Capítulo 1: El último día de mi vida


Dos años atrás. Zona Sur.

«Siempre debes respetar a los que te rodean, nunca atacar a otro de tu especie, todos somos iguales, y debemos estar unidos. Siempre sé un hombre de bien...» Las palabras de mi padre.


Nosotros, humanos evolucionados, o "H.E" como nos llamaban, éramos como una versión mejorada de ellos. Visión perfecta en la noche gracias a nuestros extraños ojos con pupilas rasgadas, caninos más desarrollados, uñas de las manos en punta, más fuerza, y uno que otro gruñido.

Ellos nos tenían mucho miedo y a la vez rencor, pero logramos alejarnos de sus territorios y así dejaron de molestar. Los humanos fueron víctimas del calentamiento global que ellos mismos ocasionaron, peleas y plagas que los acabó reduciendo, así que no fue nuestra culpa haber heredado la mayor parte del planeta.

Éramos más pacíficos en realidad.

Caminaba de costado mirando fijo a un par de ojos amarillos. Ambos estudiábamos los movimientos del oponente, íbamos a tener una lucha. 

Bueno, éramos pacíficos pero no significaba que no tuviéramos pequeños «duelos amistosos». Mi adversario: bastante masa muscular, garras y colmillos enormes, le calculé más de cien kilos de bestialidad.

Gruñó temiendo por su seguridad.

—No me mires así, solo te dejaré inconsciente. —El león de montaña no respondió, claro—. Será divertido —ronroneé.

Pero algo lo espantó y salió huyendo. De entre los arbustos apareció otro evolucionado como yo y le gruñí, ya que acababa de quitarme a mi oponente, ahora sería él.

Observé los ojos color miel de mi contrincante para ver si se intimidaba, en ese instante miró a los costados y sonrió.

—¡Una carrera hasta la casa!

Sonreí también. Él siempre me retaba y huía. Mi hermano "repetido", según nuestros padres, siempre estábamos juntos, dejando de lado el hecho de que era un deber estarlo, simplemente éramos inseparables.

Sagitario me había salvado el pellejo de muchos leones de montaña, y era que me encantaba pelear con esos animales, podía ser que estaba loco, de hecho así me decía él. Algunos cazaban animales y además podíamos comer carne cruda, pero no era muy bien visto que digamos, luego nuestro estómago se mal acostumbraba y pedía más carne cruda. En la época oscura, como le decían, algunos llegaron a comer carne humana.

Habíamos dejado eso atrás, nos centrábamos en recordar las cosas de avance, las cosas buenas, pero quizá ellos no. Se decía que no olvidaban ninguna fecha en la que tuvieron peleas, las rememoraban y hacían que sus niños las aprendieran. No las dejaban ir, ni una sola, y no le hallaba sentido a eso. En fin, humanos.

Nuestros nombres eran un tanto diferentes a los de ellos, según escuché. La mayoría era de las estrellas del cielo, como el mío, Ácrux, la estrella de la constelación «Cruz del sur». Pero había otros que preferían algo más terrestre, como fenómenos naturales, animales y demás. Los líderes daban opciones de nombres se decía.

Fuera como fuera, y dijeran lo que dijeran, los humanos habían inventado esas palabras, así que no estábamos del todo desligados. La diferencia era que no usábamos "apellidos", nos bastaba el olfato para saber quién era y de qué familia venía, eso les faltaba a ellos.


Corrimos a mucha velocidad. Tenía entendido que los humanos no nos superaban tampoco en ese aspecto. Nuestra sociedad era sencilla pero con muchas reglas que acatar, reglas que nos permitían vivir mejor que ellos.

Recibí un empujón y rodé por la tierra. Tosí y reí sin poder evitarlo.

—¡Hiciste trampa! —reclamé.

Sagitario se detuvo y rió también, pero retomó la carrera asustado cuando me vio ponerme de pie y salir disparado a su alcance.

Justo a un par de metros antes de llegar a casa, brinqué sobre su espalda y caímos.

—¡Niños, tranquilos! —pidió nuestra madre.

Lluvia. Sus ojos claros como la miel siempre nos transmitían mucha dulzura.

—Están muy felices —comentó otra voz femenina.

