Capítulo 2: Un nuevo rival
Me miraba de forma seria e intensa. Salí de entre la paja, sacudiendo el polvo con molestia. Los micro cortes que me habían causado las hojas empezaban a arder apenas, pero éramos buenos tolerando el dolor.
—¿Estás bien? —quiso saber el chico.
Quiso además tomar mi brazo, pero le di un manotazo, cosa que lo hizo sorprenderse apenas.
—¡Déjame, me acabas de meter en más problemas! —renegué—. Ahora él se va a vengar, ¡y peor! —agregué señalando a Tauros, recordando su amenaza de hacía años.
Lo miré. Al parecer se había desmayado del puro asco encima del popó de caballo.
El chico se cruzó de brazos con molestia.
—Deja que lo intente y va a ver lo que le hago —retó.
—Él no está solo, ¡Cometa y Brisa lo acompañan siempre!
—¡Pf! —Empezó a reír de repente, ahora la sorprendida era yo. Nosotros no reíamos así—. Brisa —dijo—, la brisa de la risa que avisa —siguió riendo más fuerte, causando estragos en mí.
Quería reír con lo que había dicho también pero no podía. No debía reír con un chico, era mal visto, y peor si no lo conocía. Tensé los labios y miré a otro lado cruzando los brazos.
—Basta —renegué.
—Lo siento, si eso te ayuda.
—¡No, no me ayuda!
—¿Qué iba a hacer? No iba a soportar ver que te lanzará ahí una vez más.
—¡¿Entonces me has seguido?! —le reclamé volviendo a plantarle la mirada.
—Hey —levantó las manos para calmarme y me di cuenta recién de que no tenía garras. ¿Y, aun así, le había ganado a Tauros? —. Pasaba por el lugar y los vi en retirada, fue tarde para intervenir.
—No tienes garras —susurré. Cassie sí tenía.
—Oh —se miró las manos y las bajó—, ya van a crecer. Como estuve con humanos, las mantenía cortas. —Se encogió de hombros y volvió a sonreírme.
Gruñí y volví a retirarle la vista.
—Por si no sabes, merezco lo que me hacen porque debo limpiar el honor de mi padre.
—Tonterías.
—Si no vas a tomar en serio nuestras enseñanzas, deberías volver con los humanos. Hoy no peleaste conmigo y se burlaron de ti, aun así, vienes a dejar inconsciente a Tauros.
—No me siento bien siendo tosco con una dama.
Lo miré con enojo de nuevo.
—¡No me subestimes! ¡La próxima vez, pelea!
Suspiró y se rascó la nuca un segundo.
—Uhm... No.
—¿Eh?
—Y no voy a dejar que te molesten, descuida.
—No sabes nada. —Él no tenía idea de lo que Tauros era capaz de hacer.
—Claro que sí, no voy a permitir que maltraten a una joven. Eso no es de caballeros.
Gruñí apretando los puños, pero quedé perpleja de nuevo al verlo sacar un aparato extraño del bolsillo, se parecía al que Cassie tenía en casa. Lo miró y lo guardó de nuevo.
—Bueno, me retiro. —Me dedicó una dulce sonrisa que quebró unas cuantas de mis muchas barreras—. Me llamo Leo —arqueó una ceja sonriendo con diversión—, ¿y usted, mi dama?
Resoplé, sintiendo un extraño calor en mis mejillas.
—No es tu asunto. —Me crucé de brazos—. Y no actúes tan formal si tenemos la misma edad.
Rio en silencio y eso me hizo apretar mis manos contra mi piel.
—Está bien, alguien ya me lo ha dicho de todos modos.
Fruncí más el ceño y cerré los ojos, dándole la espalda. No podía ser. ¡Me había arruinado por completo y no parecía darse cuenta! ¡Era un tonto! ¡Humano tenía que ser!... Aunque solo la mitad. Un mestizo.
Lo escuché irse, y cuando ya no oí sus pasos, pisoteé la tierra una y otra vez por la cólera. ¡Se hubiera dejado ganar en todo caso y así no me hubiera metido en todo esto!
