Capítulo 31: Arder




La rodeé con mis brazos aprovechando que estaba tan cerca, quería más. Disfruté de su aroma, de su calor. Me había perdonado... aunque no me había respondido si se quedaba conmigo. De hecho, no me había respondido ni siquiera si me había perdonado, y ya lo estaba dando por sentado.

—¿Lo sabe ya? —soltó antes de que pudiera preguntar. ¿Saber?—. Ella... ¿Lo sabe?

—Sí...

Dio un profundo respiro.

—Ha de odiarme —susurró.

La miré intrigado. Era conmigo con quien estaba molesta, a Rosy ni la conocía, no en verdad, no tenía sentido.

—No tiene por qué.

Arqueó una ceja.

—Ah, ¿si yo desapareciera y luego regresara estando enamorada de otro?

Fruncí el ceño de solo pensar en eso.

—Bueno, eso es diferente. —Rió. No entendí—. ¿Dije algo mal?

—Es que no hay diferencia.

Lo analicé un par de segundos. Si pasara eso, claro que tendría mucha cólera, pero no lo sentí como algo creíble, no al rememorar los sueños que tenía con ella, lo cual me hizo recordar ese asunto pendiente.

—Por cierto... Debes contarme si esos recuerdos que tengo pasaron en verdad.

—Quién sabe. —Guiñó un ojo.

Se puso de pie alejándose pero la seguí. Otro fugaz recuerdo... yo siguiéndola, ya había pasado algo así. Rió entre dientes, tentándome, llamándome.

La detuve de la cintura.

—Eso no es justo... —reclamé, intentó escapar—. Hey... —Estaba sonriendo a causa de la sensación que tenía al recordar y llevarlo a cabo al mismo tiempo. Sus ojos quedaron plantados en los míos. No iba a dejarla ya, no más—. Anda, confiesa... —Su rubor me encantó, como siempre lo hacía. Rocé la punta de mi nariz con la suya—. Pequeña irresistible —ronroneé.

Ladeé el rostro queriendo besarla como en mis sueños pero retiró sus labios de mi alcance. Quedé observándola, miraba atenta, con su rubor y su cejitas juntas con molestia.

—No te mereces mis besos. —Vio a otro lado y cerró los ojos—. ¡Jum!

Entonces me di cuenta, no estaba molesta en verdad, tal vez. Veloz le di uno en su mejilla, atacó mi boca con la suya y le correspondí con muchísimas ganas. Mi corazón estalló y sentí como si volviera a la vida. Su calidez, su aroma, y hasta su sabor, se colaron en mí. Dulces fresas, dulce ella, tan adorablemente invasivo como sus besos, que ahora probándolo sin que fuera una ilusión, era mil veces mejor.

Me dio una fuerte y bienvenida mordida, mi cuerpo además esperó que se colgara de mí, rodeando mi cintura con sus piernas.

Me detuve jadeando al sentir otro dolor en la cabeza. Ya me estaba hartando el dolor, pero ese recuerdo vino de golpe. Ella corriendo a mí, colgándose de mi cuerpo, besándome.

Tras recordar aquello, apreté mi cabeza por la punzada de dolor. Ella sonó preocupada pero no escuché qué decía, volvía todo a mi mente. Empecé a respirar de forma agitada. Mi Rosy. ¿Cómo había olvidado todo lo que sentí por ella? Sus besos exquisitos, su aroma, sus risas, su forma de acurrucarse contra mí al dormir. Era la luz que me atraía como a polilla, era mi sol.

La tomé de los hombros, sin creerlo, acaricié su cabello, la miraba casi pasmado. Sonreí sin poder creerlo todavía, lleno de ilusión. Tantos bellos recuerdos. Juntó las cejas y soltó a llorar en silencio, quizá sabiendo lo que me pasaba. Las lágrimas me quemaron también por querer salir.