Mi corazón dio un muy leve brinco, volteé a verla y le sonreí solo un poco, eso hizo que dejara de mirarme. Pradera, sus ojos de verde oscuro hacían que me perdiera pero ella no lo sabía y nunca lo haría, no pensaba que debía decirle, no existía ningún motivo útil en eso, solo le propondría unirse a mí en un núcleo cuando fuera el momento apropiado, que solía ser apenas acabando la escuela. La gran mayoría de jóvenes lo hacía en esa fecha.

Núcleos. Era la forma que teníamos de juntarnos con una compañera o compañero, que nuestros padres pactaban con los suyos, para toda la vida, y yo quería que fuera con ella, eso sí quería decirle muy pronto.

—Bueno, fue un gusto ayudarla —le dijo a mi madre—, me retiro. Hasta luego —se despidió dándonos una rápida mirada.

—Hasta luego —respondimos.


Al sentarnos a almorzar, Sagitario no dejaba de mirarme con sospecha, bajé la vista algo incómodo porque pudiera haberse dado cuenta al fin de eso raro que sentía por la joven.

Mi madre se retiró, dejándonos en silencio.

—¿Qué es lo que haces en las noches? —preguntó de pronto.

Tragué con dificultad y respiré hondo, aplacando mis latidos para no delatarme, ya que teníamos muy buen oído, añadiéndole a eso, un muy buen olfato también.

—Voy a ver el lago, me gusta.

—Um. Está algo lejos. ¿Puedo ir contigo esta vez?

Fruncí el ceño apenas al sentirme algo acorralado.

—Quizá luego, lo hago más por estar solo...

—Ya veo, ¿llegó el momento en el que te aburriste de mí?

—No, no, no, no —negué con prisa por lo que rió un poco.

—Tranquilo, lo sé. —Tomó su plato y se dirigió a lavarlo—. No puedes vivir sin mí, eso lo sé.

Respiré hondo y sonreí.

—Eres muy listo.

—He pensado en quedarme con mamá y no formar un núcleo con nadie... ¿Y tú?

Eso me dejó perplejo. Nuestro padre fue llevado por los humanos hacía años, éramos lo único que le quedaba a mamá. Mi cargo de conciencia atacó, no debería dejarla sola. Sagitario, como siempre, sabía bien cuáles eran las prioridades, mientras que yo solía soñar mucho más de lo permitido.

—Tranquilo —dijo, sacándome de mis pensamientos—. Soy veinte minutos mayor, soy yo el que debe tomar esa responsabilidad.

—Hermano... no. El que yo forme un núcleo no significa que los abandonaré. Viviré en la casa de al lado incluso... —Soltó a reír, cortándome el habla.

—Oh, qué sobreprotector. Seguiremos juntos, eso lo sé también.

Sonreí con leve alivio. Sin embargo, sentí tristeza, si no formaba un núcleo nunca le darían un hijo, de algún modo, eso te daba más renombre. No nos decían de dónde conseguían a los bebés para darle a las parejas ni nada más, los líderes nos ocultaban muchas cosas y no podíamos preguntar, como dije, para que viviéramos mejor que la otra especie inteligente de este pobre planeta.


Apenas bajó el sol, esquivé a mi hermano que quería jugar a algo en el salón con mamá. No me gustaba mentir ni alejarme de ellos, pero era por... No, no tenía excusa, querer ver a una amiga no era excusa, pero lo hice igual. 

Salí y anduve con calma. El pueblo se hundía en la oscuridad con la noche, ya que podíamos ver tan bien como en el día, no poníamos luces como los humanos y sus faroles horrorosos. Además nos rodeábamos de plantas para camuflarnos lo más posible. Fui al lago.

Miré a los costados cuando escuché el muy bajo respirar de alguien, me dio un par de toques en el hombro desde atrás y volteé a verla.

—Vaya carrera la que tuvieron hoy —murmuró Pradera con una sonrisa.

No le vi los colmillos así que supe que estaba en transición a su etapa adulta. En esa época, entre los diecinueve y veinte años, se nos caían los colmillos y crecían otros pero se mantenían pequeños, nuestros ojos cambiaban también. Nos decían que era lo más parecido a los humanos que podíamos ser, para luego volver a cambiar y lucir como verdaderos H.E. Yo ya había pasado esa etapa justo hacía poco.

—Tenía que ganarle, había hecho trampa.

—Ya lo suponía.

Caminó acercándose más a la orilla, y quedé viéndola un rato antes de darle alcance. Ella tenía algo que me atraía, sería su cabello negro o sus ojos, quizá su cuerpo, aunque eso era absurdo, su voz también. Era sólo una chica, había jugado con ella desde niño y era casi tan o más salvaje que yo, lo cual me causaba gracia.

