Capítulo 3: Un chico de ciudad
—Hola, querida, pasa, por favor. —Me saludó una mujer humana, de los normales, de cabello castaño largo, y sus ojos característicos de ellos. Iris pequeño marrón, nada llamativo, y pupilas chiquitas y redonditas como las de una presa inofensiva del bosque.
Para los humanos, nosotros podíamos lucir aterradores, pero nosotros por nuestra parte nos veíamos normales, y eran ellos más bien los raros. Todas las criaturas del planeta eran llamativas, excepto ellos.
Agradecí el hecho de que ella no podía olfatear mi repelencia hacia su especie.
—No, gracias, solo vengo a entregar esto. Debo volver.
Me sonrió con tanta dulzura de repente que quedé pasmada, olvidando todo mi repudio. Se parecía un poco a la sonrisa de Leo, la que me había desarmado.
—Insisto, te voy a invitar algo, espero te guste. Ven. —Me tomó del brazo.
—E-eh... Sí... —dije todavía sin salir del espanto, dejándome arrastrar.
Nadie me había sonreído de forma dulce, a excepción de mi madre, nadie en este pueblo nunca, hasta que lo hizo Leo, y ahora ella. Y además sus sonrisas se parecían. Me causó una rara sensación de calidez en el interior.
—Espera aquí, ya vuelvo. —Fue hacia la cocina—. Cariño, ven a ver lo que te conseguí como bienvenida. —Pude escucharle decir.
Caminé con el pastel, mirando de reojo hacia donde se había ido. ¿Cariño? ¿Qué clase de forma era esa de llamar?
Miré un poco alrededor, noté que tenían unas cuantas luces que funcionaban a batería quizá. Nosotros no necesitábamos luz para la noche, nuestra vista se graduaba y veíamos muy bien, pero quizá su mamá por ser humana, sí las necesitaba, los humanos no veían bien de noche. Sus ciudades brillaban en la oscuridad como estrellas en la lejanía, eran un fastidio. Aunque así uno podía saber que estaba cerca de una y mantener su distancia.
Dejé el pastel encima de la mesa. Era mediano, lo habían decorado con crema blanca y puesto algunas hojas de dulce. A mí me gustaba dejar listas muchas hojas de caramelo para poner en los pasteles, así que eran mi orgullo. Las hacía con mucho aprecio.
Retiré una de las hojitas que se había desacomodado, y volteé al tiempo en el que él aparecía por la entrada de la sala. Quedé quieta un rato, mirándolo, él sonrió de lado y me recorrió fugazmente con sus intensos y felinos ojos.
—Espero que te guste —dijo su mamá desde la cocina.
—Sí... —respondió—. Aunque, creí que dijiste que lo de conseguirme una compañera era anticuado.
—¿Eh? —preguntó ella.
Fruncí el ceño. ¿A qué se refería? Me hice a un lado, revelando el pastel, y lo miré. Quizá tenían otra forma de llamar a los pasteles... De pronto pensé en que quizá se refería a mí y volteé sorprendida. Él arqueó las cejas al ver el pastel, soltó una leve risa y se rascó la nuca.
—Oh... —Volvió a reír, sus mejillas presentaban un leve color rosáceo—, claro, lo siento. —Se acercó a observar. —¡Oh, pero mira, se ve delicioso!
Mi corazón palpitaba de manera extraña. Cada vez que reía, sentía esa extraña calidez, ¿qué me estaba ocurriendo? Quizá eran síntomas de la transición, pero todavía me faltaba alrededor de un año para preocuparme por ello. No entendía.
Le veía sonriente, tomar un poco de la crema con la punta de su dedo y probarlo, y pareció que se le iluminó el rostro.
—Wow. —Me miró y me volví a espantar, retirándole la vista. Mis mejillas se sentían calientes. Era raro ver su rostro relajado-feliz, y no como los de todos los demás que eran serios el 99 % del tiempo, el otro uno por ciento solo estaban normales, al menos si se trataba de mí—. ¿Lo has hecho tú?
—Mi madre, pero a veces también los he hecho yo, usamos la misma receta. Yo hice la decoración.
Sentí su toque en mi mano, y mi corazón se volvió loco.
—Qué bueno, ya se está curando —revisaba mi dedo que se había herido.
Me miró de una forma que solo podía llamar... ¿seria? ¿Profunda? Retiré mi mano de forma abrupta, sintiendo que botaba humo por las orejas. Mi corazón seguía latiendo rápido.
—Siéntense, por favor —dijo su mamá poniendo unos platos en la mesa.
—Eh, no se moleste, debo retirarme —volví a insistir. Quería echarme aire a la cara.