—Mi Rosy —la abracé fuerte, enterrando el rostro por sus rizos—, mi Rosy, mi hermosa pequeña. —Respiré hondo su aroma, dejando que un par de lágrimas finalmente cayeran—. Perdóname, perdóname. Soy de lo peor, por favor, perdóname. ¿Cómo pude olvidarte? Te he tratado de forma fría, te alejé de mí, te he hecho daño trayéndote tristezas...

Negó y se apartó un poco para mirarme a los ojos.

—No fue tu culpa. Tranquilo. —Puso su mano cálida contra mi mejilla y la cubrí con la mía. Limpié sus lágrimas con la otra.

—Por favor, perdóname, actué como mi propio enemigo.

—Ya, no pienses en eso.

Volví a rodearla y apretarla contra mí unos segundos y nos miramos.

—Ha vuelto a mi mente casi todo de ti. ¿Por qué no me lo dijiste?

Su expresión se tornó preocupada.

—Yo también te traje cierta tristeza, ¿lo recuerdas? Aquel día.

Fruncí apenas el ceño. Ese último día que estuvimos juntos antes de que decidiera irme. La forma en la que me alejé de forma despectiva, lo que hice después...

—No. Hicieras lo que hicieras, no me importa. —La abracé otra vez soltando un suspiro—. Además... yo...

Aferró sus pequeñas manos a mi espalda.

—Lo sé —dijo con la voz quebrada, lo cual casi me desboronó de nuevo—. Lo hiciste con ella... Tuviste tu primera experiencia con ella. Pero... aunque me duela...

—¿Primera experiencia? —dudé—. ¿Te refieres a... hacer lo que íbamos a hacer pero que no quise porque ya lo habías hecho? —Terminé arqueando una ceja, me había acabado de enredar a mí mismo.

Me miró con arrepentimiento y duda también.

—Debes saber que eres único para mí... No pienses en lo que hubo antes de ti, ni se le acerca, fue simple, porque no hay comparación, porque contigo todo es intenso, incluso si te veo a los ojos, si te beso...

—Perdón —interrumpí sintiendo que tenía que aclarar las cosas.

—Ya no pidas perdón.

—Debo hacerlo, debes saber qué pasó. Cuando volví al campo de entrenamiento ese día... estaba cegado por la rabia, me tortura de forma indescriptible pensarte con otro, así que... me crucé con Tania. —Se tensó, cerró los ojos y respiró hondo.

—Ya veo —murmuró con un hilo de voz, volviendo su triste mirada a la mía.

Sentí vergüenza conmigo mismo.

—La llevé a su habitación... —Cerró los ojos otra vez con fuerza—. La besé... la toqué, pero... No pude seguir. —Me miró con sorpresa—. Todo mi cuerpo te pedía... Todavía te pide.

—Eres un idiota impulsivo. —Estaba bien, me merecía ese terrible insulto—. Pero eres mi idiota. Mío. —Se había ruborizado de nuevo. Ese adorable rubor—. Ahora voy a querer golpearla, no solo por haberte besado, sino también por haberme hecho creer que había hecho más contigo.

No sabía que Tania le había hecho creer eso, ¿qué sentido tenía? Sonreí de forma leve pero no estaba muy feliz.

—Bueno, yo quiero matar al sujeto que... —Preferí no decirlo, volví a rodearla en brazos, refugiándome en sus rizos y cerrando los ojos.

—Ya te he dicho, no se compara a ti, por último prácticamente no lo recuerdo. —Acarició mi cabello. La miré y quedamos así, sonriéndonos con cariño. Sus ricos labios sellaron los míos, esa sensación que tanto me gustaba, todo el cuerpo se me escarapeló otra vez—. Contigo quiero hacer todo bien —susurró contra mi piel.

—Yo también. Y tranquila, siento un poco de cólera aún, pero prefiero ser el último y el único, que el primero y ya olvidado. —Rocé mi nariz contra su mejilla, soltando un bajo ronroneo, haciéndola reír suave, endulzándome con eso—. Si puedo ser el que esté contigo todos los días, el resto de tu vida, mi hermosa...

—Te amo.

Me tomó por sorpresa, pero terminé sonriendo ampliamente.

