Capítulo 11: Aventuras en la ciudad
Me encontraba en el baño lamentando mi existencia. Había venido mi periodo.
Oh por todos los diantressss. ¡Por todos los cielos! ¿Por qué? ¡Qué pesadilla! ¡Lo había olvidado por completo!
Salí del baño luego de cambiarme y alistarme y cerré la puerta despacio. Antonio me miró y recorrió mi cuerpo con sus bonitos ojos de verde destellante y pupilas rasgadas. Carajo, ¿lo sabrá?
Lo sabe, ¡carajo!
—¿Estás bien?
No lo sabe...
—S-sí... Sé que debemos llegar a la capital, pero...
—Si no te sientes bien podemos esperar, no te preocupes.
Carajo, lo sabe.
—Solo... necesito la comodidad al menos por este día...
Sonrió levemente.
—Está bien.
Suspiré y fui hacia mi mochila por pastillas para el dolor. Caramba.
—Podemos ir a cenar más tarde. Te llevaré a un restaurante de carne, ¿te parece bien?
Sonrió todavía más.
***
Pasamos por las zonas residenciales, el cielo se volvió de un tono violeta para cuando llegamos al parque central. Antonio se sentó en una banca y me hizo señas para que me sentara a su lado, pero no lo hice, solo me acerqué y me quedé frente a él.
—Me estaba preguntando algo —comenté.
—¿Sí?
Me le acerqué más, tomé su rostro y como ya era casi oscuro, le retiré los lentes. Él me miraba fijamente con sus intensos ojos felinos. Apreté los labios y giré su rostro hacia la derecha y luego hacia la izquierda, volví a hacerlo mirarme a los ojos y sonrió.
—¿Hay algo en mi cara?
—Solo me preguntaba... Tu cabello sigue igual, ¿no crece? —pregunté.
—Sí lo hace, pero demasiado lento... Demasiado —enfatizó.
—Oh. —Deslicé mis dedos y acaricié sus mejillas con mis pulgares—. ¿Y la barba?
—También crece lento, pero yo me encargo de ella —respondió con una leve sonrisa—. En unos años tal vez la dejaré en paz. —Tomé su mano para ver sus uñas que crecían en punta—. Es un raro detalle —murmuró—, solo las de las manos crecen así, y esto sí es rápido.
Lo miré sorprendida.
—Eres increíble, es como si hubieran sido programados genéticamente o algo así para superar a la raza humana. Completando todo lo que nos falta a nosotros, cubriendo nuestras debilidades.
A pesar de todo sentía cierta fascinación por su especie, me sentía como una loca científica fanática de algún depredador, sabiendo que eran asesinos natos. Quería saber todo sobre ellos, nuestros conocimientos nunca habían sido tan amplios.
—No sé qué habrá intervenido en la aparición de seres como tú, pero... son geniales —agregué—, solo... ten cuidado, ¿sí? —Me miraba fijamente—. Hay que evitar las peleas...
Frunció el ceño levemente y miró a otro lado.
—Pides algo que no va a ser posible. Si alguno quiere lastimarte y logra alcanzarte te matará en un segundo. Fui entrenado para saber defenderme desde muy pequeño, créeme. —Cerré los ojos soltando un suspiro de frustración. Entonces esas marcas... ¿Acaso eran unos salvajes? ¿Qué sociedad criaba a los niños para ser unos...?—. No tienes que temer. Soy fuerte.
—Sabes, ya tengo hambre, hablaremos de eso luego.
Se puso de pie con una sonrisa, cargó la mochila y me siguió. Le obligué a ponerse de nuevo los lentes porque al entrar a un lugar iluminado sus pupilas se contraían y era evidente su naturaleza.
Entramos a un restaurante, no era un ambiente muy iluminado felizmente. Era acogedor, algunas mesas estaban cubiertas con manteles de color crema y otras con manteles de color granate. Todas tenían una pequeña vela al centro, los cubiertos y los platos listos en sus sitios con una bonita servilleta doblada elegantemente sobre estos.
Había una terraza al fondo que al parecer daba a la calle posterior, una alameda hacia un río. Escogí una mesa que no estaba muy a la vista, en la terraza, ahí no había mucha iluminación, solo los faroles de la calle.