Estaba incómoda porque mis padres seguramente me esperaban con más cosas por hacer.
—No, descuida —me calmó ella con su amable sonrisa—, hablé con tu mamá y dijo que estaba bien si te quedabas un rato —¿Q-qué?—, tú y Leo estudian en la misma clase, ¿verdad?
—E-estamos en clases diferentes.
—Está bien.
—Mamá, te ayudo a servir —dijo él yendo a la cocina.
—Gracias, amor.
Cariño, amor, ¿qué era eso? ¿Qué formas de llamar a alguien eran esas?
—Eres hija de Altair, ¿verdad? —Eso me sorprendió. ¿Conocía a mi padre? ¿Cómo?
Ella cortaba el pastel y me servía un pedazo.
—S-sí. ¿Cómo conoce a mi padre?
—Era un amigo de mi esposo.
¿Esposo? Quizá se refería al evolucionado que se unió a ella. Por cierto, ¿en dónde estaba? Quizá estaban separados. Siempre se decía que las uniones de humanos no duraban eternamente como debía ser. En fin, mi papá había tenido varios antiguos amigos de todas formas.
—Buen provecho —dijo Leo, poniendo un plato con estofado de pollo frente a mí. Puso el otro plato en la cabecera de la mesa y apartó la silla—. Señorita —le indicó a su madre que se sentara.
Ella se rio entre dientes y accedió. Parpadeé confundida un par de veces y miré mi plato. Madre, olía riquísimo.
—Gracias —murmuré apenas.
Ambos me ofrecieron sus dulces sonrisas y comenzaron a comer. Dudé un poco pero también probé, y esta vez sentí que fue mi rostro el que se iluminó.
Me sentía extraña, nunca, nunca en vida, había sido invitada a comer algo con alguna otra familia. Nunca me habían sonreído así, ni hablado de forma amable. Solo Cassie y su mamá a la que había visto solo un par de veces. Leo y su mamá conversaban sonrientes de alguna cosa que yo no prestaba atención porque la situación era tan nueva para mí. Nosotros en casa no hablábamos tanto durante las comidas, a veces lo hacíamos deprisa para seguir lo que teníamos que hacer.
Sentía un calor, un calor que no había tenido al crecer, y que quería tener siempre, pero de algún modo sabía que no iba a ser así. Nunca. ¿Esto era lo que tenían los demás? ¿Los que no tenían deshonra encima? ¿Esto era lo que yo no podría tener nunca? ¿A lo que había renunciado apenas nací...?
Tensé los labios, un nudo en mi garganta se formaba, y esta sensación sí la conocía.
Leo se puso de pie de repente, sacándome sin querer de mi repentina tristeza. Se dirigió hacia la puerta para abrir, y una chica se lanzó a sus brazos, completamente feliz.
¿Eh?
Mi rostro quemó unos segundos.
Oh...
La reconocí, cosa que me sorprendió que no pasara en el mismo instante. Algo más había frustrado a mis sentidos, quizá por eso siempre nos decían que las emociones eran un problema y no debíamos sentir. ¿Pero qué clase de emoción había sido la que bloqueó mi mente por esos escasos segundos? No había sido la tristeza, esa ya había sido reprimida.
Cassie pasó feliz y vino a saludarme.
—¡Águila, me alegra tanto que estés aquí! —dijo todavía completamente feliz.
La miraba estupefacta. Teníamos prohibido estar así de cerca de un chico, no sabía que ella podía ser tan descuidada como lo era él.
—Eh... Sí, yo también —murmuré todavía pensando en lo que había hecho.
—Por favor, pasa a sentarte —le dijo Leo poniendo otro plato con comida en la mesa.
Ella aceptó con su gran sonrisa y él fue a la cocina por alguna cosa más. Bajé la vista y continué comiendo. Cassie hablaba con la madre de Leo sobre algunos de sus amigos, supuse yo, entre humanos parecían conocerse todos. No quería escuchar cosas que no fueran de mis asuntos, era de mala educación también.
Leo puso un vaso con un líquido blanco.
—Pruébalo —me animó.
Dirigí mi vista de sorpresa de él hacia el vaso, lo tomé y lo probé.
Oh.
Mi rostro se volvió a iluminar.
Habíamos terminado de comer, y ellos seguían hablando de algunas cosas. Cassie prendió uno de esos aparatos que había escuchado que los humanos tenían para ver sus "películas", como enajenados. Al parecer le habían conectado algo que jalaba su señal hasta nuestras tierras. Suspiré y me dispuse a retirarme ya.
—¿No quieres quedarte un poco más? —preguntó Leo.
Estaban sentados en el sofá buscando algo en esa pantalla grande.