—También te amo. Si amar es el hecho de que tu corazón ya no late solo por ti, sino también por esa persona, entonces sí te amo. —Sus ojos se llenaron de ilusión—. ¿Qué mejor prueba que aunque no te recordara, mis recuerdos insistían?

Sonrió de lado. Retrocedió apartándose de mí.

Llevó sus manos a los primeros botones de su blusa, para empezar a desabrocharlos. Junté las cejas con confusión unos segundos, luego planté los ojos en los suyos, tratando de no quedar atrapado en su escote recién hecho. Sus mejillas empezaron a enrojecer, cosa que me encantó. Terminó de desabrochar su blusa y la abrió despacio, igual de lento abrí más los ojos, sorprendido.

Quedé viendo su torso con esa pequeña prenda interior que me sentí tentado a destruir también desde la primera vez que lo vi, cuando se desvistió frente a mis ojos camino a la ducha. El par de pequeños lunares dispersados por su cintura bonita y de aspecto suave, las ganas de plantarle una mordida ahí me abrumaron.

Me aclaré la garganta y tragué saliva con dificultad. Soltó una corta y leve risa traviesa, desabrochó el botón de su pantalón y mi mandíbula se dejó caer. Mi labio inferior tembló cuando jadeé al verla bajarse la prenda, revelando sus hermosas caderas, sus muslos, sus piernas.

—¿Eran así tus recuerdos?

Asentí en silencio sin dejar de mirar. Reaccioné y negué con rapidez, no quería que pensara que vivía pensando en ella desnudándose.

—N-no, bueno, casi...

—¿Ah sí? —susurró mientras volvía a mí.

Rodeó mi cuello y me besó. Se comió mis labios, y yo los de ella, me hacían tanta falta. Nos besamos con urgencia y suavidad. Estaba caliente, ella me había calentado, mis manos se aferraron a su piel, la recorrí con necesidad, mi cuerpo la había extrañado. Mordió mi labio.

—Hazme el amor —volvió a susurrar.

Mi pulso se aceleró. Me puse nervioso de pronto. La tenía semidesnuda frente a mí, ¿qué rayos iba a hacer? ¿Cómo lo iba a hacer? Volvió a besarme, sus manos recorrieron mi pecho, así que me saqué la camiseta. Sonrió tocándome sin dudar y supe que eso era, ya lo estaba olvidando a causa de los nervios, era simple y a la vez complejo.

Sonreí también, rodeándola en brazos y pasé a devorar su mentón. Bajé besando su cuello, mordí y besé su hombro, sus jadeos y suaves gemidos despertaban algo en mí. Bajé y besé la piel de sus senos que el sujetador no cubría, esa pequeña prenda me estorbaba, pero lo dejé pasar por el momento. Seguí bajando, deleitándome con su suave piel, su aroma único. Lamí su vientre, y subí de nuevo recorriéndola con mi lengua.

—Eres deliciosa.

Se apoderó de mi labio inferior y sus manos fueron al broche de mi pantalón. Estaba ruborizado, hecho un lío, y al mismo tiempo, atento a cada roce o movimiento de ella. Bajó mi prenda y esta terminó cayendo. Iba a notarlo, iba a notar esa parte de ahí abajo, temí que le pareciera raro, o incluso que se sorprendiera...

Bajó la vista y volvió a verme arqueando una ceja y sonriendo.

—¿Te gusta? —me atreví a preguntar.

—No he podido olvidar tu cuerpo desde que lo vi, es solo que ahora hay una gran diferencia —Su mano se posó ahí haciéndome volar en calor, aunque estuviera la tela de por medio.

Solté un jadeo, me faltaba el aliento.

—En mi defensa, puedo decir que no sé por qué se pone así.

Sonrío y nos besamos, nuestro beso era uno de los más intensos. Mi piel ardía con la suya, mi respiración estaba acelerada y profunda como la de ella, parecía que toda la habitación estaba caliente. Mis manos le ganaron a mi razón y la tocaron demás, bajando por su espalda, apreté de forma suave y gimió contra mi boca. Me incliné, sosteniéndola contra mí con un brazo y bajando con el otro por su piel, tocando uno de sus muslos, pero pronto la vergüenza me atacó y la solté.