Era sólo una chica. ¿Pero qué era eso especial que hacía que me atrajera?

—Ya acabaste la escuela, ¿qué harás ahora? —preguntó, congelándome unos segundos.

—Justo quería hablar de eso —dije con un poco de nerviosismo. Me miró y esperó a que hablara pero no tenía el valor—. Mañana te lo diré, ¿sí?

Un aroma nos alertó y ambos volteamos a ver a los dos humanos que también se espantaron al vernos. Gruñí fuerte en forma de amenaza mientras Pradera se ocultaba detrás de mí.

—¡H.E! —gritó uno asustado—. ¡¿Qué hacen por aquí?!

—¿Que qué hacemos? ¡Es nuestro territorio! ¡Largo!

Sus rostros revelaron miedo y al mismo tiempo rencor. El que no habló tiró del brazo del primero para salir huyendo.

—¡Déjalo, nos matará, debemos avisarle al general! —Corrieron.

Me dio muy mala espina que creyeran que podían venir a nuestras tierras, ellos ya se habían quedado en sus ciudades, no tenían por qué salir de ahí ni intentar volver a recorrer el planeta que casi destruyeron.

Un leve toque en el brazo me devolvió la calma, Pradera me dio su leve sonrisa de consuelo y se alejó.

—Tranquilo, déjalos. Los humanos siempre han sido algo molestosos.

Sacó una pequeña bolsa con comida para los peces, me había llenado de paz otra vez sin problemas, esos humanos podían estresar de forma tremenda. Luego de dar de comer a los peces y a algunos patos, me permitió acompañarla a su casa. Me despedí educadamente de su madre que salió a recibirla y me fui.

Todo era respeto en mi sociedad. Si fallabas, era una deshonra para ti y tu familia. Y siempre había que presentarse tranquilo, sin sonrisas, eso se reservaba para tus iguales, a veces, no para tus mayores.


***

Al amanecer me presenté en uno de los puestos de trabajo. Como era costumbre, un anciano nos enseñó a mí y a mi hermano el oficio de nuestro padre, que era el de estar atento a todo tipo de noticias, ya fuesen del pueblo o de los humanos. Por eso teníamos una "antena" que me permitiría estar al tanto de lo que los humanos hicieran y avisarlo aquí si era necesario, de ese modo proteger a los que me importaban.

Quedé en ir a casa luego, así que estaba de camino, pero un fuerte estruendo me sorprendió y asustó a la vez.

Volteé, y mis ojos no creyeron lo que veían. Toda una horda de armas humanas, esas cosas a las que llamaban tanques, autos, pistolas, tipos uniformados. Pánico.

Arranqué a correr como si fuera lo último que haría, y empecé a considerar que tal vez sí. Gritos y más gritos. ¿Y ahora qué pasó? ¿Por qué habían venido? ¿Qué era lo que querían con nosotros? Corrí, corrí a más no poder y entré de golpe a casa.

—¡Mamá! —la llamé.

—¡Ácrux, por aquí! —respondió mi hermano.

Los encontré en su habitación.

—¡Vamos, no es seguro! ¡Vámonos de aquí! —Tiré de sus brazos y salimos corriendo otra vez.

Pude ver a lo lejos cómo los más grandes y fuertes de nuestros guerreros se lanzaban a atacar a los humanos. Traté de no prestar atención a los gritos. Nunca me agradaron los enfrentamientos, era lo peor que había, sacaba lo peor de todos. 

Lamentablemente los humanos tenían ventaja con sus armas, y el olor de la sangre de mis congéneres me lo advirtió. Me dolió pensar en quiénes estaban pereciendo.

Llegamos a un refugio que se ocultaba bajo una pequeña montaña vecina de la ciudad. Pradera y sus padres estaban ahí. Ella vino a mi encuentro y quedó frente a mí con una sonrisa de alivio. Su padre se acercó también.

—No tardarán en dar con nosotros —advirtió—, tienen perros para suplir su falta de buen olfato.

—Los distraeremos y dirigiremos a otro lugar —aseguré.

—Tengan cuidado por favor —rogó Pradera.

—Corran y no dejen que los atrapen —pidió mi madre, llena de angustia.