—No, gracias, estuvo delicioso —le dije a su madre, y volví a mirarlo a él—. Se hace tarde y no puedo demorar.
Se encogió de hombros.
—Te acompaño —dijo poniéndose de pie.
—¿Eh? No, no...
—Hey —me sonrió mientras tomaba su chaqueta de un colgador—, no tengo problema. —Miré a su mamá para ver si no estaba molesta por quitarle tiempo al hijo, pero no, no lo estaba, sonreía con la dulzura de siempre—. Ya vuelvo —le dijo él, inclinándose y pegando sus labios a su frente.
Volví a quedar sorprendida. Eso también se me hacía conocido de algún modo.
Caminábamos por las calles, colina abajo, el pueblo no era tan grande, así que no tardaríamos.
—Entonces, tu padre no está —comenté.
—Solo somos mamá y yo. —Uhm, entonces era cierto lo que decían de los humanos, que sus uniones no duraban—. Papá está con mi hermana en la ciudad humana.
—¿Una hermana? ¿Cómo los hermanitos gemelos de Cassie? ¿Como... entregados al mismo tiempo?
—Eh —sonrió—, bueno, sí. Ella es unos años menor que yo, igual que Cassie.
—Siempre he tenido esa duda, es decir, a los hijos repetidos te los dan al mismo tiempo, no hay retrasos de años. ¿Cómo es que los humanos llegan a recibir varios en distintas épocas?
—Verás, tiene que ver con lo que pasa después de unirte a alguien, y me temo que no puedo decirte.
—Oh, y no quiero saberlo. Me castigan.
—No si no se enteran —agregó con una sonrisa traviesa—, pero tus ojos son muy expresivos, y créeme, es información que impacta un poco, así que se darían cuenta.
Lo vi con los ojos muy abiertos. ¿Cómo que era expresiva? ¡Claro que no! Había entrenado para ser inexpresiva, aunque él se refería solo a mis ojos, no a mi cara... Aich, ¡qué fastidio!
Le escuché reír al ver las expresiones que había puesto. Volteé a verlo de nuevo y me ofrecía una amable sonrisa a labios cerrados y una mirada muy distinta.
—Ciudad humana, ¿eh? —Solté para que dejara de verme así, me desestabilizaba. Pensé acerca de esas ciudades, siempre decían que estaban infestadas de atrocidades e inmoralidad—. ¿Qué hace un evolucionado como tu padre en una ciudad humana?
—Trabajar —se encogió de hombros.
—No sabía que los humanos nos aceptaban de esa forma.
Nosotros aceptamos solo a unos muy pocos, solo a los que tenían un compañero evolucionado, y aun así, los mirábamos con recelo, les preguntábamos cosas, de alguna forma, los despreciábamos en silencio. Me sentí algo avergonzada por eso.
Algunas personas nos miraban si nos cruzábamos con ellos, quizá se les hacía raro que no estuviera sola o con mis padres. Bajé la vista. Quizá era malo que me vieran con alguien que no era mi familia, ni mi futuro compañero, al ser una chica ya en edad de conseguir a uno. Aunque todavía era temprano, así que probablemente era porque era yo.
Lo miré de reojo. Era alto, tenía un agradable perfil, podía decirse qué bonito, si era ese un buen calificativo para él. Algunos mechones de cabello cubrían parte de su frente, su ceño se ensombrecía bajo sus cejas. Su cabello era castaño, solo un poco más oscuro que el de su mamá. Su nariz, el quiebre de su mandíbula, y... sus labios.
Pensar en todo eso me empezó a desestabilizar de nuevo. Usualmente, nosotros teníamos tanto que hacer que nunca antes me había puesto a pensar u observar lo que estaba observando ahora. Él se me hacía especialmente agradable a mi vista.
—¿Así que todavía vas a preparar y llevar algunas entregas? —preguntó, volteando a verme.
Me espanté al ser descubierta mirándolo y retiré la vista enseguida.
—Probablemente, ya no, pero mañana temprano lo haré.
—Entonces... ¿cuándo tienes libre?
—¿Libre? ¿A qué te refieres con eso?
—Ya sabes, un día libre.
—No sé de qué hablas, no existen los días libres, y eso lo sabes bien. Aunque por ser mitad humano quizá no.
—¿Cómo es posible que no tengas ni un día libre?
—Mira —volteé a verlo con la misma molestia de siempre, y se detuvo en seco, algo asustado—. No sé qué harán ustedes los humanos, pero nosotros, si no estamos aprendiendo algo en la escuela estamos en las competencias, y si no es ahí, estamos trabajando con nuestros padres. No sé a qué le llamas tú un día libre. No me imagino un día sin tener que ayudar a mis padres. —Parpadeó con sorpresa manteniendo los labios entreabiertos—. Así que no sé qué haces tú en tus "días libres", ver esa cosa que está pegada en tu pared, quizá.
