Capítulo 20: Recuperar



Narra Rosy.

Respiraba ansiosa, Max trataba de llamar a Ácrux pero no contestaba, ya habían pasado casi siete días sin que diera señales.

—Nada, apagado —renegó—. Bueno, creí que ayudaría...

Solté un quejido de angustia. Marien me rodeó por los hombros para que no me preocupara pero eso no funcionaba. Lo único que quería era verlo volver. Había venido todos los días a querer saber dónde estaba, si Max podía preguntarle, estaba prácticamente dispuesta a ir, pero no respondía, el móvil siempre estaba apagado.

Aunque no quisiera verme nunca, no iba a cortar comunicación con él porque quería encontrar al que había matado a su hermano, entonces no tenía sentido.

—Tiene que haberle pasado algo —murmuré.

—U olvidó que el móvil debe recargarse.

—Estos también se cargan con luz solar.

—Iremos a su ciudad —dijo Max—. Bueno, iré solo yo, creo, porque quizá simplemente se está dando unas vacaciones con su familia o su novia.

El corazón se me estrujó y arrugué la cara por el dolor que eso me causó. Marien se dio cuenta.

—Descuida, si estaba tan empeñado en buscar al asesino, no creo que lo deje así nomás —aseguró.

—Iré contigo —le dijo Sirio a Max—. Si ha pasado algo...

—Antonio —interrumpió Marien preocupada.

Apreté los puños.

—Tu amiga está angustiada —respondió—. Si fuera yo el desaparecido ¿no quisieras que alguien fuera por mí?

Ella se tensó. Obviamente sí. Entendía su preocupación, él ya se había alejado de su lado una vez, no iba a soportar que le pasara de nuevo. Y ahora yo estaba cerca de caer en esa misma desesperación.

—Iremos todos y ya.

Sirio abrió la boca para reclamar pero Max habló:

—No vayan a iniciar otra discusión de "sí, no, sí, no", aquí.

—No vas.

—Voy a ir a donde vayas te guste o no —sentenció Marien.

Max rodó los ojos. Se sobresaltó cuando su móvil sonó, lo vio con prisa y frunció el ceño.

—Ácrux. —Me sorprendí—. Ha marcado su ubicación con el GPS del móvil.

—Creí que no sabía activarlo —comentó Jorge.

—No importa, vamos.

—Yo también voy —avisé.

—Noooo —renegó—. Estorbarían, tú y Marien estorbarían. Tontas. ¿No piensan acaso?

Se ganó el gruñido de Sirio, y quizá se hubiera ganado un buen golpe también si Marien no lo hubiera detenido.

—No vuelvas a insultarlas, ¿me oíste? —amenazó.

Max resopló.

—¡Bien! ¡Vengan! ¡Vamos todos y llevemos una carpa de circo también por si acaso! —Se retiró, pateó una lata de por ahí—. ¡También llevemos a las mascotas, son grata compañía! ¡Y a las abuelas, a los hermanos, nietos! —rabiaba mientras se alejaba.

Marien liberó el brazo de Sirio y lo abrazó tras un suspiro.

Por un momento me sentí culpable por meterlos en este asunto, pero Sirio era el único que podía ayudar, él y los hermanos, tres evolucionados me seguían pareciendo poco pero eran mejor que solo dos. Quería a mi Ácrux de vuelta y tenía mucho miedo de que le hubiera pasado algo. No importaba si me seguía detestando, si lo veía a salvo me bastaría.


Partimos al cabo de una hora luego de alistarnos y alistar algunas cosas en la camioneta. La preocupación me carcomía, Max iba mirando el puntito rojo que indicaba su ubicación en el mapa, mientras nosotros éramos el azul, cada vez más cerca.

—Paremos aquí —pidió Sirio—. Quiero tener calma para saber si está solo en verdad.

La camioneta desaceleró hasta quedar detenida. Nos pidió que nos quedáramos y que tratáramos de ocultarnos, eso no era problema por las lunas oscuras del vehículo. Bajó junto con los hermanos, avanzaron despacio por la calle ya oscura, entre negocios que ya habían cerrado y un par de contenedores grandes de basura. Dieron una rápida mirada hacia nosotros y continuaron. Sin duda significaba algo porque Max sacó su arma de debajo del asiento. Me asusté.

—¿Qué pasa?

—Quédense aquí, manténganse escondidas. —Bajó también.

Fue a darles alcance, pero no avanzó mucho cuando Ácrux salió de atrás de uno de los contenedores. Sonreí por unos segundos pero algo no estaba bien, tenía el ceño fruncido, mi respiración se aceleró un poco. Me espanté más cuando cuatro hombres los rodearon, apuntándoles con armas, tres a los costados y otro desde un techo, casi al frente de Sirio.

—Antonio —susurró Marien con desesperación.

Me puse a buscar alguna de las armas bajo el asiento y ella enseguida me ayudó en silencio.

—¿Estos son los que arruinaron el plan del gobernador? —preguntó uno de los hombres que apuntaba.

—Sí, señor —respondió Ácrux.

