Capítulo 22: Mi compañera eterna
Sirio
Luego de dejar a Marien para que descansara, fui a ver a mamá.
Me di cuenta de que las prendas que tenía para cambiarme se arrugaron un poco al tenerlas en mi brazo mientras abrazaba a mi chica, pero no importaba. Las dejé en un mueble antes de entrar a ver a mamá.
Para mi sorpresa, ella tenía una leve sonrisa.
—Entonces, ¿te vas con ella?
Oh, escuchó. Bueno, la puerta estaba abierta...
—S-sí...
—Qué alivio —susurró. Suspiró y acercó hasta quedar con su frente contra mi pecho, así que la abracé—. Ella te convenció finalmente. Pudo más que tu terquedad.
Sonreí con culpa.
—Mamá, no sabía que a ti también te angustiaba. Lo siento.
—Pero por supuesto que me angustias —reclamó y me miró con algo de enojo y felicidad al mismo tiempo, una extraña combinación—. Eres mi hijo. No me importa mi honor, no me importó desde que te tuve. Obviamente yo tampoco quiero que te entregues a Orión y a los viejos.
Me sorprendió.
—Madre, qué manera de referirse a ellos.
Ella rió en silencio, apartándose.
—Lo sé, lo siento.
—Está bien, yo también les digo viejos.
—Sí, te he oído —comentó con su sonrisa.
Me alegró saber que había hecho feliz a las mujeres más importantes de mi vida. Era verdad, concordaba con mamá, a veces el honor no podía ser más importante que las personas.
Suspiré y sonreí como tonto de nuevo.
—Mamá... Quiero unirme a ella...
Lo meditó un segundo.
—Pero es humana.
—Nosotros también, ¿o no?... Y lo que siento por ella es...
Suspiró de nuevo.
—Sé que siente algo por ti. —Sus labios formaron una leve sonrisa—. Y tú también. Vas a descubrir cosas muy bellas gracias a eso... Pero sabes que los humanos no tienen uniones, y el unirse a alguien no es así de simple como los ancianos aquí lo hacen ver.
—Quiere estar conmigo y yo con ella, ¿no es eso lo que amerita una unión?
—Sí, bueno. En parte.
—Es lo que debo hacer.
Resopló sonriente.
—Otra vez un nuevo capricho. Primero te encaprichas con morirte porque sí, y ahora esto. —Yo reí y me rasqué la nuca con algo de vergüenza—. ¿Puedes ayudarme con el desayuno mañana?
—Por supuesto.
—Bien, a primera hora iré a hablar con Ganímedes para que los una. Es el único de los viejos al que le agradamos.
Sonreí ampliamente.
Como a las cinco de la mañana, horas usuales en las que muchos despertaban, ayudé a mamá a hacer el desayuno mientras ella salía. Alimenté a los pollos y recogí algunos huevos de las gallinas para preparar. Al volver por el otro jardín, miré de reojo los ventanales de mi habitación en donde estaba mi dulce Marien.
Sonreí apenas, al ver que parecía estar descansando bien. Al haber estado con humanos, ahora sabía que solían dormir un poco más. Yo entendía, por supuesto, también aproveché para dormir más cuando estuve allá.
Al regresar a la cocina para ver cómo iba la leche de soya, los gemelos llegaron.
—Buenos días —saludaron.
—¿Y la señora Enif?
—Fue a hacer algo... —expliqué mientras movía la leche para que no se pegara en el fondo de la olla.
Ambos se miraron y se sonrieron.
—La vimos yendo hacia la oficina de Ganímedes.
—Si ya saben, ¿por qué preguntan? —les reproché con diversión.
—¿Vas a unirte a alguien? ¿A Ursa?
Guardé silencio y eso les hizo entender. Abrieron los ojos con mucha sorpresa.
—¡Vas a unirte a...!
—¡Shh!
Se taparon la boca, y Deneb se la descubrió para seguir hablando.
—No puedo creer que una humana quiera unirse a un evolucionado.
Apreté los labios y seguí con lo mío.
No le había dicho a Marien. ¿Debía? Creía que se sobre entendía, que, si queríamos estar juntos, debíamos unirnos primero. Así eran las cosas. Es decir... Bueno, no lo sabía.
Mamá regresó y ambos fueron a saludarla. Suspiré.
