Capítulo 21

EMMA


Ninguno de los libros que leí me preparó para presenciar lo que estoy observando; tampoco es que sea algo que me hubiera imaginado vivir en carne propia, ciertamente. De alguna forma me siento como si estuviera siendo espectadora de una escena de película en una sala de cine 4D, donde todo parece vivirse mucho más real. Es como si una parte de mí intentara bloquearse, anulando el peligro que, en el fondo, sé que existe y se cuela por mis huesos como un mordaz recordatorio.

Estaban buscando y me encontraron.

O mejor dicho, encontraron a una híbrida, una chica que no sabía que existía, que había habitado dentro de mí. Alguien que soy yo, pero siento ajena.

Dos ángeles están luchando frente a mis narices, chocando sus cuerpos y batiendo sus alas, tratando de superarse. Uno quiere salvarme, otro entregarme a la muerte. Y yo no puedo hacer nada para ayudar, para equilibrar las balanzas. Mis órdenes son quedarme cerca de Owen, pero no lo suficientemente cerca como para que Zhiel me pueda capturar.

Trato de abrazarme, como si eso ayudara de alguna forma. Me siento estúpida e inútil, y sé que yo no soy nada de eso. Al menos, con asuntos para humanos. Sé cómo defenderme en ese mundo, pero no en este, donde parece que soy el peor enemigo que puede existir.

Me sobresalto cuando Owen suelta un alarido y doy unos pasos hacia él, pensando que, de alguna forma, yo podría interponerme, ocupar el lugar del ángel de alas blancas y luchar. Si soy tan fuerte, si tanto me temen, debe ser porque puedo hacer algo. Desearía saber qué es lo que hice cuando liberé mi poder delante de Owen, cómo es que fue. En ese momento pude atacarlo a él y sin saberlo; ahora que soy totalmente consciente, que necesito defenderme, ya no me sale.

—¡Emma, no te acerques! —grita Owen hacia mí, logrando que Zhiel se distraiga para mirarme. El ángel de alas blancas aprovecha la oportunidad para llevar el juego a su favor. Ataja un golpe y contraataca, haciendo peso con su cuerpo completo para derribar a Zhiel. Ambos caen al suelo con un golpe que resuena por todo el lugar y Owen comienza a desgarrar las alas rojas de su atacante.

El carmesí se vuelve furioso junto a la sangre que empieza a recorrer el plumaje. Zhiel, así, lanza una maldición y, de manera costosa, logra zafarse de Owen, haciendo algo que éste no esperaba.

Se lanza hacia mí.

—¡No! —exclama Owen, tratando de sostener a su enemigo, sin lograrlo.

Intento hacerme a un lado, pero también fracaso. Él se mueve demasiado veloz y, cuando me doy cuenta, me está llevando por el aire, volando por encima de los frondosos árboles, descubriéndome ante el cielo.

—¡Owen! —chillo con miedo. No existe un protocolo de cómo actuar si eres secuestrada por un ángel, pero sé muy bien que si me suelto de su agarre me muero: estoy demasiado arriba, me separan muchos metros del suelo. Por otro lado, si me lleva con él, obviamente, también me muero. Tengo muchas opciones, cómo no.

El ángel de alas rojas no es cuidadoso; me tiene tomada de los brazos, que me duelen como mil infiernos, y el viento parece azotarme, incrementando el dolor. A veces mi cuerpo golpea contra alguna rama, pero los rasguños son opacados por los tirones que siento en mis extremidades que sostienen el peso de todo mi cuerpo.

Una tarde tan tranquila se convirtió en una completa pesadilla..

—Estás perdida, híbrida —bufa Zhiel, con malicia—. Tú y el traidor.

Zhiel me enseña los dientes y decide soltar uno de mis brazos, recargando toda la fuerza en el izquierdo. Chillo sin poder soportar más el tirón; quiero llorar, gritar, patalear, lo que sea para luchar. Y eso hago, sin importar que me pueda caer. El dolor que me genera estar así, colgando de un brazo, es demasiado tortuoso.

