Capítulo 16: Asuntos por arreglar


Revisé la información sobre Pradera, sentado al borde de la cama. Decía que había escapado también, como el mío. Además de datos como su peso, altura, edad aproximada, y el extra de que no sabían por qué lucía más como humana que como evolucionada. Al parecer no habían llegado a enterarse de su etapa de transición.

También habían hallado otro documento sobre mí, en el que decía la fecha en la que me habían recuperado. Tan solo unos cuatro días después de que escapara. ¿Tan pronto? Quizá no les fue difícil encontrarme antes que yo a ellos, ya que Altair mencionó los chips. Eso era.

Debía hacer que me quitaran ese chip. Según mi recuerdo, un "escáner" no podía detectarlo, pero iba a intentarlo.

Las finas manos de Rosy se deslizaron por mi pecho, me abrazaba por la espalda, sentada sobre el colchón, besó mi mejilla y bajó a mi cuello. Sonreí aguantando las cosquillas que eso me producía.

Besé su frente, disfruté con su sonrisa, dejé los papeles a un lado, tomé su mentón para mover su rostro y seguir dándole besos. Soltó una suave risa.

—Tengo un chip rastreador —murmuré—, quisiera que me lo quitaran —le pedí casi en susurro.

—Claro, ¿en qué parte lo tienes?

—No lo sé.

Arqueó una ceja.

—Tal parece que tendré que buscarlo.

Sonrió ampliamente. Me encantaba ver esa felicidad que brillaba en su bonito rostro. Tiró de mis hombros jalándome hacia atrás y haciendo que me recostara. Se puso a horcajadas sobre mí, permitiendo que disfrutara de verla así, quedé fascinado, me traía loco. Sus manos recorrieron mi pecho, estremeciéndome con la ahora dulce corriente.

—No parece estar por aquí —dijo sonriente. Se apoderó los primeros botones de mi camisa, desabrochándolos—. Debería quitarte la ropa.

Tomé su fina cintura y me senté, quedando nariz con nariz con ella.

—Cambié de opinión, déjame admirarte un rato más —susurré mientras deslizaba la punta de mi nariz por su mejilla hasta enterrarla por su cuello.

Si me quitaba la ropa iba a sentir vergüenza otra vez, y no quería arruinar el momento.

—Max debe saber dónde los ponen. —Rió de forma leve y dulce—. Pero quiero revisarte...

—Bien, si no lo halla, entonces me volverás a revisar.

Mordió mi mentón y su mano se paseó por mi piel. La tomé y jugueteé con sus dedos, era tan fina, bonita, delicada, mientras que la mía tenía esas uñas que crecían en punta como garras, aunque no curvas como las de otros animales, quizá porque en parte seguíamos siendo humanos.

Me besó. Gocé de su boca otra vez. Recorrió con suavidad mi mejilla izquierda y fue bajando por mi cuello, luego por mi clavícula. La corriente me recorrió con cada toque de sus suaves labios, y casi podía sentir que empezaba a acostumbrarme. Se detuvo por mi hombro antes de que lo hiciera yo, al verla me di cuenta de que observaba mi marca.

—Tengo el número siete marcado ahí, ¿recuerdas? —expliqué—. No sé cómo borrarlo, dijiste que había un método.

—Ah, sí. Con algún tratamiento laser que hay aquí.

—Saber eso me alivia. Esos números son marcas que dejaron esos... —Me contuve el insulto. No debía hablar así, mucho menos frente a mi bella dama, debía tratar de cambiar.

Suspiré con pesadez y me dejé caer. Quedé mirando al techo.

—¿Pasa algo?

—¿Me acompañas al campo de entrenamiento?

—Claro —dijo feliz.

Me miraba, sentí que me devoraba con sus ojos mientras acariciaba mi pecho. Sentí que el tocarnos y besarnos nos conectaba de una forma muy única y especial. Verla así me devolvía la alegría también.

—Entonces lo que sentimos el uno por el otro, es amor, ¿verdad? —quise saber, aunque sus ojos ya respondían que sí.

—No. —Salió de la cama.

¿Qué? Me reincorporé.

Volteó a mirarme riendo en silencio y me di cuenta.

—Oh, pequeña, has sido mala conmigo —ronroneé. Soltó a reír completamente ruborizada.

