Capítulo 24: Encrucijada

Sirio

Estaba cada vez más cerca, no medía mi velocidad, así que los humanos ya se habían enterado de que era un evolucionado y me apuntaban con sus armas desde lejos. Derrapé en la tierra, levantando algo de polvo por detenerme junto a mi padre. Sus dos compañeros de trabajo al parecer lo habían traído hasta aquí.

—Padre —murmuré hincándome en una rodilla a su lado y tocando su hombro—. ¿Qué pasó? —les pregunté a los otros.

—¡Deténganse! —gritó Marien.

Volteé y la vi llegar, pero no nos hablaba a nosotros, sino a los humanos del muro. Fui a ella para apartarla en caso de que la atacaran, con el pulso todavía golpeando mi garganta. Para mi buena sorpresa, los humanos terminaron bajando sus armas. Me alivió. Sabía que Marien estaba a salvo con los suyos, por lo menos por ahora.

Ella se apoyó en sus rodillas, estaba respirando hondo, muy agotada.

—¿Estás bien? —Lamenté haber salido corriendo sin decirle que me esperara...

—Sí, descuida —jadeó—. No pueden atacarnos.

Con la seguridad de ello, regresé a ver a mi padre. Había perdido mucha sangre, me preocupaba.

—Un conocido nuestro nos atacó sin dar razones —dijo uno, haciéndome sospechar.

—Necesita atención médica, pero no sé si llegaremos a tiempo a nuestro pueblo —agregó su otro compañero.

—Lo llevaremos al hospital de esta ciudad —intervino Marien de pronto, y la miré con sorpresa.

El otro negó.

—Imposible, es de humanos.

—Ya verán que sí, síganme.

Ahora ella era la que se fue corriendo. Miré a los dos hombres y me encogí de hombros levemente. Ellos accedieron y levantaron a mi padre con cuidado.

—¡Déjenos pasar! —les pidió mi determinada chica a los guardias.

Una puerta metálica se abrió a un costado y salieron tres hombres.

—Son monstruos, no pueden pasar.

Estuve por gruñir, pero ella insistió.

—Son tan humanos como nosotros, ¡ignorante! —Oh, wow, esa era mi Marien—. Debes dejarnos pasar, están conmigo, ¡trabajo en el hospital central!

—Usted puede pasar, pero ellos no. Total, si se muere mejor, uno menos.

Ella lo tomó de su camisa, sorprendiéndonos a todos.

—¡Está loco! ¿Ve esto? —Enseñó su anillo—. Ese hombre es el padre de mi esposo, ¡así que, por ley, tienen derecho a pasar!

Sonreí sin querer, aunque estaba alerta. Si la tocaban siquiera, me iban a encontrar.

—¿Qué habla, señora? ¿Está usted en drogas?

—¿Lo ve? —Mostró su identificación—. Trabajo en el hospital y ellos están conmigo. Soy parte de la investigación de la toxina para el gobierno.

El guardia mayor revisó el documento y nos vio de reojo.

—El gobierno y sus cosas —susurró—. Es verdad... Es del gobierno. Dejen que pase.

Finalmente accedieron y entramos a la ciudad.

Lo primero que hizo Marien fue usar su mochila para romper la ventana de un auto y subimos a él. Los guardias exclamaron amenazas de multa mientras partimos.

Aceleró y entró por una vía.

—¿Quién los atacó? —quise saber.

—Orión... —Apreté los puños. Lo sabía, cobarde—. Apenas pudimos escapar, no sabemos por qué lo hizo.

—Yo sí —murmuré con la rabia haciendo nudo en mi garganta.

—Estará bien —me tranquilizó Marien.

Su dulce voz hizo efecto en mí.

—Es mi culpa... Pero no entiendo, no tenía por qué atacarle a él, eso no está permitido, su problema es conmigo.

—Es obvio que a Orión le gusta jugar sucio.

Y ahora era que empezaba a darme cuenta, a pesar de que fue mi tutor casi toda mi vida. Estuve tanto tiempo sin pensar, sin discernir que su actitud no era honorable, sino lo contrario.


Al llegar al hospital, entramos por una puerta secundaria que decía "emergencia", y la poca gente que había empezó a gritar y a salir corriendo despavorida. Ugh, estos humanos.

Un joven médico volteó a vernos sorprendido y espantado al mismo tiempo.

—Marien, ¡¿qué?! —se escondió tras el mostrador.

—Este hombre necesita atención médica urgente —le dijo ella.

—¿Qué? —Se asomó—. ¡Es un evolucionado! —Y sentí que lo decía como si fuéramos algún animal.

—Lo haré yo entonces. —Lo apartó y nos guió hacia alguna sala especial.

—Hey, pero ¡espera! —exclamó el joven y nos siguió.

