Capítulo 2: Investigaciones

¿Me había dicho que no mordía? Por un milisegundo me lo imaginé mordiéndome el labio y sacudí la cabeza como loca.

Era imposible ahora que fuese un evolucionado, ellos no coqueteaban. ¿Y por qué creía que coqueteaba conmigo si lo había visto llorando hacia pocos segundos? Nada tenía sentido.

—Ah, s-sí... —Qué terrible, estaba avergonzada.

Me senté en su cama y volvió a mostrar su media sonrisa mientras reacomodaba la silla en mi dirección.

—Así que no más pruebas.

—No, descuida, hablaré con ellos y te haré salir pronto de aquí.

Su semblante no mostró alivio como yo esperaba, frunció el ceño y miró al suelo.

—No han venido por mí, eso significa que no tengo a nadie... ni a donde ir. No sé qué pasó, no puedo recordar nada sobre eso. Sin embargo, sí recuerdo otras cosas... Todo es muy confuso.

—Era por eso que... —Señalé mi mejilla, tratando de hacerle recordar la lágrima, pero escondí mi mano enseguida, arrepentida. Ese no era mi asunto.

Soltó un leve suspiro, pasando su mano por su cabello.

—Me viste, ¿verdad? —Recostó su rostro en sus antebrazos sobre el respaldo de la silla. Tardó unos segundos en continuar—. Sí... era eso, la incertidumbre... —Sus ojos de intenso verde estaban llenos de impotencia.

—Descuida, entiendo. Mis padres tampoco están.

—Lo siento.

—Está bien. Ya pasó. Yo... —Me fue difícil articular las palabras. Solo recordarlo a veces golpeaba igual de fuerte—. Es culpa de los humanos evolucionados... Odio a esos seres.

Alcé la vista y él me miraba atento, apenas sin parpadear. Se levantó lentamente, dejó la silla a un lado y se acercó. Me di cuenta de que de mis ojos habían brotado un par de lágrimas y amenazaban con caer por mis mejillas. Me las limpié avergonzada.

Había revelado un lado mío que no mostraba a nadie, y apenas lo conocía, pero era muy tarde para retroceder.

El hecho de que mi casa había sido destruida me estaba afectando también en ese momento, además del hecho de haberme salvado por un pelo de morir.

—Y... ¿Qué pasó? —Se sentó en la cama también, algo separado de mí.

—Mis padres siempre estuvieron fascinados con esos humanos especiales. No eran partidarios de ideas como intentar amarrarlos y hacerles experimentos. Creían que podrían apelar a su lado humano. No creían que, habiendo evolucionado, o mutado, habían perdido su humanidad o bueno... como dije, eso creían, pero... —Nuevamente, el nudo en la garganta me dificultó hablar—. Hubo un ataque y los seres que estaban a su custodia aprovecharon la distracción y los mataron... o quizá fueron otros. De todos modos, el plan de los H.E que atacaron era rescatar a los que estaban ahí presos. —Respiré hondo, ya no había lágrimas. Me puse de pie y él me siguió—. Perdón, no necesitabas escuchar eso...

—No, está bien. Debes desahogarte de vez en cuando. —Posó su mano en mi hombro, tratando de darme ánimos.

—Esto no lo he contado... salvo a Marcos.

—¿Tu amigo el posesivo?

Lo miré y sonrió. Tenía una bonita y atractiva sonrisa, no pude evitar sonreírle también. Sacudí la cabeza en negación.

—Solo se preocupa por mí, es mi amigo desde la universidad.

—Ah, en la "zona del amigo".

Reí. Nunca había pensado así, no tenía tiempo. Justo ahora me sentía una amargada, una vieja amargada.

—No, no he pensado en esas cosas —dije entre risas. Me aclaré la garganta, no debería estar riendo—. Eso ya vendrá por sí solo.

—Claro. —Me dio un par de suaves palmadas en el hombro y se alejó.

—Gracias. —Sentí cómo me ruborizaba—. Bueno, te dejo descansar. Aquí ya te han dejado bastante ropa y veré que de ahora en adelante estés como uno más de nosotros.

—Gracias —volvió a ofrecerme una sincera sonrisa.

—Descansa.

—Buenas noches, señorita.

Volteé rápidamente. Salí y me dirigí a mi habitación, había sido un largo día. Ese joven no podía ser un H.E, ni siquiera tenía colmillos. Pero no era por eso por lo que pensaba en él..., en verdad tenía algo, o era que quizá ya estaba paranoica.

Quizá era que me faltaba socializar y yo era la que tenía algo.


Al día siguiente desperté temprano. Mientras me cepillaba el cabello frente al espejo, quedé mirándome. Hacía tiempo que no lo cortaba. Los mechones castaños, similares al color chocolate, me llegaban casi a la cintura. Quizá por eso el evolucionado casi me había atrapado. Lo amarré en una cola alta para que no me molestara en la cara.

Tuvimos una reunión para hacer un conteo de las cosas que sabíamos. Nos encontrábamos sentados alrededor de una larga mesa rectangular. El doctor jefe y líder de la investigación, Carlos, iba a la cabeza.