¡Si tan solo tuviera un poco más de fuerza!

El ángel de las alas rojas se ríe de mí mientras toma más altura.

—¡Aguanta, Emma! —me pide Owen. No me volteo, pero su voz suena ahogada por el viento. Así que cierro los ojos y ruego sobrevivir. Por mucho poder que pueda tener oculto, si no sé usarlo no me sirve de nada.

Mis párpados vuelven a abrirse, pero con lágrimas de impotencia en ellos. Sentirse pequeña en un mundo tan grande nunca había dolido tanto. No hay peor cosa que contradecir lo que deseas, dejar que alguien te coarte la libertad que necesitas para decidir por tu cuenta cuál debe ser la meta de tu vida. No existe peor sentimiento que el que se tiene al permitir que te lleven contra tu voluntad y sin salida posible. ¿Acaso debemos dejar que nos rebajen hasta el punto de ser peones de agentes que se creen con el total derecho de optar por nosotros, sin miramiento alguno por lo que de verdad ansiamos?

Es tan fácil dejarse llevar, sentirse débil; lo difícil es luchar contra esa sensación. Cortar aquellos hilos que comandan al títere.

Yo no soy tu maldito títere, Zhiel.

Vuelvo a balancearme y el ardor en los tendones de mi brazo molesta todavía más. Estiro mi mano libre hacia el agarre de Zhiel, para intentar liberarme, pero en lugar de eso, logro dar con un manojo de plumas rojas que caen revoloteando por el aire luego de ser arrancadas con furia. El ángel gruñe para mí y me aleja de su cuerpo, como si fuese apestosa.

—¡Resiste, Emma! —vuelve a vociferar Owen y un mal trago me invade cuando noto una risa salir desde lo más profundo de la garganta de nuestro enemigo.

—Sí, Emma, lleva a Liv hacia su trampa mortal —sisea el malévolo ángel, enseñándome una especie de daga que porta en la mano que dejó de sostenerme. La veo con horror: el filo brilla de una manera que jamás había visto, que no parece estar hecha de un material normal. Eso definitivamente no es un metal.

Esa especie de arma angelical parece todavía más dañina, por mucho que brille.

Muevo mi rostro buscando a Owen, que está a unos metros de nosotros con llamas azules estallando en sus ojos.

—¡Owen! ¡Tiene un arma! —bramo, espantada, sin saber si realmente me ha escuchado.

Entonces sucede: el cuerpo de Owen arremete contra Zhiel, haciendo que éste pierda estabilidad y me suelte a cambio de atacar al ángel de alas blancas con su daga brillante. Así que caigo, presa de la adrenalina por inercia frenética que me dirige hacia una muerte asegurada. Caigo y mi mente queda en blanco, sin siquiera poder pensar a cuánto estoy del suelo.

Caigo como si la vida ya se hubiera perdido mucho antes de estrellarme, como si hubiese sido entregada al destino cuando mis pies dejaron de pisar tierra.

Sin embargo, unos brazos llegan a mí con extrema impaciencia, sosteniéndome luego contra un cuerpo cálido que continúa la caída en picada hacia el suelo, volviendo hacia la zona repleta de árboles para escondernos entre las copas en el descenso. Las alas del ángel desaparecen tras él cuando mis pies tocan el suelo.

Inmediatamente busco el rostro de Owen, que se encuentra crispado en un gesto de concentración, con la mandíbula bien apretada y endurecida. Mi respiración se corta cuando noto que está sangrando de uno de sus omóplatos, justo por donde aparecen sus alas.

—Estaré bien, no me hizo un daño irreversible —comenta, atajándose de mi mirada e intentando brindar una sonrisa que no le creo ni de cerca—. Solo... duele.

—¡Pudo cortar tus alas! —le regaño, aunque mi enojo va dirigido a mí misma. Él está aquí, siendo acusado de traidor por mi culpa.

—Pudo cortarme la cabeza y eso habría sido peor —responde él—. Mis alas están bien, solo rasgó la carne así que tardaré pocos minutos en curarme.