Estuvimos analizando la carta durante varios minutos. Antonio tenía los labios apretados formando una línea mientras leía la carta con mucha atención. Sonreí.
—Tú puedes probar esta parrilla —le dije señalándola en la carta—, vienen distintas carnes. Te la pediré, ya que si logran ver tus colmillos estamos fritos.
—He hablado antes y no han parecido notarlos, solo son dientes caninos más largos de lo normal.
—Sí, bueno, no es algo que se vea seguido que digamos.
El mozo se acercó y Antonio escondió sus manos bajo la mesa.
—Le puedo ofrecer nuestra especialidad de la noche. Tenemos ternera en salsa blanca con champiñones, además contamos con nuestra selección de vinos...
—Bueno, tráigame la especialidad y esta parrilla —la señalé—. Hum... Con agua para él y una piña colada para mí.
El mozo asintió algo confundido y se retiró.
—¿Piña colada? —preguntó Antonio.
—Sí, tiene algo de alcohol, pero suele ser suave.
—... ¿Alcohol?
Lo miré extraño y le ofrecí una dulce sonrisa.
—Descuida, estás conmigo, niño. No te dejaré probarlo si no quieres.
Soltó una leve risa. En este país, los menores de veintiún años no podían ingerir alcohol, seguramente con ellos era igual. Después de unos minutos nos trajeron nuestros platos y nuestras bebidas.
Antonio sonrió al probar su comida.
—Buena elección —murmuró.
Comimos tranquilos. Como era de noche y estábamos en la terraza, sus pupilas estaban redondeadas, y aunque fueran más grandes de lo normal, nadie lo notaría. Casi al terminar probé mi bebida, estaba bastante suave, pero Antonio me miraba preocupado.
—¿Todo bien? —quise saber.
—¿No te hará daño? Puede ser malo...
Reí, pero al ver que él seguía mirándome preocupado me detuve. Me aclaré la garganta.
—Tranquilo. Solo tomaré este poco, no me hará nada, está bien diluido. Si gustas, prueba... —Le acerqué la copa.
Dudó unos segundos mirando la copa como si fuese una especie de pequeño y desconocido monstruo. En serio, su sociedad era bastante estricta, pero no tenía nada malo una pequeña probada. Al fin se decidió a tomar la copa, la acercó a sus labios, se detuvo a olerlo y solté otra corta risa. Inclinó la copa y tomó un pequeño sorbo.
—¿Y bien? —pregunté ansiosa.
Seguía mirando la copa de la misma forma, la dejó en la mesa y me la acercó.
—Bueno, no está tan mal... Como sospecharás, nosotros lo tenemos prohibido.
—Claro, los jóvenes aquí también, aunque no parece que les importara tanto como a ustedes. Este es suave. Hay otros tragos que sí que son muy fuertes. No tomo esos, tampoco me embriago, nunca lo he hecho.
Después de pagar la cuenta salimos. No era necesario que él siguiera usando los lentes, la gente pasaba sumida en sus cosas, y las luces de los faroles eran tenues. Esa ciudad era bastante diferente a la mía, aunque más caótica, el desorden de la gente al andar por la pista y las veredas era evidente.
Caminamos lentamente observando algunos edificios. Mi mano rozó con la suya y sentí esa electricidad otra vez. Él caminaba observando los alrededores, junté mis manos hacia adelante y suspiré. Él mantenía sus puños casi cerrados, preocupado porque alguien notase sus garras, pero eso a mí me parecía poco probable, más me preocupaban sus ojos.
Escuché el chillar de unos neumáticos y volteé espantada, había un niño en la pista y el auto ya estaba a unos metros de él. Me tapé la boca al ver que Antonio había salido disparado hacia el niño, lo sacó de la pista y cayeron en la vereda de enfrente, fuera de una tienda de ropa bastante iluminada. «Estupendo». La gente estaba hecha un alboroto.
Corrí hacia él y en el mismo instante los gritos de preocupación se convirtieron en gritos de horror. Antonio se puso de pie de un salto dejando al niño ahí atónito, corrió hacia mí y tiró de mi mano, sacándonos a toda velocidad de ahí.
Oí los gritos de advertencia de los de seguridad, mientras que otros también se hacían presentes: «¡tiene una rehén!», «¡no disparen!», «¡un monstruo!», eran algunos de los gritos que pude identificar. ¿Acaso no les era suficiente con ver que había salvado al niño?
