Capítulo 1: La vida en un pueblo
—Rápido, Aquila, lleva estos panes al mercado central —pidió mi madre, Lyra.
—Sí, enseguida —dije mientras cepillaba mi negro cabello.
Guardé mi pequeño peine plateado hecho de puro metal fabricado por los artesanos, lo tenía desde que recordaba. Nosotros los evolucionados hacíamos todo en nuestro pueblo, y cada familia pertenecía a un grupo y cumplía su deber. Como en mi caso, estábamos en el grupo de los alimentos y hacíamos sobre todo pan y esas cosas.
Otros podrían ponerles un precio a algunos de sus dulces más deliciosos, para obtener una ganancia extra, pero nosotros no podíamos por cuestiones de honor y esas cosas. Estábamos en un rango más bajo, por así decirlo. No nos faltaba nada para vivir, sin embargo, los líderes ancianos eran justos.
—Madre, por favor, llámame Águila, Aquila suena a macho —me quejé.
Ella soltó una muy leve risa, pero sus ojos celestes mostraban cansancio.
—Claro. Pero debes también recordar que ese es el verdadero nombre de la constelación en la que se encuentra Altair, tu padre. Naciste en agosto, cuando Aquila es más visible, las estrellas te han favorecido, nunca les reclames.
Suspiré. No sabía de qué forma me habían favorecido.
—Sí, madre.
Había cumplido dieciocho años hacía poco, un día especial para mí, pero más para mis padres, ya que era el día en el que yo había llegado. Nadie más sabía esa fecha y no preguntaba tampoco el por qué, entendía que era algo que solo ellos tenían derecho de saber y, por lo tanto, celebrar. En su caso, su modo de celebrar fue cocinar algo especial.
La fecha y mi edad era la justa, ya que iba a haber un festival, y como yo era de las chicas que habían nacido en uno de los meses que mi pueblo consideraba para el festival, y cumplía dieciocho, iba a tener que bailarle a la luna de la cosecha en septiembre.
Otras chicas estaban más que emocionadas, pero yo no. ¿Para qué? Había escuchado rumores de que las chicas tenían más oportunidad de ser vistas por las otras familias que tuvieran buenos muchachos buscando una compañera, y podrías terminar llegando a un buen acuerdo. Pero en mi caso iba a ser bochornoso que nadie se me acercara al final de la noche. Ya casi podía escuchar a las chicas murmurando sobre eso, iba a quedarme sola, porque estaba manchada por la deshonra de mi padre.
—Hey, señorita Aquila —llamó un vecino—, por favor no olvide mi pastel.
—Sí, enseguida mi mamá se lo va a alcanzar.
Suspiré de nuevo cargando la cesta llena de panes que me habían encargado llevar. Habíamos despertado alrededor de las cuatro de la mañana para preparar todo esto, así debía ser si queríamos completar todas las entregas que teníamos asignadas.
Escuché unos pasos y volteé, pero no había nada, y el viento se llevaba los aromas. Quizás alguien había pasado caminando por la calle posterior. Me encogí de hombros y seguí.
Las calles iban en subidas y bajadas, ya que estábamos entre las montañas, algunos caminos rodeaban pequeños cerros que alojaban casas en sus zonas superiores. El sol todavía no salía, pero ya venía algo de ruido de las viviendas, y el olor de las cocinas de carbón, ya que a eso de las cinco de la mañana los demás también despertaban.
Por supuesto que no éramos tan rústicos, teníamos una antena de radio para saber qué hacían los humanos, y unos pocos edificios de tres niveles y paredes abiertas, los cuales se ayudaban estructuralmente de los troncos de grandes árboles. La naturaleza crecía con nosotros.
Ya estaba cerca del mercadillo, en la zona baja del pueblo, en donde iba a ser la repartición de los panes. Pues sí, hacíamos entregas a casas y también al mercadillo en donde todos podían ir a pedir su ración. Era una cesta enorme, pero nosotros los evolucionados teníamos fuerza, más que la de los otros humanos.
Olfateé el aire y fruncí el ceño, me seguían. Me paré en seco y di media vuelta para encararlos.
—Ahora no, por favor —dije con enojo—. Debo entregar bien esto.
—¿Cómo que ahora no? —respondió Tauros, un arrogante muchacho que se había dedicado quizá toda su existencia en molestarme—. Nosotros decidimos eso, enana pajarita.