Me quedo mirándolo absorta. Hay tanto que no sé sobre ese mundo que, en cierta manera, también ha llegado hasta mí. ¿Esos minutos bastarán antes de que el ángel venga a atacarnos? Sinceramente, lo dudo mucho. Así como nosotros llegamos hasta aquí, él probablemente también lo haga.

—¿Y qué podemos hacer mientras te recuperas? —cuestiono en voz baja, aunque no creo que eso sirva de mucho—. Zhiel puede llegar en cualquier momento.

—Él no es el único que sabe luchar —responde con tranquilidad—. Ni tampoco el único que lleva consigo un Puñal de Luz.

Owen hace aparecer ante mis ojos una daga como la que vi antes. Ese material brillante provoca que no pueda apartar los ojos de él, es casi hipnótica. Parece estar hecha de oro líquido e incandescente, de miel con luciérnagas.

—¿Por qué brilla así? —logro preguntar.

—Es energía celestial —explica él—, abunda en nuestro mundo. Pero aquí es un arma bastante débil, necesita ser recargada en mi tierra.

Sin más, Owen la guarda.

Ambos nos quedamos en silencio, tratando de mirar a los alrededores en búsqueda de enemigos. Mi corazón late tan deprisa y tan veloz que siento que él será nuestro delator, y no nuestras sutiles respiraciones que tratan de ser silenciadas. Los cantos de los pájaros parecen ecos lejanos que tratan de llegar a nosotros como una canción de cuna adormecedora que solo lleva a una pesadilla. En lugar de parecerme un sonido hermoso, siento que es el perfecto escondite para la llegada de Zhiel.

Los ojos de Owen vuelven a recaer en los míos, inspeccionándome otra vez en busca de algún daño o síntoma extraño. Detesto ver el miedo en esa mirada azul que siempre mostró ser tan curiosa y divertida. Trato de sonreírle y, con un poco de timidez, coloco mi mano derecha sobre su mejilla, pudiendo sacarle una sonrisa también.

No es momento para ponernos románticos ni para dejar que los sentimientos nos opaquen el peligro que estamos viviendo, así que dejo caer mi mano y él mueve su vista rápidamente, al oír una rama quebrarse a unos pocos metros de nosotros dos. Owen se pone en posición de defensa y se lanza hacia Zhiel, que aparece furioso ante nosotros y con sangre seca.

Owen, en un veloz movimiento, le propina un puño al enemigo, pero éste lo esquiva y, en su lugar, vuelve a sacar la daga. Palidezco cuando noto que el arma brillante alcanza a mi ángel y le logra cortar el estómago.

Grito sin darme cuenta que lo estoy haciendo. Chillo sin importarme si llamo la atención de alguien que no debo invocar. Llevo mis manos hacia mi cabello y tiro de él cuando noto que de Owen brota mucha sangre. Zhiel continúa golpeándolo, pareciendo disfrutar de la situación.

El rostro de sufrimiento que noto en Owen hace que decida avanzar hacia el ángel de las alas rojas. No puedo quedarme quieta y ver cómo destruyen a una persona que es importante para mí. O bueno, un ángel, en realidad.

La furia, el pánico y la impotencia parecen apoderarse de mi cuerpo, así como fue el día que Owen me contó todo lo que sé sobre mis orígenes. No entiendo mucho qué sucede, pero una energía potente atraviesa mis venas con brusquedad, apuntalándose sobre las palmas de mis manos con el calor de pequeños soles que flotan por encima de mis dedos. Dejo que fluyan mis emociones, sin entender si acaso estoy pudiendo controlar mi cuerpo. Solo pienso en Owen, en el dolor que debe estar sintiendo y en las ganas que tengo de exterminar definitivamente a Zhiel. Porque quiero a Owen, y quiero que esté bien.

Zhiel deja de golpear al ángel de alas blancas y me observa con los ojos abiertos como platos. De alguna forma, su expresión me complace; quiero verlo más asustado, quiero intimidarlo tanto que no vuelva jamás a molestar a Owen.