—¡Tonto! No vuelvas a meterte, ¡¿oíste?! —grité volteando a ver por dónde se había ido, y le saqué la lengua a la nada.
Escuché un leve quejido y se me erizó hasta el último cabello. Salí disparada a casa, Tauros parecía estar despertando y yo no quería seguir ahí.
***
Cerca de casa, divisé a Cassie, me esperaba con su sonrisa. Corrió a darme alcance, y su cabello rizado dio unos cuantos botes. Ella siempre se vestía de tal forma que parecía una gatita dulce, pero una vez había visto una de sus competencias de duelo en las que yo no podía participar, y era de temer.
Le gustaban las faldas, pero se ponía unos pantalones de tela delgada oscura siempre para cubrir el resto de sus piernas, ya que si mostraba más piel de la permitida podía ser castigada. Para las competencias usábamos ropa holgada, buzos y camisetas, y cosas así, que, en mi caso, casi siempre usaba a diario.
—Estaba esperándote, ¿todo bien? Creí que te habían llevado a molestarte —dijo.
Suspiré. Si supiera.
—Sí —dije—, pero estoy bien.
—Traje rosas, podrías darte un baño con sus pétalos.
—Gracias.
Ella sonrió feliz, sus ojos dorados brillaban con entusiasmo. Ella también sonreía bastante por ser hija de humano, yo, sin embargo, me mantenía apegada a mis costumbres.
Tenía entendido que los evolucionados que convivían con humanos se hacían afectivos con el tiempo, ya que nosotros éramos fríos por naturaleza. Yo no creía que me fuera a pasar, después de todo, convivía con Cassie y no seguía sus costumbres. Aunque ser su amiga no podía contar cómo convivir de verdad.
Mientras me relajaba adentro de la tina con las rosas, no había podido dejar de pensar en esos ojos verdes, en su risa, y sentir el raro y leve calor en mis mejillas... Abracé mis rodillas. No tenía por qué haberse molestado en ayudarme. Qué tonto había sido.
—Aquila —escuché a mi padre—, tenemos que hablar.
Suspiré. Ahí estaba. Iban a castigarme por culpa del humano.
Después de vestirme enseguida, salí del cuarto de baño, no pronosticando nada bueno, ya que cuando me acerqué al otro extremo de mi casa, en donde estaba la sala principal, el olor de caballo volvió a mis fosas nasales, lo que significaba solo una cosa: Tauros estaba ahí con sus padres, y habían venido a reclamar.
—Ahí está —dijo el padre, un enorme hombre, con mucha seriedad. Me fulminaba con esos fríos ojos de depredador, solo era una mosca para ellos—. ¿Cómo se atreve?
—Hija —dijo mi papá— ¿es verdad que lo hiciste tropezar sobre...? —Suspiró. No podía ni decirlo.
—Caca de caballo, papá —solté, y me tapé la boca.
Mi mamá hizo una exclamación de sorpresa. Ningún joven debía expresarse así, para empezar.
—¿Entonces es verdad? —cuestionó papá.
—Les pediremos a los ancianos líderes que le prohíban a su hija entrar al festival de la luna —sentenció el hombre—, total, no tiene caso que vaya de todos modos, ninguna familia va a poner sus ojos en ella.
Tragué saliva con dificultad, Tauros me miraba con el ceño fruncido. ¿Por qué no les había dicho que otro chico le había dado su merecido? Quizá era muy bochornoso, en cambio, ser suave con una chica era mejor visto ante los ancianos líderes. Así además me perjudicaba.
O eso creía el tonto.
—Está bien, igual ya lo sabía, nadie va a quererme para su hijo, así que no iré.
—Hija.
—Como sea —dijo el padre del muchacho—, ahora debes disculparte, además.
—¿EH? —No era justo, ¡yo no había hecho nada! ¡Todo era culpa de ese humano, ugh! ¡Lo odiaba!
—Creo que con que no vaya al festival es suficiente —intervino mi padre.
—No. Debe disculparse o los ancianos líderes se van a enterar —insistió el otro—. Y le van a reducir sus raciones.
Apreté tanto los puños que me temblaron. Junté las manos hacia delante y agaché la cabeza.
—Perdón —murmuré casi entre dientes.