Se me hizo un nudo en la garganta, ya no era él, lo supe por el tono de su voz. Me lo habían robado otra vez. Un par de lágrimas se asomaron por mis ojos y pasé saliva con dificultad soltando un muy bajo sollozo mientras retiraba las envolturas que cubrían el arma. Marien, entristecida también, me hizo señales para que no hiciera ruido y asentí. Limpié mis lágrimas.

Sacamos el arma con rapidez, y nos deslizamos hasta la ventana.

—Bueno, una vez eliminados no van a ser problema —decía el sujeto.

Abrimos ventana apenas un par de centímetros, lo suficiente como para que la punta del arma pudiera asomarse.

—Déjamelo a mí —me avisó mi amiga en susurro.

De algún modo ella había incursionado algo en eso de las armas. Respiró hondo, no sabía a quién dispararía. ¿Y si fallaba y eso hacía que nos mataran a todos? Sin darme cuenta empecé a morder la uña de mi dedo pulgar.

Un estallido me hizo soltar un corto grito de sorpresa. Marien había disparado, uno de los sujetos gritó también y cayó tras el shock eléctrico que recibió, desatando una lucha. Los H.E se lanzaron en un milisegundo contra los hombres, sin darles tiempo ni de apuntarles bien, soltando los disparos al aire. Uno dio contra la camioneta, pero al ser de metal especial, no le pasó nada.

Max corría a darle alcance al que había estado en uno de los techos, disparando y esquivando disparos, y Sirio intentaba detener a Ácrux. Lo lanzó contra uno de los contenedores, causando un fuerte estruendo, pero él se reincorporó enseguida, gruñendo y volviendo a atacar.

—Deben desactivar su modo de ataque —murmuró Marien—. ¿Cómo no nos acordamos de que tenía ese chip?

—Se supone que se lo habían quitado. —Mi voz fue débil por la pena y dolor que sentía—. Al parecer solo se llegó a detectar uno que supuestamente era rastreador.

Marien ahogó una especie de quejido cuando Ácrux mordió a Sirio, pero él lo apartó de una patada, para luego girar y brincar, dándole otra lateral evitando que volviera a morderlo y aventándolo a un costado. La que se quejó por eso fui yo.

Ácrux volvió a atacar, no se detenía ni a pensar en su dolor, estaba bajo el control de esa cosa y era capaz de luchar hasta morir. No pude aguantar las lágrimas otra vez. Los hermanos habían dejado inconscientes a los otros hombres e ido tras Max para seguramente ayudarle.

Me sobresalté cuando escuché el grito de Sirio, aunque pronto lo reemplazó con un gruñido. Ambos forcejeaban, intentando morderse, golpeándose y gruñendo como perros salvajes.

—¡Ya basta! —le gritó Sirio, pero obviamente no tuvo resultado.

Ácrux lo embistió y golpeó, estrellándolo contra otro contenedor, al parecer vengándose, pero Sirio apenas cayó, se aguantó el dolor y arrancó con prisa la tapa del contenedor, arrojándosela. Di un respingo cuando el objeto metálico se estampó contra mi Ácrux y lo dejó boca abajo contra el asfalto un par de metros más allá.

Solté aire, sin haberme dado cuenta de que había dejado de respirar. Bajamos con prisa, Marien corrió a abrazar a Sirio que tenía algunas heridas, yo dudé si acercarme o no a Ácrux.

—Ten cuidado, Rosy. —Mi amiga me hizo recordar lo que estuve a punto de olvidar.

Me detuve, quedé viendo a mi gato dorado, ahí inconsciente. Limpié mis lágrimas pero brotaron más, era en vano. Max llegó corriendo con los otros.

—Tengo el control. —Presionó el botón. Sirio lo miró arqueando una ceja—. ¿Qué? Podría despertarse y seguir bajo su efecto.


Lo pusieron en la tolva de la camioneta, Alpha y Centauri fueron con él y con el control por si despertaba y presentaba conductas raras. Fui todo el tiempo mirándolo por la ventana posterior, por mi parte, yo sí quería que despertara y poder estar con él, hacerlo sonreír otra vez, que me contara qué le había pasado, si había descubierto algo.

Apenas llegamos al hospital, lo pusieron en observación. Le examinaron la cabeza con una máquina especial para ver en dónde conectaba ese otro chip, y si podían sacarlo. Caminé de un lado a otro mientras esperaba, ya quería verlo venir a mí como lo había hecho antes, con esa bonita y deslumbrante sonrisa. Pero bien sabía que de seguro aún no iba a querer tenerme cerca...


Eran las cuatro de la madrugada cuando John se me acercó, yo tenía un vaso de café en las manos.

—Hemos visto que si retiramos el chip, pues podríamos matarlo —soltó así sin más.

Me angustié.

—No lo toquen entonces —pedí.

—Tranquila, tranquila. Solo queda mantenerlo lejos de los sujetos que puedan controlarlo, o de cosas con determinadas frecuencias de radio y eso. Claro, sería raro, tendría que ser algo muy fuerte y específico. —Respiré hondo—. De todos modos, aun hacen falta más análisis, por ahora es riesgoso pero quizá luego veamos que no, y que sí le podemos sacar el chip con algún procedimiento especial. —Hizo una leve pausa—. Oye... Debes saber también que no es una cosa común. Nunca habíamos visto chips como ese, no sabemos si es un modelo nuevo, ni qué otras cosas puede hacer en él, en fin...


