Capítulo 23: Situaciones frágiles

Marien

Cuando vi a esos horribles hermanos, se me había bajado la presión sanguínea. Había querido decirle a Sirio todo lo que sentía, pero ellos aparecieron.

Sirio se lanzó al ataque. Busqué desesperada alguna cosa en mi mochila para poder defenderme pobremente, aunque sea, o golpear a cualquiera de los dos evolucionados que intentara asesinar a mi chico.

Sirio le dio un fuerte puñetazo a uno de ellos, lanzándolo al suelo y haciéndole tragar arena. El otro se le había querido venir encima, pero lo esquivó de forma eficaz y lo lanzó con una patada. El anterior ya estaba en pie para ese momento y lo atrapó mordiéndole el brazo. Sirio lo lanzó contra la arena y corrió hacia la ciudad. Los hombres lo siguieron, al parecer pensaban cumplir con su trato, ya que ni siquiera voltearon a verme. Los seguí también sin dudarlo un segundo.

Sirio se ayudó de un viejo poste para girar y caerle al H.E. que estaba ya próximo a él, el otro pasó de largo a su hermano y siguió persiguiéndolo. Busqué rápido algo con lo que pudiera ayudarle, pero Sirio arrancó la puerta de un auto convertido en chatarra y golpeó al hombre, este cayó a unos metros y se puso de pie con dificultad. Sacudió la cabeza, estaba obviamente atontado.

El otro golpeó a Sirio, lo agarró de su camisa y empezó a golpearlo contra el auto. Entré en pánico, el auto oxidado se hundía cada vez más con cada golpe, me estremecía. Recogí un viejo fierro retorcido y me temblaba la mano.

El hermano agarró un fragmento de vidrio y se acercó a Sirio.

—¡Sirio! —le advertí.

Sirio logró apartar de una patada al que lo tenía golpeando contra el auto y brincó enseguida, esquivando al otro hombre que había intentado cortarle el abdomen con el vidrio. El H.E. le gruñó furioso y Sirio le respondió con una especie de rugido corto y agresivo de advertencia.

—¿Qué sucede, Antares? —dijo Sirio—. ¿Aún soy muy veloz para ti?

Así que Antares era el mayor y ligeramente más forzudo que el otro.

—Calla, chiquillo insolente. Siempre quise matarte, así que no te hagas el difícil —respondió Antares.

Su hermano Apus se mantenía a un par de metros también, completamente alerta. Los dos hermanos se volvieron a lanzar al ataque y se agarraron a golpes y mordidas mientras gruñían furiosos. Debía decidir qué hacer, ¡y rápido!

Sirio se estrelló contra otro auto viejo cerca de mí y grité del susto, los dos hermanos ya estaban casi encima nuevamente, así que rodó sobre su espalda, esquivando el primer golpe de parte de Apus y embistió a Antares lanzándolo a unos metros. Esto le dio tiempo a Apus de brincar y atraparlo por la espalda, pero Sirio giró con fuerza y lo golpeó.

Yo era un manojo de nervios, tratando de sostener el fierro con ambas manos sin que me temblaran, temerosa de usarlo y empeorar las cosas en vez de ayudar.

Antares le mordió el antebrazo antes de que lograra darle un golpe más a Apus. Sirio lo golpeó para zafarse, pero enseguida Apus arremetió contra él, mordiéndole por las costillas. Soltó un corto grito de dolor y pateó a Antares. Intentó zafarse de la mordida de Apus, pero Antares reapareció veloz frente a él y lo golpeó con la puerta del auto, haciéndolo caer al suelo con fuerza.

Me estremecí.

Antares lo golpeó nuevamente con la puerta en la espalda, estampándolo contra el suelo y evitando que se pusiera de pie. Abrí la boca horrorizada mientras Antares seguía golpeando a mi Antonio; él trataba de aguantarse los gritos, pero lo estaba golpeando tan fuerte que le quitaba el aire, y también a mí.

Exploté.

—¡BASTA! —grité desesperada y corrí preparando el fierro—. ¡DÉJALO, INFELIZ! ¡YA BASTA!

Quise golpearlo, pero de un solo manotazo me lanzó a un costado. Yo di contra el suelo con fuerza, y el dolor se disparó. Me sentía impotente, y ese era uno de los peores sentimientos. Sirio reaccionó como una bala y agarró a su atacante del cuello y lo puso de casi rodillas, soltando un salvaje gruñido.

—¡¿Cómo te atreves?! —reclamó mientras le apretaba la garganta con el antebrazo.

El hombre empezó a forcejar desesperado tratando de ponerse de pie o salir de su agarre. Apus se lanzó al ataque antes de que su hermano terminara de asfixiarse. Mordió a Sirio, pero él no soltó a Antares, que le tenía incrustadas sus garras en los antebrazos tratando de rasgarle la carne para liberarse.