Su amigo se burló con una corta risa. Cometa, otro tonto, y también estaba Brisa, desde siempre me había odiado y no sabía por qué.
No, sí sabía. Tenía deshonra y ese era motivo suficiente para recibir desprecio por muchos en el pueblo, esas eran las reglas, y no podía reclamar, pues no estaba en posición de hacerlo. Si quería mantener mi honor, debía soportarlos, eso me daba honor, valga la redundancia.
Los ancianos líderes decían que habría sido mejor si mi padre moría con honor en vez de retirarse como un cobarde. Aunque lo sentía algo ilógico.
De todas formas, no soportaba esto por las palabras de los viejos. Hacía muchos años intenté reclamar e hice un escándalo... por una razón que me dolía mucho recordar, y era por eso por lo que había aprendido, sin darme cuenta, a aceptar castigos...
—Vámonos. —Tauros tomó con brusquedad mi brazo, pero me resistí, plantando mis pies en el suelo.
—¡Suéltame!
Volvió a tirar de mí y un par de panes se cayeron. Me espanté.
—Niña —llamó la señora del mercadillo—, déjalos, ya voy por ellos. —Entre forcejeos dejé la cesta en el suelo—. Y de ahí cuando puedas dile a tu madre que reemplace los que se han caído.
—¿Eh? —Solté un grito cuando Tauros y Cometa me levantaron en peso, agarrando mis brazos y piernas—. ¡Ah! ¡No! ¡Que me suelten les dije! —chillé forcejeando mientras me llevaban.
Pero eran más fuertes que yo, yo era débil y no podía recurrir a los mejores entrenamientos ni a los duelos, por lo mismo del asunto ese de mi posición en mi sociedad. La posición que hacía que la señora no me ayudara ni se preocupara por mí, la misma que les hacía ver normal que los otros muchachos me molestaran.
Brisa caminaba adelante guiándolos, dio media vuelta, sonriendo ampliamente y mostrando así sus dientes caninos en punta. Sí, nosotros teníamos algo así como colmillos. Solo los caninos sobresalían un poco más que los dientes caninos de los humanos, pero era suficiente para que hicieran el trabajo, combinaban con nuestros enormes ojos felinos. Ella los tenía de un color casi púrpura.
—Este es el lugar. —dijo con entusiasmo.
El olor de los caballos inundaba mi nariz, claro, porque teníamos además un estupendo olfato, y sentido de la audición, en resumen, éramos mejor que los otros humanos, pero ahora deseaba no poder oler en absoluto.
Forcejeé más, incluso gruñí como un pequeño puma salvaje mientras me retorcía, pero nada dio resultado. ¡No, no a los establos!
Me sentí caer, y cerré los ojos y la boca. Caí sobre una viscosa montaña ¡y no diré lo que era!
***
Mamá sacaba más panes del horno de carbón cuando volteó a verme con espanto. Sí, yo estaba marrón, podía decirse. Dejó las cosas en la mesa y puso las manos en la cintura, suspirando y mirándome con pena.
Solo mis enormes y felinos ojos azul celeste eran visibles en mi rostro.
—A ver —dijo acercándose—. Vamos a limpiarte, vamos... No te acerques más a la cocina.
—No —intenté apartarla—, debes llevar cinco panes extra.
—Está bien, ya hay algunos ahí en la mesa, primero te limpiaremos y luego los llevaré, ¿está bien? Debes estar lista para ir a la escuela.
Gruñí de nuevo.
***
Caminaba hacia la escuela, volví a escuchar pasos detrás, pero cuando volteé no había nada. Resoplé, si eran esos queriendo molestar de nuevo iba a estar más atenta. No sería la primera vez de todas formas, ya antes había perdido el mediodía de estudios.
Me había puesto ropa holgada, siempre era mejor estar lista para pelear, correr y demás cosas. Pero no había dejado de ponerme una vincha con lazo en mi cabello.
Al estar cerca pude empezar a escuchar los murmullos. Era de mejor educación murmurar que hablar alto, ya que todos podíamos escuchar, sin necesidad de estar tan cerca, también era de buena educación no reír, en general, no ser ruidosos.
También debíamos cuidar el aseo personal, y no sentir demasiado, no podíamos incomodar a nadie. Podíamos llegar a oler el estrés también, así que por eso nos enseñaban a retener emociones, no queríamos muchos depredadores rondar por las afueras de la ciudad, aunque podíamos contra ellos, tampoco cazábamos a menos que fuera necesario.