—Bien, no fue tan difícil. —Se dispusieron a retirarse.
Una vez que se fueron, mi padre soltó un suspiro, quiso voltear a verme, pero salí corriendo a encerrarme en mi habitación.
¡Qué vergüenza!
Apreté mi almohada contra mi cara y grité. Podían hacerme de todo, pero no amenazar a mi padre, él había dado mucho por nuestra sociedad, a pesar de haberse retirado, ¡no era justo!
***
Nuevamente, me debatía en otra carrera. Esta vez sobre quién llegaba a la copa del gigante árbol para agarrar la banderita. Salí disparada tras la señal y trepé veloz como un gato salvaje, usando las garras para aferrarme y las piernas para impulsarme a lo largo del ancho tronco. Nuestros zapatos eran flexibles y tenían púas en las suelas que nos ayudaban.
Me las arreglé para darle una patada al chico, tratando de hacer que cayera. Él me esquivó por poco, soltando un exclamo de sorpresa y aferrándose a la corteza con las justas para no caer los casi cinco metros que habíamos subido, deslizándose hacia abajo unos cuantos centímetros, ya que las garras todavía no le crecían del todo. Gruñí y seguí, respiraba agitada, pero no debía parar.
Parte de la corteza se desprendió y caí.
Abrí los ojos luego de haber sentido que paré de forma abrupta y me di cuenta de que Leo me había sostenido del antebrazo. Volví a gruñir y quise darle un zarpazo con mi mano libre, pero no alcancé su piel.
—¡Suéltame! —reclamé.
—Ok. —Y me meció de tal forma que, al soltarme, terminé cayendo a una gruesa rama.
Me agarré fuertemente, pero uno de mis dedos dolía. Una de mis uñas se había salido cuando la corteza se desprendió. Me quejé apenas cerrando el puño para detener el sangrado. Cómo odiaba a ese tonto, todo era su culpa.
Volví a la carrera, pero, aunque fuera veloz y lastimara más mi mano, no iba a poder ganarle. Quedé en otra de las ramas de más arriba, sentada, y resoplé con frustración. Leo llegó a la copa, agarró la banderita y la arrojó, los siguientes debían correr por ella, y atraparla, y de paso pelear por ella para llevarla al siguiente compañero y así.
—¿Estás bien? —Quiso saber el mestizo desde la copa del árbol.
—No te importa.
—Te has herido.
—No.
Me puse de pie y bajé saltando o balanceándome de rama en rama, hasta la más baja. Sabíamos caer bien, como los felinos, quizá. Era requerido, así que saltar desde la más baja que estaba a unos tres metros no fue problema alguno.
Leo cayó de pie también un par de minutos después que yo.
—¿Estás segura de que estás bien?
—Sí, no tengo nada, deja de molestarme. —Me crucé de brazos y miré a otro lado al ver a Brisa venir con los otros dos tontos.
—Leo —le llamó ella—. No hables con esa, su familia es deshonrosa.
—Sí, va a mancharte también —dijo Cometa—, tu padre es conocido por evitar un enfrentamiento contra humanos, en cambio, su padre es conocido por haberse retirado de batalla.
Los miraba frunciendo el ceño. ¿Por qué eso no era suficiente? Esos cobardes no lucharían como lo había hecho papá. Dirigí todo mi odio hacia Tauros. Quizá el haber perdido contra Leo mancharía su honor, ya que al parecer consideraban que estaba en una buena posición, pero mentir sobre que yo le había hecho tropezar, le era mejor, pues me ensuciaba más de lo que ya estaba, y él quedaba bien.
—Eso no me parece importante —dijo Leo, encogiendo los hombros.
Los tres abrieron los ojos de par en par.
—Ella ha sido prohibida de ir al festival de la luna de la cosecha —dijo Brisa con orgullo, como si ella hubiera logrado que yo no fuera—, pero yo sí voy a estar, así que deberías ir pensando en elegir bien a quién le hablas. Ahí solo irán las chicas de buenas familias que no han recibido castigos por mal comportamiento. Vámonos, chicos.
Dieron media vuelta, pero Tauros fijó su vista llena de ira en Leo, y él le respondió de la misma forma.