Ese pensamiento parece extenderse hasta mis palmas y salir disparado hacia Zhiel, que es impulsado varios metros lejos de Owen, cayendo como peso muerto. El crujido del cuerpo del ángel rojo sobre las hojas del suelo no me importa tanto como los pequeños quejidos que brotan de la boca de mi ángel, así que me acerco hacia él, sintiéndome completamente cansada, como si mi energía se hubiera agotado con una simple descarga. Quizás fue así.

Me arrodillo frente a Owen, raspándome un poco las rodillas. Busco a tientas sus manos, sin dejar de ver su rostro. Sus ojos líquidos de cristal vuelan hacia los míos con una expresión que no logro entender del todo. ¿Gratitud? ¿Horror? ¿Esperanza? ¿Miedo? Tengo miedo de que me vea como un monstruo ahora que lastimé a uno de los suyos sin siquiera saber cómo es que pude lograrlo.

¿Y si yo soy tan peligrosa como todos en su mundo le dijeron? No debería extrañarme que quieren capturarme, sabiendo que pude derribar a un ángel solo con sentir ese deseo en mis venas.

—Recuérdame no hacerte enojar —bromea Owen con voz débil, apagada.

Suelto una pequeña risa, imaginándome que, si tiene la capacidad de bromear en un momento así, eso quiere decir que se pondrá mejor. Owen intenta inclinarse, buscando una manera de sentarse, pero entonces sus ojos se tornan oscuros y su garganta suelta un grito desgarrador que llega hasta lo más profundo de mi alma.

Cuando quiero darme cuenta, ya es demasiado tarde. Zhiel está volando directamente hacia mí con su daga dorada. El tiempo parece hacerse más lento, dejándome contar aquellos microsegundos que faltan para que la distancia entre el arma y mi cuerpo se anude.

Sostengo la vista sobre mi adversario, tratando de no mostrarle miedo. Quizás el que sea eliminada sea lo mejor para mí. Tal vez Owen puede salvarse de ser considerado un traidor y el mundo de él se queda más tranquilo sabiendo que dejé de existir.

Pero cuando el momento letal llega, el arma vuela lejos de mí, cambiando bruscamente de dirección cuando es empujado hacia abajo. Por un instante me quedo perpleja, esperando sentir el filo abriéndome la carne y no solo el viento tocando mi piel. Zhiel también es derribado, así como sucedió con su arma, por otro cuerpo igual de fortalecido que el suyo.

Alzo la vista y entonces descubro que se ha unido a nuestra inoportuna reunión un tipo extraño. Claro que no voy a conocerlo: como si fuera muy normal ver a estos ángeles vestidos de humanos perfectos y reconocerles. Sin embargo, cuando su mirada verde conecta con la mía, no puedo evitar sentir una especie de familiaridad.

¿Sería posible haberlo visto antes?

¡Déjate de preguntas inoportunas, Emma! ¡Estás en peligro!

Trato de incorporarme y me fijo en Owen, que también se intenta levantar, pareciendo observar un punto fijo lejos de nosotros. Sigo su mirada y ahí veo a otro chico, cruzado de brazos sobre un árbol. Un chico que, de hecho, definitivamente conozco.

Steven, el chico de mi colegio. ¡¿Qué demonios?!

Un grito desgarrador ocupa mi mente, y en seguida busco descubrir la fuente. Me sorprendo cuando descubro que Zhiel está atrapado entre los brazos del tipo desconocido, que no parece ser mucho más grande que Owen. Definitivamente es un ángel... O eso creo. El chico de ojos verdes le hace una llave de inmovilización a Zhiel, dejándolo vulnerable.

Owen camina hacia ellos, con paso decidido.

—Déjame a mí —determina.

¿Se refiere a... matarlo?

Aprieto mi mandíbula, debe ser eso: dejarlo huir seguro que no es una opción.

El chico de ojos verdes niega con la cabeza; una expresión que parece costarle, por la fuerza que está ejerciendo sobre el ángel de alas rojas.