—Un nuevo chico —murmuraban.
—Lo han asignado a nuestros contrincantes.
En las clases nos dividíamos en dos partes, y esas dos partes competían durante el año para ver quiénes eran mejores, era solo mera distracción, sin embargo, para gastar nuestras energías y mantenernos ocupados, pero podía ayudarme a levantar un poco mi honor, al menos. Estaba en el último año así que le ponía empeño.
—El periodo de escuela ya va a acabar, no sé por qué introducen a un nuevo.
—No importa, igual los vamos a aplastar —se burlaba Tauros. Volteó a verme y se cruzó de brazos—. Aah, el pajarito ha vuelto, oye, hueles raro, ¿qué te ha pasado?
Sus ojos ámbares brillaban con malicia. Le fruncí el ceño, pero me percaté de que los otros chicos volteaban a verme, algunos de reojo y se alejaban, murmurando sobre el olor, y otros riendo a labios cerrados, casi en silencio. Nuevamente, deseaba que nuestros olfatos no fueran tan finos. Tauros se burló con otra corta risa y se fue con sus dos amigos.
Bajé la vista. No era la primera vez que me hacían esto, a decir verdad, y antes había decidido no aparecer porque sabía que el olor no se iba así de fácil, pero esta vez no iba a darles el gusto. Me iban a tener que aguantar con olor y todo.
—Águila —me llamó la única chica que me hablaba. A pesar de que su padre le había dicho que no lo hiciera, a ella parecía no importarle.
Era gravísimo no hacerle caso a la palabra de tu padre, pero ella era diferente. Su mamá era humana. Ya había escuchado de eso antes, por supuesto, los otros humanos no habían tardado en cruzarse con nuestra especie de evolucionados, no se sabía con certeza cuándo había ocurrido por primera vez en realidad, y era más que obvio que pasaría después de todo, al ellos ver que éramos superiores.
Un par de mestizos habían sido aceptados en mi ciudad, y seguramente había más en otras ciudades, y viceversa. Eso era para lo único que parecía buena la humanidad. Para ensuciar nuestro linaje.
Lo curioso de todo esto era que no sabíamos nada sobre la relación en un núcleo familiar, nosotros los jóvenes, no nos decían cómo poder tener un hijo, pero los mayores nos habían explicado que lo sabríamos luego, cuando llegara el momento en que nos uniéramos a alguien.
O sea, yo no iba a saberlo al parecer...
En fin, que los otros tontos humanos se habían colado entre nosotros, creyeron que con pedir disculpas y hacernos películas, como ellos les llamaban, íbamos a estar tan tranquilos.
Pero mi amiga era diferente, yo no pensaba que fuera impura y era una muy buena chica. Quizá era algo hipócrita de mi parte el pensar que los otros humanos eran sucios, impuros y cosas así, pero había crecido con el orgullo de mi especie impregnado en mi ser.
Me acerqué y la chica tensó los labios. A pesar de que los humanos no tenían nuestras características, los hijos de ellos sí.
—Hueles.
—Sí, ya lo sé.
***
Me encontraba bajo un árbol, podía escuchar bien la clase igual, eran las instrucciones para las chicas, y solo las chicas. A los chicos se los habían llevado a otro lado. Semanalmente, teníamos esa clase de charlas. Era en el exterior, en un campo algo lejano, y a mí me habían mandado al árbol, por el olor.
—Las chicas no tienen por qué tener contacto físico excesivo con un chico. Esto va para ambos géneros. Siempre mantener la buena compostura, ante todo. Conservar la dignidad ante los demás, vestir de forma decente y respetuosa, de lo contrario da pie al hundimiento moral en el que cayeron los otros humanos. Esto va para ambos géneros.
Resoplé en silencio mirando hacia el horizonte, eso nos lo repetían hasta el hartazgo, ya quería que acabara para salir a hacer las actividades físicas, eso sí era divertido. ¿Qué les dirían a los chicos? Sus tutores eran hombres, y a veces los líderes ancianos les impartían algunos conocimientos, a nosotras también las mujeres ancianas de la comunidad nos decían cosas, cosas como estas.
—Está estrictamente prohibido para las jóvenes de su edad salir con un joven hasta altas horas de la noche si no es un familiar cercano o su futuro compañero. Y esto va para ambos también. Ya casi viene siendo tiempo de unión, a muchas de ustedes los padres de aquellos jóvenes les van a preguntar a sus padres por una reunión privada, si las quieren para sus hijos, y viceversa.