Antonio era veloz, yo casi no tocaba el suelo. Entramos de golpe a un local oscuro y bullicioso, el guardia de la puerta gritó y entró persiguiéndonos. La gente no nos dejaba avanzar, estaban apiñados.
Antonio se tapó los oídos enseguida y le vi sufrir con el ruido. Me preocupé, sus oídos eran más sensibles que los nuestros. Tiré de su mano y nos llevé más al centro para confundirnos con el túmulo de gente bailando, saltando, absorta en la música.
—Tranquilo, tranquilo —dije poniendo mis manos en sus oídos.
Miré a mis alrededores y solo había gente moviéndose y apiñándose contra nosotros, aplastándonos el uno contra el otro, habíamos perdido a los guardias por el momento. Alcé la vista, estábamos bastante cerca. Yo todavía le cubría sus oídos para que no sufriera, y él había puesto sus manos en mi cintura.
Solo nos mirábamos a los ojos, quedé perdida unos instantes sintiendo que mi pulso estaba acelerado de pronto, y no por haber corrido. No estábamos bailando, pero ahí perdidos entre tanta gente, realmente no importaba.
Me mostró una muy leve sonrisa, su rostro cerca al mío me había privado de la poca luz del local. Empecé a menear suavemente mis caderas con sus manos en ellas, siguiendo el ritmo de la música sensual, como si pudiera seducirlo como a un chico humano...
Alguien nos empujó sin querer, mi nariz rozó con la suya y sentí su aliento. Nos apartamos un poco más, yo tratando de disculparme con él. Si mi corazón estaba como loco, me preguntaba cómo estaría el de él...
Retiró una de sus manos de mi cintura y la dirigió a mi rostro. Quitó algo de cabello de mi mejilla mientras me rodeaba con su otro brazo apretándome contra su cuerpo. Mi corazón se aceleró más de lo que ya estaba, y sabía que mi cara estaba de seguro muy roja. Pude sentir lo fuerte que podía ser mientras que parecía reclamarme suya con ese abrazo.
Tomó mi mentón deteniendo mi respiración. Su intensa mirada era tan atractiva... Esos labios varoniles me tentaban, si él se inclinaba yo iba a besarle... Pero claro, no lo hizo. Noté que movió mi rostro suavemente de un lado a otro y reí.
—¿Estás estudiándome también? —reclamé sonriéndole.
—¡Hey! —gritó un hombre.
Ambos echamos a correr al instante, sin detenernos a mirar quién fue. Di por hecho que sería un guardia. Salimos de la discoteca corriendo y muertos de risa. Creo que nunca había sentido toda esa adrenalina, hasta, claro, que lo conocí a él y tuve que verlo pelear frente a mí, aunque esta vez no había sido angustia, si no diversión.
—Si no hubieras quitado al niño del camino, hubiera salido herido quizá, pero no muerto. —Me miró confundido—. Los autos tienen sensores de proximidad, iba a detenerse a tiempo. Pero claro, gracias de todos modos... de parte del niño. —Le sonreí y él me correspondió.
Volvimos a la habitación del hotel. Las camionetas de los de seguridad pasaban corriendo por las calles, haciendo sonar sus sirenas y alarmas, seguro buscando al E.H. infiltrado.
Nos alistamos para dormir. Nuevamente el pequeño placer de usar mi pijama y dormir en una suave cama, pero, sobre todo, ver a Antonio con el torso desnudo, acostarse en la cama de al lado. Seguía siendo glorioso.
—Buenas noches, señorita —murmuró con su seductora voz.
—Descansa —respondí. Pero tenía que quitarme una duda de la mente. Demoré varios minutos mirando al techo hasta que me atreví a hablar—. Uh... esas marcas en la piel de tu espalda... ¿Las tienes desde hace poco?
—No todas... solo un par... Descansa.
Eso deshizo un poco el ánimo que sentía. Porque sí habían sido duros con él de pequeño, y porque obviamente él no quería hablar de ello.
No podía dormir, me moría por ir con él y sentir su fuerza, su caliente cuerpo cerca al mío de nuevo, y sentir esos labios... pero no quería espantarlo. Tenía claro que él no sabía lo que me provocaba, y al parecer yo solo malinterpretaba sus acciones.
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