—Bien, en cuanto al individuo sospechoso...

—Debemos retenerlo aquí, no sabemos aún si es un humano —interrumpió Marcos. El doctor se aclaró la garganta—. Lo siento, continúe —murmuró mi amigo, avergonzado.

—Concuerdo en que debe permanecer aquí, pero dadas las circunstancias..., por el momento se le considerará humano.

—Sí —exclamé para mí misma.

Marcos me oyó y se mostró ofendido. Rosy también sonrió feliz por la noticia.

—De todas formas, se le mantendrá vigilado, así que no podrá salir de aquí... ya que tanta confianza le tienen —dijo mientras me miraba.

Había tomado en cuenta la conversación que tuve con él anteriormente, en la que le pedí que no fueran tan severos. Que, según lo que había estudiado, él no podía ser un H.E y que debíamos ser más tolerantes.

—Me ofrezco como su vigilante —aclaró Marcos mientras levantaba la mano.

—Como guste, cualquiera puede ir con él. Ahora, sin más preámbulos, hablemos sobre la investigación. Doctora Ramos, por favor...

—Sí —tomé mis notas—. Como ya sabemos, esta toxina botulínica es de tipo H. Un gramo de esta puede matar a dos mil millones de hombres. Los humanos evolucionados son más fuertes que nosotros, pero esta sustancia es la horma de su zapato. Desde que se nos otorgó el permiso para comenzar la investigación, casi hemos logrado poner la toxina de forma que pueda ser dispersada con un misil de larga distancia. El problema es que no se nos otorga el permiso para experimentar y por el momento el ejército no piensa apoyar. Así que aprovechamos para perfeccionar la forma de dispersarlo sin disminuir su potencia hasta que el gobierno nos de nuevas instrucciones.

—Es verdad —contestó el doctor—, hay mucha polémica aún en cuanto a lo que se debe hacer. Está claro que debemos ponerles un límite a esos salvajes, pero hay muchas sociedades protectoras que buscan meterse e interferir.


La reunión culminó al cabo de unos minutos. Nos dirigimos al comedor, era hora de almuerzo. Pasamos con nuestras bandejas sirviéndonos nuestra porción de comida y después nos fuimos a sentar. Marcos se sentó a mi lado y Rosy en frente, alzó la vista y sonrió. Me hizo señas para que mirase algo.

—Ahí está nuestro pequeño recluso —dijo conteniendo la emoción.

Él se veía confundido. Se dirigió a una mesa vacía de un extremo del comedor. Volví la mirada hacia mi plato de comida, sentía deseos de llamarlo, pero no lo hice, y continué comiendo en silencio. Rosy mantenía una media sonrisa tímida y Marcos la miraba más ofendido que antes.

—Está mirando hacia acá —comentó ella, algo ruborizada.

—Ya basta, pareces colegiala —replicó Marcos.

—Tú calla —le respondió a la vez que le lanzaba una alverja a la cara.

Volteé y él tenía sus ojos verdes clavados en mí. Sonrió apenas. Antes de que pudiera hacer algo, Rosy salió disparada y le dijo unas palabras al llegar a su lado. Él se puso de pie y jaló su bandeja para venir con ella.

—Lo está trayendo, ¿verdad? —preguntó Marcos completamente incómodo.

—Sí.

Llegaron. Rosy se sentó, y él a su lado. Nos sonreímos.

—Así que... ¿Jonathan o Antonio? —le preguntó mi amiga.

—Hum... Suelo usar más Antonio, creo —respondió con esa profunda y suave voz.

Rosy sonrió. Iba a decir algo cursi o tonto.

—¿Puedo llamarte Antoni? —Lo sabía, algo tonto.

Antonio la miró confundido.

—Eh... buen...

—¡Genial! —exclamó ella sin dejarlo terminar de hablar.

No la había visto antes así, parecía que él le gustaba. Eso me hizo sentir levemente incómoda. Era incómodo en todos los sentidos. No porque me gustara también o algo así, para nada, sino porque estábamos en el trabajo, a fin de cuentas.

—¿Y por qué te apellidas igual que aquí mi amiga Marien? —quiso saber Marcos—. Ramos. Qué coincidencia.

—Marcos, es un apellido común —intervine.

Antonio apretó los labios en una leve sonrisa y se encogió de hombros. Jugueteé con mi comida.

—Creo que te debo las gracias —me dijo él, sacándome de mis pensamientos.

Me miraba de forma dulce. Sonreí y asentí con un gesto de la cabeza.

—No fue fácil, pero tal y como te dije, mejoré las cosas para ti. —Bajé la vista y tomé otro bocado de comida.

—¿Que tú qué? —reclamó Marcos.

—No seas así, Marcos. Marien ha hecho algo muy bueno —me defendió Rosy.

Marcos suspiró y siguió comiendo. Me sentía avergonzada, ¿qué pensaría Antonio? Lo miré y él mostraba una media sonrisa, pero sus ojos se dirigieron rápidamente a los míos. Rayos. Me había descubierto mirándolo.