Rodé los ojos. Ya, pero a mí nadie iba a buscarme.
El viento sopló y de algún modo me hizo sentir sola, abracé mis rodillas y seguí escuchando. Mi amiga Cassiopeia, o solo Cassie, estaba en una clase inferior porque era menor que yo, así que solo la veía al entrar, en recesos, y a veces al final.
No me gustaba escuchar ni recordar nada sobre ese tema de los núcleos familiares. Las chicas sonreían levemente y susurraban cosas, ellas probablemente ya tenían candidatos en sus mentes. Yo no podía escoger a nadie por mi posición, debía ser escogida, pero eso nunca se había dado antes de todas formas.
—Estrictamente prohibido reír a carcajadas en una reunión no familiar. Esto va para ambos géneros.
Y al fin terminó.
***
—Aaaaw, a ver qué tan rápido corre la pajarraco —se burlaba Tauros entre sus murmullos con sus amigos—. Más vale que gane o nos la va a pagar.
Me estiraba y me preparaba para correr. Miré a mi costado de reojo, el chico nuevo estiraba su brazo ayudándose de su otro antebrazo, era alto y se le veía fuerte, parecía ser veloz. También me miró de reojo y le fruncí el ceño para luego retirarle la vista con molestia. Me habían puesto a competir por el primer tramo de la carrera con él, porque era el nuevo y porque yo era la perdedora.
Aunque por un segundo se me hacía familiar, sentí haber visto esos grandes ojos verdes, pero era nuevo en la ciudad según decían así que no había forma de que lo hubiera visto alguna vez antes. Olía levemente diferente, también era hijo de humano como mi amiga. Con ese ya eran tres en mi ciudad. Ugh.
Usé mi vincha lazo para atar mi cabello oscuro. Quedaron un par de mechones sueltos por los costados de mi frente, pero no me importó. Me puse en posición y salí disparada.
Corría a toda velocidad, era lo que más me gustaba porque por escasos minutos me sentía libre como un águila de verdad. Vi la banderilla que debía agarrar antes que el otro para regresar y dársela a mi siguiente compañero, el asunto era que, si el otro lo agarraba primero, podías intentar quitársela, así que, si tenía que haber pelea, iba a haber pelea.
Dirigí mi mano al objeto, pero fue arrebatado de su lugar por el otro chico. Hice una exclamación de sorpresa y quise arranchárselo, pero él, de un salto rápido hacia atrás, me esquivó. Gruñí y le brinqué, pero echó a correr, veloz.
Corrí tan veloz como pude y brinqué sobre él otra vez. Rodamos sobre el polvo con brusquedad, recibí raspones y tragué tierra, pero no dejaba de gruñir. Él no gruñía, solo soltó un par de quejidos por los golpes y el par de arañazos que le hice en los brazos. Se comportaba como humano.
Forcejeamos por la banderilla. Le plantaba mi feroz mirada, pero él solo mantenía el ceño fruncido. El color de sus ojos era un verde cristalino agradable, yo casi no peleaba, solo a veces en las competencias, así que estar tan cerca de alguien así no pasaba. Me empujó por distraída para sacarme de encima y de otro brinco volvió a la carrera. Corrí también, pero no lo alcancé. Le dio la bandera a su compañero y mi compañero me miró con molestia para luego ir tras el otro enseguida, y seguir tratando de quitarle la bandera.
Agradecí que el último del equipo lograra arrebatarle la bandera al otro, y así al final pudimos ganar. Tauros quedó insatisfecho y pude respirar en paz.
—Eres un blandito como un humanito —se burló un compañero, dirigiéndose al nuevo—, no le diste su merecido a la deshonrada, no gruñiste ni peleaste.
Otros rieron en silencio y murmuraron dándole la razón.
Sin embargo, el joven solo lo miró un segundo y siguió de largo, ignorándolo. El muchacho gruñó bajo en frustración por la falta de atención y fue a agarrar uno de los bastones. Iban a tener un duelo, ya en esos yo no podía participar, solo en las competencias "fáciles".
El tutor dio la orden de alistarse y mi compañero se preparó, moviendo el largo bastón de un lado a otro para intentar intimidar. El chico nuevo, sin embargo, solo espero a ser atacado.