—Puedes tocarme —susurró tomando esa parte otra vez con su mano, haciéndome jadear y terminar soltando un bajo gruñido de placer. Retrocedió y subió a la cama, recostándose y mirándome de arriba abajo, quemando, como si tuviera el poder de tocar solo con su vista—. ¿Qué vas a hacerme ahora? —preguntó inocente luego de haberme provocado de esa manera.

Subí al colchón también y fui a gatas hasta ella, bajé cerrando los ojos y pegando la punta de mi nariz a su vientre bajo, recorriendo su piel, disfrutando de su aroma hasta que llegué a su rostro. Nos miramos por varios segundos. Sus manos traviesas se colaron debajo de mi ropa interior, jadeé y sonreí.

—Creo que vas a acabar conmigo, pequeña.

—Tú ya has acabado conmigo —respondió entrecortadamente—, porque te tengo unas ganas...

Se devoró mis labios y le correspondí. Se quejó suave contra mi boca, acarició mi pecho, haciendo que me separara un poco, arqueó una ceja y sonrió con picardía. Sus manos se dirigieron al centro de ese pequeño sujetador. ¿Se lo iba a quitar? Mi pulso estaba por volverse loco.

—¿Quieres verlos?

Desabrochó el gancho de la prenda y esperó mi reacción. Quedé apoyado en mi antebrazo izquierdo para descubrir ese par de maravillas con mi otra mano. Hice a un lado la prenda y... Oh, wow.

—Qué bonitos...

La besé otra vez y gocé al sentir sus hermosos y perfectos pechos contra mi piel. Su mano guió la mía a uno de ellos y me asombré con su suavidad, jadeé contra su boca. Adiós autocontrol, adiós cordura.

Empecé a temerle a mis reacciones, a mi muy acelerado pulso, hasta me sentí temblar apenas con cada jadeo. La abracé fuerte, enterrando el rostro al lado del suyo, tratando de aplacar mi respiración agitada.

—¿Qué pasa? —preguntó con ternura.

—Me siento muy ansioso... Siento que puedo explotar o algo así...

Acarició mi cabello, calmándome, el calor de su cuerpo me reconfortaba también.

—Eso es normal, ¿no escuchas mis latidos? Estoy igual. No vas a explotar, déjate llevar.

Respiré hondo, recobrando calma. La miré a los ojos, acarició mi mejilla con dulzura, sonriéndome a labios cerrados. Quería seguir, debía ser valiente y dominar mi cuerpo y sus extraños impulsos, no debía dejar que me intimidara este sentimiento tan poderoso.

Me comí sus labios, se arqueó contra mí, su rica piel quemó, sus manos se deslizaron por mi espalda y una bajó más, colándose debajo de mi ropa interior. Ahogué un gemido cuando apretó, y con la otra empezó a bajar la prenda.

La disfruté con manos y boca, dejándome guiar, y así como lo pidió, dejándome llevar. Pronto quedamos desnudos, olvidé la vergüenza al verla hermosísima, y tenerla así piel con piel fue una nueva sensación arrolladora, no supe ni qué hacer conmigo mismo, con mis reacciones y movimientos, pero ella me llevó a lo más alto en segundos, poseyéndome con su cuerpo de una forma totalmente nueva y arrasadora. Jadeé, gemí, gruñí, casi sin ser consciente, aunque intentaba contenerme, cuando ella lo hacía también era glorioso.

El momento se fue haciendo más físico, más carnal, sin dejar de estar acompañado por el intenso amor que sentía. Nos miramos a los ojos, la sentí infinitamente mía, y así me perdí de nuevo, pero esta vez en ella.



Recuperaba el aliento, mirándola a los ojos, contagiado por la felicidad que expresaban, pero preguntándome, ¿por qué me había venido de esa forma en ella? ¿Y ya estaba, ahí quedaba?

—¿Qué? —preguntó con diversión.

—Qué...