—Déjame ver —quiso tomar mi mano apenas se fueron, pero me alejé—. Hey, estás herida, ¿crees que no lo huelo? Vamos, mi mamá sabe curar.
—No.
—Al menos lámelo, sabes que nuestra saliva es antiséptica, ¿verdad?
—Que no. Ya dije que no. Es tu culpa que no pueda ir al festival y mis oportunidades de conseguir un compañero bajaron de cero punto cinco a cero —lo empujé con la punta de mi dedo índice—, y es tu culpa que el padre de Tauros me haya humillado.
Tensó los labios.
—¿A qué te refieres con eso?
—Olvídalo. No entiendes nada, no sabes cómo son las cosas aquí, mejor vete.
Soltó un pesado suspiro.
—Como quieras.
Solo vi su mirada de cansancio y preocupación antes de dar la media vuelta e irse al fin.
Más tarde ese día, nos habían hecho esperar a que el sol se ocultara. Me encontraba sola cerca del borde del lago mientras los tutores acomodaban unos artefactos que servían para ver las estrellas.
Pf. Ya las veía desde donde estaba. ¿Para qué más?
—Muchos de ustedes tienen nombres inspirados en estrellas o constelaciones —habló un tutor—. A ver si los encuentran y los apuntan en sus cuadernos.
Volteé y ya todos estaban mirando por los aparatos esos y apuntando.
—¿Quieres ver aquí si está el tuyo? —le preguntaba Brisa a alguien.
—Bueno... —Respondió el tal Leo.
Me dirigí hacia ellos. Sin saber por qué en realidad, sintiendo un leve fastidio.
—La constelación Leo no está visible —renegué—. Está para el otro lado.
Brisa bufó levemente.
—Tú no te metas.
—¿Y tú, Aquila? —preguntó él.
Me crucé de brazos.
—Sí, Aquila sí está.
Brisa resopló y se fue, ya que Tauros la llamó. Leo me miró y sonrió.
—Quiere decir que probablemente ha sido o va a ser tu cumpleaños. Es decir, cuando te dieron a tus padres.
Retiré la vista.
—No es tu asunto.
—Sé que aquí los nombres son elegidos de acuerdo a la posición de los astros al nacer o si está relacionado con alguno de sus padres, o sea que, si por ejemplo tus padres se llaman como constelaciones, el hijo también, aunque no hubiera alguna en particular visible en ese momento. —Me preguntaba por qué de pronto intentaba hablarme de algo—. O sino como estrellas. Y si, por otro lado, son fenómenos naturales, se usa eso... —No me había detenido a pensar en todo eso—. Es interesante. ¿Se repiten los nombres a menudo?
—No en la misma generación. Son los ancianos líderes los que sugieren los nombres que se le puede poner a cada uno, o al menos eso dijo mamá, así cada uno es único. Como no somos muchos, es fácil mantener el control de eso según dicen. —Pensé un segundo—. ¿Los humanos no hacen eso?
Sonrió levemente y se encogió de hombros.
—Soy Leo porque es un nombre tanto humano como de evolucionado. —Ladeé el rostro—. Y hay más Leos por ahí rondando. —Rio en silencio un instante—. Algunos han pensado que es Leonardo, pero no, y mi tío me dice Leo león, porque es la constelación y... —Parpadee un par de veces sin dejar de mirarlo fijamente, y tensó los labios un par de segundos mientras sus mejillas se tornaban apenas rosadas—. Ehm. ¿Puedes mostrarme a Aquila? —pidió haciéndose a un lado.
Suspiré y me acerqué. La ubiqué con el aparato y me alejé, haciéndole señas para que la viera.
—Wow. Genial.
Abrí la boca.
—¿Acaso me usas para ubicarlas?
—¿Qué? No. Bueno... —Miró avergonzado a otro lado.
Gruñí.
—No te voy a decir. Yo me las sé de memoria. ¿Por qué tú no?
—Es que no recuerdo.
—¿Cómo que no...?
—Señorita Aquila —habló el tutor y me congelé—, ya que está tan entusiasmada, si ustedes dos no me presentan todas las constelaciones visibles en media hora van a correr alrededor del lago.