—Idiota —dijo Antares a duras penas—, golpéalo... —Su voz ya casi no le salió al terminar la palabra.

Sirio le soltó un salvaje y corto rugido de furia mientras le apretaba más el cuello. Apus agarró la puerta y lo golpeó, logrando liberar a Antares, pero este cayó al suelo y no se movió más. Me sorprendí, sentí que estaba temblando y traté de ponerme de pie.

Apus miró sorprendido y asustado a su hermano que estaba tendido en el suelo, miró a Sirio y le gruñó con furia. Sirio estaba sangrando por las mordidas, las heridas de las garras y de los vidrios en la espalda.

Apus se lanzó al ataque, y yo ya no aguantaba la angustia. Intentó darle dos puñetazos, pero él lo esquivó veloz como siempre y se los regresó en un fuerte golpe, Apus se tambaleó a un costado y escupió sangre. Volteó a gruñirle a Sirio y pude ver que le había volado un colmillo.

Mi esposo mostró una siniestra sonrisa de burla y Apus se lanzó nuevamente a atacarlo.

Tenía que resistir el impulso de querer morderme las uñas. Estas situaciones siempre se iban a dar, situaciones en las que su vida iba a depender de un hilo. Y lo peor era que yo no podía aguantar verlo pelear, sangrar, gritar de dolor, ¡no podía!

Apus logró agarrarle el cuello, pero él, tan veloz como siempre, le asestó un golpe logrando soltarse.

Yo podía soñar con un mundo en el que ya no hubiera más peleas, ni entre humanos ni evolucionados, que pudiéramos vivir en paz. Pero quizá ese día no llegaría, no si un día me arrebataban a Sirio de mi lado...

La furia dominó a Apus, ya no parecía calcular bien sus movimientos, ahora en verdad parecía un animal salvaje. Sirio le dio un fuerte zarpazo lanzándolo al suelo, Apus se agazapó y arremetió contra él y él usó la fuerza con la que venía para lanzarlo contra el auto viejo.

El estruendo fue muy fuerte, las pocas ventanas que quedaban en pie del auto estallaron en pedazos, Apus se incorporó con rapidez, pero Sirio había agarrado de nuevo la puerta del auto y lo noqueó de un golpe. Apus cayó al suelo inconsciente, al fin.

Corrí hacia él, respiraba agitado. Me sentía aliviada de que al fin hubiera vencido a los dos.

—Sirio...

—No vuelvas a hacer eso —dijo volteando a verme con seriedad, congelándome unos segundos con esos felinos y fríos ojos.

—¿Qué dices? ¡No soporto ver que te hieran!

—¿Tienes idea de lo frágil que eres?

Me sentí ofendida.

—Trato de ser fuerte, no digas eso.

—Sabes a qué me refiero, te pudo haber matado en un segundo.

—¡Pero no, y te ayudé!

—Lo tenía bajo control —insistió acercándose a revisar mi brazo, que yo me estaba agarrando por el dolor del golpe.

—¡No desde mi punto de vista! —Yo todavía seguía temblando y él lo notó.

—Hey... —Volvió a mirarme a los ojos con mucha preocupación—. Tranquila. —Suspiró con pesadez—. Lo siento, y siento que hayas tenido que pasar por esto, pero me alivia que no te haya lastimado, y debemos irnos ya, o despertarán.

—¿Qué hablas? —le dije—. Estás herido.

—Estoy bien.

Fue a buscar mi mochila y reaccioné, ya me había olvidado de su existencia nuevamente. Me preocupé, él estaba sangrando aún.

—Debes reposar, no puedes seguir así —le pedí.

Recogió la mochila de la arena y se la puso a la espalda.

—Debemos seguir.

—¡No seas terco, Sirio! —le reclamé.

Me miró sorprendido, pero a los pocos segundos sonrió y continúo caminando sin hacerme más caso. Me sentí frustrada.

—Bien, si así es como quieres llevar nuestra relación y si tanto te gusta desangrarte, caminaremos hasta que sea hora de comer y me dejarás revisarte, ¿bien? Si no, me obligarás a sedarte.

Volteó.

—¿Qué? —sonrió—. ¿Sedarme?

—Así es, tengo sedante —dije, sintiendo que al fin lo convencería con mi pequeño engaño.

—¿Y en dónde está?

«Rayos». Si le decía que estaba en la mochila sabría que nunca podría lograr atraparlo para quitársela.

—Lo tengo yo, escondido en mi zapatilla. Así que tendrás que aceptar.

—No si yo te la quito primero —me retó con diversión.

—Me enojaría contigo y no te volvería a dirigir la palabra hasta llegar a la capital, y allá te quedarás solo, ¿de acuerdo? —le aseguré en el tono más amenazante que pude.