—Se nota que tienes una duda rondando tu cabecita. —Sonreí y la besé—. Mmmm —gimió suave—. Puedo suponer qué cosas dudas...

—¿Ah, sí? ¿Qué tal lo hice?

Rió entre dientes.

—¿Eso? Apuesto a que eso no es...

Empecé a besar su cuello.

—Es apenas la primera pregunta —reclamé contra su piel.

—Estuviste delicioso —dijo entre risas—. ¿Y yo?

—¿Por qué? Está por demás decir que ha sido perfecto.

—Lo mismo digo de ti. —Pegué mi frente a la suya—. Has inspirado cada uno de mis movimientos...

—Tú los míos.

—Aparte de que eres el gatito más sexy sobre la faz de la tierra.

—¿Eh? —soltó una suave carcajada. Volví a besarla—. ¿Me enseñarás más?

Paseó la punta de su dedo por mis labios.

—¿Por qué te preocupa?

—Solo quiero ser mejor para ti... No solo ser mejor, quiero ser el mejor.

Me dio un corto beso.

—Eres el mejor desde la primera vez que te vi. Eres el hombre de mi vida.

Escuchar eso me llenó de gozo. Me fundí con ella besándola, y quise fundirme también de la otra forma, pero no funcionó. Le eché un vistazo completamente confundido.

—Bah, ¿y ahora qué? —Rosy soltó a reír, terminó tapándose la boca y dando un par de manotazos al colchón—. Así no vale —reclamé ruborizándome.

De pronto ella me hizo girar y quedó encima, lamió mi cuello hasta llegar a mi oído.

—¿Quieres que te exite? —susurró.

—¿Exitar? ¿Emocionar? ¿Cómo así?

Rió y se sentó apoyando sus manos en mi pecho, dejándome ver su hermoso cuerpo desnudo sobre el mío. Mis manos se fueron a tocarla casi sin mi permiso.

—Creo que te enseñaré algo de vocabulario.

—Como gustes, bella jovencita...

Puso sus manos sobre las mías que estaban subiendo por su abdomen hasta llegar a sus bonitos pechos otra vez, en donde había empezado a acariciar, podía estar así lo que quedaba del día.

Me fijé en el contraste que las puntas de mis garras hacían con su fina y suave piel, sus delicadas manos con las mías... ¿Cómo no la lastimé? No tardé en percatarme de los diminutos rasguños que tenía, bajándome todo el calor que estaba sintiendo.

—Ay no. —Me senté pronto y lamí una de las pequeñas marcas en su pecho.

Rió.

—¿Qué?

—Te he hecho heridas, perdóname.

Tomó mi rostro y me besó. Acarició mi pecho mientras disfrutaba de sus labios.

—Son pequeñeces —me calmó—, con lamerlas no desaparecerán, apenas son superficiales, no pasa nada, me encanta. Son las huellas de nuestra pasión, me recuerda que ha pasado en verdad. —Me dio otro dulce beso.

Eso me alivió, así que le encantaba.

—Entonces ¿no te duele?

—No. —Me dio cortos besos consecutivos, terminé sonriendo—. Ven... —Se alejó y salió de la cama, quedé intrigado y desesperado por tener su calor conmigo otra vez—. Vamos al agua, al jacuzzi, mi gatito sexy.

Tragué saliva con dificultad. Quería tomar un baño conmigo, significaba seguir teniéndola hermosamente desnuda a mi lado, compartir más cosas íntimas, poder verla hasta memorizar cada tramo de su piel deliciosa. Sonreí con emoción y fui tras ella, la alcé en brazos arrancándole risas. Sentí que seguía haciéndole el amor pero de otra forma. Claro que las ganas de hacerlo como en la cama, volvieron, así que podía volver a pasar.

Recorrió con su boca mi pecho y yo el de ella mientras el agua se juntaba con rapidez, entramos cuando no estaba del todo lleno. Tras sentarme, se montó a horcajadas sobre mí y nos besamos con intensidad, entonces lo supe, definitivamente iba a volver a pasar.


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