Tomó con curiosidad una botella que tenía cerca de mi plato.

—Es leche. Prueba un poco —le dije. Me sentía más aliviada.

Empezó a tratar de leer lo que decía la etiqueta. Al parecer tenía dificultad.

—¿Eres corto de vista? —Rosy me robó la pregunta de la boca.

—No, no... —dijo él, y abrió la botella.

Marcos dejó el tenedor.

—Es curioso. Animales como los felinos, por ejemplo, tienen pupilas rasgadas. En el día las tienen contraídas para evitar que el exceso de luz les impida ver bien..., al igual que los H.E —comentó. Tenía un gesto triunfal.

Resoplé.

—Marcos...

—Yo solo decía —afirmó, mientras levantaba brevemente las manos, declarándose inocente.

Antonio nos sorprendió a todos riendo un poco. Su risa era elegante, tan varonil.

—Saben bastante sobre ellos, me sorprende —dijo al final.

—Oh sí, he abierto muchos de sus cuerpos también —le contestó Marcos.

Llevé la palma de mi mano a la frente, avergonzada.

—Ya lo creo —dijo Antonio completamente tranquilo, pero había algo levemente siniestro en su mirada. Era que no parpadeaba. Sin embargo, tomó un sorbo de leche y quedó mirando la botella, cambiando de expresión—. Qué rico —murmuró mientras aún la veía.

—¿Nunca has probado la leche? ¿De qué planeta eres? —le preguntó Marcos con una sonrisa de satisfacción.

—N-no, no recuerdo haberla probado —sacudió la cabeza—. Probablemente está dentro de las tantas cosas que no recuerdo —meditó mientras volvía a poner la botella a mi lado.

—Tómala toda si gustas —le dije mientras lo miraba de forma dulce.

Me regaló una espléndida sonrisa.

—Eres como un gato —le dijo Rosy—. Tienes esos ojos verdes tan atractivos y te gusta la leche...

Él la miró y sonrió. Negó con la cabeza y volvió a tomar la botella. No dejó de tomar la leche de sorbo en sorbo hasta que la terminó. Pude ver cómo se relamió el labio superior completamente satisfecho, mientras sostenía la botella frente a su verde mirada.

Me reí en silencio y volví a concentrarme en mi comida.


***

Las noticias de otro ataque estaban en boca de todos, esta vez había sido en otra ciudad. La gente exigía acción de parte del gobierno para controlar a esos salvajes, pero el gobernador pedía paciencia, alegando que estaban en ello.

Claro, nosotros estábamos trabajando con una de las posibles soluciones, esa poderosa toxina de la cual sostenía una gota ahora en una hipodérmica.

—¿Ya? —pregunté nerviosa.

—Dame un segundo —pidió Marcos mientras acomodaba una probeta con otra sustancia con una fórmula similar a la del agua—. Listo...

Puse la sustancia en un aparato especial que la iba a dispensar de forma perfectamente racionada. El aparato aplicó una millonésima parte en la probeta.

—Ahora al ratón... —exclamó entusiasmado.

—Hazlo tú —dije mientras alzaba las manos y me retiraba.

Cómo detestaba tener que aplicarles esa cosa a los pobres animales. Queríamos ver cuánto se requería diluir la toxina para que tardara en actuar y diera opción de ser atacada con un antídoto y así salvar a la víctima, en caso de que ocurriera una infección no deseada si realizábamos un ataque. Pero, hasta ahora, la muerte de los animales seguía siendo muy rápida y no daría opción de salvarlo.

Claro está que tomábamos eso como referencia para ver cuánto tardaría en un humano, y claro, seguía siendo un tiempo escaso. El otro hecho era que no había un antídoto eficaz que pudiera detener la toxina de forma rápida.

Hacía siglos que la habían estudiado, pero toda información se perdió con las guerras y los desastres naturales causados por el calentamiento global.

Vi el reloj y sonreí, al fin había acabado la jornada.


Me dirigí a mi habitación primero para cambiarme, cenar, dormir tranquila y no soñar que me perseguían. Me pregunté fugazmente cómo estaría nuestro pobre prisionero.

Hoy no había aparecido en el almuerzo. Me preguntaba si él querría estar con nosotros en verdad. Lo dudaba. Además, debía estar desesperado por recuperar su memoria.

Me saqué la bata del laboratorio y solté mi cabello. Este se había enredado un poco, así que intenté tomar el cepillo, de forma tan torpe, que golpeé el perfume y se vació un poco sobre él. Lo enderecé enseguida.

Me cepillé el cabello con prisa y salí. Al menos olería bien, y no estaba prohibido después de horas de trabajo.

Caminé con tranquilidad hasta llegar a su habitación, pero esta estaba cerrada. Suspiré.

¿Qué rayos hacía? Apenas lo conocía. Bueno, solo le diría que podía ir a cenar si gustaba...

Di un toque. La puerta no había estado con llave y se abrió. La luz estaba encendida y me asomé. Lo primero que vi fue la ventana abierta.

¡Ay no!, ¡¿se escapó?!


***

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