El desayuno fue bien, incluso Marien nos invitó un poco de leche que todavía guardaba en su mochila, pero mamá me dijo en la mañana que debía apurarme en irme, ya que luego de un día, era más que obvio que Orión podía aparecer para querer hablar también con los ancianos. Aunque su orgullo no le haría venir así de fácil, valía prevenir.
Luego de que mamá nos dio contenedores con algo de comida para llevar, ya que la ciudad de los humanos no estaba muy lejos, partimos finalmente.
—¡Sirio! —me llamó Ursa y volteé. Estaba enfadada—. Claro, no piensas despedirte.
—No es necesario, trataré de visitar.
Bajó la vista.
—Sí, más te vale que no te mueras.
Sonreí levemente.
—No lo haré —aseguré.
Se fue, luego de asentir, y nosotros seguimos caminando, acompañados por los gemelos.
No sabía por qué nos seguían. Supuse que no tenían que ir de cacería con Ursa o con sus padres. Estaba bien. Eran curiosos y siempre me agradó su compañía.
O era que querían ver cómo me unía a Marien. Uhm... Debía decirle, aunque sus padres no estaban y no podía hablar formalmente con ellos. No quería decirle de frente para unirnos, quería que fuera como debía ser, pero no se podía...
¿Cómo lo hacían los humanos? Quizá...
Bueno, queríamos estar juntos, así que se sobreentendía que debíamos unirnos, así yo era suyo de forma oficial y ella...
—Si seguimos por esta dirección, creo tardaremos más en llegar al límite de la ciudad —murmuró Marien.
—Lo sé, vamos a registrarnos primero —solté.
—¿Qué? —susurró.
Quedé mirándola.
—Marien, te unirás a él —avisó Rigel y lo miré con molestia.
Este parlanchín. Así no se decía...
—¿Eh? —Marien me miró—. ¿A qué se refiere?
—Iremos a hacer oficial lo del núcleo —le hice recordar.
—Espera. ¿Estás seguro? —Quise decirle que por supuesto que sí, pero continuó—. Piénsalo por favor, soy humana, ¿qué clase de futuro podrías tener conmigo?
Fruncí el ceño con confusión. Sí, quizá debí decirle antes, pero era obvio que quería estar con ella así.
—Creí haberte dicho que quería darte todo de mí...
—Mira —suspiró con cierta tristeza—, yo no puedo hacer las cosas que tú haces. Solo te estorbo, sé que te gusta pelear, te gusta correr y hacer todas esas cosas... que yo no podría hacer contigo.
La calmé con una leve sonrisa.
—No me moriré si no hago esas cosas.
—Es que no es eso, no quiero que te prives de tu plena felicidad.
—Tú me haces feliz.
—¿Qué pasa si luego de unos meses cambias de opinión?
—¿Por qué dices eso?
—La gente cambia.
—Yo no.
—Claro que sí, lo harás.
Bueno, era verdad, Altair cambió, pero eso era diferente.
—Pues será para mejor, ¿no crees?
—No me refiero a eso. No nos conocemos mucho en realidad.
—Te conoceré más en la marcha —le traté de explicar—. ¿Crees que no sé qué la unión significa trabajar en nuestra relación?... Y, aun así, sé ciertas cosas. Sé qué te afecta, sé que te gusta la naturaleza, que has salido a delante a pesar de las cosas que te han pasado, sé que... —me acerqué y tomé su mano, bajando un poco la voz—. Sé que a veces en las noches sollozas, y mencionas a tu madre. —Ella me miró con sus bonitos labios entreabiertos con algo de triste sorpresa. Como la vigilaba cuando dormía en el bosque, me di cuenta de eso—. Te cuidaré todas las noches de ahora en adelante —prometí.
Sonrió apenas y suspiró.
—Es que... Pensar en casarte a los veinte es algo... apresurado...
Si supiera que, para los ancianos, a mí ya se me estaba pasando la oportunidad de tener compañera, aunque no era eso por lo que quería hacer esto.
—No es así, no aquí, y quiero pasar el mayor tiempo posible contigo. ¿Para qué esperar a pasar la mitad de mi vida en soledad, cuando ya te encontré? Eso es en lo que te has convertido. Las parejas de un núcleo son uno solo y se acompañan toda la vida, no creía en eso hasta que te conocí y empecé a querer protegerte de todo.
—Mi Sirio... —mantuvo su sonrisa y eso me dio esperanza—. Me honra que quieras estar conmigo, pero... piensa a futuro, ni siquiera sabemos si podremos tener hijos o...