—Podríamos usar sus poderes —responde el nuevo, y no puedo evitar sentirme aludida cuando fija sus ojos en los míos—. Están activos. No tienes por qué matarlo. No quiero que ensucies tus manos.

—No. ¡Y yo no quiero que utilicen nada de ella, Josha! No lo permitiré —replica Owen, con firmeza—. Ella no conoce qué puede hacer y ustedes menos.

Josha sonríe, como si le hicieran gracia las palabras de Owen. Alza las comisuras de su boca con la simpleza de un chico que se divierte de un meme de internet.

Obviamente, a Owen no le hace la mínima gracia. Trata de acercarse a Zhiel, pero Josha se mueve con el cuerpo del ángel incluido; al parecer no quiere dejársela muy sencilla.

—¡Suéltenme, escoria! —farfulla Zhiel por lo bajo, oyénd0se casi ahogado.

El chico de ojos verdes ríe otra vez, disfrutando de la situación.

—¿Quieres eso? Vale —contesta y lo deja en libertad.

Abro los ojos como platos sin poder creerlo. ¡Liberó al enemigo así de fácil! Se apodera de mí una especie de aire que parece detenerme, como si se solidificara dentro de mí y me volviera completamente inerte. Supongo que es el miedo de ver a Zhiel recuperándose, agitando desesperado.

—¡¿Qué haces, Josha?! —exclama Owen, tratando de alcanzar al enemigo.

Pero no lo logra. En cambio, el enemigo alcanza su daga mortal de brillantina angelical y se la clava en el estómago a Owen, que se traga un grito de dolor.

Sin resistirlo, sintiendo la misma rabia que tenía antes dentro de mí, me acerco a Zhiel con ganas de terminar de una buena vez con esto. Por muy descabellado que parezca, coincido con ese tal Josha en algo: no quiero que Owen se ensucie las manos. Lo quiero hacer yo. De todas formas, ya estoy contaminada.

—¡Steven, ayúdala! —lanza Josha hacia el chico que nos observa desde lejos, pero no le hago caso.

Mi objetivo está a centímetros de mi cuerpo, y el olor a sangre que desprende Owen quema mis fosas nasales, provocando que mi ira bulla con muchísima más fuerza. Los ojos de Zhiel dejan de estar en Owen y se cruzan con los míos, con verocidad. Entonces, como si saliera natural, le propino un golpe que hace que vuele unos pocos metros de donde estaba.

Corro hacia él rápidamente, llegando mucho antes de que se levante. Si alguien me contara sobre esto, definitivamente no le creería. Nunca he sido violenta, mucho menos he luchado alguna vez, pero aquí estoy, prácticamente cazando un maldito ángel.

Cuando estoy por darle una nueva golpiza, mi cuerpo se tensa nuevamente y mi mano se alza involuntariamente hacia mi enemigo tendido en el suelo.

Piensa en un sitio donde hay nada y llévalo hacia ese lugar, dice una voz que se entromete entre mis pensamientos turbados. Tienes la energía para hacerlo.

Como si fuese una orden a la cual debo acatar, cierro mis ojos e imagino un sitio sin salida, sin final ni comienzo. Recibo un golpe y grito, pero pronto me doy cuenta que no es externo, que no estoy siendo atacada. Es como una descarga de adrenalina que alivia, pero a la vez también parece doler. Siento que soy despojada de una parte muy interna de mí, más profunda de lo que alguna vez pensé que podría existir.

Trato de abrir mis ojos, que no sé muy bien cuándo cerré, pero no puedo ver nada: es todo demasiado claro, demasiado brillante, casi como si el sol hubiera bajado justo a nuestro lado. Un viento que antes no existía sopla mi cabello y un grito ahogado parece alejarse entre los ecos de cavernas que no existen a nuestros alrededores.

Caigo de bruces al suelo, cortando todo sentido, conviriéndolo en la misma nada que imaginé.

Mi cuerpo se siente como nada.

Quizás yo soy la nada misma. 

:o

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