Al parecer esa opción le hizo reflexionar. Pareció asustarse y resopló frustrado.

—Bien, lo siento. Te dejaré curarme después, es solo que en verdad debemos irnos.

—Lo sé, lo sé. —Seguí caminando para darle alcance.

Me miró de forma incrédula.

—¿Y si lo sabes por qué nos haces demorar?

—Porque no quieres escucharme, y si vamos a hacer esto en verdad debes escucharme.

—Por supuesto que te escucho.

—¡No, ya estamos discutiendo!

—No, claro que no —respondió en tono incrédulo.

Quise refutárselo, pero no pude evitar reír.

—Todavía me pregunto por qué me enamoré de ti... —fingí lamentarme sobando mi frente con los dedos.

—¿Enamorar? He escuchado esa palabra antes —reflexionó para sí mismo.

Suspiré.


***

Después de quizá una hora o un poco más, él se detuvo, se sacó la mochila con algo de dolor y la puso en la tierra, me alarmé al ver que esta estaba con manchas de sangre. Se sentó en un viejo tronco, estaba agotado.

Saqué el botiquín de la mochila y me acerqué, tomé su mentón e hice que me mirara a los ojos.

—¿Ves que no estabas tan bien? —le regañé con cariño.

Sonrió levemente y con algo de culpa.

—Tenía que sacarte de ahí, estoy casi seguro de que no nos seguirán, su orgullo puede más.

Le desabotoné la camisa y la deslicé por sus hombros con cuidado para ver todas sus heridas. Tenía las mordidas que había recibido, los golpes y raspones. Al verle la espalda me alarmé, estaba con múltiples cortes ocasionados por los vidrios y seguramente tendría muchos incrustados ahí. él me miraba atento con esos ojos de verde destellante y pupilas rasgadas.

—Estarás bien —le dije.

Me puse de rodillas y empecé a desinfectar y curar sus heridas. Le limpié la sangre, vendé la mordida del hombro que era bastante profunda, un poco más y le habría arrancado carne.

Él no desprendía su vista de mí, de vez en cuando lo miraba y le sonreía de forma dulce. Al terminar tomé su rostro y le di un casto beso en los labios, Me mostró una leve sonrisa con ilusión.

—Bien, ahora necesitaré que te recuestes boca abajo, debo sacarte los vidrios —le pedí.

Tomó mi rostro y pegó sus labios a los míos sin hacer caso alguno a lo que le había dicho, pero no me importó esta vez. Abrí mis labios contra los suyos y lo besé con suavidad. No sabía qué sería de mí sin él. Rodeé su cuello con mis brazos, con delicadeza, me abrazó y me pegó a su cuerpo. Sentir el calor de su piel era una de las sensaciones que más me hacían volar, aparte de besarlo. Su otro colmillo hincó mi labio.

—Hum —exclamé apenas sin separarme ni un milímetro.

—Perdón —murmuró.

Negué suavemente con la cabeza sin separarme de él y me aferré más mientras entrelazaba mis dedos en su cabello. Recordé que debía curarlo, así que me separé a regañadientes. Lo dejé plantado con los labios levemente separados esperando seguir besándome. Enseguida abrió los ojos y me miró confundido. Me reí.

—Recuéstate o no habrá más besos —le amenacé sonriente.

Sonrió resignado y me puse de pie, tendí mi sábana donde yo dormía y él se recostó boca abajo. Me senté sobre mis talones a su lado, agradeciendo la fuerte y clara luz del día.

—Delicioso, esto huele a ti —dijo con una sonrisa. Ladeó el rostro y respiró hondo.

Me reí entre dientes.

—Necesito que estés tranquilo, puede que esto duela... mucho —avisé preocupada.

—Está bien, lo sé, pero tenemos buena tolerancia al dolor...

—Oh.

Después de limpiarle la espalda con el agua oxigenada tomé la pinza y me dispuse a retirarle los vidrios.

—Me gustan tus besos —murmuró suavemente.

—A mí también —respondí.

—Se siente raro... pero rico, me encantan —agregó casi susurrando.

—A mí más —le susurré luego de soltar una corta risa apenas audible.

Admiraba su fuerza, no dejó salir ni un solo ruido insignificante de dolor cuando le retiré un pedazo de vidrio de un tamaño considerable. Lo aguantó como buen evolucionado.

—Quisiera saber... —dijo—. Ustedes los humanos... Bueno...

—¿Sí? Dime.

—Bueno, ¿has... dado esos besos a otros?

Me quedé fría con un pedazo de vidrio en la pinza. No esperaba esa pregunta, pero debí suponerlo. Yo le había dado su primer beso, era obvio que se iba a preguntar si había besado antes. Retiré el pedazo de vidrio.

—Sí, pero...

—¿A cuántos? —preguntó.