—¿Cómo así?
Apretó los labios y miró hacia atrás, hacia los gemelos que se mantenían lejos, aunque sabía que escuchaban. Estaban ahí atentos sin parpadear siquiera.
Negué en silencio.
—Escucha —murmuré con suavidad—, iba a pedírtelo, es más, incluso hubiera hablado con tus padres primero para obtener su aprobación. Ahora, si quieres que te lo pida como lo piden los humanos, solo dime cómo lo hacen y lo haré.
—Descuida, estar contigo es lo que más quiero, te siento como mi hogar, no tienes que pedírmelo, pero...
—No quiero que te sientas mal por hacer algo que creas que va contra las normas —agregué, ya que anoche incluso insistió en dormir en el sofá—. Y siento que así no te me escaparás ni me dejarás.
Sonrió de forma más amplia ahora.
—No te dejaré, a menos que tú quieras. Además, tú eres el que no ha querido dormir junto a mí, así que creo que eres tú el que se sentirá mejor.
—Eso también, probablemente —admití. Y era que quería que al menos esto que era con ella, fuera oficial en todos los sentidos—. Y descuida, no voy a dejarte. No parece que lo creyeras, pero te lo demostraré.
—Eres un muchacho terco e insistente —dijo con su dulce tono de voz y suspiró—. Disculpa por hacerte creer que no quería, es que... en mi cultura es diferente, pero no miento cuando digo que sí quiero estar contigo, así que sí, acepto. Aceptaría sin importar qué.
Me hizo feliz. Sí, entendía que esto era importante para mí. Sin soltar su mano, nos encaminamos de nuevo. La unión era eterna, los humanos no lo sentían así, pero mi devoción hacia ella era irrompible. No tenía que preocuparse de que cambiara de opinión.
Llegamos al edificio blanco en donde estaban los ancianos, a la zona de Ganímedes, que, además de concejero y líder, era el que unía a las parejas. Entramos a la oficina y nos sentamos frente al escritorio de mármol negro que tenía, que contrastaba con las paredes blancas que estaban cubiertas con cal. Lo sabía porque papá y yo les habíamos ayudado algunas veces en arreglar una que otra cosa.
Su compañera Calisto entró y nos sonrió levemente.
—Sirio. —Miró a Marien un par de segundos—. ¿Al fin te animaste? Es algo tarde...
—Sí. Está bien, no necesito ceremonias.
Olfateó el aire.
—No es la joven... Mi olfato no es el mismo que el de hace unos años, pero ella huele un tanto a...
—¿Humano? —comenté con cierta diversión.
—Oh, ya veo, es una jovencita en transición.
Quise explicar, pero Marien tomó mi mano y la miré. Con sus expresivos ojos me hizo entender que estaba bien, así que ya no dije nada. Y bueno, no importaba, lo importante era que Ganímedes nos uniera.
—Usualmente no debo hacer esto sin la ceremonia grupal con todos y sin la presencia de los padres que aprobaron esto, pero tu madre me habló, y yo como sabrás, le tengo mucho aprecio, así que...
La señora empezó a llenar los papeles que luego pondrían en el libro de las parejas del pueblo.
—A ver... Sirio, hijo de Arcturus y Enif... Acepta formar un núcleo con la señorita... —Se dirigió a mi dama.
—Marien...
—Un nombre peculiar.
Vi que ella quiso seguir hablando.
—Solo Marien —le expliqué con una sonrisa—, no usamos apellidos, no tenemos.
—Oh... ¿Que?
—¿Nombres de tus padres? —preguntó Calisto.
—Jorge y Micaela.
—Firmen. —Lo hicimos y se puso de pie—. Bien, pasen por aquí.
Le sonreí a Marien, tomando su mano, y seguimos a la señora. Pasamos por el jardín y mi dulce amante de la naturaleza lo admiró, ya que era enorme. Tenía árboles con flores blancas. Llegamos al pequeño salón, que era bien iluminado por la luz del día, y quedamos frente al escritorio de Ganímedes.
—Sirio. —Recibió los papales de Calisto y nos miró a ambos—. Eres un caso, siempre lo fuiste de algún modo. —Sonreí con culpa por las veces en las que fue víctima de mis travesuras. Fue a sacar una caja del estante y se acercó—. Estábamos guardando esto para ti. —La abrió mostrando los anillos que hicieron los artesanos del pueblo—. Felicidades, juren que estarán juntos por siempre, cuidando el uno del otro.