Me miró de reojo, como lo había hecho antes, y fruncí el ceño apenas. Pude ver una muy leve sonrisa en sus labios. No sabía por qué, si mi compañero iba a darle una paliza, estaba segura. Peor si era débil como humano y no quería pelear.
Mi compañero se lanzó al ataque, pero el chico nuevo esquivo, finalmente con la velocidad digna de un evolucionado, y le dio un par de golpes con el bastón, que el otro trató de contener con el suyo sin mucho éxito. De un último golpe lo hizo caer y dar un quejido lastimero, mis compañeros rieron en silencio. El chico de ojos verdes hizo girar el bastón de forma veloz entre sus manos y volvió a su posición, tentando al otro con la mirada a ponerse de pie y continuar.
El tutor arqueó las cejas y tomó nota.
Genial. Otro favorito a la lista, y eso me ponía más abajo de lo que ya estaba.
***
De camino a casa, agotada, recordé cómo habían dejado de molestar al nuevo enseguida después de que él solo los ignorara. Quizá eso era lo que yo debía haber hecho desde un principio, ignorarlos, pero siendo tan pequeña cuando empezaron a molestarme, no lo había pensado.
Cuando decidí actuar ya había sido tarde, Tauros encontró mi punto débil y desde entonces tuve que aceptar que me molestara, o si no él iba a...
Alcé la vista con preocupación. Estaba ahí, frotándose los puños. Como si lo hubiera invocado al malvado.
—No molestes —dije—, ganamos, ¿o no?
—Pero tú perdiste. —Tragué saliva con dificultad—. Estamos tan cerca de los establos de nuevo que puedo olerlo.
Yo también podía olerlo.
—¡No, no, oye! ¡Ganamos! ¡No es mi culpa! —Me jaló del cabello y llevé mis manos hacia arriba para arañarle la piel, mientras pataleaba intentando liberarme—. ¡Suéltame!
—¡Cállate! —Me levantó del suelo rodeándome con su enorme brazo, le di manotazos y seguí pataleando.
Detuvo mis antebrazos con su mano y empezamos a forcejear de nuevo. Algo nos embistió, creí que caería de su hombro, pero fui retenida en brazos, para luego ser lanzada a una montaña de paja cercana en medio de los caballos que comían tranquilos.
Grité, mi cuerpo hizo puf en la pila y escuché a los animales huir. Me saqué las pajas del cabello, perpleja, mientras el chico nuevo estaba delante de mí, haciéndole frente a Tauros, gruñendo como una bestia. Oh, entonces sí gruñía.
Tauros mantenía el ceño fruncido, con sus ojos llenos de rabia. Se lanzó a la pelea y el chico también. Tauros lo recibió con un zarpazo, pero fue lanzado hacia atrás con una patada, para derrapar y atacar de nuevo. Me agaché asustada entre las pajas, odiaba las peleas, las reales, no los duelos, pero también me preocupé, así que me volví a asomar. El chico había esquivado y ahora estaba encima del otro dando golpe tras golpe, de forma casi salvaje.
Tauros lo golpeó, el chico derrapó y le brincó al instante de nuevo como una fiera. Tauros cayó bajo la lluvia de nuevos golpes, apenas si podía seguirle el paso en la pelea. ¿Quién le había enseñado a ser tan salvaje a ese muchacho?
Teníamos duelos, pero eran tipo amistosos como los del bastón. Sí nos podíamos llegar a lastimar, pero era parte de esto, ya que éramos potencialmente peligrosos como cualquier depredador de la selva, por eso los otros humanos nos temían.
Pero ahora estaba ahí viendo cómo uno de los muchachos más malos de mi clase parecía asustado de un hijo de humano.
El chico lo tomó de los cabellos y lo arrastró, ya semiinconsciente, hasta un gran montículo.
Abrí mucho los ojos y me asomé todavía más de entre la paja.
—¡No, no, no, no! —dijo Tauros, pero su siguiente "no" fue silenciado por toda la montaña de excremento de caballo.
Intentó ponerse de pie, pero el chico le dio un pisotón, hundiéndole todavía más.
Estaba pasmada.
El joven volteó a verme, limpiándose una mancha de sangre de la mejilla. La rabia en sus intensos ojos se había esfumado, y me miraba con leve seriedad, pena, y preocupación, todo en uno solo.
Se me seguía haciendo familiar, pero no recordaba.
¿Quién era?
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