—A... tres —respondí. Me sentía avergonzada, esto no pasaría con un hombre humano. Sonreí apretando los labios—. No es lo mismo, ¿sabes?

—¿Cómo así?

—Esos besos... no se comparan con los que te he dado.

—¿No? —noté que sonreía.

—No. Siempre estuve sumida en mis estudios, lo que hubo con esos chicos no duró, y no fue nada comparado con lo que siento por ti. También me encantaste desde que te vi, y llenaste mis días. Aunque admito que luché contra mí misma para no enamorarme de ti. Caí a tus encantos como una presa fácil, me fascinaste siempre. Nunca sentí todo esto, jamás. Enamorarme de ti fue tan fácil e instantáneo como respirar.

Retiré otro vidrio y lo miré de reojo, él estaba con los ojos cerrados y una leve sonrisa.

—Además —continué, y me ruboricé—, tus labios son los mejores, hacen que me pierda. Nunca antes había deseado tanto besar a alguien.

Sonrió ampliamente.

—Ah, ¿sí?

—Sí, te besaría por horas... Toda la noche... Todo el día. Pero hay cosas que hacer.

—Puedes besarme toda esta noche —dijo con tono esperanzador.

Me reí. Retiré otro pedazo de vidrio.

—Es tentador, pero... debemos descansar —le respondí con dulzura—, te prometo que lo haré alguna noche... en el futuro.

—Espero que no sea muy lejano.

Si lo besaba toda una noche me provocaría hacerle otras cosas, estaba segura, y quería enseñarle poco a poco, sin apresurar nada. Yo todavía tenía cierto miedo a que un día se cansara de mí, y... se fuera... como solían hacer los chicos.

—Mi Sirio Antonio —dije en un suspiro—, relájate y déjame terminar.

—Como usted pida, señorita —respondió con su suave y grave voz seductora.

Terminé al cabo de casi una hora. Cubrí algunos de los cortes que estaban más profundos. Al terminar me acerqué y le di un beso en la frente.

—Listo, terminé. A comer —le dije mientras me ponía de pie.

Sonrió y se puso de pie despacio. Le alcancé otra camisa y se la puso, privándome la vista de su escultural cuerpo. Se sentó a mi lado bajo el árbol a comer lo que su mamá nos había dado.


Terminé sentándome entre sus piernas y recostándome contra su pecho, la tibia luz se filtraba a través de las hojas del árbol, las aves cantaban, el bosque estaba verde y lleno de vida. Sus caricias me relajaban, sonreí y enterré mi nariz en su pecho. Disfruté de su aroma por varios minutos.

—Debemos seguir —susurró.

—Ummm —le respondí con mi rostro contra su pecho. Sentí que se rió silenciosamente.

Jugueteaba con un mechón de mi cabello.

—Ya quiero llegar y dormir... y tú también debes dormir —dije mirándole a los ojos.

—Sí, si me aseguro de que estás a salvo, dormiré.

Sonreí y le di un ligero pellizco en el labio inferior.

—Lo estaré.

Sonrió y apareció un ligero rubor en sus mejillas, quizás ocasionado por lo que hice. Bajó la vista pareciendo arrepentido por algo.

—Perdóname por lo de hoy, en verdad —murmuró volviendo a mirarme y acariciando mi cabello.

—No, perdóname tú por no haber querido hacerte caso, sabiendo que estábamos en peligro todavía.

Negó en silencio.

—Te hice creer que no me importa lo que tú digas.

Le di un suave beso.

—Claro que no... te asustaste cuando te dije que te dejaría solo, entonces sí te importa.

Sonrió con culpa.

—Supongo que ambos nos preocupamos el uno por el otro. Pero créeme, estuve a punto de perder todo el control cuando vi que te golpearon, casi lo mato. Perdón por todo lo que viste.

Suspiré.

—Bueno, ya, tienes razón, hay que llegar pronto a la capital, así esto quedara atrás, ¿sí? —volví a darle otro beso y él sonrió apenas.


Al cabo de un par de horas se empezó a divisar la gran muralla de la capital.

—¡Al fin!

La muralla se divisaba cada vez más cerca mientras avanzábamos. Le tomé la mano a Sirio y seguimos, conforme nos fuimos acercando distinguimos a unos hombres cerca de un conjunto de árboles.

—Oh no, son personas, ¿les habrán atacado?

Sirio miraba atento, aceleramos el paso. Había tres hombres de seguridad en la muralla, apuntando con sus armas, atentos a cualquier movimiento.

—¿Cuál será su problema? —pregunté.

Noté que había un tercer hombre tendido en el suelo. No podía distinguir su rostro ni nada. El viento finalmente sopló de golpe contra nosotros y Sirio se tensó por completo.

—Es... mi padre. —Y se lanzó a correr.


***

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