Quiso huir pero no me fue nada difícil atraparla haciendo que riera más, y atacarla con muchos besos en sus labios, rostro y cuello. Se colgó de mí, rodeándome con brazos y piernas, besándome. Cómo me encantaba que hiciera eso.


***

Llegamos al campo de entrenamiento. Salí a la parte posterior buscando a Max, o su hermano, cuando este me vio se acercó a paso ligero.

—Max aun no llega.

—No importa, solo quiero que me saquen un chip rastreador.

El joven me hizo sentar, trajo un aparato similar a una especie de escáner. Lo encendió y lo pasó casi al ras de mi piel por mi cuello, mientras emitía unos sonidos similares al tic tac de un reloj. Los sonidos aumentaron, hasta que llegó a mi nuca.

—Sí, debí suponerlo. Suelen ponerlos aquí.

Se alejó, Rosy aprovechó y se acercó para tomar mi mano. Le sonreí a labios cerrados. Estaba tan hermosa, aun con algo de rubor, seguro yo también tal vez. Jorge volvió y advirtió que dolería un poco. Me encogí de hombros, no podía ser mayor que el dolor que había sentido a lo largo de mi vida, lo que recordaba.

Cerré los ojos y tensé los labios cuando la navaja cortó mi piel. Un leve tirón y listo. Supe que el chip estaba fuera. Debí haberlo encontrado y sacado antes, había sido un completo tonto. Ahora ese sujeto del mal no sabría dónde me encontraba, ya podía ir tras él. Claro que primero haría lo que debía hacer.

Rosy desinfectó y curó la herida, aunque no lo requería, me iba a curar pronto. Sospeché que lo hizo para que Tania, que rondaba cerca, nos viera juntos. Pude incluso olfatear su cólera cuando la vio pasar. Conocía eso, lo había visto ya, no era la primera vez que Rosy se ponía así, como si quisiera competir o demostrar algo. Eran celos.

Por algún desconocido motivo, disfruté verla celosa, no debí, y ella ya tenía todo de mí, pero simplemente me causó gracia.

Escuché la voz de Max, venía entrando con alguien más, Sirio.

—Que no —hablaba cuando entró.

—Sé que ocurre algo, lo escuché —insistió Sirio.

—Te habrá parecido.

—Buenos días —nos saludó al vernos. Volvió a dirigirse a Max—. Sé lo que escuché.

—¿Qué ocurre? —pregunté.

—Nada, está loco —dijo el castaño altanero—. Cree habernos escuchado decir cosas raras sobre ese día del ataque. —Me hizo una rara seña con los ojos, que no entendí, pero sí recordé lo de ese día.

—Ah, lo del virus que robaron —solté.

Max se dio un palmazo en la frente y Sirio se cruzó de brazos con molestia.

—Con que no, ¿eh?

—Oye. Que se pierda o no, no es importante, y Marien no quiere que te meta en otro lío por eso no te dije nada. Por cierto, ¿sabe que estás aquí?

Eso lo hizo preocuparse un poco y negar con culpa.

—No la razón, pero si me necesitan estoy dispuesto a ayudar a buscar esa cosa.

—Tu esposa no sabe a qué has venido. Ja. Alguien ha sido un gato malo —se burló Max.

Tania se acercó.

—A mí me gustan los malos —dijo emocionada. Quiso tocarle el brazo pero él se apartó enseguida mirándola con recelo.

Quizá yo debí actuar así también desde un inicio. Escuché a alguien viniendo y Sirio también. El aroma fue lo primero que se hizo presente antes.

—Hola —Marien entró despreocupada, pero vio las caras de todos y volteó a ver a Sirio, sospechando que algo más pasaba quizá—. Antonio...

Yo me seguía preguntando por qué le llamaba así a veces. Rosy no me decía "Christopher", tal vez por costumbre.

—Uuuhhh. —Max se preparó para verlos discutir quizá. Eso no era muy apropiado.

—¿Ha pasado algo? —quiso saber ella.

—Robaron un virus del hospital y no nos lo han dicho —le explicó Sirio.

—No, porque ya no es asunto de ustedes —se excusó Max—. Ustedes ya iniciaron una vida, además, Marien, tú me pediste que ya no llamara a tu salvaje H.E.

—Es un asunto que no debe tomarse a la ligera —insistió él.