Sufrí al verla así, todo por culpa de esos seres. Por un segundo me arrepentí de haber estado en el lago, no nos hubieran visto. Me hubiera quedado con mi familia, pero ya había acordado estar ahí.

Malditos, ¿qué era lo que querían? ¿Era porque éramos diferentes a ellos?

Me dispuse a salir con mi hermano y todo un grupo de hombres jóvenes decididos a dar pelea, pero una fina mano tomó la mía, acelerando un poco más mi pulso.

—¿Volverás? —Pradera se veía indefensa ahora con esa apariencia.

—Claro, lo haré. Quédate aquí hasta que todo acabe, que los humanos no te vean así.

Se empinó y juntó su frente a la mía. Era lo más cerca que habíamos estado nunca. Cuando se alejó el miedo se apoderó de mí pero no dejé que me venciera, debía salir y protegerla a ella, a mi madre, a todos.

No quería que esa fuese la última vez que los viera.

Sagitario tiró de mi brazo y lo seguí sin dudar. Una vez que cubrimos la entrada con muchas ramas de molle, un árbol muy oloroso de estos bosques secos, corrimos para distraer a los odiosos humanos. De ser posible, detenerlos y saber qué querían.

—Vamos Ácrux —dijo mi hermano—. Estaré contigo, descuida, podemos con esto, somos un equipo, ¿no?

Asentí con firmeza, sintiendo mi propia fuerza venir. Corrimos con los otros jóvenes y dimos con la horda de humanos. Enseguida arrancaron en nuestra dirección y nosotros tomamos otro camino que los alejara, así evitar que sus perros lograran olfatear a los nuestros tras el molle.

Empezaron los disparos, el pánico me quiso invadir. ¿Habían venido a matarnos a todos? Di un vistazo para saber qué pasaba y vi a uno de mis compañeros atrapado en una red mientras los humanos lo rodeaban, luego sus gritos, y cerré los ojos, volviendo mi vista al frente para seguir huyendo.

Mi pulso martilleaba en mi cabeza, no estaba cansado pero sí angustiado. Nos perseguían en sus autos y motocicletas con perros a sus costados, y antes de que reaccionáramos ya nos habían dado alcance. 

A pesar de que la naturaleza no los dotó con lo mejor, quizá por ser tan peligrosos e inconscientes, ellos se crearon sus propias armas y obtuvieron algunos aliados como los canes.

Escuché un disparo y nos lanzamos al suelo, sin pensar siquiera, esquivando una red que atrapaba a otro compañero. Gritó y gruñó como una fiera intentando liberarse hasta que el vehículo llegó a su lado y lo dejaron inconsciente con una descarga eléctrica. A unos metros más allá, otros estaban siendo capturados también.

El miedo quiso dominarme. Brinqué esquivando otra red y eché a correr al instante. Mi hermano me dio un empujón y recibió una red, para mi horror. Derrapé sobre la tierra para detenerme de golpe por la desesperación.

Grité e intenté liberarlo.

—¡VETE! —gruñó.

Sin hacer caso, tiré y mordí la red. Logró liberarse y le marcó la cara con las garras al primer humano que se acercaba. Otro lo golpeó con su arma, pero sólo logró enfurecerlo más. Vinieron más como plaga y empezaron a golpearnos con sus armas. Me desesperé más, ¿qué les habíamos hecho?

—¡Déjenlo! —grité.

Voltearon a verme. Uno sonrió y le apuntó a mi hermano, que ahora yacía en el suelo, quejándose de dolor.

Mi madre nos esperaba, Pradera me esperaba, no podíamos morir, se suponía que esto no debía pasar.

—¿Te preocupa este? —preguntó el humano. Ni siquiera pude reaccionar. Le disparó al instante y di un respingo, para que luego mi mundo se derrumbara como cristales—. Listo, ya estás solo y sin ataduras.

Las lágrimas inundaron mis ojos, y empecé a gruñir de forma salvaje. ¿Cómo pudo? ¡¿Cómo pudo matarlo sin siquiera tomar en cuenta quién era él y lo que significaba en la vida de otros seres vivos?! 

¡Acababa de destruir todo un pequeño mundo sin remordimiento alguno!

—¡INHUMANO! —Mi grito casi desgarró mi garganta.

—Quiero a ese —indicó el hombre—, se le ve joven y fuerte.

Me lancé al ataque, pero no pude hacer mucho. 

Una fuerte descarga eléctrica me hundió en la oscuridad.


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