—Sí —respondimos al mismo tiempo.
—Lo juro —agregué.
—Lo juro.
Marien apretó mi mano. Su respiración flanqueó, la miré y me sonrió. Estaba feliz y yo también. Tenía una sonrisa de tonto. De pronto estaba tan deseoso de ser suyo, su compañero eterno, y la vi tan radiante y hermosa, con los árboles del jardín detrás y por los costados, que sentí que mis nervios me iban a fulminar.
Iba a unirme a esta hermosa mujer y no sabía qué hice para ganarme tal honor.
Ganímedes me dio la caja, saqué el anillo para mi dama y se lo puse en el dedo. Ella hizo lo mismo y me incliné para juntar mi frente a la suya, cerrando los ojos y respirando hondo su dulce aroma.
—Muy bien, eso es todo. Ya que no hay ceremonia, pueden retirarse —dijo Ganímedes.
Se fue, no sin antes ofrecerme una leve sonrisa cómplice.
¿Eh?
Marien me abrazó fuerte y le correspondí. Los gemelos también se acercaron.
—¡Bien! —Exclamó Deneb—. Lástima que lo hicieron un día tarde.
—Está bien, ya vimos el baile anoche —le recordé—. Ahora ya podemos ir a la capital.
Marien tomó mi mano, feliz, y volvimos al camino.
Mis sentimientos por ella eran sólidos como el diamante. Estaba tan seguro de esto como lo estaba de lo que sentía por mis padres. Mi compañera eterna era así de importante. Ella era mía y yo era suyo. Le iba a dar mi protección, la iba a consentir, le daría todo de mí.
—Bueno, mi Sirio Antonio —murmuró mi dama—, ya me hiciste cometer la locura juvenil de mi vida. Ahora espero llegar pronto a la capital.
—Lo haremos, estamos más cerca de lo que crees.
—Oigan —habló Deneb—. ¿No piensan tomar las lecciones de aprendizaje para los que forman un nuevo núcleo?
Oh, bueno, no tenía importancia. Ya tenía a mi chica solo para mí.
—Lo haré luego —les dije. Miré a Marien—. Tú podrías enseñarme, ¿no? A ustedes no les ocultan nada.
Sonrió.
—Sí, bueno, no nos lo ocultan. Claro que te mostraré —me ofreció.
Al poco tiempo ya estábamos en las afueras del pueblo, algunos de los agricultores nos veían de lejos. Los gemelos se despidieron y se quedaron mirando un rato cómo íbamos alejándonos.
Suspiré luego de darles un último vistazo. Estaba dispuesto a volver, debía lograr algo primero. Debía ayudar a parar a los humanos.
Entonces Marien dio una corta risa en silencio, su mano aferrada a la mía. Le sonreí con dulzura.
—Estás feliz.
—Sí, lo estoy —aseguró, pero luego pensó un segundo y suspiró—. Aunque... Creo que esos señores esperaban ver a Ursa...
Uhm... Tan atenta a los detalles.
—No te preocupes por eso —le resté importancia—, muchas de las futuras parejas son conocidas por ellos, ya que deben forjar los anillos, pero es eso simplemente.
—Pero Ursa me dijo... que les deshonraste. ¿D-desde cuando quedaron ustedes en unirse?
—Hará unos cinco años, de hecho. Nuestros padres hablaron y lo acordaron, ya que ella dijo de pronto que quería unirse a mí. Pero yo en ningún momento sentí que debía, es decir, en ese tiempo era algo que simplemente iba a pasar algún día, ya sabes —me encogí de hombros—, y mi mente estaba en el entrenamiento de Orión.
Ella quedó con los labios entreabiertos y miró hacia el frente, cambiando de pronto su expresión a una de preocupación. Resopló aire apenas, pude escuchar la diferencia. Pude sentir el muy leve cambio de temperatura en su mano.
—Casi puedo olfatear tu estrés —comenté en susurro, queriendo calmarla—. No hay razón para que te estreses, en verdad.
Suspiró.
—Lo siento.
—Descuida...
—Estaré bien. Me gusta saber de ti. —Se empinó y me plantó un dulce y rápido beso en la mejilla.
Quedé viéndola con mi sonrisa de tonto, me alegraba verla tranquila. No tenía por qué sentirse mal. Ya nada importaba, era de ella, así que no tenía que angustiarse.