—Nah, no es grave —Max trató de tranquilizarlo, lamentablemente nuestro olfato no engañaba—, ya tenemos a Ácrux y a los hermanos que han aceptado ayudar. Además Ácrux requiere encontrarse con ese sujeto. Este es asunto suyo, ya no de ustedes.

Sirio me miró.

—Asunto tuyo, ¿por qué? Si se puede saber.

Suspiré. Recordé a mi hermano y la rabia volvió a hacerse presente. Esa horrible quemazón.

—Ese maldito mató a mi hermano.

Eso lo tomó por sorpresa, pero recuperó su expresión seria al segundo.

—¿Por eso lo buscas? ¿Qué harás si lo encuentras?

Resoplé.

—¿Que no es obvio? Lo mataré —respondí entre dientes.

Frunció el ceño.

—¿Así crees que estarás mejor?

Fruncí también el ceño un poco más.

—No planees darme un sermón sobre la venganza.

—No digo que no lo hagas, pero quizá no deberías.

—¡Ja! ¿Por qué? ¿No me traerá paz? —me burlé, pero seguía molesto.

—Tal vez.

—No me importa tener paz. ¿Si alguien matara a tu esposa acaso no lo matarías?

—Una vez lo creí y estuve a punto, pero algo me detuvo a pesar de que hubiera matado sin chistar. —Marien pareció asustarse y se aferró a su brazo—. Eso no me la devolvería, así que el infierno no acabaría, y peor al saber que actué igual de monstruoso que el asesino. Solo te queda olvidar. Sé que no lo crees posible, pero no queda más que intentarlo.

—No planeo hacerlo hasta que lo vea muerto.

—Bien, ¿pero y si otros hombres, que no saben por qué quieres matarlo, se interponen?

—Morirán. Total, todos esos merecen morir.

—Son vidas. ¿Acaso quieres acabar con más de las que ya lo has hecho?

La sangre me hirvió.

—¡No me interesan sus vidas! ¡No puedes estarlos defendiendo, son solo simples humanos! ¡No puedo creer que a pesar de tener todo, prefieras a esa maldita especie más que a los tuyos!

Gruñó de forma salvaje, y se me habría lanzado si Marien no lo hubiera detenido pidiéndole y abrazándolo por la espalda. Sin embargo, no dejaba de gruñirme como perro rabioso.

Me di cuenta entonces del porqué de su enojo. Había insultado a todos los humanos y con ellos a su esposa, no solo a ella, a mi Rosy también. La miré, estaba muy asustada.

—Tranquilo, amor —susurraba Marien muy, muy bajo—, está dolido, por favor déjalo.

Sirio se calmó pero aún me miraba con rencor. Fruncí el ceño otra vez.

—Supongo que... lo siento —dije a regañadientes. Por Rosy, sobre todo, para no ver otra expresión en su rostro que no fuera alegría.

Di media vuelta tras dar un profundo suspiro y fui hacia la pared, a apoyar la espalda y cruzar los brazos, lleno de impotencia.


Entrada la noche, les convencieron de avisarles si les necesitaban. Yo por mi parte, cenaba en silencio. Tania miraba atenta cómo abría una caja de leche.

—Con un poco de enseñanza, esas manos han de ser muuuy hábiles —aseguró, mordiéndose el labio al final.

—Mmm —dudé un segundo—. Soy hábil, sé disparar, lanzar cuchillos, y ya manejo el móvil sin que mis garras estorben...

Max casi se ahogó con lo que comía por reírse. Los miré con extrañeza a ambos.

—Sigues tan inocente —murmuró ella.

Suspiré sin entender, no me importó de todos modos.

—Me voy —le dije a Max.

—¿Cómo que te vas?

—Volveré. Solo espérenme un par de días máximo.

—¿No necesitas ayuda?

—No, esto es solo un arreglo familiar. Gracias.

Pensaba aclarar eso lo más pronto, si hubiera dependido de mí, partía al amanecer, pero no iba a irme sin despedirme de Rosy, claro. Así que iba a esperar a que saliera de su trabajo.


Ya en cama, sin poder dejar de pensarla, le escribí.

"Dudo que duerma pronto, estás aquí en mi mente haciendo tus travesuras, necesitaré tu musiquita relajante de aquella vez", pensé unos segundos y agregué algo más: "perdón por portarme como un tonto salvaje hoy"

Enviar.


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