Marien empezó a dar órdenes a todo el que estaba ahí. Acomodaron a mi padre en una camilla de esas que ellos usaban y me mantuve cerca.

Lo escuché quejarse.

—Estoy aquí —le avisé en voz baja.

—Qué... ¿Qué hiciste ahora?

¿Eh?

Tragué saliva con dificultad y bajé la vista. ¿Qué le había dicho Orión? ¿Qué era un traidor? Probablemente...

Una encargada nos dijo en dónde debíamos esperar, con mucho miedo, y se fue corriendo, así que retrocedí y salí con los otros, dándole una última mirada a Marien, quien estaba por ponerse a lo suyo.

Sentí que mi padre estaba en muy buenas manos y, de pronto, también me di cuenta de lo mucho que admiraba a esa hermosa mujer, lo competente que era en lo que hacía, y el gran carácter y fuerza que tenía.


***

—Estará bien —anunció Marien con una dulce sonrisa.

Habían pasado un par de horas.

—Gracias —susurré con alivio.

—¿Y ahora qué hacemos nosotros? —habló el amigo de papá.

—Tranquilo Phoenix, esperaremos aquí.

—Pueden quedarse todo el tiempo que gusten —sugirió mi dama, de nuevo para mi sorpresa—. Mi compañero ya les habló a los guardias de que no avisen a seguridad ni nada por el estilo. De todos modos, todos los pacientes huyeron o fueron reubicados.

—Gracias.

—Llamaré a Rosy, conseguiré que pasen la noche aquí. Mañana en la mañana él estará recuperado casi por completo. Será mejor que esperen escondidos, primero debo explicarle a Rosy todo antes de que los vea.

Ellos aceptaron y se alejaron a observar por las ventanas. Las ventanas daban curiosidad por lo que se podía ver afuera, muchas cosas de humanos que nosotros no conocíamos o que no habíamos visto.

Escuché a mi Marien hablando con su amiga y luego con su tía, quien nos acogió esa noche luego del ataque en la otra ciudad. Sonreí levemente al verla alegre, pero el gesto desapareció al recordar que casi murió por mi culpa. Casi no llegó a darle esas buenas noticias a sus amigos y a su familia.

A pesar de todo, se preocupó por convencerme de no entregarme al castigo de la muerte, aceptó unirse a mí, y ahora le había salvado la vida a mi padre.

Suspiré y negué en silencio. Era demasiado buena, quería ser mejor para ella. Iba a hacer todo por ser mejor, para cuidarla, protegerla.

Acabó de hablar, así que fui a ella, pero sus amigos aparecieron por la puerta bastante pronto. Con prisa. Rosy la abrazó mientras Marcos me quedó mirando, algo pasmado. Apreté los labios en una sonrisa de disculpa, o algo así, por mi apariencia.

Rosy vino a querer saludarme también, pero, al verme bien recién, gritó y se tapó la boca, haciéndome dar un leve respingo.

—¡Lo sabía! —exclamó Marcos mientras se acercaba, y Marien rió entre dientes por las reacciones de ambos—. Oh, mierda, ¡lo sabía! Pero ¡¿cómo?!

—Disculpen —les dije—, esta es mi verdadera apariencia, siento haberles mentido.

—¡Oh... por... Dios! —exclamó Rosy ahora, saliendo de su sorpresa.

—¿Y cuándo fue que cambió de forma? —quiso saber Marcos, mirando a mi dama.

Pero ella, como acostumbraba a ser, le dio una respuesta recatada.

—Tenías razón en tu teoría.

—¡Sí! ¡Lo sabía!

Vaya, era como muy emocionante para él el haber acertado en lo que fuera que sospechara sobre mí, pero lo entendía.

—¿Te asustaste cuando te lo dijo? —Rosy empezó a cuestionar a Marien, llevándosela un par de pasos aparte—. Dios, ¡debes contármelo todo!

Ella, sin embargo, se apresuró en pedirles que hospedaran a los compañeros de mi padre. Aunque Rosy volvió a asustarse al ver que eran evolucionados, pronto lo aceptó.

—Pero, solo tenemos dos habitaciones más —aclaró Marcos.

—Descuiden —me apresuré a decir—. Voy a cuidar a mi padre durante la noche.

—Bueno, les daremos una de las habitaciones. Síganme por favor.

—Gracias, son los mejores —le dijo Marien mientras él se llevaba a los hombres.

Entonces vi que Rosy volvió a insistirle con la mirada, en busca de respuestas, así que sonreí ante su curiosidad.

—Las dejaré solas si gustan —sugerí.

Marien negó, pero Rosy insistió. Me alejé manteniendo mi sonrisa, me alegraba ver a mi hermosa dama tranquila. Le di un vistazo más y la vi ir a sentarse con su amiga mientras hablaban.

Llegué a la puerta de la habitación en donde estaba papá y lo observé por la ventana alargada y vertical. Apreté los labios, sin evitar sentir que había sido mi culpa. Orión sabía que había escapado y quería hacerme salir.