Di media vuelta y me alejé con la cabeza en alto.
—Okey, lo siento —me dio alcance con un par de pasos—. A veces he ayudado a mi padre, pero él prefiere que estudie.
—Pues qué suerte la tuya —murmuré.
—No, yo quisiera poder hacer más. Es solo que iba a una escuela de humanos, los estudios son diferentes, y duran más tiempo del día. Ahora ha acabado y deberé ir a la universidad.
—Ugh, ya veo por qué eres raro y mal educado, has convivido demasiado con esas bestias.
—Hey, no son malos.
—Sí lo son.
Suspiró.
—Bueno. Hoy no tengo ganas de discutir.
Me percaté de que ya estaba afuera de mi casa.
—Ya puedes irte.
Frunció el ceño con extrañeza.
—Iba a esperar para saludar a tu madre.
—No, gracias, no quiero que te vea.
—¿Eh? Pero...
—Buenas noches. —Le di la espalda.
Le escuché reír en silencio.
—Buenas noches.
Lo vi irse, volteó y se despidió con un leve movimiento de la mano y esa sonrisa. Volví a voltear, controlando mis raras reacciones, y entré a casa.
Sí había un par de días de descanso, pero casi nunca lo tomábamos, y eso a él tampoco le importaba.
***
Le había preguntado a papá, para cerciorarme, cuándo era que empezaba la etapa de transición, y él me había confirmado que todavía me faltaba, era de entre los diecinueve y veinte años. Esa era una etapa crucial en nuestra especie, nuestras características cambiaban y nos volvíamos totalmente parecidos a los otros humanos, era un corto periodo de tiempo, felizmente.
Se decía que los mestizos no pasaban por esa etapa, dando a entender que pudiera ser que fueran más perfectos, o algo así, pero lo dudaba, no podía ser, si eran mixtos, ¿cómo podía eso conllevar a la perfección? Era como decir que los humanos y los evolucionados estaban incompletos, y al unirse, se perfeccionaban.
—Dicen que la vieron caminando con él...
—¿Cómo se atreve a olvidar su lugar?
Reaccioné al escuchar esos murmullos. ¿Hablaban de mí? Busqué con la vista y vi a Brisa con otra de las chicas de buen rango, ambas me miraban con algo de recelo y voltearon para seguir su camino al interior del aula.
Al parecer los rumores volaban con el viento. ¿Por qué parecía ofenderles que el muchacho caminó a mi lado? No entendía a las chicas. Sabía que entre ellas se decían sus favoritos. Quiénes parecían ser los más fuertes y saludables, o los más respetuosos, o los mejores haciendo ciertas tareas. Había de todo para lo que ellas buscaban en un compañero. Yo no podía escoger, sin embargo. Y aunque hubiera podido, no escogería a Leo. Era mitad humano, y yo todavía tenía orgullo por mi especie.
Además... Además, él tampoco me escogería... mi única cualidad era hornear. No estaba lista para ser una buena y eficiente compañera. El núcleo familiar era un equipo, una amistad sólida.
Yo no tenía eso...
Entré casi última. Era clase sobre costura y eso, aunque había familias encargadas de hacer las ropas, mantas y todo tipo de tejidos, igual nos enseñaban, como parte de nuestros conocimientos generales. Y pues nunca se sabía si ibas a necesitar saber ciertas cosas si terminabas siendo desterrado o fuera de nuestra tierra por algún motivo.
Sí, cuando alcanzábamos la edad de veinte, los castigos empeoraban, y entre ellos se sumaba la posibilidad de ser desterrado. Algo que nadie querría, era un deshonor, una mancha muy grande para tu familia. Y si volvías, asumían que preferías morir, y así recuperar el honor y no dejar a tu familia con la mancha, generación tras generación.
Pero no me preocupaba, había que hacer algo muy, muy malo para llegar a ese punto. No estaba segura de qué, pero me hacía una idea. Cosas como quizá matar a otro, supuse que podía ser.
—Aquila, tome el hilo que guste.
¿Eh? Me estaba distrayendo mucho y yo no era así. Obedecí.
Quise tomar el rojo y mi mano rozó con la de Leo. Reaccioné de pronto, alejando mi mano unos centímetros, y quedé mirándole con los ojos bien abiertos. Sonrió apenas y me lo dio. Entonces lo recordé.
Lo recordaba, sabía quién era. Ya lo había visto antes, definitivamente, pero había sido hacía mucho. Mi corazón empezó a latir fuerte de nuevo.
*****
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