Quise reclamar, pero sería peor. Miré con enojo a Leo y él tensó los labios.
Gruñí de nuevo y empecé a anotar lo que recordaba en mi cuaderno.
—¿Qué esperas? —susurré con molestia—. Copia lo que yo estoy dibujando.
—Oh... no me molestaría correr.
—Ese lago es inmenso, no acabarías hasta el amanecer.
Volvió a tensar los labios.
—Ok. Sí, debo volver a casa.
Se puso cerca para ver mientras yo seguía dibujando, y me puso un tanto nerviosa sentir su aroma cerca. Incluso su calor corporal. Acabé y le esperé mientras él seguía mirando mis apuntes. Fue algo nuevo para mí sentir a alguien tan cerca y tomarme la calma de sentirlo, ya que no estábamos luchando o algo así, ni eran los odiosos muchachos que me molestaban.
Sin darme cuenta había alzado levemente la vista para mirarle. Se concentraba en mis dibujos, trazaba un par de líneas y volvía a seguir dibujando. Mostró una sonrisa y me miró, asustándome al ser descubierta.
—Esto ni siquiera parece un oso, y esto mucho menos un Pegaso... —murmuró sonriente, señalando con la punta del lápiz.
Quise sonreír. Tenía razón, creí que era la única en pensar eso.
—Sí, bueno, pregúntale a los humanos.
—Maestro —dijo Brisa—. Aquila sigue hablando.
—Ya terminamos —respondió Leo con seriedad.
—Muy bien —habló el hombre—. Entréguenme sus cuadernos y pueden irse.
La chica frunció el ceño y volteó a apurar a Tauros.
Felizmente, todavía estaban ocupados, eso me daría tiempo de llegar a casa si corría, y así no me buscarían para molestarme. Por eso le ponía empeño a las clases, por momentos daba ventaja.
Un par de aves pasaron volando cerca y fueron hacia el lago, jugueteando en el aire. Las envidié por un segundo, ellos eran libres, mientras que yo debía vivir escondiéndome a veces.
***
—Aquila.
—Sí, enseguida, padre. —Corrí desde el otro lado de la casa a ayudarle a ponerse de pie.
Estaba en su sillón en su habitación. Nuestras casas eran extensas y con jardines en medio, así las habitaciones eran separadas, y como teníamos buen oído no hacía falta que gritara mucho para ser escuchada, si es que tenía la puerta abierta, cosa que siempre hacía. Las paredes eran de un material que no dejaba pasar el ruido fácilmente. En el patio trasero teníamos algunos pollos, además.
Puse el brazo de mi padre sobre mis hombros y le ayudé. Él había sufrido una lesión, si bien nosotros nos curábamos fácilmente, con la edad, algunas lesiones graves volvían a doler. Me apenaba, odiaba al que se lo hubiera hecho. Él había dicho que había sido un antiguo compañero suyo. Pues vaya, con esos amigos para qué enemigos.
Aunque a los ojos de los demás, Tauros, Cometa y Brisa también eran compañeros míos, y yo podía saber que cualquiera de ellos podría hacerme ese daño.
—Voy a terminar de hacer pasteles con tu madre —me decía—, por favor, ve a traer el costal de harina de la zona de los agricultores, luego tienes un encargo más que hacer.
—Sí.
Para suerte mía, Brisa y los otros no aparecieron en mi camino esta vez, ¡qué suerte! Me sentía aliviada de alguna forma, pero también preocupada porque quizá planeaban algo peor, como cumplir su amenaza de hacía años. Por otro lado, quizá tenían que ayudar a sus padres también.
Según las indicaciones de mi madre, debía entregar el pastel en este lugar. Alcé la vista, era una casa, en un buen sector, el de los que construían las casas. Un caminito de piedras subía una colina hasta la entrada, había flores y plantas a los lados. Era una buena posición. No solo eso, había un vehículo extraño a un costado, algún vehículo de transporte humano. Suspiré y me espanté al reconocer el aroma.
Era su casa, la casa de Leo. Caramba, ¡madre! Era el último lugar que quería conocer.
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