De todas formas, ahora me daba cuenta de que tendría que ocultarme todo el tiempo, o podría meter a Marien en problemas. Era un evolucionado, si las personas me veían, me temían...

Un gritillo me hizo reaccionar. Rosy observaba el anillo de Marien. Se puso de pie de un salto y vino hacia mí para observar mi anillo también, y volvió corriendo para abrazar a Marien.

—¡Felicidades! —exclamó eufórica—. Espera. ¿Es acaso eso legal?

Marien rió y sus ojos se posaron en los míos. Me mandó un beso, sorprendiéndome, y volvió a reír. Estaba tan feliz... Quizá no estaba tan mal que me quedara con ella. Al final, eso era lo que más quería, aunque tuviera que esconder mi apariencia. Vine con la intención de lograr que mi especie ya no tuviera que ocultarse, después de todo.

Continuaron hablando y pude escuchar apenas un poco, pero no presté atención, hasta que Rosy murmuró algo que me intrigó, claro.

—Y... ¿Ya lo han hecho?

Observé de reojo a Marien y ella estaba completamente ruborizada. ¿A qué se refería? ¿Besarnos, tal vez?

—No... No... —balbuceó mi chica.

—¿Qué tal es? —insistió su amiga.

—No, aún no... —bajó más la voz para seguir diciéndole cosas y ya no pude escuchar nuevamente.

¿Algo que aún no habíamos hecho? ¿Qué era?

Marcos entró en la sala y quedó mirándonos.

—Así que... —respiró hondo—. Eras un H.E., ¿no? Interesante. Aquí al lado unos hombres de seguridad han creado una especie de campo de entrenamiento. A ver si un día de estos haces una exhibición de tus habilidades, quiero investigarte.

—Estás loco, Marcos —intervino Marien, acercándose—. No te dejaré experimentar con él.

—No, está bien —la calmé—. Le demostraré lo que quiera, con tal de quedarme aquí sin que quieran abrirme la panza.

—Tranquila, amiga —continuó él—. Son cuestiones con fines científicos.

Rieron.

—Excusas, excusas. Igual vigilaré por si te quieres pasar de la raya.

—Ya, como sea —siguieron riendo en silencio. La noche había caído, había cada vez más silencio, excepto que podía escuchar las máquinas esas que ellos tenían... y seguía oliendo a hospital, claro—. Es tardísimo, a dormir, ven te enseño tu habitación.

—Sí, solo denme un segundo —la vi venir y volví a sonreír—. Me quedaré contigo si gustas —murmuró.

—No, ve y descansa, estaré bien. —Acuné su dulce rostro para acariciarla y ella tomó mi mano para darle un beso—. Ve, te veo luego.

Asintió luego de suspirar y se fue. Marcos había arqueado una ceja, pero solo miró con extrañeza la situación antes de irse con ellas.

—Okey, eso fue raro —le escuché decir—. ¿Acaso ustedes...? —Vi a Marien enseñarle su mano con su anillo y el joven dio un respingo—. ¡¿Pero qué mier-acaso eso es legal?!

—Oh, Diosss. —Reían.

Respiré hondo y entré a la habitación en donde estaba papá. Había un pequeño sofá al lado, así que me senté ahí sin dejar de observar.

No podía dejar esto así. Orión quería hacerme salir, sabía que no iba a dejar que hiciera esto. Sabía que me había hecho enojar.

Tenía que cobrar lo que le había hecho a mi padre, por honor. Eso era lo que decían siempre los ancianos líderes y lo que sentía que tenía que hacer.

Apreté los puños, sintiéndome en una encrucijada. Como no me entregué, de acuerdo con las reglas de mi gente, Orión creía que también podía hacer lo que le diera la gana. Iría por él, sí que lo haría, pero tenía a Marien y no podía dejarla. No... No quería dejarla.

Resoplé y me recosté contra el respaldo del sofá, cerrando los ojos.

Si Orión había sido capaz de romper su honor y las reglas, atacando a papá, podía irse contra mamá ahora, si no iba a buscarlo, si volvía a romper las reglas y no salía a vengar el honor de mi padre.

Mamá. Ella había hecho mucho por mí, me dio la calidez y el aprecio que otras madres no les daban a sus hijos, sin importarle que siempre le dijeran que no debió tenerme, o que su honor estaba por los suelos. A ella nunca le importó que le dijeran que me consentía.

Había sido un mal hijo. Tuve que dejar que la vigilaran y molestaran... No podía dejar que la golpearan o la humillaran en la plaza central por mí. Ganímedes dijo que lo que hiciera ya no le afectaba, pero con lo que había hecho Orión, ya no sabía qué creer.

Tenía que evitar que le hicieran daño, tenía que volver al pueblo.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top