una habitación temporal en la casa. ¿Sí?
Eso me hizo volver a sonreír.
—Sí.
***
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