Capítulo 3

EMMA


—Mamá, necesito las llaves de la cabaña, por favor —pido, sintiendo enormes ganas de ir en busca del chico y lanzarle alguna bebida para devolverle el favor.

¡Encima se reía! ¡Como si haberme bañado de jugo de naranja pegajoso fuese algo sumamente divertido! 

—¿Pero qué pasó? —pregunta ella, mirándome con el ceño fruncido—. ¿Por qué tienes la camiseta mojada?

Mamá comienza a buscar dentro de su bolso mientras que yo pienso cómo contestarle para no sonar grosera. 

—Un chico me empujó y tiró su jugo sobre mí —contesto finalmente, recibiendo las llaves—. Ya vuelvo —digo antes de darme vuelta.

—¡Bien, te serviré jugo de naranja para cuando vuelvas, cielo! —promete mi padre, aunque yo no sé si quiero hablar de jugo de naranja en este momento.

Me apresuro para llegar y buscarme ropa limpia. La camiseta sin mangas no deja de pegarse completamente a mi cuerpo, y es incómoda no solo porque está mojada, sino porque el azúcar se siente realmente horrible, y el calor no ayuda en absoluto.

No sé quién sea el imbécil que me chocó, pero espero realmente no topármelo otra vez. Pero... ¿Por qué algo me dice que eso no podrá ser posible?

Refunfuño por lo bajo hasta entrar a mi cabaña y buscar otra remera. No tardo más de dos minutos en cambiarme y enjuagar la ropa manchada, dejándola en la cortina de la bañera.

Antes de seguir perdiendo más tiempo, cierro la cabaña y voy corriendo hacia el comedor del hotel. Lo bueno es que todavía falta una hora para que el horario del desayuno termine, así que tengo jugo para rato. Solo espero que no termine encima de mí, como el contenido del vaso de aquel chico.

Al llegar al comedor, mi hermano está bebiendo probablemente su quinto vaso de jugo.

—¿Quién fue el que te empujó, hija? —pregunta mi madre, observando a los demás comensales.

—No lo sé —le respondo encogiendo mis hombros—, nunca lo he visto. Y tampoco creo que esté aquí. 

—Seguro fue sin querer —dice ella, y yo realmente deseo que ese chico no lo haya hecho con intenciones.

Desayuno lo más deprisa que puedo y, ni bien termino, pido permiso para ir al muelle de madera que flota sobre el lago. Me gusta estar ahí e imaginar que estoy arriba de un barco, que puedo sentir la brisa golpeando suavemente mis mejillas y escuchar el sonido del agua. Las olas que se forman y la manera de flotar del muelle ayudan mucho para recrear ese pequeño invento mío. Es un momento de paz y serenidad que me permito cada vez que estoy aquí. 

A lo lejos observo las sierras que se elevan, queriendo tocar el cielo y reflejándose en el agua. Suspiro ante esa imagen y cierro los ojos por unos segundos, queriendo absorber todo para jamás perder el recuerdo de tal belleza. 

—Bien, Emma. Ya estás aquí, relájate —me digo en un ligero susurro. 

Me siento sobre la madera del muelle, volviéndome a perder en aquel sitio, mis zapatillas están a unos centímetros de rozar el agua pero no me importa. En este momento tengo mejores cosas de las cuales preocuparme, más que de mojar mi calzado con el agua del lago. Pienso en mi familia, en que empezaré el penúltimo año de instituto y estoy sumamente ansiosa —aunque sé que luego me resultará terriblemente monótono—. Pienso en mis amigas... Pienso en cómo estoy llevando mi vida y siento un vacío. Un vacío que, de pronto, solo lo puedo llenar cuando leo o escribo. 

Un vacío que no puedo explicar. Y, con él, tengo esa sensación de que debo prepararme para algo, que yo debería estar haciendo otra cosa... y no sé qué. Eso aumenta cuando me siento como una pieza extraña que no encaja en la sociedad, como un puzzle que vino fallado: como cuando estoy rodeada de chicos de mi edad en el colegio, pero ellos no me dirigen la palabra —salvo que quieran pedirme la tarea—. Y que cuando quiero decir algo, me miran como si fuese una especie de bicho extraño que ha comenzado a hablar. 

Soy como un chiste privado para ellos, pero nunca me entero por qué. Soy consciente de que muchas veces no comprendo esa manía que tienen de burlarse de los demás, de reírse del otro. Y hay muchas cosas de ellos que no entiendo, como seguro ellos no me entienden a mí —y, la verdad, no creo que alguna vez logren comprenderme—. Solo que, a diferencia de ellos, yo no me burlo ni los humillo porque son diferentes a mí. 

En cierta forma, me alegro de no encajar en ese rompecabezas, pero no niego que a veces me siento extremadamente sola, o que hay algo mal en mí. 

—¿En qué piensas, Emma?  —pregunta una voz pequeña y dulce. Miro hacia atrás para encontrarme con el pequeño Mati que tiene el ceño fruncido. 

—Nada, enano —le digo y sonrío—. ¿Y tú? 

—En que las computadoras nuevas del hotel son geniales —comenta emocionado y se sienta a mi lado. Yo le revuelvo su cabello castaño claro y él, entre risas mías, se queja por haberlo despeinado. 

—¿Vamos a ir a la piscina? —le pregunto luego de unos segundos de silencio. 

Mati, en respuesta, asiente repetidas veces con la cabeza y tira de mi camiseta hasta llegar a la cabaña, para poder ponernos la ropa de baño y el protector solar. 

—¿Cómo está el agua, Emma? —pregunta mi hermanito desde la orilla, tiene su toallón entre las pequeñas manitos y mira la piscina con recelo. 

«El agua está helada, hasta que el cuerpo se acostumbra», me digo, pero sé que si le respondo eso, no se querrá meter. Ya la ha tocado con su pie para sentir la temperatura, y eso lo hizo retroceder al menos dos metros.  Tal vez pueda convencerlo de lo contrario...

—¡Está hermosa! Vamos, ¡ven! 

Mati deja su toallón sobre una silla, de esas que se utilizan para tomar sol y no duda en arrojarse de bomba a la piscina. Cuando la temperatura fría asalta su cuerpo, empieza a chillar. 

—¡Me has mentido! ¡Está heladísima!

—¡Hagamos una carrera así entramos en calor! —le respondo entre más carcajadas y agrego: —¡El primero en tocar el borde gana! 

Al cabo de unos minutos, ninguno de los dos tiene frío y yo no dejo de sonreír ante el baile de la victoria de Mati. Dejar ganar a tu hermano pequeño son cosas que una hermana mayor debe hacer de vez en cuando. 

Cuando miro el parque que queda al lado de la piscina, en busca de mis padres, no puedo evitar  notar que aquel chico de ojos claros y rostro de ángel está ahí, mirándome. Me observa de una forma tan intensa que parece que estuviera estudiándome... ¿Por qué?

¡Hola, ángeles!

 Sé que hace mucho que no actualizo, estoy a full con El chico del salón de enfrente, quiero enfocarme en esa novela (que también amo mucho, y estoy corrigiéndola entre actualizaciones) para poder seguir con la saga Cristal (y todos los libros que vendrán: que, además de este, están confirmados dos más). :3

Esta novela, Ojos de cristal, cada vez que la actualice, serán capítulos narrados por los dos personajes (o, al menos, esa es mi idea). Así que Owen vendrá en cualquier momento, ¡probablemente hoy!

Los amo mucho, Honeys. Demasiado. 

-Bri. :)




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