—Es verdad, ahora que lo recuerdo... ¿Y tu papá?
—Seguro en alguno de sus viajes, vigilando sus obras.
—Así que se llama Arcturus.
—Sí.
—Otro nombre de estrella.
—Eres muy lista —dije sonriente.
—Lo sé.
Reí y me di cuenta de que me encantaba también verla tan segura de sí misma. Ella era toda una mujer que sabía lo que quería.
—Viene de familia —le expliqué—. Los nombres. Y también depende de cosas como la visibilidad de las estrellas o galaxias en la época en la que naces y así. Algunas otras familias usan nombres de distintas índoles, sobre todo fenómenos naturales y demás.
—¿Y por qué no usan apellidos?
—Asumo que porque ya tenemos otra segunda forma de reconocernos y ese es el aroma. Ya sabes, cada familia tiene cierto aroma.
Caminamos cerca de las ruinas de alguna ciudad que una vez fue de humanos. Observé los alrededores, pues el aire no me ayudaba, ya que soplaba llevando nuestro aroma hacia el interior, lo que era un problema.
—Sirio —Marien llamó mi atención—, mira, una playa.
—Sí, lo sé. —Ella no dejaba de observar—. ¿Quieres acercarte?
—Solo unos minutos —pidió volteando a verme con esos bonitos ojos a los que no les podía negar nada.
—Si gustas, de todos modos, hoy en la noche estaremos llegando a la capital.
Sonrió ampliamente y se dirigió al lugar. La seguí de cerca mientras mis ojos volvían a recorrer su cuerpo. Quedó observando el horizonte, el agua agitándose, y yo quedé algo ensimismado en sus curvas.
Su cuerpo era también muy hermoso, me llamó la atención desde hacía tanto tiempo. Me atraía demasiado, era algo que no podía explicar. Era único, fino, delicado, puro. Debía estar en canciones.
Teníamos canciones a la naturaleza, pero no al cuerpo de una mujer, ¿por qué? Si era su obra maestra. Bueno, ella lo era para mí. Me provocaba tocarla, explorarla, tomarla de la cintura y apretarla contra mí, como lo había hecho cuando la había besado.
Mis labios formaron una leve sonrisa mientras ni siquiera parpadeaba por recorrerla de arriba abajo, como lo hice la primera vez que la vi y el mundo pareció detenerse...
Reaccioné y sacudí la cabeza. ¿Qué me estaba pasando?
Cuando llegué a su lado, ella tomó mi mano y me miró, haciendo que me perdiera en su inocente mirada.
Me abrazó.
—Oye...
—¿Sí?
—Yo... —Alzó la vista, parecía querer decirme algo, pero un leve ruido me puso alerta enseguida.
Volteé hacia las ruinas frunciendo el ceño y tensándome enseguida al ver a Apus y Antares, observando. Maldición...
—Te encontramos —dijo el primero.
—Sirio, creí que eras más listo y habías huido lejos como el cobarde que eres.
¿Cobarde?
Apreté los dientes y los puños, queriendo gruñir.
—Qué fácil lo pusiste, vamos a hacerte pedazos.
—¿Acaso ya tienen la carta de aprobación de los lideres ancianos? —respondí de forma fría para que no me vieran afectado.
—La tendremos, así que no importa el orden los hechos.
—Ahora, si quieres redimirte, hay que hacerla pedazos a ella entre los tres, sería más divertido. ¿Dónde está tu instinto asesino?
Respiré hondo para calmarme. Solo querían provocarme. Si perdía el control, podía perder a Marien, y eso sería mi fin. Dejé caer la mochila que llevaba con las cosas, ya que iba a estorbar mientras les rompía la cara a esos dos.
Ellos no tardaron en notarlo.
—¿Crees que es sensato? Entrenamos contigo, conocemos todos tus trucos —se jactó Antares.
—Si no tienen la carta, tengo derecho a defenderme —contraataqué—. Y no podrán tocarla a menos que me venzan a mí.
—Pasaremos de ti e iremos por ella. No necesitamos perder tiempo contigo primero.
—¿Entonces creen que yo podría ganarles? —Ahora era yo el que intentaba hacerlos enojar.
Y funcionó.
—¡No digas tonterías! ¡Sabes bien que te vamos a matar!
—Lo sé. Ya que están tan seguros —sonreí de lado con suficiencia—, adelante.
Empezaron a gruñir, como perros rabiosos, y se lanzaron.
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