Caminé despacio en la penumbra, acercándome a él, que estaba en una camilla. Acaricié su cabello, sin evitar fijarme en los bonitos destellos que soltaba bajo la tenue luz. Se removió haciéndome sobresaltar un poco, sonrió de forma apenas perceptible, sonreí también y me incliné para besar su frente.

John entró junto con Max, traían el control.

—Exageran —les reclamé al ver el aparato—. Ya no está bajo los efectos de esa cosa

—No, es mejor prevenir, ¿no crees? Ya te dijo John lo que pasa.

Ácrux abrió los ojos de pronto y quedó mirándolos, me congelé. Frunció el ceño, me preocupó pero quise hacer a un lado ese sentimiento perturbador. Volteó a mirarme también con extrañeza, sus ojos me recorrieron de arriba abajo y volvió su vista a los otros. Algo no estaba bien, ese presentimiento malo en mi interior creció, acelerando mi respiración por la angustia.

—¿Quiénes son? —preguntó con severidad.

¿Qué?

Eso debía ser una broma. Me agité más. Retrocedí de golpe cuando se reincorporó con ademán de salir de la camilla.

—Tranquilo —trató de calmarlo Max levantando un poco las manos—, tranquilo, somos tus conocidos. ¿Acaso no recuerdas?

Tapé mi boca para que no escuchara mi sollozo. No era justo, esto no era justo, rogaba porque simplemente estuviera confundido por el momento. Frunció más el ceño mientras nos escrudiñaba con la mirada y cubría su pecho desnudo con la manta.

—Están locos. ¿Por qué estoy aquí? Si es otro experimento, mejor déjenme inconsciente primero.

—Nada de eso. Te tenían bajo control unos hombres, ellos te hicieron cosas, nosotros no.

Apretó los dientes.

—Sí... ellos... Ellos mataron a mi hermano y a mi compañera —murmuró con rabia.

Eso me rompió el corazón, la soledad me abrumó. Ni siquiera sabía qué sentir, su antigua novia por la que me preocupé que me dejara ya no estaba, pero ahora parecía que había vuelto a amarla.

—Bueno, lo de tu hermano ya lo sabíamos —aclaró Max—. Créeme, cuando te encontramos, ya habían pasado unos dos años desde entonces.

—¿Y cuánto tiempo he estado con ustedes?

—Quizá un mes más o menos.

Volvió a investigarlos con la mirada.

—Tal vez... Se me hacen conocidos —volteó a verme—, en especial tú. —Tensé los labios y bajé la vista—. ¿Por qué lloras?

Negué en silencio. ¿Qué sentido tenía decirle lo que éramos si no lo sentía ya? Si no lo recordaba...

—Bueno —dijo John—, entonces te dejamos. Descansa, una vez que te recuperes podrás irte.

Apreté los puños y junté fuerzas para salir también. Ahí quedaba todo, él se iría, sentía que la soledad me devoraba. ¿Cómo pude enamorarme de él si sabía que algo así podía pasar? Quizá no con certeza, pero incluso sabía que no pertenecía aquí y que se iría tarde o temprano, intentaba retenerlo a mi lado por haberme encaprichado con él, sin pensar en que tenía una vida, una que ahora sí recordaba, pero ya no a mí.

Así era como debía ser.

Salí con los demás sin mirarlo una última vez. Debía ser fuerte, debía aguantar. Sin embargo, no era tan fuerte. Corrí por el pabellón hasta llegar a una habitación, toqué la puerta, los despertaría pero necesitaba desahogarme de algún modo. Marien y Sirio se habían quedado por si pasaba algo, y agradecí eso, porque de verdad que pasaba, y solo conmigo. Sirio abrió, mirándome con intriga. Marien, terminando de abrocharse un camisón sentada al borde de la cama, me miró preocupada.

—¿Pasó algo? —quiso saber al ver mi cara de angustia, poniéndose de pie.

Corrí a ella y la abracé en llanto.

—Iré a traer agua —murmuró Sirio que ya se había puesto una camiseta.

—Sí, por favor. —Mi amiga retrocedió un poco y nos sentamos en el colchón—. ¿Qué paso?

—Él... no me recuerda —sollocé.

—No, claro que sí, debe estar confundido...

Sacudí la cabeza en negación.

—Está bastante lúcido, no recuerda a ninguno. —Mi voz sonó bastante quebrada y patética—. Pero sí recuerda a su hermano y a... a esa chica con la que estuvo comprometido.

Marien suspiró.

—Me dijiste que había estado recordando partes de su vida, ¿no? Entonces es probable que te vaya recordando poco a poco, además debes haber dejado tu huella, por ahí ha de estar, puedes ayudar a que fluya.

¿Que fluyera?

Ojalá eso hubiera sido tan fácil como sonó.


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Copyright © 2014 Mhavel N.

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